jueves, 16 de abril de 2020

(Día 1084) Francisco de Carvajal, implacable, les cortó la cabeza a Lope de Mendoza y a Nicolás de Heredia.


     (674) Como Inca Garcilaso resume en exceso la trágica muerte de Lope de Mendoza, y casi ni alude a la de otro importante capitán, Nicolás de Heredia, nos vendrá bien volver a conectar con el sustancioso Santa Clara, porque aporta muchos datos, casi hasta pecando de lo contrario. En su versión, Lope de Mendoza y Nicolás de Heredia opusieron cierta resistencia a los hombres de Carvajal: "Aunque Lope de Mendoza se levantó de donde estaba y quiso pelear, viendo que los suyos huían, quiso tomar el caballo para huir, pero fue su desventura que le vio Diego de Almendras, quien le dio un varapalo en su desprotegida cabeza con su lanza que lo descalabró y, viéndose Mendoza herido, se revolvió con gran ánimo y le dio una cuchillada en un muslo. Luego prendieron a Mendoza cuatro arcabuceros y, al preguntarle quién era, respondió: "Yo soy el desdichado Lope de Mendoza. Al oírlo Diego de Almendras y los arcabuceros, lo trataron con más consideración por ser quien era y porque estaba todo ensangrentado".
     Santa Clara añade datos sobre la tropa de Nicolás de Heredia, que también se encontraba involucrada en el mismo acoso: "Los soldados de Francisco de Carvajal, viendo huir a algunos mendocinos y heredianos, fueron tras ellos. Hirieron a unos y apresaron a otros, llevando a todos ante Francisco de Carvajal, quien, según decía, deseaba mucho conocerlos. Entre ellos estaba Nicolás de Heredia, al cual, sin querer oírle disculpa alguna, le mandó cortar la cabeza porque fue partidario de los almagristas y mortal enemigo de los Pizarro. Tenía unos setenta años, con barba blanca y larga. El cuerpo quedó allí hasta que, por la mañana, ciertos soldados de Carvajal, que volvían rezagados, lo enterraron con los demás que estaban muertos".
     La siguiente escena fue patética: "Cuando Lope de Mendoza fue llevado ante Francisco de Carvajal, se quedó mudo, sin querer ni poder hablar una sola palabra. Tenía los ojos fijos en el suelo, de lo que todos se maravillaron. Francisco de Carvajal le prometió no quitarle la vida si le decía dónde tenía él y Diego Centeno escondido el tesoro del que se decía que lo habían enterrado los dos, pero no quiso responder. Creyendo que hablaría, le mandó al padre Diego Márquez que lo confesase, porque había de morir por haber sido traidor a Su Majestad (cinismo absoluto) y a Gonzalo Pizarro, y matador de las autoridades que estaban puestas por él (Gonzalo) en la Villa de la Plata. El padre Márquez le pidió que se confesase, pero no lo quiso hacer, o no pudo por la turbación que tenía. De lo cual el padre quedó maravillado, y fue a decírselo a Carvajal, aunque otros dijeron que se confesó, lo cual, a mí, me cuadra más". Carvajal hizo un último intento de convencer a Lope de Mendoza, pero completamente inútil, lo que terminó por sacarle de quicio: "Carvajal se enojó bravamente con él, y mandó que le cortaran la cabeza, la cual llevó a la Villa de la Plata (y, después, a Arequipa) para que los partidarios suyos (de Carvajal) que en ella estaban la viesen. Dicen algunos que Lope de Mendoza había jurado que, si le apresaba Carvajal, no le respondería nada, para que no se dijera que había tenido comunicación con un traidor y un cismático. Mucho me habría gustado que este desdichado caballero, tan leal a su señor, hubiese salvado su vida hablando con Carvajal". Parece un poco ingenuo suponer que Carvajal cumpliera su palabra respetando a enemigo tan importante.

     (Imagen) Hay personajes casi anónimos que merecen un monumento por su coraje. El terrorífico Francisco de Carvajal estaba casado con una dama de la nobleza portuguesa llamada Catalina Leyton. Tenían una criada a la que, sin duda, Catalina apreciaba mucho (siendo mutuo el afecto), llamada Juana, y que tomó el apellido de su señora. Así que se convirtió en JUANA LEYTON. Es un misterio que pudiera convivir en ese ambiente familiar, porque Juana, de firmes convicciones y gran corazón, no solo para compadecerse, sino también para enfrentarse a lo que consideraba injusto, no tenía la menor duda de que era una barbaridad traicionar al Rey, y, sin embargo, Francisco de Carvajal, metido hasta el cuello en una brutal rebelión, la quería y la respetaba como si fuese su hija. Juana se casó en Lima, y, en su vivienda, había ocultado a tres leales a la Corona. Carvajal le preguntó por ellos, y le contestó que se los iba a presentar, dándole primero un cuchillo para que los degollase y bebiese su sangre, si aún no estaba saciado de haber matado a tantos. La respuesta le dejó cortado, y se fue echando pestes. Acabamos de ver que Carvajal decapitó al capitán Lope de Mendoza, junto con otros. Le encargó luego a Dionisio de Bobadilla que llevara las cabezas a Arequipa y las colocara en la picota de la plaza mayor. Juana se encontraba en aquella ciudad, y, enterada de lo que iba a hacer, le suplicó que le entregara la cabeza de Lope de Mendoza para enterrarla como se merecía un caballero tan importante y tan servidor del Rey, pues bastante castigo era haberla cortado. Incluso le ofreció dinero, pero Bobadilla no le hizo caso, por temor a Carvajal. La brava Juana Leyton le dijo que, dado que se negaba, lo emplearía en misas por el alma de Mendoza, y que, no tardando mucho, esa cabeza sería enterrada con honra, y colocada en el mimo lugar la suya. Y llegó el día en que así se hizo, por orden de Pedro de la Gasca, cuando derrotó y degolló a Gonzalo Pizarro, Francisco de Carvajal y Dionisio de Bobadilla.



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