jueves, 30 de abril de 2020

(Día 1096) Mientras Armendáriz estaba dispuesto a frenar los abusos de Verdugo con las armas, el hábil Pedro de la Gasca, con una simple carta, logró que se marchara.


     (686) Estando Pedro de la Gasca todavía en Santa Marta, Armendáriz le dio un escrito que habían enviado los vecinos de Cartagena de Indias por medio del factor Francisco Zorrilla. Estaban asustados por la violenta presencia de Melchor Verdugo, a quien, como ya nos ha contado Inca Garcilaso, lo va a calmar Pedro de la Gasca. De Verdugo habrá que recordar que Cieza lo calificó como hombre muy violento y maltratador de los indios. Pero hay que reconocer que su valentía era extrema, y, además, tenía a su favor que, arriesgándolo todo, decidió, a bordo de un barco, hacerles la vida imposible a las tropas de Gonzalo Pizarro, y eso le sirvió para que el Rey le perdonara todos sus desmanes. Como siempre, es Santa Clara el que abunda en detalles: "Los vecinos de Cartagena decían en su carta que Verdugo había llegado a su puerto con mucha gente armada, y que ellos estaban muy amedrentados porque tenían noticias de lo que ya había hecho en Nicaragua y en la ciudad de Nombre de Dios".
     Reaccionó al momento, dispuesto a todo, el gobernador Armendáriz, pero La Gasca, serenamente, siguió otra estrategia: "Armendáriz le suplicó que le prestara unos navíos, para meter en ellos algunos soldados suyos e ir contra Verdugo, o que, si fuera el mismo La Gasca, le serviría él como soldado. Aunque le pesó mucho lo que le contaba, le respondió que no era justo ir contra una persona que estaba al servicio de Su Majestad, hasta saber primero la intención que tenía, si era buena o mala, y que, conforme a ello, se pondría el remedio conveniente". Le dijo también que iba a escribir de inmediato a Verdugo para enderezar la situación.
     Como, redactando, Pedro de la Gasca era un artista, le envió una carta llena de razones de peso, alabando su interés por la causa del Rey, y haciéndole comprender que la violencia excesiva era contraproducente. Incluso le mandó que devolviera a su dueño un navío que le había arrebatado, y que no hiciera nada que encendiera el odio de la población de Cartagena. Fue mano de santo: "Le dieron la carta a Melchor de Verdugo, que se encontraba en el puerto, el cual estaba pidiendo dineros a los vecinos y mercaderes, para reunir gente y volverse a Nombre de Dios en servicio de Su Majestad contra los rebeldes. Se alegró mucho del contenido de la carta, y, sin dar ninguna respuesta para el presidente Pedro de la Gasca, dio velas al viento y fue mar adelante. De esta manera se libraron todos del temor que tenían, y, los que habían huido se volvieron con sus mujeres".
     Zarpó La Gasca de Santa Marta, y, navegando una noche, día de Santa María Magdalena. les cayó un aguacero tan terrible, que todos los que estaban en los navíos nadaban sobre ellos. La cámara de popa, donde se alojaba Pedro de la Gasca, estaba tan llena de agua, que, no teniendo desaguadero, aunque la cama medía de alto más de tres palmos, cuando se dio cuenta ya estaban él y los colchones metidos en agua, así como el escritorio, donde iban todos los documentos de Su Majestad". De manera que, con gran riesgo de naufragio, pudo llegar a Nombre de Dios el día 27 de julio de 1546, con gran susto para los vecinos, porque temían que el que arribaba fuera Melchor Verdugo.

     (Imagen) Hablé ya de Hernán Mejía de Miraval, con ciertas dudas sobre si todas las aventuras que le adjudiqué eran suyas. He podido comprobar que fue otro capitán, llamado HERNÁN MEJÍA DE GUZMÁN, más viejo que el mencionado, el que tuvo un protagonismo muy importante para el éxito de Pedro de la Gasca, el cual, cuando llegó a Nombre de Dios, dio una lección de gran personalidad, a pesar de su contrahecha figura. Como nos dice Inca Garcilaso, se mofaron de él: "La Gasca fue recibido en Nombre de Dios con muchas armas y arcabuces por Hernando Mejía, sus soldados y los vecinos del pueblo, que le acompañaron con su gobernador, y todos le mostraron poco respeto, y ningún amor, especialmente muchos soldados que se desvergonzaban diciendo palabras feas y desacatadas, riéndose de la pequeñez de su persona y de la fealdad de su rostro. El presidente La Gasca, viendo lo que le convenía, hacía las orejas sordas, mostrando buen semblante a todos. Pero los clérigos de aquella ciudad se portaron como ministros de Dios, recibieron al presidente, y lo llevaron a la iglesia cantando el Te Deum Laudamus, de lo que él tuvo mucho contento viendo que también había en aquella tierra gente de buenos respetos". Luego ocurrió algo de grandes consecuencias: "La noche siguiente se le aumentó la alegría, porque HERNÁN MEJÍA, que era capitán de Gonzalo Pizarro, a quien le debía muchos favores, le fue a hablar a La Gasca en secreto, y se ofreció al servicio de su Majestad, y a ayudar a traer a los demás capitanes y soldados de Gonzalo Pizarro al bando del Rey". Veremos enseguida que las maniobras de Mejía enfadaron mucho a Pedro de Hinojosa, capitán de los barcos de Gonzalo Pizarro que controlaban las costas de Panamá. Pero Hinojosa será también seducido por el carisma de Pedro de la Gasca, momento clave para la derrota final de Gonzalo Pizarro, tras cuya victoria, Mejía fue a España. La imagen muestra, en un documento del año 1549, que figuraba como 'veinticuatro' (concejal) de Sevilla, y que era muy adinerado, puesto que le permitían llevar a Perú la barbaridad (en todos los sentidos) de quinientos esclavos negros.



miércoles, 29 de abril de 2020

(Día 1095) El hábil Pedro de la Gasca consiguió de Carlos V poderes absolutos, algo que no se atrevía a darle el Príncipe Felipe. Le acompañaba en el viaje el gran Alonso de Alvarado.


     (685) El cronista Santa Clara, siempre detallista, cuenta lo que ocurrió cuando Carlos V dio su conformidad al nombramiento de Pedro de la Gasca: "Llegados los despachos de su Majestad a Valladolid, el Príncipe Felipe, el comendador mayor (y secretario) Francisco de los Cobos, y los señores del Real Consejo enviaron al licenciado Pedro de la Gasca la carta que su Majestad le escribió desde Alemania, y el Príncipe le mandó otra en la que le pedía que dejase todos los negocios que le ocupaban en Valencia, y volviese cuanto antes".
     El cronista Inca Garcilaso nos hizo una breve exposición de los enormes poderes que le fueron concedidos a Pedro de la Gasca para actuar eficazmente en Perú. Sin embargo, por Santa Clara conocemos que no era lo previsto por el Príncipe Felipe y sus consejeros, pues ellos tenían la pretensión de que La Gasca llegara a aquellas tierras para utilizar medios diplomáticos, como se esperaba del clérigo que él era, y que, convenciendo pacíficamente a unos y a otros, todo volviera a la normalidad, quedando libre el virrey, y acatando los rebeldes su legítima autoridad por ser el representante del Rey. Pedro de la Gasca, con sibilina astucia, se marcó el primer tanto en aquel desmesurado proyecto. Pidió poderes absolutos, argumentando que, de no ser así, fracasaría. Ni el Príncipe Felipe ni los del Concejo Real se atrevieron a dárselos, pero le escribieron a Carlos V para que decidiera lo más conveniente: "Luego llegaron de Alemania los despachos de Su Majestad, dándole a Pedro de la Gasca poder bastante para todas las cosas que pedía, y lo concedió en Venlo (Holanda), que está sobre el río Mosa, a dieciséis de febrero de 1546". Nadie sabía entonces en la Corte que un mes antes, concretamente el día 18 de enero, el virrey había sido asesinado, algo de lo que Pedro de la Gasca se enteró cuando desembarcó en las Indias.
     Llegó el momento le partir. Lo hizo desde Sevilla, y Santa Clara comenta que iría en el viaje con él el gran Alonso de Alvarado, "al que había hecho merced el Príncipe Felipe de nombrarlo mariscal y maestre de campo, por habérselo pedido La Gasca". No es de extrañar que lo premiara, pues había sido uno de los mejores capitanes en Perú, siempre fiel a la Corona, y lo seguirá siendo en las próximas batallas, aunque, como sabemos, derrotado posteriormente en Chuquinga por el rebelde Francisco Hernández Girón, se deprimió tanto, que acabó mentalmente destrozado y murió poco después, el año 1556.
      El que no sabía qué hacer era Diego Álvarez Cueto, el cuñado del virrey, pues no veía claro el plan que La Gasca llevaba para Perú: "Viendo que Pedro de la Gasca iba tan solamente a poner remedios en los negocios que pasaban en aquellas tierras, y que no pensaba castigar (qué equivocado estaba) a los que habían maltratado al virrey, determinó quedarse en su casa, y le escribió a Blasco Núñez Vela contándole lo que pasaba en España, sin saber que ya había muerto".
     Luego añade que "los capitanes Jerónimo de Zurbano, mensajero del virrey, y Francisco Maldonado, mensajero de Gonzalo Pizarro, fueron con La Gasca al Perú, el uno para luchar al servicio de Su Majestad, y el otro para irse a su casa".

