jueves, 6 de octubre de 2016

(Día 410) ESTO SE TERMINA. El gran BERNAL, el entrañable SANCHO y un servidor nos despedimos de los QUERIDOS LECTORES, que han sido muchos e internacionales. Es probable que Sancho y yo volvamos a rememorar historias de LAS INDIAS, pero no será pronto. Hoy resumimos las últimas páginas escritas por BERNAL. Solo nos queda enviaros UN FUERTE ABRAZO A TODOS.

(162) -¡Allá va la despedida!, muy queridos y pacientes lectores.
     -Ha sido una gozada mientras duró, ilustrísimo y tierno Sancho. Nos queda todavía una última charla con el insuperable Bernal. Vivió plácidamente su vejez en la capital, Santiago de Guatemala, hoy llamada Antigua, pero nos va a hablar de cosas tristes propias del que siente que va avanzando en la ancianidad. Vuelve a recordar la riada que arrasó la vieja capital cuando cayó como una catarata desde el cráter del Volcán de Agua: “Los vecinos que escaparon buscaron los cuerpos de los muertos, los enterraron y se acordó poblar la ciudad donde está ahora. Y no fue buen acuerdo, porque  nunca faltan trabajos de venir el río crecido o temblores. Cada año, a once de setiembre, se hace una procesión que sale  desde la nueva iglesia mayor hasta la Ciudad Vieja para que Dios perdone nuestros pecados”. Bernal terminará el libro hablando esquemáticamente de los gobernadores que hubo en México hasta el año1568, y luego anuncia otro capítulo sobre los arzobispos y obispos de esa época, pero lo dejó sin hacer, dándole a su texto un ligero aspecto de inacabado, aunque el detalle tenga poca importancia en una obra tan magnífica y, en realidad, tan completa. Al recordar a los gobernadores, rememora el triste final de Pedro de Alvarado, que lo fue de Guatemala, y le da pie para tomar el hilo de sus propias vivencias en la capital. Nos va a servir como definitivo epílogo de estas inolvidables tertulias que hemos tenido con él. Confirmando los temores de Bernal sobre el nuevo emplazamiento de la ciudad, ocurrió lo siguiente: “En el mes de mayo de 1566, comenzó a temblar de tal arte la tierra que parecía que nos iba a sorber, y cayeron al suelo muchas casas, lo que duró nueve días; íbamos en santas procesiones por mitad ce las calles, temiendo que fuera venido el fin de nuestros días (ya comentamos que en 1775, otro terremoto obligó a trasladar a un lugar próximo la capital)”. La catedral se salvó, y cuando le llegó la hora de entregar el alma a Dios, que se la dio, Bernal fue enterrado en ella, como dijimos, al lado de la tumba de Pedro de Alvarado y de su enamorada esposa, la ‘sin ventura’ Beatriz de la Cueva. Con el paso del tiempo, otro terremoto dejó en ruinas el sagrado edificio, pero conserva dentro los históricos restos, y una placa que certifica que allí yace uno de los personajes más grandes y entrañables de la Historia: DON BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO.
    
     -Llegó la hora, queridísimo Sancho. Han sido 463 días seguidos comentando tu biografía y tu tiempo, dedicando los 162 finales para el amplio resumen de esa maravilla que escribió el sin par Bernal Díaz del Castillo. Contigo he recorrido un variadísimo paisaje físico y humano a través de la Historia, que me ha dejado un regusto de serena compasión por lo que somos, y he tenido la gran suerte de hacer sorprendentes amistades de tertulia con gente que  no conocía y que me ha mostrado la riqueza de sus sentimientos y sus inquietudes. Esto es, al menos por un tiempo, el ‘the end’ de nuestra actividad como comentaristas de Indias, pero quizá volvamos algún día a la carga porque la causa lo merece. Tengo ya todo preparado para el viaje, bonachón abad; así que toma tú la palabra.

