viernes, 17 de abril de 2020

(Día 1085) A Dionisio de Bobadilla se le había contagiado el humor negro de Carvajal, pero hubo otros que no soportaban al cruel maestre de campo y prepararon un atentado contra él.


     (675) Volvemos al texto de Inca Garcilaso: "Después de entrar Francisco de Carvajal en la Villa de la Plata, envió la cabeza de Lope de Mendoza a la ciudad de Arequipa con Dionisio de Bobadilla, que fue más tarde sargento mayor de Gonzalo Pizarro, y yo le conocí. Lo hizo para que la pusiesen en la picota de aquella ciudad como castigo y memoria de que en ella se habían alzado contra Gonzalo Pizarro él y Diego Centeno". Luego explica lo que le ocurrió a Bobadilla con Juana de Leyton. Al hablar de Doña Catalina de Leyton, la compañera de Francisco de Carvajal, el cronista se molesta porque corría el rumor de que eran amantes: "Aunque no falta quien diga que era su amiga, no era sino su mujer, y muy estimada de su marido y de todos los caballeros de Perú, pues lo merecía por su persona y nobleza". No obstante, parece ser que fue primero amante y luego esposa. También es probable que la portuguesa Catalina tuviera el apellido Leyton por ser su padre inglés, ya que la buena relación entre Inglaterra y Portugal viene de lejos, quizá por las rivalidades políticas con España.
     Añade el cronista que Juana de Leyton se casó con un "caballero honrado llamado Francisco Voso, y da el detalle de que Dionisio de Bobadilla se tomó a risa las maldiciones de la brava mujer. Lo pone también como ejemplo de que Francisco de Carvajal había creado escuela de agudo y sarcástico dicharachero: "Presentó las cabezas ante Pedro de Fuentes, que era el teniente de Gonzalo Pizarro en la ciudad, y, al desenvolverlas de las mantas con que las cubría, dijeron dos españoles que hedían, a lo que les contestó Bobadilla que las cabezas que ellos cortaban con sus manos a los enemigos no hedían, sino que solo olían. Lo dijo para preciarse de discípulo de Carvajal, que nunca le faltaron".
     La estrategia de Francisco de Carvajal era doble: castigar y premiar. Incluso se dice que Gonzalo Pizarro estaba harto de sus atrocidades, pero Carvajal sabía aplacarlo con sus buenos servicios, su lealtad inquebrantable y aportándole bienes que iba arrebatando por donde pasaba. Y así, tras sus victorias, Carvajal se quedó una temporada en la Villa de la Plata para recoger grandes cantidades del precioso metal, sumamente útil para financiar los gastos de la rebelión. Había integrado ya en su tropa a bastantes hombres de los que estuvieron bajo el mando de los derrotados y ejecutados Lope de Mendoza y Nicolás de Heredia. También a ellos los trataba con zalamerías y regalos, pero no siempre le funcionaba el sistema: "Algunos de estos hombres que habían venido de la fracasada campaña de Tucumán, estaban avergonzados por la facilidad con que Carvajal les había vencido, y degollado a Mendoza, a Heredia y a otros compañeros. Planearon matar a Francisco de Carvajal, pero no por codicia, sino por venganza, pues nunca quisieron recibir pagas de Lope de Mendoza, aunque se las ofrecía muy generosas. Los principales de la conjura fueron Luis Perdomo, Alonso Camargo y otros, que otras veces habían sido perdonados por Francisco de Carvajal. En total fueron más de treinta. Hecha la conjura para matarle, todos hicieron juramento, sobre un crucifijo, de guardar el secreto con mucho recato".

     (Imagen) Tras hablar de la valiente Juana de Leyton, habrá que mencionar a MARÍA CALDERÓN. Las dos le sacaban de quicio a Francisco de Carvajal porque, sin tenerle miedo, le criticaban su rebeldía y su crueldad. A Juana le salvó que Carvajal la quería como a una hija, pero María lo pagó caro, a pesar de que también tenía un trato cercano con él, puesto que habían apadrinado juntos a algún niño (Carvajal la llamaba 'comadre'). María era la mujer de Jerónimo de Villegas, aquel capitán del que ya conté que participó en la terrible aventura amazónica de Gonzalo Pizarro, quien le daba crédito como experto astrólogo. María Calderón vivía en Lima, y había reunido un grupo de mujeres (entre las que estaba Juana de Leyton) dispuestas a defender la causa del Rey y criticar con dureza la rebeldía de Gonzalo Pizarro, y, en particular, la crueldad de Francisco de Carvajal. El temible 'Demonio de los Andes', por ser mujeres, no era muy duro con ellas, pero a María y a otras revoltosas las llevó presas al Cuzco, donde, no obstante, ella continuó causando problemas. Inca Garcilaso dice: "Carvajal la amonestó repetidas veces, pero después siguió hablando con más descaro. Fue Carvajal y le dijo que, de seguir así, le daría garrote. Pensando que se burlaba de ella, le contestó: 'Vete con el diablo, loco borracho'. Carvajal le dijo: 'Para que no hable Vuesa Merced tan mal, vengo a que le aprieten la garganta estos cuatro soldados para que le den garrote'. Y eran cuatro negros que siempre llevaba consigo para tal fin. Los cuales la ahogaron después, y la colgaron de una ventana. Al salir Carvajal, alzó los ojos y dijo (sarcásticamente): 'Señora comadre, si vuestra merced no escarmienta de esta, no sé qué habré de hacer". Aunque no lo cuentan los cronistas, sabemos por el expediente de méritos de su marido, Jerónimo de Villegas, que también mataron después a su pequeño hijo (como se ve en la imagen). Dejaron viva a su hermanita, a quien, por razón de su sexo, la verían como un futuro peligro menor. No es extraño que, cuando Pedro de la Gasca derrotó a Gonzalo Pizarro, a duras penas pudo Jerónimo contener su deseo de matar a Carvajal con sus propias manos, y esperar hasta que fueron ejecutados los dos, Pizarro y Carvajal.



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