     (Imagen) Se diría que el cronista Pedro Gutiérrez de Santa Clara se estaba inventando algo, pero, una vez más, tenía razón. Nos va a precisar en qué momento exacto se enteró amargamente Pedro de la Gasca de que habían matado al virrey Blasco Núñez Vela. En su crónica dice que se lo contó 'Almindárez', sin que existiera ningún personaje de Indias llamado así. Pero aclaro el asunto confirmando que se refería a Miguel Díez de Armendáriz, quien ejerció el mando de la provincia de Santa Marta (Colombia) desde 1544, y del que ya hemos hablado. Veamos lo que dice (resumido): "Llegados a Santa Marta, enviaron a tierra gente para traer cosas de las que tenían necesidad, y el gobernador Armendáriz, que había sido criado de la emperatriz Doña Isabel, de gloriosa memoria (difunta esposa de Carlos V), sabiendo quién venía en los navíos y a lo que iba el presidente La Gasca a Perú, fue en una barca derecho al navío, acompañado con alcaldes, regidores y ciertos hombres principales de la ciudad, y, cuando subieron, se recibieron muy bien los unos y los otros. Entre otras muchas pláticas de buena conversación, le habló el gobernador al presidente La Gasca de la muerte del virrey, y de cómo Benito Suárez de Carvajal le había cortado la cabeza en la batalla que le dieron cerca de la ciudad de Quito. Esta noticia le pesó en gran manera a Pedro de la Gasca, y le preocupó mucho la turbación que puso en algunos caballeros que iban con él, por parecerles que los tiranos habían añadido a sus rebeldías anteriores otra más terrible, con lo que había ya poca esperanza de recuperar aquellas tierras". Pedro de la Gasca disimuló su horror, y, ocultando que estaba dispuesto a castigar a quienes no se sometiesen, procuró animarlos con planteamientos moderados: "Les dijo que ahora sería más fácil pacificar a los rebeldes, puesto que había muerto aquel a quien odiaban, de manera que serían reducidos por la clemencia de Su Majestad. Todas estas cosas les decía, no solo para animarlos, sino también para que las publicasen, y así todos los culpables tuviesen esperanza de ser perdonados, con lo cual se pacificaría la tierra; como, andando el tiempo, se hizo".



martes, 28 de abril de 2020

(Día 1094) Carlos V había seguido los consejos de su hijo, Felipe, y vio rápidamente en Pedro de la Gasca el hombre ideal para tan difícil misión.


    (684) El cronista Pedro Gutiérrez de Santa Clara ha quedado desvalorizado, y hasta con fama de poco fiable. Sin embargo, a medida que avanzo en su lectura, veo que tiende a contar los hechos de forma literaria, pero sin tergiversarlos, lo que da como resultado una información más extensa que la de los demás, más amena y con datos que, aunque solo él los aporta, se van confirmando indirectamente. Nos acaba de contar Inca Garcilaso que llegaron a España representantes de Gonzalo Pizarro y del virrey para informar de lo que sucedía en Perú. Santa Clara también habla del asunto, pero lo amplía, porque añade que, tras estar con el Príncipe Felipe, los que llegaron de Perú se atrevieron a ir hasta Alemania (concretamente, a Colonia) para hablar con el Emperador y entregarle las cartas que le enviaba su hijo. Y, además, nos revela que iba también como emisario el bilbaíno Jerónimo de Zurbano, acompañando a Diego Álvarez Cueto, cuñado del virrey, de quien los dos eran representantes. Dije en su día que Zurbano luchó contra Gonzalo Pizarro bajo el mando de La Gasca, pero, según este dato, ya lo habría hecho anteriormente sirviendo al virrey.
     Además de leer el contenido de las cartas que le envió su hijo, Carlos V escuchó las versiones sobre la situación de Perú que le dieron los emisarios de ambas partes. Le quedó claro que era inaceptable que los oidores de Lima hubiesen apresado al virrey, así como la rebelión que estaba iniciando Gonzalo Pizarro, pero también la torpeza del virrey al pecar de excesivo rigor en la exigencia del cumplimiento de las leyes, aunque se daba cuenta de que no hacía más que cumplir las órdenes que le dio: "Su Majestad sintió mucho lo que los mensajeros le habían dicho cada uno por su parte, y, como sabía bien la dificultad que había para pacificar las tierras del Perú a  no ser con blandos medios, le dijo con gran modestia y templanza a Francisco Maldonado (representante de Gonzalo Pizarro) que todo se haría muy bien, para poder solucionar los conflictos. Luego escribió a los de su Real Consejo y al Príncipe Felipe para que se hiciesen las cosas como ellos habían propuesto, de manera que se preparasen los documentos para que el licenciado Pedro de la Gasca fuese nombrado presidente de la Audiencia de Lima".
     Entonces Carlos V le envió una carta a Pedro de la Gasca. Santa Clara copia el texto, y, contagiado por las críticas que se le hacen, me parecía que no era auténtico, por tener una fecha imposible, pero, una vez más, el cronista me gana la partida: he comprobado que es una errata. Así que sigo confiando en él y resumo su contenido. El Rey da por hecho que La Gasca conoce bien lo que está pasando en Perú. Le dice que será necesario cambiar de estrategia: "Nos ha parecido que lo mejor es llevar los asuntos con blandura y moderación, y que vaya una persona con experiencia y celosa de nuestro servicio. Puesto que tenemos por cierto que en vos hay estas cualidades, deseamos elegiros y nombraros para ello". La Gasca estaba entonces en Valencia, y el Rey, que, sin duda, había hecho gestiones anteriormente para complacer al prudente clérigo con un cargo importante en alguna iglesia, le tranquiliza: "Cuando volváis del Perú, os honraremos y favoreceremos como corresponda". La carta está firmada en Colonia el 16 de agosto de 1545, y refrendada por Francisco de Eraso, quien, efectivamente, era allí su secretario.

     (Imagen) Para confiar en la autenticidad de una carta de Carlos V que transcribe el cronista Santa Clara, nos sirve el hecho de que está firmada en Colonia el año 1545, y refrendada por el secretario que allí tenía el Emperador. La carta está dirigida a Pedro de la Gasca, y en ella le comunica que le ha escogido para solucionar los gravísimos problemas de Perú. Ya que nos ha salido al paso ese secretario, hablemos de él: se trataba de FRANCISCO DE ERASO. Aunque sus padres eran de Eraso (Navarra), él nació en Madrid el año 1507. Era hijo de Hernando de Eraso, personaje de mucho relieve en el entorno de los Reyes Católicos, quien le abrió muchas puertas en la Corte. Ejerció como secretario de reyes al servicio de Carlos V y su hijo, Felipe II, y tuvo la suerte de coger gran experiencia trabajando a la sombra de Francisco de los Cobos, el gran secretario de Carlos V, tan apreciado por el emperador, que le regaló (de forma poco correcta) una bella culebrina (cañoncito) de plata maciza que le había dado Hernán Cortés, grabada con un pomposo lema: "Aquesta nació sin par; yo, en serviros, sin segundo; Vos, sin igual en el mundo". Para mayor descortesía, Los Cobos la fundió después. Fue Eraso quien formalizó el documento por el que Carlos V, el año 1555, dejó en manos de su hijo el gobierno de los territorios de Flandes y de las Indias. El emperador mostró entonces el aprecio que le tenía a su secretario diciéndole a su hijo que "estimase tanto el haberle dado estos reinos como el dejarle a Francisco de Eraso de consejero". No tardó en convencerse de su valía, pues lo nombró poco después secretario del Consejo de Indias, por fallecimiento de Juan de Sámano (al que ya mencioné). FRANCISCO DE ERASO conoció muy de cerca grandes acontecimientos y algunos espantos que los secretarios ven, pero se callan. Murió en Madrid el año 1570. Hombre muy adinerado, encargó para su tumba las estatuas que vemos en la imagen. Aparecen de rodillas él con Mariana de Peralta, su mujer, y, detrás, San Francisco de Asís, llamado el Poverello porque de riquezas sabía poco.










lunes, 27 de abril de 2020

(Día 1093) Pedro de la Gasca llegaba a Perú con unos poderes absolutos, como si fuera el Rey. Inca Garcilaso, que lo conoció siendo niño, habla de su deformado físico y de la valía y grandeza de su persona.