     -No te me derrumbes, tierno lloroncico. Te llevo conmigo al Reino de la Risa, donde verás lo que nunca imaginaste, y comprenderás el por qué de todo, incluso de lo más horrendo. Os doy una bendición supersalvadora a todos aquellos que habéis seguido nuestras tertulias. Como dice  mi sublime biógrafo, nos vamos; pero os seguiremos vigilando, por aquello de que ‘cuando el gato no está, los ratones  bailan’. Si alguna vez os pasáis y sentís un calambrazo, sabed que ha sido cósmico y procede de Quántix. Pero será cariñoso, para que, después de haber disfrutado de la tentación (¡ay, Señor!, cuánto entiendo de eso), os dejéis de pendejadas y volváis a enriquecer vuestras vidas con sana ilusión y redoblada energía (sin dopaje).  Si fracasáis porque estáis mal hechos, poco importa: no olvidéis nunca que lo más grande es vivir y quererse mucho.  Ya con el pie en el estribo, nos despedimos rotos de emoción. ¡SAYONARA, BABYS!


miércoles, 5 de octubre de 2016

(Día 409) BERNAL les muestra a los críticos la relación de más de 146 batallas en las que participó. Explica en qué casos se permitió la esclavitud de los indios, y que pronto fue totalmente prohibido. Deja claro que le repugnaba que se hiciese, y que arriesgó mucho por impedirlo cuando era regidor en Coatzacoalcos.

(161) -Como para  no presumir, pequeñuelo: ¡más de146 batallas!
     -Bernal nunca va de farol, my dear: “Como he dicho que me hallé en más batallas que Julio César, otra vez lo torno a afirmar, y para que más claramente se vea, las quiero poner aquí por memoria, no sea que digan que hablo secamente de mi persona y algunos maliciosos pongan objeto de oscuridad en ello”. No hacía falta que mostrara el recuento (y nosotros no lo vamos a copiar), porque el que ha leído el libro ha sido testigo de todas ellas, pero quiere mencionarlas una por una, dejando al margen muchas de las peligrosas escaramuzas que eran casi su trabajo diario. Hasta se molesta en detallar cuántos soldados murieron en cada enfrentamiento, incluso en los que él no participó, como un homenaje a todos sus compañeros. Explica por qué sus datos son fiables: “También dirán los curiosos lectores que cómo pude saber yo los que murieron en cada batalla. Pues es muy claro darlo a entender. Cuando íbamos con el valeroso Cortés, íbamos todos juntos, y en las batallas sabíamos los que quedaban muertos y los que volvían heridos, y asimismo de otros que enviaron a otras provincias, por lo que no es mucho que yo tenga memoria de todo lo que dicho tengo y lo escriba tan claramente”. Hay otro tema, reve.
     -Lo saca a relucir, alegre jubileta, porque es algo que afecta a la conciencia. Nada menos que el espinoso asunto de los esclavos indios. Se cura en salud desde el principio: “A esto digo que Su Majestad lo mandó (lo permitió) dos veces”. En ambos casos, a petición de los españoles, que consideraban justo ‘herrar’ a los que tantos problemas y muertos les habían causado en el proceso de la toma de México: “Se enviaron dos personas de calidad adonde los frailes jerónimos, que estaban como gobernadores en Santo Domingo, para que diesen licencia de forma que pudiésemos hacer esclavos a los indios mexicanos que se habían alzado y matado a españoles, si después de requerirles tres veces que viniesen de paz, no lo hicieren. Y los jerónimos dieron esta licencia, y de la manera que se  nos mandaba en su provisión, así se herraron en la Nueva España, dándolo por bien hecho Su Majestad”. Hubo otra práctica que también tuvo el visto bueno del rey: servirse del mercado de esclavos ancestral en México. Lo que, ciertamente, era una pura hipocresía crematística, porque tendrían que haberlo eliminado, como se hizo con los sacrificios humanos y el canibalismo. Los abusos esclavizando indios fueron especialmente intensos cuando Cortés estuvo ausente de México: “Durante los dos años y tres meses que estuvimos con Cortés por Honduras, hubo en la Nueva España tantas sinjusticias, revueltas y escándalos entre los que dejó por sus tenientes de gobernador, que  no tenían cuidado de si se herraban a los indios con justo título o con malo. Y los caciques, para dar tributo a sus encomenderos, hicieron maldades tomando indios de sus pueblos y dándolos como esclavos”. Dice Bernal que donde se suprimió este abuso por primera vez fue en su villa de Coatzacoalcos, “y como regidor más antiguo, me entregaron el hierro para que lo tuviese con el beneficiado Benito López”. Viendo que los abusos continuaban, “muy secretamente quebramos el hierro, y se lo hicimos saber al presidente de la audiencia de México, don Sebastián Ramírez, hombre recto y de buena vida, y nos escribió que lo habíamos hecho como buenos servidores de Su Majestad. Y luego mandó que no se herrasen más esclavos en toda la Nueva España; y fue santo y bueno esto que mandó. Algunos se quejaron de nosotros diciendo que con esto no habíamos ayudado  a la villa, pero nos reíamos pasando de ello, y nos preciamos de haber hecho tan buena obra. Entonces la Real Audiencia nos mandó una provisión a mí y al beneficiado para ser visitadores generales de Coatzacoalcos y Tabasco, con instrucciones de cómo podíamos condenar en las sentencias, y dieron por bueno todo lo que hicimos”. Como vemos, el entrañable Bernal, aunque firme partidario de las encomiendas perpetuas, fue uno de los primeros que dieron los pasos para que se suprimiera definitivamente la esclavitud de los indios.

