miércoles, 29 de abril de 2020

(Día 1095) El hábil Pedro de la Gasca consiguió de Carlos V poderes absolutos, algo que no se atrevía a darle el Príncipe Felipe. Le acompañaba en el viaje el gran Alonso de Alvarado.


     (685) El cronista Santa Clara, siempre detallista, cuenta lo que ocurrió cuando Carlos V dio su conformidad al nombramiento de Pedro de la Gasca: "Llegados los despachos de su Majestad a Valladolid, el Príncipe Felipe, el comendador mayor (y secretario) Francisco de los Cobos, y los señores del Real Consejo enviaron al licenciado Pedro de la Gasca la carta que su Majestad le escribió desde Alemania, y el Príncipe le mandó otra en la que le pedía que dejase todos los negocios que le ocupaban en Valencia, y volviese cuanto antes".
     El cronista Inca Garcilaso nos hizo una breve exposición de los enormes poderes que le fueron concedidos a Pedro de la Gasca para actuar eficazmente en Perú. Sin embargo, por Santa Clara conocemos que no era lo previsto por el Príncipe Felipe y sus consejeros, pues ellos tenían la pretensión de que La Gasca llegara a aquellas tierras para utilizar medios diplomáticos, como se esperaba del clérigo que él era, y que, convenciendo pacíficamente a unos y a otros, todo volviera a la normalidad, quedando libre el virrey, y acatando los rebeldes su legítima autoridad por ser el representante del Rey. Pedro de la Gasca, con sibilina astucia, se marcó el primer tanto en aquel desmesurado proyecto. Pidió poderes absolutos, argumentando que, de no ser así, fracasaría. Ni el Príncipe Felipe ni los del Concejo Real se atrevieron a dárselos, pero le escribieron a Carlos V para que decidiera lo más conveniente: "Luego llegaron de Alemania los despachos de Su Majestad, dándole a Pedro de la Gasca poder bastante para todas las cosas que pedía, y lo concedió en Venlo (Holanda), que está sobre el río Mosa, a dieciséis de febrero de 1546". Nadie sabía entonces en la Corte que un mes antes, concretamente el día 18 de enero, el virrey había sido asesinado, algo de lo que Pedro de la Gasca se enteró cuando desembarcó en las Indias.
     Llegó el momento le partir. Lo hizo desde Sevilla, y Santa Clara comenta que iría en el viaje con él el gran Alonso de Alvarado, "al que había hecho merced el Príncipe Felipe de nombrarlo mariscal y maestre de campo, por habérselo pedido La Gasca". No es de extrañar que lo premiara, pues había sido uno de los mejores capitanes en Perú, siempre fiel a la Corona, y lo seguirá siendo en las próximas batallas, aunque, como sabemos, derrotado posteriormente en Chuquinga por el rebelde Francisco Hernández Girón, se deprimió tanto, que acabó mentalmente destrozado y murió poco después, el año 1556.
      El que no sabía qué hacer era Diego Álvarez Cueto, el cuñado del virrey, pues no veía claro el plan que La Gasca llevaba para Perú: "Viendo que Pedro de la Gasca iba tan solamente a poner remedios en los negocios que pasaban en aquellas tierras, y que no pensaba castigar (qué equivocado estaba) a los que habían maltratado al virrey, determinó quedarse en su casa, y le escribió a Blasco Núñez Vela contándole lo que pasaba en España, sin saber que ya había muerto".
     Luego añade que "los capitanes Jerónimo de Zurbano, mensajero del virrey, y Francisco Maldonado, mensajero de Gonzalo Pizarro, fueron con La Gasca al Perú, el uno para luchar al servicio de Su Majestad, y el otro para irse a su casa".

     (Imagen) Se diría que el cronista Pedro Gutiérrez de Santa Clara se estaba inventando algo, pero, una vez más, tenía razón. Nos va a precisar en qué momento exacto se enteró amargamente Pedro de la Gasca de que habían matado al virrey Blasco Núñez Vela. En su crónica dice que se lo contó 'Almindárez', sin que existiera ningún personaje de Indias llamado así. Pero aclaro el asunto confirmando que se refería a Miguel Díez de Armendáriz, quien ejerció el mando de la provincia de Santa Marta (Colombia) desde 1544, y del que ya hemos hablado. Veamos lo que dice (resumido): "Llegados a Santa Marta, enviaron a tierra gente para traer cosas de las que tenían necesidad, y el gobernador Armendáriz, que había sido criado de la emperatriz Doña Isabel, de gloriosa memoria (difunta esposa de Carlos V), sabiendo quién venía en los navíos y a lo que iba el presidente La Gasca a Perú, fue en una barca derecho al navío, acompañado con alcaldes, regidores y ciertos hombres principales de la ciudad, y, cuando subieron, se recibieron muy bien los unos y los otros. Entre otras muchas pláticas de buena conversación, le habló el gobernador al presidente La Gasca de la muerte del virrey, y de cómo Benito Suárez de Carvajal le había cortado la cabeza en la batalla que le dieron cerca de la ciudad de Quito. Esta noticia le pesó en gran manera a Pedro de la Gasca, y le preocupó mucho la turbación que puso en algunos caballeros que iban con él, por parecerles que los tiranos habían añadido a sus rebeldías anteriores otra más terrible, con lo que había ya poca esperanza de recuperar aquellas tierras". Pedro de la Gasca disimuló su horror, y, ocultando que estaba dispuesto a castigar a quienes no se sometiesen, procuró animarlos con planteamientos moderados: "Les dijo que ahora sería más fácil pacificar a los rebeldes, puesto que había muerto aquel a quien odiaban, de manera que serían reducidos por la clemencia de Su Majestad. Todas estas cosas les decía, no solo para animarlos, sino también para que las publicasen, y así todos los culpables tuviesen esperanza de ser perdonados, con lo cual se pacificaría la tierra; como, andando el tiempo, se hizo".



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