     (683)  López de Gómara indica escuetamente que el Rey le dio a Pedro de la Gasca todos los poderes que le pidió para poder actuar eficazmente en Perú. Volvemos a Inca Garcilaso para que nos aclare cuáles fueron. Prácticamente le permitió actuar como si fuera el Rey en persona: "Pidió (y le concedió) que le diese absoluto poder en todo, como Su Majestad lo tenía en las indias. Estaba autorizado a formar un ejército, a revocar las Leyes Nuevas que había llevado el virrey, a perdonar los delitos pasados que no pudiesen juzgarse de oficio, ni a instancia de parte, a poder enviar a España al virrey (no sabían que acababa de ser asesinado), si consideraba que convenía para la quietud del Perú, a poder gastar de la Hacienda Real todo lo que estimara conveniente, a conceder encomiendas de indios y a nombrar gobernadores en las tierras conquistadas y por conquistar. Por su parte, él, como hombre sabio, no quiso tener un salario, para que no se dijese que era el interés económico lo que le llevaba a los peligros y trabajos tan grandes que le esperaban, sino el celo de servir a su Rey".
     Al hablar López de Gómara sobre Pedro de la Gasca, comentó que tenía "mucho mejor entendimiento que disposición". La frase resulta confusa, y sale al quite Inca Garcilaso para aclararlo: "Lo dice Gómara porque Pedro de la Gasca era muy pequeño de cuerpo, con extraña hechura, pues de cintura para abajo tenía tanto cuerpo como cualquier hombre alto, y de la cintura al hombro no tenía una tercia (en aquella época, unos 30 centímetros). Andando a caballo, parecía aún más pequeño, porque todo era piernas, y de rostro era muy feo. Pero lo que la naturaleza le negó de las dotes del cuerpo, se las dobló en las del ánimo, pues redujo un imperio, tan perdido como estaba el del Perú, al servicio de su Rey. Yo le conocí, y particularmente le vi toda una tarde, pues estuvo en el corredorcillo de la casa de mi padre, que sale a la plaza de las fiestas, donde le hicieron unas muy solemnes de toros y cañas, y él las miró desde allí. Se alojaba en las casas que fueron de Tomás Vázquez, y ahora son de su hijo, Pedro Vázquez, donde también posó Gonzalo Pizarro (seguro que no entonces). Y, aunque aquellas casas tienen una esquina con una ventana grande, desde donde el licenciado La Gasca podía ver las fiestas, quiso verlas desde el corredorcillo de mi padre, porque cae en medio de aquella plaza".
     No escatima elogios Inca Garcilaso al hablar de Pedro de la Gasca, y, ciertamente, hay que reconocer que merece un lugar del máximo honor en la historia de las Indias, no como hombre de armas, sino como político y organizador, jugándose la vida a su manera, pues, de haber perdido la guerra, lo más probable era que lo ejecutaran. Añade el cronista: "Aunque sus hazañas no fueron de lanza y espada, lo fueron de la prudencia y el entendimiento que tuvo para dirigir la guerra hacia el fin que pretendía. Fueron hazañas de paciencia y sufrimiento para soportar los desacatos de la gente militar. También lo fueron de astucia y maña para vencer las trampas de sus contrarios, que de todo hubo mucho. Lo tendrá que reconocer cualquiera que considere en qué situación estaba aquel imperio cuando este varón aceptó aquel encargo de Su Majestad".

     (Imagen) Aunque vamos a ver la prodigiosa actuación de PEDRO DE LA GASCA en Perú, merece la pena saber sus andanzas anteriores. Fue un asombroso personaje, de figura contrahecha, pero a quien todos respetaban por su excepcional personalidad, con gran visión práctica de los conflictos diplomáticos y muy conocedor del alma humana, lo que le permitía llevar los conflictos a una serena solución. Nació en Navarregadilla (Ávila) en 1493. Era de familia de hidalgos bien situados. Se formó en Alcalá y en Salamanca, y practicó la vida austera preconizada por el cardenal Cisneros. Asimiló las influencias de grandes intelectuales como Francisco de Vitoria, iniciador del Derecho Internacional, y el cardenal Tavera, arzobispo de Toledo, e igualmente las de las corrientes humanistas de la época. Tomó de Bartolomé de las Casas su preocupación por el bienestar de los indios. Se había graduado como bachiller en Derecho Civil y como licenciado en Teología en el colegio mayor San Bartolomé, de la universidad de Salamanca, siendo luego rector de la institución. Fue canónigo de la catedral de Salamanca, ejerció como juez eclesiástico en la de Toledo, pasando después al Consejo de la Suprema Inquisición. Tuvo cargos políticos en la Corte cuando era secretario del Rey el poderoso Francisco de los Cobos. Le enviaron a Valencia a inspeccionar los tribunales y la Hacienda Real, donde cooperó para organizar la defensa de sus costas contra los ataques del turco Barbarroja, y también se le encargaron las obras la fortificación de las islas Baleares. Todo esto deja claro que sus cualidades eran multifacéticas. Allá por donde pasaba dejaba el recuerdo de su asombrosa eficiencia, y en la Corte se tomaba nota del prestigio que iba acumulando. Regresado de la Indias, fue merecidamente premiado con dos obispados sucesivos, el de Palencia y el de Sigüenza. EL OBISPO PEDRO DE LA GASCA partió de este ajetreado mundo el año 1567(se supone que con una sonrisa en los labios) en Sigüenza, siendo enterrado en Valladolid.



sábado, 25 de abril de 2020

(Día 1092) Carlos V, que estaba en Alemania, se llevó un gran disgusto al oír a los mensajeros de los dos bandos, pero se controló, y decidió enviar a alguien ducho en diplomacia. Nombró a Pedro de la Gasca, el cual llegó a las Indias mostrando sencillez, y pensando solo en solucionar los problemas.


     (682) Para mostrar con claridad lo que determinó Carlos V, el cronista Inca Garcilaso va a servirse de los textos de Francisco López de Gómara, cronista oficial de la Corte, gran escritor, aunque con tendencia (inevitable) a exponer los hechos a gusto de la Corona, el cual así lo cuenta (resumido): "El Emperador, cuando lo supo, tuvo a mal las revueltas de Perú, la prisión del virrey Blasco Núñez Vela, el desacato de los oidores que lo prendieron y la rebeldía de Gonzalo Pizarro. Mas templó su saña al ver que le presentaban una apelación de las Leyes Nuevas, y que cartas recibidas, así como su portador, Francisco de Maldonado (representante de Gonzalo Pizarro) echaban la culpa al virrey, porque las ejecutaba rigurosamente, a pesar de la apelación. Sintió pena también el Emperador por estar metido en la guerra de Alemania, por causa de los luteranos, mas, conociendo cuán importante era poner remedio en los reinos del Perú, pensó enviar a un hombre callado y negociador, que reparase los males sucedidos por ser Blasco Núñez bravo, indiscreto y mal negociador. Quiso enviar una oveja, puesto que un león no aprovechó. Y así, escogió al licenciado Pedro de la Gasca, clérigo y del Consejo de la Inquisición, hombre de muy buen entendimiento, y que se había mostrado prudente en las alteraciones de los moriscos de Valencia. Le dio los poderes que le pidió, así como las cartas y firmas en blanco que quiso. Revocó las Leyes Nuevas, y le escribió a Gonzalo Pizarro desde Alemania".
     Siempre que se ve la lista de quienes acompañaban a los virreyes que iban a las Indias, resulta impresionante el número de personas que estaban a su servicio y la gran cantidad de personajes notables que les rodeaban, muchos de gran valía militar, pero es de suponer que otros serían, más bien, de relumbrón. Por eso llama la atención la modestia que mostró en todo el gran Pedro de la Gasca, a pesar de la enorme autoridad que se le había signado. No le interesaba el brillo: lo suyo era la mayor eficacia al mínimo costo de bienes y de vidas: "Partió, pues, La Gasca con poca gente y poco fausto, aunque con título de presidente (de la Audiencia de Perú), y con mucha esperanza y reputación. Gastó poco en su flete y provisiones, por no gravar a la Corona, y por mostrar llaneza a los del Perú. Llevó consigo como oidores a los licenciados Andrés de Cianca y Rentería, en los cuales confiaba. Llegó a Nombre de Dios (costa atlántica de Panamá), y, sin decir a lo que iba, respondía a lo que le preguntaban engañando con sagacidad, y diciendo que, si no le recibiese Gonzalo Pizarro, volvería adonde el Emperador, pues él no iba a guerrear, sino a poner paz revocando las Leyes Nuevas y presidiendo la Audiencia. Mandó recado a Melchor Verdugo para que no viniese a servirle con sus soldados, sino que se mantuviese a la espera. Luego fue a Panamá, tras haber dejado en Nombre de Dios como capitán a Diego García de Paredes, porque andaban franceses robando por aquella costa".

    (Imagen) Nos cuentan los cronistas que, cuando llegó a Panamá Pedro de la Gasca, dejó como capitán de una tropa en Nombre de Dios a DIEGO GARCIA DE PAREDES. Era hijo natural (y legitimado) del famosísimo Diego García de Paredes convertido en leyenda de las guerras europeas por su extraordinarias fortaleza y valentía, el cual ha pasado a la Historia como "el Sansón de Extremadura". Ambos habían nacido en Trujillo (Cáceres). El hijo, en 1506, y se puede dar por cierto dos cosas: que él y Gonzalo Pizarro fueron amigos de la infancia, y que esa vieja amistad le iba a crear muchos problemas a Diego cuando Gonzalo se rebeló contra la Corona. La gloria alcanzada por su padre hizo mella en Diego, y, durante su larga estancia en las Indias, se entregó a heroicas empresas. Participó en el histórico apresamiento de Atahualpa. Volvió a España con Hernando Pizarro, y regresó a las Indias incorporado a la segunda expedición de Orellana por el Amazonas, y, cuando este falleció, Diego se hizo cargo de sacar a la tropa hasta las salvadoras aguas atlánticas. Fue después cuando La Gasca lo tuvo como capitán, pero llegó a sospechar que le traicionaría, dada su amistad con Gonzalo Pizarro. Volvió a confiar en él, pero veo en una carta que La Gasca envió al Consejo de Indias en 1548, un mes antes de la batalla de Jaquiguana (derrota y muerte de Gonzalo Pizarro), que criticaba duramente a Diego. En aquella peligrosa situación, Diego optó inteligentemente por alejarse de la guerra civil, y después fue de triunfo en triunfo. Fundó en Venezuela la ciudad de Trujillo, y se apuntó un difícil tanto: matar al temible Lope de Aguirre. Lo atrapó en Barquisimeto (subrayado en rojo en la imagen) el año 1561. Pero, genio y figura, hasta la sepultura: Aguirre hizo comentarios irónicos cuando el primer arcabuzazo falló; el segundo resultó fulminante. La brillante carrera de DIEGO GARCÍA DE PAREDES tuvo como último y merecido premio la gobernación de Popayán (Colombia), que había sido del difunto Belalcázar, pero ahí se le acabó la suerte, puesto que, nada más llegar, lo mataron los indios. Era el año 1563.



viernes, 24 de abril de 2020

(Día 1091) Fueron a España un mensajero de cada bando para pedirle al Rey una solución al conflicto. El Príncipe Felipe se reunió con sabios consejeros, y se pensó que había que suavizar las leyes y enviar a un hombre más diplomático que el virrey.