     Foto: En la imagen se ven los dos últimos lugares de residencia de Bernal. Lo que acaba de contar sucedió en Coatzacoalcos, México. Luego hizo el trayecto marcado en el mapa, y se instaló en Santiago de Guatemala, la así llamada entonces capital del país, donde también fue regidor hasta 1585, año en que falleció.


     Dicho lo cual, os anuncio, hijos míos, que, cumplido el deber, y con harto dolor de corazón, MAÑANA DAREMOS FIN AL RESUMEN DE LA ABSOLUTAMENTE MARAVILLOSA CRÓNICA DE BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO. Partiré luego de inmediato hacia Quántix, el Reino de la Risa, llevando conmigo a mi discípulo amado, y fidelísimo secretario, durante una temporada, o para siempre, si se niega a volver.

martes, 4 de octubre de 2016

(Día 408) BERNAL responde enérgicamente a los dos “expertos” que critican su obra: él ha demostrado la verdad de lo que cuenta, y tiene (igual que sus compañeros) el derecho a enorgullecerse de sus gloriosos hechos, sin los cuales CORTÉS no habría conquistado MÉXICO.

(160) –Vete colocando el equipaje, terrícola: nos vamos a Quántix.
     -Merecerá la pena, sabio ectoplasma: volveré de allá renovado y libre de estupideces. Pero hemos de llegar hasta el fin con Bernal, y seguro que en el Reino de la Risa le hace gracia la virulencia con que reaccionó a una crítica de su libro. Primeramente, uno de los dos ‘sabios’ le echó una flor: “Después de haber leído mi relación, uno de los licenciados, que era muy retórico y presuntuoso, alabó la gran memoria que tuve para no se me olvidar cosa ninguna de todo lo que pasamos desque vinimos a la Nueva España el año diecisiete hasta el sesenta y ocho (cuando lo escribió). En cuanto a la retórica, dijo que va según nuestro común hablar de Castilla la Vieja, y que en estos tiempos se tiene por más agradable, porque no van razones hermoseadas, como se ha solido poner, sino todo a las buenas llanas, y que debajo desta verdad se encierra todo bien hablar”. Ya ves, reverendo, que el comienzo fue muy halagüeño.
     -Ciertamente, entrañable biógrafo mío. Pero solo era un preámbulo de la banderilla de fuego que le puso después. Y Bernal se encabritó: “Dijo también que le parecía que me alabo mucho sobre las batallas en que me hallé, y que otras personas lo habían de decir y no yo; y que, para que tenga más crédito lo que escribo, que diese testigos. A esto se puede responder que el marqués, en una carta que escribió a Su Majestad, le hizo saber que vine a descubrir la Nueva España dos veces antes que él, y luego me vio como muy esforzado soldado en todas las batallas que digo. Y también el virrey Mendoza hizo una relación que se conformaba con todo lo que el marqués escribió, y además hay probanzas muy bastantes que por mi parte fueron presentadas en el Real Consejo de Indias el año cuarenta. ¿Quién puede loar y escribir lo que aconteció, sino los capitanes y soldados que se hallaron en tales guerras juntamente con nosotros? Y