(962) Los dos españoles cautivos vieron su
gran oportunidad: "Los indios todavía porfiaban en seguir a la nave, y con ellos iban los dos
españoles Diego Muñoz y Veintimilla en una sola canoa, con intención de huirse
de los indios e irse a la nao. Acaeció entonces que el viento norte se levantó.
Los indios, temiendo que el viento creciese con la furia que en aquella región
suele correr, tuvieron por bien volverse a tierra. Los dos españoles, con
astucia, se quedaron retrasados dando a entender que los dos solos no podían
remar contra el viento y, cuando vieron a los indios algo apartados, volvieron
la proa de su canoa hacia el navío y remaron a toda furia como hombres que se
ponían en peligro de perder la vida, y, a grandes voces, pedían que los
esperasen. Los de la nao, viendo que era gente que los necesitaban, amainaron
las velas y esperaron la canoa, y llegada que fue, recibieron a los dos
españoles como una compensación por los que habían perdido. De esta manera
volvieron a juntarse con cristianos Diego Muñoz y Veintimilla al cabo de diez
años que habían estado en poder de los indios de la provincia de Hirrihigua y
bahía de Espíritu Santo.
Inca Garcilaso, volviendo al tema central,
nos indica que Calderón, Añasco y Gómez Arias tomaron direcciones distintas:
"Luego que
Juan de Añasco y Gómez Arias se hicieron a la vela, el uno para la bahía de
Aute y el otro para la isla de La Habana, preparó el capitán Pedro Calderón a la
gente que le quedó, que eran setenta lanceros de a caballo y cincuenta
infantes, porque Juan de Añasco y Gómez Arias llevaron treinta españoles en los
bergantines y la carabela por no ir solos con los marineros. Calderón salió del
pueblo de Hirrihigua, dejando los huertos frescos que los castellanos para su
regalo habían plantado de muchas lechugas y rábanos y la demás hortaliza, cuyas
semillas llevaban por si poblasen. El segundo día de su camino llegaron al pueblo
del buen Mucozo, el cual salió a recibirlos y aquella noche les hizo muy buen
hospedaje. El día siguiente, a la despedida, con mucha ternura y sentimiento,
les dijo que ya no vería jamás al gobernador ni a ninguno de los suyos".
Se diría que luego el cronista carga las tintas poniendo en boca de Mucozo
palabras demasiado dramáticas sobre el dolor que sentía, entre otras, que
siempre había deseado servirle y que lloraría toda la vida su ausencia. Les
rogó a los españoles que le transmitieran sus sentimientos a Hernando de Soto.
Y remata Inca Garcilaso: "Con estas palabras, y muchas lágrimas con que
mostraba el amor que a los españoles tenía, se despidió de ellos y se volvió a
su casa". Va a a ser difícil que aparezca en La Florida otro cacique tan
entusiasta de los españoles.
El capitán Pedro Calderón y sus ciento
veinte compañeros llegaron hasta la ciénaga grande sin problemas, salvo algún
escarceo de los indios. Pero uno de ellos fue perseguido por un español (casi
hay que adivinar que se trataba de Gonzalo Silvestre): "Cuando sintió que
lo iba alcanzando, el indio se revolvió para recibirle con una flecha puesta en
el arco y se la tiró tan cerca que, al mismo tiempo, le dio el español una
lanzada de la que cayó muerto. Mas no vengó mal su muerte, porque la flecha dio
al caballo por los pechos, y el tiro fue tan bravo, que, con las patas abiertas, cayó muerto a sus
pies. De manera que el indio y el caballo y su dueño cayeron los tres juntos
unos sobre otros; este era el famoso caballo de Gonzalo Silvestre".
Definitivamente, parece que Inca Garcilaso hablará de otras acciones de
Silvestre, pero sin hacer alusión a que fue él quien le contó lo más importante
de lo ocurrido en la campaña de La Florida.
(Imagen) Ya sabemos que JUAN DE AÑASCO
desempeñaba cargos muy diversos y que, cuando llegue el momento, será clave
para que los hombres que trataban de regresar de La Florida, después de morir
Hernando de Soto, pudieran hacerlo con éxito. Todo ello a pesar de su áspero
carácter (recordemos que el joven y valioso Gómez Solís, harto de sus
reproches, lo llamó 'hijo de mala puta'). Además de ser un eficaz capitán de la
tropa y buen navegante, confirmaremos enseguida que también fue un importante
funcionario público. Su hija nos lo va a descubrir en un informe de sus méritos
(el de la imagen, presentado en 1597), y también algo que se desconocía: cuándo
y dónde murió. Ella se llamaba ISABEL DE AÑASCO (probablemente casada con
Gutierre Cárdenas de Benavides), y, su hijo, que había hecho muchos méritos en
Chile y también pedía un premio por sus servicios, JUAN DE CÁRDENAS AÑASCO. Isabel
empieza el informe diciendo que su padre sirvió al Emperador en Italia, en
Viena y en la conquista de La Florida, donde su principal misión era ejercer de
contador público mayor, con un salario anual de mil ducados, los cuales no se
le pagaron. Añade la razón, y que dio un cambio en su vida: no reclamó lo que
le debían porque entonces le ofrecieron servir como administrador en las minas
de plata de Guadalcanal (Sevilla). Y aclara: "En cuanto terminó este
servicio, murió en su casa". Siguiendo la pista a JUAN DE AÑASCO en su
ocupación minera, se revelan varias cosas. La mina fue descubierta en 1555, y,
desde el principio se decidió que la regentara alguien con experiencia
administrativa, aunque los banqueros alemanes de la familia Fugger actuaron
como financieros. El primer director fue el gran experto Agustín de Zárate,
famoso también por su crónica de Perú. Posteriormente, ocupó el puesto JUAN DE
AÑASCO (avalado por haber sido funcionario de la Casa de la Contratación de las Indias de Sevilla, donde había nacido),
y llevó consigo fundidores y operarios. Pidió luego (y se lo concedieron) un
descanso, quizá por ser ya un hombre mayor, pero se reincorporó en 1559. Es la
fecha más reciente que se conoce de su biografía, por lo que es de suponer que
no tardaría en morir, ya que fue su último trabajo, como manifestó su hija. La
mina siguió siendo muy rentable hasta el año 1576, cuando hubo que paralizar
durante largo tiempo la explotación por inundaciones y derrumbamientos.
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