     (681) Inca Garcilaso deja súbitamente a Gonzalo Pizarro y a Carvajal disfrutando de sus éxitos en Lima, y nos traslada a España, donde se va a diseñar algo decisivo para el futuro de las guerras civiles. Llegaron a la Corte dos emisarios desde Perú, pero sin saber que, durante su viaje, había sido derrotado y asesinado el virrey: "Vinieron a España Diego Álvarez Cueto (cuñado del virrey) y Francisco Maldonado, embajadores, este, de Gonzalo Pizarro, y aquel del virrey Blasco Núñez Vela. Fueron a Valladolid, donde residía la Corte, y gobernada el Príncipe Don Felipe, por ausencia del emperador, su padre, que estaba en Alemania. Cada uno de los embajadores informó como mejor pudo (extraña situación), a su Alteza y a los del Consejo de Indias, de lo que sucedió en Perú hasta que salieron ellos, pues aún no había ocurrido la muerte del virrey"
     Al Príncipe Felipe le apenó mucho conocer los horrores de aquellas guerras, y decidió aconsejarse por medio de varios notables. La lista incluye a políticos importantes y a altos dignatarios de la Iglesia, poniendo de manifiesto el gran peso administrativo que estos últimos tenían. Reunió a los siguientes: el cardenal Juan Tavera, arzobispo de Toledo, el cardenal García de Loaysa, arzobispo de Sevilla, Don Francisco de Valdés, presidente del Consejo Real y obispo de Sigüenza, el Duque de Alba, el Conde de Osorno, el Comendador Mayor de León, Francisco de los Cobos, el Comendador Mayor de Castilla, Don Juan de Zúñiga, el licenciado Ramírez, obispo de Cuenca y presidente de la Audiencia de Valladolid, los oidores del Consejo de las Indias y otras personas de gran autoridad.
     Regir el gran imperio español tenía el grave inconveniente de las enormes distancias. Cuando el Príncipe Felipe y sus asesores se percataron de que era una barbaridad que el virrey tratara de imponer las Leyes Nuevas como un Quijote solitario (y estricto cumplidor de su deber), comprendieron que era necesario rectificar los planteamientos: "Se admiraron de que las Leyes  Nuevas, que se habían hecho para bien de los indios y los españoles de Perú, se hubiesen trocado tan en contra, que hubiesen sido la causa de la destrucción de los unos y de los otros, y de haber puesto aquel reino en peligro de que el Emperador lo perdiese".
     Era un problema peliagudo, y hubo dos planteamientos diferentes. Algunos pensaron que había que responder al desafío con las armas, preparando un ejército poderoso con capitanes de gran valía. Pero pronto se desechó, por extraordinariamente costoso, y por la dificultad de transportarlo a través de dos mares, el Atlántico y la costa del Pacífico. Quizá en un alarde de optimismo, confiaron en otra solución, aparentemente demasiado suave, pero que iba a resultar eficaz. Para ello, tenían que encontrar a un hombre excepcional, un mirlo blanco: "Puesto que el mal había nacido del rigor de las leyes y de la aspereza del carácter del virrey, había que cambiar las leyes, y enviar con ellas a un hombre blando, prudente, con experiencia, sagaz, astuto, mañoso y que supiese manejar las cosas de la paz y de la guerra. Eligieron al licenciado Pedro de la Gasca, clérigo, y así se lo escribieron a Su Majestad, para que aprobase la elección".

     (Imagen) Ya hablamos de que ALONSO DE TORO, gran capitán, pero de pésimo carácter, murió a manos de su suegro. Dado que circulan muchos errores sobre cómo y cuándo ocurrió, recurro ahora al cronista Santa Clara porque nadie como él abunda en detalles. Alonso tenía el mando en el Cuzco, en representación de Gonzalo Pizarro: "Estaba casado con una mujer muy virtuosa, llamada Catalina de Salazar, hermosa y moza de unos 25 años, y sus padres vivían con ellos, porque eran pobres y recién venidos de la ciudad de Toledo. Este Alonso le daba muy mala vida a su mujer, porque metió en la casa a una india a la que tenía como manceba, y era de las principales de aquella tierra, a la que amaba más que a su mujer porque la había tenido ya antes de casarse. Viendo la madre de su mujer la crueldad con que su yerno trataba a Catalina, se lo reprendía, y él, enojado, la maltrató, y también a su hija, de cuyo pesar enfermó la madre, y murió. Viéndola muerta su marido, Juan Rodríguez, y a su hija tan mal casada, le tomó grandísimo odio a Alonso. Un día que le vio aporrear a su hija, arremetió contra él y lo mató a cuchilladas. Luego el anciano se retiró al monasterio de Santo Domingo, donde hizo profesión religiosa y, al cabo de unos años, dio su ánima al Creador". Nadie quiso que se castigara a Juan Rodríguez, por considerar comprensible su reacción, y porque ALONSO DE TORO era admirado como militar, pero despreciado como persona. Y, sin embargo, quien más tenía que haberse alegrado de su muerte, Francisco de Carvajal, porque Alonso de Toro lo odiaba desde el día en que le arrebató el importante puesto de maestre de campo de Gonzalo Pizarro, no pudo evitar las lágrimas (a pesar de su corazón de piedra) cuando se enteró: "Carvajal se lo dijo luego a sus capitanes con tanta tristeza y dolor como si el difunto fuera su hermano. En vida fueron estos hombres mortales enemigos, pero él aseguró que no lo hacía porque le quisiera bien, sino porque era un gran servidor y amigo de Gonzalo Pizarro. Y, además (añade el cronista), porque adivinaba que, andando el tiempo, le iba a hacer mucha falta".



jueves, 23 de abril de 2020

(Día 1090) Inca Garcilaso amplía datos sobre la manera miserable con que Juan de la Torre consiguió que le mataran al hermano del virrey. A pesar de la crueldad de Francisco de Carvajal, fue muy bien recibido en Lima por su fama de gran capitán.


     (680), Inca Garcilaso nos amplía algunos detalles que desconocíamos sobre una lamentable tragedia ya contada: "Volviendo a nuestra historia diré que en el tiempo en que Gonzalo Pizarro estaba en esta ciudad de Lima, acaeció la desgraciada muerte de Vela Núñez, hermano del virrey, que la causó el capitán Juan de la Torre Villegas (ya vimos su mala catadura), el cual se había casado años antes con una india, hija de un cacique. Los indios, viéndose favorecidos con el parentesco de aquel español, le enseñaron una sepultura de sus antepasados, donde había más de ciento cincuenta mil ducados en oro y esmeraldas finas. Viéndose tan rico, Juan de la Torre deseó huirse de Gonzalo Pizarro y venirse a España". Luego Juan de la Torre convenció a Vela Núñez para que se fugara con él, y, según el cronista, lo hizo para que le amparase en España, porque tenía miedo de que le castigasen por su mal historial, en el que figuraba haberle arrancado pelos de la barba a la cabeza cortada del virrey, luciéndolos después en su sombrero (como ya vimos). Al parecer, Vela Núñez se volvió atrás, y Juan de la Torre renunció al plan, pero se vengó de Vela Núñez contándoselo a Gonzalo Pizarro, con lo que se ganó un tanto como hombre arrepentido: "Por lo cual le cortaron la cabeza a Vela Núñez, aunque se dijo que Gonzalo Pizarro lo había hecho más por persuasión del licenciado Carvajal, que por  ganas de matarle, pues siempre creyó que era de blanda condición, por lo que había sido incitado y no incitador. Así acabó este buen caballero, por culpa de un traidor que lo fue de muchas maneras".
     Se podría decir que en aquellos momentos Gonzalo Pizarro había salido vencedor de las guerras civiles. Si no fuera por un pequeño detalle: iba a comenzar otra, que acabó con todos sus sueños y con su vida. Sueños de ser el gobernador del inmenso territorio peruano, e incluso, a ratos, impulsado por la excitación de lo conseguido y por los consejos de muchos aduladores, se dejaba tentar por la demencial idea de convertirse en rey de un Perú independiente.
     En ese ambiente de euforia, vivía disfrutando de su sabroso triunfo, y, dado que ya reinaba la calma, también Francisco de Carvajal decidió presentarse en Lima para festejarlo. Era muy consciente de que no solo tenía fama de cruel, sino que, además, por todas partes se admiraban sus brillantes hazañas militares: "Salió Gonzalo Pizarro de la ciudad a su encuentro, y le hizo un solemne y triunfal recibimiento, como a capitán que tantas victorias había ganado. Había dejado Carvajal en la Villa de la Plata, como teniente de Gonzalo Pizarro, a Alonso de Mendoza, y llevó cerca de un millón de pesos de plata, sacados de las minas de Potosí de las encomiendas de indios. Le repitió a Gonzalo lo que le había dicho en la carta enviada anteriormente acerca de que se hiciera rey".
     A medida que avanza esta historia, vemos que Alonso de Mendoza continuaba siendo un capitán imprescindible para Gonzalo Pizarro, habiendo entre ambos una (aparente) unión sin fisuras. Era un extraordinario capitán (como ya vimos anteriormente), pero debía de llevar por dentro la amarga inquietud de que la rebeldía de Gonzalo contra el Rey era un despropósito, y, no tardando mucho, lo abandonará.