por esta causa lo puedo decir, y aun me jacto de ello. ¿Por qué no lo diré? Y aun con letras de oro habría de estar escrito. ¿Quieren que lo digan  las nubes o los pájaros que en aquellos tiempos pasaron por lo alto? Lo que  veo en los escritos de Gómara e Illescas es que solamente alaban a Cortés,  callan nuestras hazañas, con las cuales le ensalzamos a ser marqués y tener la fama y nombradía que tiene”. Le hierve la sangre por esa injusticia, aunque deja claro que la gloria de Cortés era merecida. Insiste Bernal en cuál era el primer objetivo de su libro. Los cronistas solo se acordaban de Cortés, “pero también nos habían de entremeter en sus historias a nuestros esforzados soldados, y no dejarnos a todos en blanco, como quedaríamos si yo no metiera la mano en recitar y dar a cada uno su prez y su honra. Y asimismo está bien que haya memorable memoria de mi persona y de los muchos y  notables servicios que he hecho a Dios y a Su Majestad; y también para que mis hijos y descendientes osen decir con verdad: ‘Estas tierras vino a descubrir mi padre y fue de los primeros en las conquistar’. Y demás desto, para que vean que no me alabo tanto como debo, diré que me hallé en muchas más  batallas que las 53 que tuvo Julio César, por lo que no es demasiado que yo escriba los heroicos hechos del valeroso Cortés, y los míos y los de mis compañeros. Y digo más: que de todos los loores y sublimados hechos que el marqués hizo, y de las siete cabezas de los reyes que tiene por armas y de blasón, y de las letras que puso en la culebrina (llamada el Fénix) que le envió a Su Majestad -‘Esta ave nació sin par; yo, en serviros, sin segundo; y vos, sin igual en el mundo’-, parte me cabe de las siete cabezas y de lo que dice en la culebrina, ‘yo, en serviros, sin segundo’, pues yo le ayudé en todas las conquistas, y a ganar aquella prez y honra y estado, todo lo cual está muy bien empleado en su muy valerosa persona”. Imposible negar que Bernal se limita a pedir lo que le corresponde, sin robarle nada al poco escrupuloso Cortés.

     Foto: Puede parecer que Bernal exagera en sus reclamaciones. Pero, después de recorrer con él la tremebunda historia de la conquista de México, de la que salió vivo de milagro tras sufrir lo indecible, a nadie le puede extrañar que, a pesar de la admiración que siempre le rindió a Cortés, se rebelara contra la exitosa crónica de Francisco López de Gómara, hecha por encargo de Martín Cortés para mayor y exclusiva gloria de su padre. Bernal solo quiere JUSTICIA para él y sus compañeros, y en su libro mostró una extraordinaria ecuanimidad; si alguna vez la pasión le hace perder la serenidad, se debe a que nadie puso las cosas en su sitio, y se vio obligado a hacerlo él, actuando forzosamente como juez y parte.


lunes, 3 de octubre de 2016

(Día 407) BERNAL y otros tres GIGANTES DE INDIAS se encuentran con FELIPE II. El bueno de BERNAL les deja leer el borrador de su crónica a dos sabihondos licenciados.

