(685) El cronista Santa Clara, siempre
detallista, cuenta lo que ocurrió cuando Carlos V dio su conformidad al
nombramiento de Pedro de la Gasca: "Llegados los despachos de su Majestad
a Valladolid, el Príncipe Felipe, el comendador mayor (y secretario)
Francisco de los Cobos, y los señores del Real Consejo enviaron al licenciado
Pedro de la Gasca la carta que su Majestad le escribió desde Alemania, y el
Príncipe le mandó otra en la que le pedía que dejase todos los negocios que le
ocupaban en Valencia, y volviese cuanto antes".
El cronista Inca Garcilaso nos hizo una
breve exposición de los enormes poderes que le fueron concedidos a Pedro de la
Gasca para actuar eficazmente en Perú. Sin embargo, por Santa Clara conocemos
que no era lo previsto por el Príncipe Felipe y sus consejeros, pues ellos
tenían la pretensión de que La Gasca llegara a aquellas tierras para utilizar
medios diplomáticos, como se esperaba del clérigo que él era, y que,
convenciendo pacíficamente a unos y a otros, todo volviera a la normalidad,
quedando libre el virrey, y acatando los rebeldes su legítima autoridad por ser
el representante del Rey. Pedro de la Gasca, con sibilina astucia, se marcó el
primer tanto en aquel desmesurado proyecto. Pidió poderes absolutos,
argumentando que, de no ser así, fracasaría. Ni el Príncipe Felipe ni los del
Concejo Real se atrevieron a dárselos, pero le escribieron a Carlos V para que
decidiera lo más conveniente: "Luego llegaron de Alemania los despachos de
Su Majestad, dándole a Pedro de la Gasca poder bastante para todas las cosas
que pedía, y lo concedió en Venlo (Holanda), que está sobre el río Mosa,
a dieciséis de febrero de 1546". Nadie sabía entonces en la Corte que un
mes antes, concretamente el día 18 de enero, el virrey había sido asesinado,
algo de lo que Pedro de la Gasca se enteró cuando desembarcó en las Indias.
Llegó el momento le partir. Lo hizo desde
Sevilla, y Santa Clara comenta que iría en el viaje con él el gran Alonso de
Alvarado, "al que había hecho merced el Príncipe Felipe de nombrarlo
mariscal y maestre de campo, por habérselo pedido La Gasca". No es de
extrañar que lo premiara, pues había sido uno de los mejores capitanes en Perú,
siempre fiel a la Corona, y lo seguirá siendo en las próximas batallas, aunque,
como sabemos, derrotado posteriormente en Chuquinga por el rebelde Francisco
Hernández Girón, se deprimió tanto, que acabó mentalmente destrozado y murió
poco después, el año 1556.
El que no sabía qué hacer era Diego
Álvarez Cueto, el cuñado del virrey, pues no veía claro el plan que La Gasca
llevaba para Perú: "Viendo que Pedro de la Gasca iba tan solamente a poner
remedios en los negocios que pasaban en aquellas tierras, y que no pensaba
castigar (qué equivocado estaba) a los que habían maltratado al virrey,
determinó quedarse en su casa, y le escribió a Blasco Núñez Vela contándole lo que
pasaba en España, sin saber que ya había muerto".
Luego añade que "los capitanes
Jerónimo de Zurbano, mensajero del virrey, y Francisco Maldonado, mensajero de
Gonzalo Pizarro, fueron con La Gasca al Perú, el uno para luchar al servicio de
Su Majestad, y el otro para irse a su casa".
(Imagen) Se diría que el cronista Pedro
Gutiérrez de Santa Clara se estaba inventando algo, pero, una vez más, tenía
razón. Nos va a precisar en qué momento exacto se enteró amargamente Pedro de
la Gasca de que habían matado al virrey Blasco Núñez Vela. En su crónica dice
que se lo contó 'Almindárez', sin que existiera ningún personaje de Indias
llamado así. Pero aclaro el asunto confirmando que se refería a Miguel Díez de
Armendáriz, quien ejerció el mando de la provincia de Santa Marta (Colombia)
desde 1544, y del que ya hemos hablado. Veamos lo que dice (resumido):
"Llegados a Santa Marta, enviaron a tierra gente para traer cosas de las
que tenían necesidad, y el gobernador Armendáriz, que había sido criado de la
emperatriz Doña Isabel, de gloriosa memoria (difunta esposa de Carlos V),
sabiendo quién venía en los navíos y a lo que iba el presidente La Gasca a Perú,
fue en una barca derecho al navío, acompañado con alcaldes, regidores y ciertos
hombres principales de la ciudad, y, cuando subieron, se recibieron muy bien
los unos y los otros. Entre otras muchas pláticas de buena conversación, le
habló el gobernador al presidente La Gasca de la muerte del virrey, y de cómo
Benito Suárez de Carvajal le había cortado la cabeza en la batalla que le
dieron cerca de la ciudad de Quito. Esta noticia le pesó en gran manera a Pedro
de la Gasca, y le preocupó mucho la turbación que puso en algunos caballeros
que iban con él, por parecerles que los tiranos habían añadido a sus rebeldías
anteriores otra más terrible, con lo que había ya poca esperanza de recuperar
aquellas tierras". Pedro de la Gasca disimuló su horror, y, ocultando que
estaba dispuesto a castigar a quienes no se sometiesen, procuró animarlos con
planteamientos moderados: "Les dijo que ahora sería más fácil pacificar a
los rebeldes, puesto que había muerto aquel a quien odiaban, de manera que
serían reducidos por la clemencia de Su Majestad. Todas estas cosas les decía,
no solo para animarlos, sino también para que las publicasen, y así todos los
culpables tuviesen esperanza de ser perdonados, con lo cual se pacificaría la
tierra; como, andando el tiempo, se hizo".
No hay comentarios:
Publicar un comentario