     (Imagen) Aclaremos algunos datos sobre el licenciado BENITO SUÁREZ DE CARVAJAL. Vamos a ver por qué se convirtió en fiel seguidor de Gonzalo Pizarro (que estuvo a punto de ejecutarlo), y por qué se comentaba de él que le había presionado para que ejecutara a Vela Núñez. Ya sabemos que el virrey, cuando aún vivía, sospechó que le traicionaba Illán Suárez de Carvajal, hermano de Benito, y lo mató. Después de entrar Gonzalo Pizarro victorioso en Lima, supo que había huido Vaca de Castro con un barco suyo, y se enfureció. Pensó que algunas personas le habían ayudado, y ordenó detener a los que le parecían de dudosa fidelidad, siendo en su mayoría los que habían huido del Cuzco y los que no quisieron alistarse en sus tropas. Los apresaron a todos, y, entre ellos, a Carvajal. Casi de inmediato, le mandó Francisco de Carvajal que se confesase y que hiciese testamento, porque lo iban a matar. Ya estaba el verdugo presente con el cordel y el garrote, pero muchos se dieron prisa en suplicar a Gonzalo Pizarro que lo perdonase. Le hicieron ver que, si lo mataban a él, que era una de las personas más importantes de Lima, no había duda de que tendrían que hacer lo mismo con todos los demás presos. También le decían que tuviera en cuenta que, a su hermano, el factor Illán Suárez de Carvajal, lo había matado el virrey precisamente por creerle amigo suyo y que le iba a traicionar. Esa era una débil razón, puesto que Gonzalo sabía que el virrey lo hizo sospechándolo equivocadamente. El último argumento era más sólido: le aseguraron que el licenciado Carvajal le había de servir fielmente, aunque solo fuera para vengar la muerte de su hermano (y así fue). Pero la rabia de Gonzalo Pizarro no se calmaba, y no quiso ceder. Quedó el último recurso: el soborno. Le ofrecieron mucho oro a Francisco de Carvajal, el único que podía hacerle cambiar de idea a Gonzalo Pizarro. Y se produjo el milagro: no solo perdonaron al licenciado Carvajal, sino que, además, dejaron en libertad a todos los apresados. También tuvo Benito algún tropiezo con Francisco Pizarro, quien, en 1538, le quitó una encomienda de indios, pero, como se ve en la imagen, el Rey ordenó que se la devolvieran.



miércoles, 22 de abril de 2020

(Día 1089) Inca Garcilaso, quien, de niño, conoció bien a Gonzalo Pizarro, critica a quienes escribieron que, cuando entró triunfal en el Cuzco, se dejó llevar por la soberbia, la crueldad y la avaricia.


     (679) Inca Garcilaso narra que, cuando, tras haber partido de Quito, Gonzalo Pizarro llegó a la ciudad de Lima, hizo una entrada a lo grande, y, aunque no quiso que fuera tratado como rey, su comportamiento cambió, volviéndose más altivo. Pero se decían muchas exageraciones sobre él, y el cronista sale en su defensa: "Gonzalo Pizarro, habiendo adorado al Señor en la iglesia catedral, fue a su casa, que era la del Marqués, su hermano (y en la que le mataron), donde dicen que vivió de allí adelante con mucha pompa, pero, como cristiano, digo en verdad que no tuvo la ostentación que le achacan. También se habló de que usaba ponzoña para matar a algunos. Lo cual es un testimonio falso, porque nunca pasó, pues, si algo de esto hubiera, también lo habría visto yo entonces, y habría bastado esta maldad para que todo el mundo lo aborreciera, y, sin embargo, se ha dicho en muchas partes que era muy querido. He de decir, con verdad y sin ofensa de nadie, lo que yo vi, pues mi intención no es otra sino la de contar llanamente lo que pasó, sin lisonja ni odio, pues no tengo por qué tener lo uno ni lo otro" 
     Acto seguido, Inca Garcilaso tira de muy viejos recuerdos (la crónica la publicó en 1617). No olvidemos que él nació el año 1539, en el Cuzco: "Yo conocí a Gonzalo Pizarro, de vista, después de la batalla de Huarina (fue en la que Gonzalo derrotó a Diego Centeno, año 1547), hasta la de Jaquijaguana (derrota y muerte de Gonzalo, año 1548), lo que fueron en total casi seis meses, y la mayoría de aquellos días estuve en su casa, y vi cuál era su trato dentro y fuera de ella. Todos le hacían honra, como a persona superior, y él se dirigía a ellos, vecinos y soldados, tan afablemente, que ninguno se quejaba de él. Nunca vi que nadie le besase la mano, ni él lo permitía aunque se lo pidieren, por modestia. Ante todos se quitaba la gorra llanamente, y a Carvajal, como dije, lo llamaba padre. Le vi comer algunas veces. Lo hacía siempre con gente, en una mesa larga en la que cabían hasta cien hombres. Sentábase a la cabecera de ella, dejando junto a él un espacio libre, y más allá se ponían todos los soldados que lo deseaban, pues los capitanes y vecinos comían en sus casas. Yo comí dos veces a su mesa, porque me lo mandó. Uno de los días fue la fiesta de la Purificación de Nuestra Señora. Su hijo Don Fernando, y Don Francisco, su sobrino, hijo del Marqués, y yo con ellos, comimos de pie en aquel espacio que quedaba en la mesa, sin asientos, y él nos daba de su plato lo que habíamos de comer. Allí vi todo lo que he dicho, y, como testigo de vista, lo certifico. Los historiadores debieron de tener informadores apasionados de odio y de rencor".
     Trata igualmente de desmontar otras acusaciones: "Le acusan asimismo de que, quedándose con todos los quintos y rentas reales, y con los tributos de los indios que tenían sus enemigos, todo lo cual venía a ser las dos terceras partes de las rentas del Perú, sin embargo, no pagaba a la gente de guerra, por lo que la tenía muy descontenta. Pero luego que dicen es que, cuando le mataron, no le hallaron tesoros escondidos. Le dan también fama de adúltero, con gran reprobación de su delito, como es justo que se haga de casos semejantes, principalmente en los que mandan y gobiernan". Este último comentario parece hacerlo con la boca pequeña, por ser algo tan frecuente en aquella época, y en lo que incurrió el mismo Inca Garcilaso. De Gonzalo Pizarro se llegó a decir, como ya vimos, que eliminó al marido de una amante.

     (Imagen) Llama la atención que el alto clero fuera junto a Gonzalo Pizarro durante su entrada triunfal a Lima, nunca se sabrá si por miedo, convencimiento u oportunismo, o por un revoltijo de todas esas motivaciones. Es de suponer que verían como una barbaridad la rebeldía de Gonzalo Pizarro y el asesinato del virrey, pero ahí estaban haciendo el papel de forzados comparsas los cuatro obispos de aquellos territorios: "Llevaba cuatro obispos a su lado. A la mano derecha, el arzobispo de Lima (Jerónimo de Loaysa), a cuyo lado iba el obispo de Quito (Garci Díaz Arias); a la mano izquierda, el obispo del Cuzco (Juan Solano), y a su lado el obispo de Bogotá (Martín de Calatayud), que había ido a Perú para consagrarse por mano de aquellos tres prelados". Los cronistas pocas veces se equivocan, y he podido comprobar que Inca Garcilaso acierta al decir que estaba allí el obispo de Bogotá. FRAY MARTÍN DE CALATAYUD, de la orden de San Jerónimo, llegó de España para ocupar la sede episcopal de Santa Marta (Colombia). En el camino, había sobrevivido con increíble suerte a la caída de un rayo, muriendo a su lado electrocutados los dos hermanos de Gonzalo Jiménez de Quesada, fundador de Bogotá y uno de los mejores y más humanos conquistadores de las Indias. Cuando, el año 1545, Pedro de Ursúa tomó posesión cono gobernador provisional de Bogotá, iba con él, como obispo recién nombrado de la diócesis, FRAY MARTÍN DE CALATAYUD, el cual fue bien recibido, pero los miembros del cabildo se opusieron a que gobernara la diócesis porque aún no había sido consagrado. Decidió ir a Lima para que allí lo hiciera el arzobispo Loaysa (como explica Inca Garcilaso). Se efectuó la ceremonia, y fray Martín regresó a Santa Marta, pero allí enfermó, y murió, en 1548, cuando ya iba a a partir hacia Bogotá. La imagen muestra el inicio de una carta que le envió al Rey en 1546 (18 días después de que asesinaran al virrey), y le dice que iba a procurar que "no se contagiase (Bogotá) de los daños que había en Perú", y que partía hacia allá para ser consagrado obispo. Le añadía que "tenía también esperanza de que Su Majestad les haría merced de aplicar con alguna moderación las Leyes Nuevas (la gran pesadilla de los españoles y causa de las guerras civiles)".



martes, 21 de abril de 2020

(Día 1088) Matías Morales de Ambún sobrevivió por un fallo del verdugo. Muchos pensaron que era un milagro. Si volvió adonde los soldados, fue, probablemente, con intención de matar a Carvajal.


