(947) Después de preparar laboriosamente
la zona escogida para el asentamiento, al día siguiente empezaron a trasladar
allí todo el ejército, pero los indios les esperaban a lo largo del camino para
acosarles: "Les daban mucha pesadumbre a los castellanos, tirándoles
muchas flechas, pero con orden y concierto, pues, cuando acometían los de una
banda, no acometían los de la otra hasta que aquellos se habían apartado, por
no herirse unos a otros con las flechas, las cuales eran tantas que parecía
lluvia que caía del cielo. Andaban los infieles tan atrevidos, que, aunque los
ballesteros y arcabuceros salían a resistirles, los tenían en nada, porque
mientras un español tiraba un tiro y armaba para otro, tiraba un indio seis o
siete flechas, ya que eran diestros y rápidos. Viendo
a los cristianos embarazados, los apretaban más y más, con ansias de
desbaratarlos. Tomaban ánimo recordando que once años antes, en otra parte de esta
misma ciénaga, habían derrotado a Pánfilo de Narváez".
Tras el penoso avance de los españoles por
un terreno lleno de dificultades, sufriendo el constante acoso de los indios apalaches,
se situaron en una zona despejada, desde donde pudieron vengarse, lo que Inca
Garcilaso justifica: "Llegados que fueron a la zona limpia y llana, dando
gracias a Dios de que los hubiese sacado de aquella cárcel, soltaron las
riendas a los caballos y mostraron bien el enojo que contra los indios
llevaban, porque, en más de dos leguas que faltaban para llegar a las
sementeras de maíz, no toparon indio que no prendiesen o matasen,
principalmente a los que hacían alguna resistencia, de los cuales no escapó ninguno.
Así mataron a muchos indios, y prendieron a pocos, con lo cual vengaron estos
castellanos el mal que los de Apalache hicieron a Pánfilo de Narváez, y les quitaron
la jactancia que mostraban gritando que habían de matar y destruir a estos
castellanos como hicieron con los pasados".
Aunque los españoles se encontraban ya
menos agobiados, y procuraron descansar, el cronista deja claro que los
apalaches, a pesar del gran castigo que recibieron, mantenían su bravura:
"Los indios
no quisieron reposar la noche siguiente, ni que los cristianos descansasen de
los malos días y noches que ya les habían dado, y en toda la noche no cesaron
de dar grita y vocería a todas horas, echando muchas flechas sobre el campamento".
De paso, nos hace ver que los indos tenían grandes cultivos, y que era la tribu
más poderosa y guerrera de todas aquellas tierras: "Venido el día,
caminaron los españoles por unas grandes sementeras de maíz, frijoles, calabazas
y otras legumbres. Salían los indios a toda diligencia a flechar a los
castellanos, los cuales, enfadados de tanta terquedad, los alanceaban para escarmentarlos,
mas todo era en vano, porque aumentaba la rabia que contra los cristianos
tenían. Llegada la noche, los indios no cesaron en toda ella de atacar por
todas las partes el campamento, no dejando reposar a los castellanos para no
perder la fama que tenían en aquellas tierras de ser los apalaches los indios
más valientes y guerreros. Al día siguiente, cuando empezó a caminar el ejército, se
adelantó el gobernador con doscientos caballeros y cien infantes porque los
indios prisioneros le dijeron que a dos leguas de allí estaba el principal
pueblo de los apalaches".
(Imagen)
Ya que Inca Garcilaso lo cita, aclaremos cómo fue la muerte de PÁNFILO DE
NARVÁEZ (del que ya hablamos) y por qué se acordaban de él los indios
apalaches. Hernán Cortés derrotó a Narváez (el cual, por orden del gobernador
de Cuba, iba a pararle los pies en su intento de rebeldía) y, además de dejarlo
tuerto en la batalla, lo tuvo preso en Veracruz cerca de dos años. Ya libre, el
año 1522 Narváez fue de inmediato a España para denunciar a Cortés, y se apoyó
en la influencia ante el emperador del poderoso obispo de Burgos Juan Rodríguez
de Fonseca (protector, como ya dije, de Sancho Ortiz de Matienzo), quien,
además de odiar a Cortés, presidía entonces la Secretaría de Indias. Aunque la
denuncia no prosperó, Carlos V le confió a Pánfilo de Narváez la expedición de
La Florida, hacia donde partió el año 1527. Llegado a las costas de destino,
una tormenta hizo estragos en las naves. Más tarde recibieron refuerzos (en un
barco en el que llegó Juan Ortiz, quien, apresado por los indios, fue un
precursor de la historia de Pocahontas).
Pero Narváez y parte de los suyos (entre ellos, Álvar Núñez Cabeza de
Vaca, el cual vivió luego una aventura increíble) ya habían marchado a pie hacia
el territorio de los apalaches, por tener noticias de que allí había oro
abundante. No encontraron ni rastro del precioso tesoro, pero sí los durísimos
ataques de los apalaches. Según lo cuenta Inca Garcilaso, podría parecer que
ellos mataron a Narváez, pero de lo que presumían los indios frente a Hernando
de Soto y los suyos, era, sin más, de obligar a los españoles a huir, tras
haberlos derrotado. Ante el acoso constante de los indios, y perdida toda
esperanza de lucro y de éxito, Narváez y sus hombres se vieron obligados a
regresar, para lo cual prepararon rudimentarias canoas con las que poder
descender hacia la desembocadura del río Misisipi. De nuevo la naturaleza se
ensañó con ellos, y otro fuerte temporal las destrozó cuando ya enfilaban hacia
México, por lo que se ahogaron gran parte de los integrantes de la tropa,
siendo uno de ellos PÁNFILO DE NARVÁEZ, ejemplo perfecto de que aquellos
grandes conquistadores eran juguetes de la caprichosa y tacaña fortuna, que solamente otorgaba la
gloria y la riqueza en contadas ocasiones. Pero, para variar, se salvó Álvar
Núñez Cabeza de Vaca, como algún día veremos. La lápida de la imagen recuerda
la llegada de los primeros blancos a aquellas costas de Florida, Narváez y sus
hombres.
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