(675) Volvemos al texto de Inca Garcilaso:
"Después de entrar Francisco de Carvajal en la Villa de la Plata, envió la
cabeza de Lope de Mendoza a la ciudad de Arequipa con Dionisio de Bobadilla,
que fue más tarde sargento mayor de Gonzalo Pizarro, y yo le conocí. Lo hizo
para que la pusiesen en la picota de aquella ciudad como castigo y memoria de
que en ella se habían alzado contra Gonzalo Pizarro él y Diego Centeno".
Luego explica lo que le ocurrió a Bobadilla con Juana de Leyton. Al hablar de
Doña Catalina de Leyton, la compañera de Francisco de Carvajal, el cronista se
molesta porque corría el rumor de que eran amantes: "Aunque no falta quien
diga que era su amiga, no era sino su mujer, y muy estimada de su marido y de
todos los caballeros de Perú, pues lo merecía por su persona y nobleza".
No obstante, parece ser que fue primero amante y luego esposa. También es
probable que la portuguesa Catalina tuviera el apellido Leyton por ser su padre
inglés, ya que la buena relación entre Inglaterra y Portugal viene de lejos,
quizá por las rivalidades políticas con España.
Añade el cronista que Juana de Leyton se
casó con un "caballero honrado llamado Francisco Voso, y da el detalle de
que Dionisio de Bobadilla se tomó a risa las maldiciones de la brava mujer. Lo
pone también como ejemplo de que Francisco de Carvajal había creado escuela de
agudo y sarcástico dicharachero: "Presentó las cabezas ante Pedro de
Fuentes, que era el teniente de Gonzalo Pizarro en la ciudad, y, al
desenvolverlas de las mantas con que las cubría, dijeron dos españoles que
hedían, a lo que les contestó Bobadilla que las cabezas que ellos cortaban con
sus manos a los enemigos no hedían, sino que solo olían. Lo dijo para preciarse
de discípulo de Carvajal, que nunca le faltaron".
La estrategia de Francisco de Carvajal era
doble: castigar y premiar. Incluso se dice que Gonzalo Pizarro estaba harto de
sus atrocidades, pero Carvajal sabía aplacarlo con sus buenos servicios, su
lealtad inquebrantable y aportándole bienes que iba arrebatando por donde
pasaba. Y así, tras sus victorias, Carvajal se quedó una temporada en la Villa
de la Plata para recoger grandes cantidades del precioso metal, sumamente útil para
financiar los gastos de la rebelión. Había integrado ya en su tropa a bastantes
hombres de los que estuvieron bajo el mando de los derrotados y ejecutados Lope
de Mendoza y Nicolás de Heredia. También a ellos los trataba con zalamerías y
regalos, pero no siempre le funcionaba el sistema: "Algunos de estos
hombres que habían venido de la fracasada campaña de Tucumán, estaban
avergonzados por la facilidad con que Carvajal les había vencido, y degollado a
Mendoza, a Heredia y a otros compañeros. Planearon matar a Francisco de
Carvajal, pero no por codicia, sino por venganza, pues nunca quisieron recibir
pagas de Lope de Mendoza, aunque se las ofrecía muy generosas. Los principales
de la conjura fueron Luis Perdomo, Alonso Camargo y otros, que otras veces
habían sido perdonados por Francisco de Carvajal. En total fueron más de
treinta. Hecha la conjura para matarle, todos hicieron juramento, sobre un
crucifijo, de guardar el secreto con mucho recato".
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