     (678) Es el momento de intercalar lo que cuenta el cronista Santa Clara de la historia del, en su día, 'resucitado' Matías Morales de Ambún, del que hemos visto, primeramente, que Carvajal decía que lo 'desahorcó', y, después, cómo terminó por matarlo. Santa Clara lo explica como una anécdota asombrosa que muchos consideraron un milagro, aunque todo apunta a que Matías Morales se aprovechó de la credulidad supersticiosa de quienes le escuchaban. También lo creía así Santa Clara, pero el asunto le tenía asombrado: "Estoy perplejo, y muy dudoso de contar algo que sucedió en esta tierra. Pero como lo vieron muchos, me atreveré a decir lo que pasó. Francisco de Carvajal fue a hacer reverencia a Morales de Ambún, el cual había quedado muerto en el campo en que fue derrotado y ejecutado Lope de Mendoza. Cuando Carvajal y algunos que estaba con él le vieron vivo, quedaron asombrados. Por lo cual le iban a ver los soldados alabando a Dios por haber querido mostrar en este hombre su divina misericordia, y le miraban como a hombre que venía del otro mundo".
     También Carvajal le miraba con esos ojos: "Fue muy cortés con él, y mandó que le diesen lo que necesitara, más un caballo, pero él no quiso recibir cosa alguna, diciendo que quería cumplir un voto que había hecho a Dios Nuestro Señor. Él andaba por el campamento de la tropa, pero apartado y solo, rezando y encomendándose a Dios".
     De forma indirecta, sabemos que Santa Clara se puso también en contacto con él, ya que, como curioso cronista, no pudo resistir la tentación de hacerle preguntas a Morales para conocer algo más de lo que parecía una experiencia mística, aunque es fácil adivinar lo que realmente ocurrió. El cronista llegará, un poco decepcionado, a la misma conclusión: "Estando yo y él después en la Villa de la Plata (poco antes de que mataran 'de verdad' a Morales), en casa de Juan de Orellana, le pregunté a Morales qué había sentido cuando se le arrancaba el alma del cuerpo, y qué es lo que había visto del otro mundo. Me respondió hablando a manera de fraile bendito: 'Cuando me empezaron a apretar con el cordel y con el garrote, sentí tan insoportable dolor como el de quien está padeciendo la cruda muerte. Quedando ya muerto, vi ante mí una grandísima claridad, y se me presentó la madre de toda piedad, la Virgen Santa María, y me parecía que estaba en un vergel muy deleitoso. Luego me devolvió a este mundo, diciéndome que mudase de vida y que hiciera penitencia por mis grandes culpas y pecados. Después me quité el garrote, y, estando solo en el campo, vine a esta villa buscando un monasterio para hacerme fraile".
     Entre los que le oían, hubo opiniones para todos los gustos. Muchos lo consideraron un timador. Otros pensaron que le tocó en suerte un milagro. Pero hay dos cosas que son suficientes para explicarlo, y que hasta el mismo Carvajal las vio después claras, aunque faltó poco para que fuera víctima de un atentado mortal. Se sabía que Morales fue el último que pasó por las manos del verdugo, quien, por descuido o por cansancio de la tarea, hizo una chapuza de ejecución, sin matar del todo a Morales, e incluso se fue dejándole puesto el garrote. Eso explicaría su 'resurrección'. Lo que tampoco resulta misterioso es que el 'difunto' fuera al encuentro de las tropas de Carvajal: "Morales no tenía más fin que el de la venganza por la muerte que quiso darle. Su objetivo, pues, era matarlo, y fue lástima que ocurriera lo contrario, pues el verdugo no falló la segunda vez".

     (Imagen) Tras su reciente victoria, Francisco de Carvajal se dedicó a gestiones de tipo político, militar y administrativo. Entre otras cosas, necesitaba obtener la mayor cantidad posible de plata de las minas de Porco, situadas en Potosí. Por medio de dos mensajeros, le pidió que se encargara de conseguirlo a PEDRO DE SORIA, que era mayordomo del Hernando Pizarro, y administraba sus haciendas en aquella zona, minas incluidas, a quien sin duda tendría al corriente de todo durante su presidio en el Castillo de la Mota (Medina del Campo), aunque, como veremos, a Pedro de Soria solamente le quedaba un año de vida. En una carta que le mandó Gonzalo Pizarro desde Quito el 21 de enero de 1546, se ve que le tenía una gran confianza, pero se muestra algo molesto por las peticiones de ayudas y concesiones de indios que Soria le hizo para varias personas. Le añade que él no tiene la culpa de que algunos hayan creado problemas en la zona, y que, sin duda, "Alonso de Toro los hará cuartos". Pedro le había puesto al corriente de que los vecinos de Arequipa eran unos bellacos, y Gonzalo le contesta que confía en que "Francisco de Carvajal se habrá dado buena maña en ese asunto y ya estará todo remediado". También le había pedido ayuda para los numerosos hijos de Francisco de Almendras (al que, como sabemos, mató Diego Centeno), y le responde que se cuidará de ello a su tiempo. Le comunica a Soria que le ha dado a Pedro de Hinojosa las encomiendas de indios que les había quitado a Diego Centeno y Lope de Mendoza (quien ya había sido ejecutado). Le dice que deje pendiente las cuentas de las haciendas de Hernando Pizarro hasta que él escriba desde España. Y le comunica un dato escueto pero impresionante: "Vino hace poco tiempo Blasco Núñez (el virrey) con el gobernador Belalcázar y 450 hombres, salí a darle batalla, en la cual quiso Nuestro Señor darnos victoria, y matamos al virrey y a sus capitanes, quedando nosotros tan en paz y tranquilos como creo que lo estaremos siempre". Eso ocurrió tres días antes de firmar la carta, y, en su ceguera, Gonzalo Pizarro no imaginó que Pedro de la Gasca, quien ya estaba de camino, le cortaría la cabeza, no solo a él, sino también a PEDRO DE SORIA.



lunes, 20 de abril de 2020

(Día 1087) Eran muchos los capitanes que le pedían a Gonzalo Pizarro que se convirtiera en Rey de Perú. Le hacía cosquillas la idea, pero tuvo la sensatez de verlo como un imposible. Inca Garcilaso niega que fuera un hombre poco capaz.


     (677) Algo había en Francisco de Carvajal que le encantaba a Gonzalo Pizarro, y terminaba por perdonarle todo: "Viendo que Carvajal le miraba con tanto afecto y le decía lo que a él más le convenía, le llamó en adelante padre, porque como tal procuraba el aumento de su grandeza y la perpetuidad de ella. También le dijeron casi lo mismo (que se hiciera rey de Perú) Pedro de Puelles, el licenciado Cepeda, Hernando Bachicao y sus más íntimos amigos, que eran muchos". La locura de aquella rebeldía era total, llevando el deseo de independencia al máximo nivel, con un ejército que la defendiera: "Le decían a Gonzalo Pizarro que se proclamase Rey y no tratase de enviar procuradores al Emperador, sino de  tener muchos caballos y armas, que eran los verdaderos procuradores, que se quedase con los quintos (la quinta parte del botín logrado por los conquistadores) y las rentas reales que Cobos (Secretario del Rey) se llevaba sin merecerlo. Todos, en fin, decían que aquella tierra era suya, pues la habían ganado a su costa, derramando en la conquista su propia sangre".
     Inca Garcilaso recoge un párrafo del cronista Diego Fernández (el Palentino), en el que muestra a Gonzalo Pizarro seducido por tanta lisonja, y lo describe de forma poco favorable, haciéndonos saber, además, que, como su hermano Francisco Pizarro, también era analfabeto: "Todo esto lo oía Gonzalo Pizarro de buena gana, pues los hombres generalmente desean mandar. Además, era de entendimiento algo grosero, no sabía aún leer y miraba poco los inconvenientes. Como el licenciado Cepeda era tenido por sabio, muy leído y de buen juicio, todos aprobaban lo que decía, y, todas las veces que estaban en conversación, no se trataba de otra cosa".
     Sin embargo, Gonzalo Pizarro, aunque disfrutaba imaginándose rey, no quiso dar paso tan peligroso (bastante comprometido estaba): "No quiso nombrarse Rey porque el respeto natural que a su Emperador tenía pudo en él más que la persuasión de sus amigos. Y también porque nunca perdió la esperanza de que le concedería la gobernación de Perú, por haberlo ganado con sus hermanos". Le parecía asimismo muy justificable todo lo que había ocurrido con el virrey, ya que consideraba que fue culpa de su intransigencia que las cosas se deterioraran tanto.
      También por no dar el paso fue criticado Gonzalo Pizarro, y el cronista Inca Garcilaso va a salir en su defensa (incluso contra el comentario que el Palentino acaba de hacer sobre sus carencias): "Por no haberse atrevido a hacerlo, la gente lo atribuyó a falta de juicio y de ánimo, y no por tener buen respeto a su Rey, y le motejaron de ser corto de entendimiento, lo cual también dijeron los historiadores, sin conocer la verdad, pues Gonzalo Pizarro, para los que le conocían de cerca, era hombre de bastante entendimiento, nada engañador ni de promesas falsas, sino hombre de verdad, de bondad y nobleza. Confiaba en sus amigos, y lo destruyeron".
      Al hilo de lo que cuenta Inca Garcilaso sobre las críticas a Gonzalo Pizarro, habla de algo que era de suponer (sobre todo porque sigue ocurriendo). Comenta que la gente poderosa, del Rey para abajo, solía presionar a los cronistas para que contaron los hechos de forma sesgada, en beneficio de algunos intereses políticos. Se observa, por ejemplo, en todos los cronistas, Inca Garcilaso incluido, que pasan de puntillas por encima de todas las responsabilidades de los reyes en los abusos cometidos con los indios. Y se diría que escriben aliviados y gozosos cuanto tienen que ensalzarles algún mérito verdadero.

