miércoles, 8 de abril de 2020

(Día 1077) El cronista Santa Clara comenta lo que ocurrió tras la muerte del virrey, y duda de la sinceridad del dolor de Gonzalo Pizarro. El capitán Gonzalo de Pereira tuvo la osadía de poner un cartel ensalzando al virrey.


     (667) El cronista Santa Clara marca con precisión la fecha de la batalla de Iñaquito: 18 de enero de 1546. Luego, como es habitual en él, añade datos expresivos de lo que ocurrió cuando Gonzalo Pizarro volvió de entrada a la ciudad de Quito: "Le pesó mucho que Benito Suárez de Carvajal hubiese cortado la cabeza al virrey en venganza por la muerte que le dio a su hermano Illán Suárez de Carvajal. Y también que, tras ponerla Pedro de Puelles en la picota, le pelaran las barbas Juan de la Torre Villegas y Ventura Beltrán, y luego otros. Mandó traer su cuerpo, y los de Sancho Sánchez Dávila y Juan de Cabrera. Fueron llevados a casa de Vasco Suárez de Figueroa, natural de Ávila, con la cabeza del virrey, que la trajeron de la picota, polvorienta, ensangrentada y oliendo ya mal. Los amortajaron, y los pusieron en andas. El cuerpo del virrey fue llevado en un ataúd, acompañado de muchos capitanes y de toda la vecindad. Luego fue enterrado muy honradamente, como tan alta persona merecía".
     Gonzalo Pizarro, como dijo Inca Garcilaso, se comportó muy caballerosamente en estos actos, pero Santa Clara desconfía de su sinceridad: "Mandó decir muchas misas por el virrey, poniéndose él y sus capitanes luto durante más de veinte días, con demostración de mucha tristeza, pero todo ello era falso, y habrían sido perdonados de no haber matado a tan ínclito y buen virrey".
     Hubo alguien que arriesgó su vida por ponerles en evidencia a los rebeldes: "Tras ser enterrado, un vecino muy honrado de la ciudad de Quito, llamado Gonzalo de Pereira, puso una noche secretamente, sabiéndolo el sacristán, una copla escrita encima de la sepultura del buen virrey. Cuando amaneció, muchos de los leales al Rey se atemorizaron, creyendo que podían ser considerados sus autores, pero no hubo nada. Gonzalo Pizarro se enojó bravamente contra la persona que lo puso, y, si él supiera quién fue el tan atrevido, sin duda alguna lo castigaría o ahorcaría, aunque mucho tiempo después se supo quién era el autor. El letrero decía: Aquí yace sepultado / el ínclito virrey / que murió descabezado / como bueno y esforzado / en la justicia del Rey / aunque murió su persona / su virtud sonará / por esto se le dará / de lealtad la corona".
     Luego habla el cronista de que los vecinos de Quito  indemnizaron a la familia del virrey, y de lo mal que acabaron gran parte de los responsables directos de su muerte : "Andando el tiempo, se supo que todos los hombres principales y vecinos que  presenciaron esta cruel muerte del virrey, pagaron una gran suma de dineros a la mujer y a los hijos que tenía en España, por convenio que hubo de una parte y de la otra (la lista de los demandados por su viuda, Doña Brianda de Acuña, era muy larga). Y, asimismo, han pagado con sus personas y vidas todos los tumultuarios y rebeldes, pues la divina justicia los ha castigado, unos con muertes muy desastradas que les sobrevinieron, como más adelante se verá, y, otros, afrentosamente ahorcados y hechos cuartos con renombre de traidores. Porque, hoy en día, no queda casi ninguno de ellos. Y si, por ventura hay algunos, serán muy pocos, y también pagarán lo que hicieron, a no ser que se amparen acudiendo a la divina misericordia. Que nadie haga, pues, cosa indebida, porque pagará por ello en esta vida o en la otra".

    (Imagen) Poco se sabe del capitán GONZALO DE PEREIRA, pero demostró una gran valentía y excepcional sentido del honor actuando como grafitero en la catedral de Quito. Grafitero, además, respetuoso con las sagradas paredes, porque se limitó a colocar un cartel sobre la tumba del indignamente asesinado virrey Blasco Núñez Vela. Otros profanaron su degollada cabeza, pero él dejó escrito, para que todos los quiteños lo vieran, una estrofa ensalzando al ilustre difunto, y asegurando que el tiempo le otorgaría una corona de lealtad y que sonaría por siempre el eco de su valor. No era menor el suyo, pues, de ser descubierto como autor, lo habrían matado. Está claro que odió siempre a los Pizarro, con gran lealtad a los dos Almagros, padre e hijo. Incluso se sospechaba que participó en la confabulación que desembocó en el asesinato de Francisco Pizarro. En la peruana Jerez de la Frontera (actualmente Jaén de Bracamoros), tuvo un conflicto con su fundador, JUAN PORCEL DE PADILLA (del que ya hablamos), a quien se opuso porque reclutaba gente para atacar al virrey. Eran el polo opuesto, ya que Porcel fue un inconmovible pizarrista. Solamente se dejó tentar por las sutiles habilidades diplomáticas del gran Pedro de la Gasca. Terminó por pasarse a su bando, pero a disgusto, y La Gasca no se fiaba de él, porque conocía cartas suyas en las que se rendía a los pies de Gonzalo Pizarro. En una de ellas, le decía: "Tengo gran ánimo para   morir si hace falta, pero lo que tendría por verdadero morir sería dar contento a los que mal nos desean. El Rey nos escuchará, pero, si así no fuese, somos suficientemente hombres como para guardar nuestras cabezas. Tengo acá cien hombres de guerra, y, si hiciera falta servir en algo a su señoría, acudiremos rápidamente a morir, si fuera menester, donde su señoría mandare". Aunque se perdió el rastro de GONZALO PEREIRA, hay constancia de que JUAN PORCEL vivía en 1560. Para entonces, le habían concedido el escudo de la imagen, cuyo dibujo central es un jabalí (es decir, un 'porcino' ennoblecido).





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