     (Imagen) Hace falta ser muy crápula para traicionar a los compañeros de una conspiración, sabiendo que les va a costar la vida. Vimos en la imagen anterior que eso fue lo que hicieron ANTONIO DE LUJÁN y JUAN REMÓN. No encuentro ningún rastro posterior de Luján, pero sí alguno sobre Remón. En 1554, Felipe II, aún Príncipe, le agradece "su comportamiento en la pacificación de los rebeldes de la Villa de la Plata". Ese dato lo confirma otro capitán, JUAN ARIAS ALTAMIRANO, al presentar, en 1557, su expediente de méritos. Eso es todo; pero me serviré de ese documento (la imagen muestra la primera página) para que se vea cómo contaban sus peripecias aquellos conquistadores. Juan Arias habla, como solía hacerse, en tercera persona, y lo que dice (resumido) es lo siguiente: "Hará 17 años que llegó al Perú. Ha servido a Vuestra Alteza en todo lo que se le ha ofrecido, en especial en la tiranía de Don Sebastián de Castilla (posterior a la de Gonzalo Pizarro), y fue uno de los seis que ayudaron al capitán JUAN REMÓN (lo llama Ramón) a desarmar y prender a Don García Tello, capitán del tirano, que iba con 35 hombres a matar al Mariscal Alonso de Alvarado, y tomar y robar las ciudades de La Paz y Arequipa, por cuyo desbarate y prisión muchos escandalosos se sosegaron, y se pusieron a vuestro real servicio. Cuando después Blasco Godínez, maestre de campo de la dicha tiranía, mató a Don Sebastián de Castilla (convirtiéndose en caudillo de los rebeldes), le envió el Mariscal, en compañía de Juan Remón, a prenderlo, como lo hicieron, a él y a sus 60 hombres, y los tuvo en guarda 45 días, hasta que se hizo justicia de ellos. En la batalla de Chuquinga (año 1554, de donde salieron derrotados por Francisco Hernández Girón), le hirieron de un arcabuzazo en el muslo. Pero también participó en la de Pucará (año 1555), donde derrotaron definitivamente a Francisco Hernández Girón". Está claro que JUAN REMÓN permaneció, sin más traiciones, fiel a la Corona. Lo cual le honra, aunque no fuera tan ejemplar como JUAN ARIAS ALTAMIRANO.



sábado, 18 de abril de 2020

(Día 1086) Carvajal siguió ejecutando a conspiradores, y le animó a Gonzalo para que se nombrase Rey de Perú, puesto que el de España no le iba a perdonar lo ya hecho. Hasta le aconsejaba cómo reinar.


     (676) Pero se daba la circunstancia de que Francisco de Carvajal era un artista de la sospecha, su gran defensa para sobrevivir a peligros constantes: "Como velaba por sí con mucho cuidado, y, además, tenía fieles amigos, se enteró de la trama de los conjurados, prendió a algunos de ellos, y los hizo cuartos con gran rabia, diciendo: 'El  señor Diego de Valmaseda y otros muchos caballeros de la campaña del Río de la Plata (en la zona de Tucumán) me querían matar, a pesar de haberlos yo tratado bien, y haberles hecho más honor que a los servidores de Gonzalo Pizarro, mi señor'. Habiendo ajusticiado a unos siete de los más principales, perdonó a los demás. Y, para asegurarse de ellos, que los veía muy ásperos, los envió como desterrados adonde Gonzalo Pizarro, a quien había escrito una larga relación de todo lo sucedido".
     A Francisco de Carvajal le dio un calentón en la cabeza, y le animó a Gonzalo Pizarro para que se atreviera a dar un paso demencial, que supondría situar Perú fuera de los dominios del imperio español: "Anduvo muy imaginativo sobre las cosas de Gonzalo Pizarro, planeando que se perpetuase en la posesión de aquellas tierras no solo como Gobernador, sino como señor absoluto, pues las había ganado juntamente con sus hermanos. Le escribió una carta larga pidiéndole que se llamase Rey".
     Su razonamiento se fundamentaba en una verdad inapelable, lo que pone de manifiesto que su tétrica visión del futuro era clarividente. Cuando, más tarde, se vieron en Lima, le dijo a Gonzalo: "Señor, muerto un virrey en batalla campal, cortada su cabeza y puesta en la picota, habiendo sido la lucha contra el Estandarte Real de su Majestad, y habido tantas muertes robos y daños como se han hecho, no hay ya que esperar perdón del Rey ni convenio alguno, aunque vuestra señoría dé suficientes disculpas y quede más inocente que un niño de teta. Solo procede que vuestra señoría se alce y se llame Rey, y que tome de su propia mano la gobernación y el mando que espera de la ajena. Ponga corona sobre su cabeza, y reparta lo que hay disponible en estas tierras entre sus amigos y valedores. Lo que el Rey concede en herencia solo para los hijos, déselo a ellos como mayorazgo perpetuo, con títulos de duques, marqueses y condes, como los hay en todos los reinos del mundo, pues, para defender ellos sus posesiones, defenderán las de vuestra señoría".
     No paró ahí la cosa. Carvajal le dio otra lección de fina política. Le dijo que tenía que ganarse el favor de la clase aristocrática inca, empezando por casarse con alguna india de su alta nobleza, para luego ganarse el favor de todos los príncipes permitiéndoles que recuperaran su autoridad tradicional, de manera que gobernaran ellos directamente a los indios, pero siempre sometidos a la autoridad suprema del nuevo rey, Gonzalo Pizarro. Le acariciaba los oídos recordándole sus, sin duda, grandes méritos, por haber sido él y sus hermanos los grandes héroes de la conquista de Perú, y espoleaba su pundonor diciéndole: "Quien puede ser rey por la fuerza de su brazo, no deber ser siervo por falta de ánimo. Solo hace falta dar el primer paso y la primera voz. Corónese vuestra señoría, y llámese Rey, y no súbdito, pues lo ha ganado por sus brazos".

     (Imagen) Francisco de Carvajal, en una impresionante carta adobada con su habitual sarcasmo sádico, le dio cuenta a Gonzalo Pizarro de cómo castigó a varios de los que habían conspirado contra él: "Se concertaron unos veinte traidores para matarme. Los promotores eran Luis Perdomo, Alonso Camargo, Diego de Valmaseda, Antonio de Luján, Juan Remón, Alonso Díaz de Gibraltar y un tal Matías Morales de Ambún, al que yo mandé desahorcar la noche de la batalla (miente descaradamente: sobrevivió porque falló el verdugo), otro mancebito que se llamaba Espinosa y otros bellacos. Como Dios ordena las cosas de la manera que convienen a su santo servicio, me lo descubrieron Juan Remón y Antonio Luján, y, sabiéndolo los traidores, huyeron Perdomo, Morales de Ambún y el Espinosilla. Tomamos presos a Alonso de Camargo y a Diego de Valmaseda, se hicieron cuartos de ellos, y se pusieron en los caminos, donde ahora están señalando las entradas a los que pasan. Envié luego a Alonso de Alvarado tras Luis Perdomo y los que huyeron con él, y apresó a Hernando del Castillo, el canario (no indica que era hermano de Perdomo), a un tal Argüello, canario, al tal Espinosilla y algunos más. Cuando llegaron, se hicieron cuartos de Castillo, Argüello y Espinosilla". Perdomo huyó, pero, como vimos, nunca más se supo de él, y se le dio por muerto. También ejecutó Carvajal a Morales de Ambún. Pero nos queda una sorpresa. Tropiezo con un dato, el de la imagen, en el que consta que, el año 1539, Diego de Valmaseda (natural de Madrigal de las Altas Torres) se embarcó para ir en una expedición al Estrecho de Magallanes. Era la fracasada campaña de la que solo llegó un barco hasta Arequipa. De él descendió Alonso de Camargo, pero, sin duda, también Diego de Valmaseda, y, por la carta de Carvajal, sabemos que siguieron juntos viviendo en Perú el horror de las guerras civiles, como amigos inseparables. Todo lo que conté de Camargo, vale, pues, para la trayectoria de Valmaseda. ALONSO DE CAMARGO y DIEGO DE VALMASEDA: dos vidas en común, cerradas por el mismo broche trágico.



viernes, 17 de abril de 2020

(Día 1085) A Dionisio de Bobadilla se le había contagiado el humor negro de Carvajal, pero hubo otros que no soportaban al cruel maestre de campo y prepararon un atentado contra él.


     (675) Volvemos al texto de Inca Garcilaso: "Después de entrar Francisco de Carvajal en la Villa de la Plata, envió la cabeza de Lope de Mendoza a la ciudad de Arequipa con Dionisio de Bobadilla, que fue más tarde sargento mayor de Gonzalo Pizarro, y yo le conocí. Lo hizo para que la pusiesen en la picota de aquella ciudad como castigo y memoria de que en ella se habían alzado contra Gonzalo Pizarro él y Diego Centeno". Luego explica lo que le ocurrió a Bobadilla con Juana de Leyton. Al hablar de Doña Catalina de Leyton, la compañera de Francisco de Carvajal, el cronista se molesta porque corría el rumor de que eran amantes: "Aunque no falta quien diga que era su amiga, no era sino su mujer, y muy estimada de su marido y de todos los caballeros de Perú, pues lo merecía por su persona y nobleza". No obstante, parece ser que fue primero amante y luego esposa. También es probable que la portuguesa Catalina tuviera el apellido Leyton por ser su padre inglés, ya que la buena relación entre Inglaterra y Portugal viene de lejos, quizá por las rivalidades políticas con España.
     Añade el cronista que Juana de Leyton se casó con un "caballero honrado llamado Francisco Voso, y da el detalle de que Dionisio de Bobadilla se tomó a risa las maldiciones de la brava mujer. Lo pone también como ejemplo de que Francisco de Carvajal había creado escuela de agudo y sarcástico dicharachero: "Presentó las cabezas ante Pedro de Fuentes, que era el teniente de Gonzalo Pizarro en la ciudad, y, al desenvolverlas de las mantas con que las cubría, dijeron dos españoles que hedían, a lo que les contestó Bobadilla que las cabezas que ellos cortaban con sus manos a los enemigos no hedían, sino que solo olían. Lo dijo para preciarse de discípulo de Carvajal, que nunca le faltaron".
     La estrategia de Francisco de Carvajal era doble: castigar y premiar. Incluso se dice que Gonzalo Pizarro estaba harto de sus atrocidades, pero Carvajal sabía aplacarlo con sus buenos servicios, su lealtad inquebrantable y aportándole bienes que iba arrebatando por donde pasaba. Y así, tras sus victorias, Carvajal se quedó una temporada en la Villa de la Plata para recoger grandes cantidades del precioso metal, sumamente útil para financiar los gastos de la rebelión. Había integrado ya en su tropa a bastantes hombres de los que estuvieron bajo el mando de los derrotados y ejecutados Lope de Mendoza y Nicolás de Heredia. También a ellos los trataba con zalamerías y regalos, pero no siempre le funcionaba el sistema: "Algunos de estos hombres que habían venido de la fracasada campaña de Tucumán, estaban avergonzados por la facilidad con que Carvajal les había vencido, y degollado a Mendoza, a Heredia y a otros compañeros. Planearon matar a Francisco de Carvajal, pero no por codicia, sino por venganza, pues nunca quisieron recibir pagas de Lope de Mendoza, aunque se las ofrecía muy generosas. Los principales de la conjura fueron Luis Perdomo, Alonso Camargo y otros, que otras veces habían sido perdonados por Francisco de Carvajal. En total fueron más de treinta. Hecha la conjura para matarle, todos hicieron juramento, sobre un crucifijo, de guardar el secreto con mucho recato".

     (Imagen) Tras hablar de la valiente Juana de Leyton, habrá que mencionar a MARÍA CALDERÓN. Las dos le sacaban de quicio a Francisco de Carvajal porque, sin tenerle miedo, le criticaban su rebeldía y su crueldad. A Juana le salvó que Carvajal la quería como a una hija, pero María lo pagó caro, a pesar de que también tenía un trato cercano con él, puesto que habían apadrinado juntos a algún niño (Carvajal la llamaba 'comadre'). María era la mujer de Jerónimo de Villegas, aquel capitán del que ya conté que participó en la terrible aventura amazónica de Gonzalo Pizarro, quien le daba crédito como experto astrólogo. María Calderón vivía en Lima, y había reunido un grupo de mujeres (entre las que estaba Juana de Leyton) dispuestas a defender la causa del Rey y criticar con dureza la rebeldía de Gonzalo Pizarro, y, en particular, la crueldad de Francisco de Carvajal. El temible 'Demonio de los Andes', por ser mujeres, no era muy duro con ellas, pero a María y a otras revoltosas las llevó presas al Cuzco, donde, no obstante, ella continuó causando problemas. Inca Garcilaso dice: "Carvajal la amonestó repetidas veces, pero después siguió hablando con más descaro. Fue Carvajal y le dijo que, de seguir así, le daría garrote. Pensando que se burlaba de ella, le contestó: 'Vete con el diablo, loco borracho'. Carvajal le dijo: 'Para que no hable Vuesa Merced tan mal, vengo a que le aprieten la garganta estos cuatro soldados para que le den garrote'. Y eran cuatro negros que siempre llevaba consigo para tal fin. Los cuales la ahogaron después, y la colgaron de una ventana. Al salir Carvajal, alzó los ojos y dijo (sarcásticamente): 'Señora comadre, si vuestra merced no escarmienta de esta, no sé qué habré de hacer". Aunque no lo cuentan los cronistas, sabemos por el expediente de méritos de su marido, Jerónimo de Villegas, que también mataron después a su pequeño hijo (como se ve en la imagen). Dejaron viva a su hermanita, a quien, por razón de su sexo, la verían como un futuro peligro menor. No es extraño que, cuando Pedro de la Gasca derrotó a Gonzalo Pizarro, a duras penas pudo Jerónimo contener su deseo de matar a Carvajal con sus propias manos, y esperar hasta que fueron ejecutados los dos, Pizarro y Carvajal.



jueves, 16 de abril de 2020

(Día 1084) Francisco de Carvajal, implacable, les cortó la cabeza a Lope de Mendoza y a Nicolás de Heredia.


     (674) Como Inca Garcilaso resume en exceso la trágica muerte de Lope de Mendoza, y casi ni alude a la de otro importante capitán, Nicolás de Heredia, nos vendrá bien volver a conectar con el sustancioso Santa Clara, porque aporta muchos datos, casi hasta pecando de lo contrario. En su versión, Lope de Mendoza y Nicolás de Heredia opusieron cierta resistencia a los hombres de Carvajal: "Aunque Lope de Mendoza se levantó de donde estaba y quiso pelear, viendo que los suyos huían, quiso tomar el caballo para huir, pero fue su desventura que le vio Diego de Almendras, quien le dio un varapalo en su desprotegida cabeza con su lanza que lo descalabró y, viéndose Mendoza herido, se revolvió con gran ánimo y le dio una cuchillada en un muslo. Luego prendieron a Mendoza cuatro arcabuceros y, al preguntarle quién era, respondió: "Yo soy el desdichado Lope de Mendoza. Al oírlo Diego de Almendras y los arcabuceros, lo trataron con más consideración por ser quien era y porque estaba todo ensangrentado".
     Santa Clara añade datos sobre la tropa de Nicolás de Heredia, que también se encontraba involucrada en el mismo acoso: "Los soldados de Francisco de Carvajal, viendo huir a algunos mendocinos y heredianos, fueron tras ellos. Hirieron a unos y apresaron a otros, llevando a todos ante Francisco de Carvajal, quien, según decía, deseaba mucho conocerlos. Entre ellos estaba Nicolás de Heredia, al cual, sin querer oírle disculpa alguna, le mandó cortar la cabeza porque fue partidario de los almagristas y mortal enemigo de los Pizarro. Tenía unos setenta años, con barba blanca y larga. El cuerpo quedó allí hasta que, por la mañana, ciertos soldados de Carvajal, que volvían rezagados, lo enterraron con los demás que estaban muertos".
     La siguiente escena fue patética: "Cuando Lope de Mendoza fue llevado ante Francisco de Carvajal, se quedó mudo, sin querer ni poder hablar una sola palabra. Tenía los ojos fijos en el suelo, de lo que todos se maravillaron. Francisco de Carvajal le prometió no quitarle la vida si le decía dónde tenía él y Diego Centeno escondido el tesoro del que se decía que lo habían enterrado los dos, pero no quiso responder. Creyendo que hablaría, le mandó al padre Diego Márquez que lo confesase, porque había de morir por haber sido traidor a Su Majestad (cinismo absoluto) y a Gonzalo Pizarro, y matador de las autoridades que estaban puestas por él (Gonzalo) en la Villa de la Plata. El padre Márquez le pidió que se confesase, pero no lo quiso hacer, o no pudo por la turbación que tenía. De lo cual el padre quedó maravillado, y fue a decírselo a Carvajal, aunque otros dijeron que se confesó, lo cual, a mí, me cuadra más". Carvajal hizo un último intento de convencer a Lope de Mendoza, pero completamente inútil, lo que terminó por sacarle de quicio: "Carvajal se enojó bravamente con él, y mandó que le cortaran la cabeza, la cual llevó a la Villa de la Plata (y, después, a Arequipa) para que los partidarios suyos (de Carvajal) que en ella estaban la viesen. Dicen algunos que Lope de Mendoza había jurado que, si le apresaba Carvajal, no le respondería nada, para que no se dijera que había tenido comunicación con un traidor y un cismático. Mucho me habría gustado que este desdichado caballero, tan leal a su señor, hubiese salvado su vida hablando con Carvajal". Parece un poco ingenuo suponer que Carvajal cumpliera su palabra respetando a enemigo tan importante.

     (Imagen) Hay personajes casi anónimos que merecen un monumento por su coraje. El terrorífico Francisco de Carvajal estaba casado con una dama de la nobleza portuguesa llamada Catalina Leyton. Tenían una criada a la que, sin duda, Catalina apreciaba mucho (siendo mutuo el afecto), llamada Juana, y que tomó el apellido de su señora. Así que se convirtió en JUANA LEYTON. Es un misterio que pudiera convivir en ese ambiente familiar, porque Juana, de firmes convicciones y gran corazón, no solo para compadecerse, sino también para enfrentarse a lo que consideraba injusto, no tenía la menor duda de que era una barbaridad traicionar al Rey, y, sin embargo, Francisco de Carvajal, metido hasta el cuello en una brutal rebelión, la quería y la respetaba como si fuese su hija. Juana se casó en Lima, y, en su vivienda, había ocultado a tres leales a la Corona. Carvajal le preguntó por ellos, y le contestó que se los iba a presentar, dándole primero un cuchillo para que los degollase y bebiese su sangre, si aún no estaba saciado de haber matado a tantos. La respuesta le dejó cortado, y se fue echando pestes. Acabamos de ver que Carvajal decapitó al capitán Lope de Mendoza, junto con otros. Le encargó luego a Dionisio de Bobadilla que llevara las cabezas a Arequipa y las colocara en la picota de la plaza mayor. Juana se encontraba en aquella ciudad, y, enterada de lo que iba a hacer, le suplicó que le entregara la cabeza de Lope de Mendoza para enterrarla como se merecía un caballero tan importante y tan servidor del Rey, pues bastante castigo era haberla cortado. Incluso le ofreció dinero, pero Bobadilla no le hizo caso, por temor a Carvajal. La brava Juana Leyton le dijo que, dado que se negaba, lo emplearía en misas por el alma de Mendoza, y que, no tardando mucho, esa cabeza sería enterrada con honra, y colocada en el mimo lugar la suya. Y llegó el día en que así se hizo, por orden de Pedro de la Gasca, cuando derrotó y degolló a Gonzalo Pizarro, Francisco de Carvajal y Dionisio de Bobadilla.