(159) –La vida pasa veloz, asustado filósofo, y llega el año 1550.
     -Bernal era ya cincuentón, ilustrísimo menés, y, probablemente, sería una especie de leyenda entre los españoles de la conquista, por lo que les representó en la Corte durante una reunión que trataba de las encomiendas de indios. Defendiendo sus propios intereses (y los de sus compañeros), él consideraba de justicia que las concesiones fueran perpetuas y heredables. De hecho, acabaría por suprimirse ese privilegio, pero veamos lo que vivió Bernal durante esos días, que fue un espectáculo memorable por la extraña coincidencia astral ante Felipe II (sustituía a su padre) de 4 insignes e irrepetibles personajes de Indias. En algún momento, tú los conociste a todos.
     -Y bien dices, fiel escudero. Lamentablemente, a Bernal lo vi pasar por la Casa de la Contratación sin darme cuenta de su genialidad. Los otros tres ya brillaban con esplendor cuando yo también lo hacía (la modestia sobra). O sea, el grandísimo Bernal con un trío insuperable: el obispo Pedro de la Gasca, tan hábil y corajudo que acababa de pacificar Perú ejecutando a Gonzalo Pizarro; Bartolomé de las Casas, el superfraile y obispo dominico del que sobra ya cualquier comentario; y (contén las lágrimas, lloroncico) el obispo de Michoacán Vasco de Quiroga, que convirtió aquel territorio en una digna réplica de la Utopía de Tomás Moro. Se reunieron, pues, los cuatro magníficos con los prohombres del Consejo de Indias, presididos por el marqués de Mondéjar: “Y la mayoría de los procuradores y otros caballeros dimos nuestro voto de que se hiciesen perpetuos los repartimientos. Pero hubo votos contrarios, y fueron los del obispo de Chiapas (Bartolomé de las Casas),  el licenciado y obispo Gasca, el marqués de Mondéjar y dos oidores, diciendo que había muchas personas en Perú que tenían tanta renta de indios que merecían ser castigados, y no dárselos ahora perpetuos, y que, además, habría soldados que, como viesen que no había indios para ellos, se volverían a amotinar. Entonces don Vasco de Quiroga, que era de nuestra parte (el que hombre tan humano y heroico defensor de los indios pensara así, es síntoma de que el problema resultaba muy complejo), le dijo al obispo de la Gasca por qué no castigó (en Perú) a los (españoles) bandoleros y traidores. Y respondió el de la Gasca riendo: ‘¿Creerán, señores, que  no hice poco en salir a salvo de entre ellos después de descuartizar a algunos?”. Era un caso de realpolitik. La verdad es que se trataba de un asunto demasiado comprometido, y los del Consejo de Indias no se atrevieron a decidir, esquivándolo con buenas promesas: “Y dijeron que, en viniendo Su Majestad (Carlos V) de Augusta (Augsburgo), se proveería de manera que todos los conquistadores quedarían muy contentos, y así se quedó por hacer”. Vuelto Bernal a Guatemala, los españoles intentaron un nuevo envío de procuradores a la Corte para negociar sus intereses, “y según pareció, no se concertó la ida por falta de pesos de oro. Luego tornaron los de México a enviar procuradores a Castilla, pero nunca se negoció cosa que buena sea, y desta manera andamos de mula coja y de mal en peor, y de un virrey a otro, y de gobernador en gobernador”. En lo que Bernal tenía ya puesta la mayor ilusión era en publicar su ‘maravilla’, aunque los dioses no le permitieron al orgulloso padre llegar a ver tan lindo retoño. Pero sí tuvo que lidiar con algunas  críticas. Bernal va a reaccionar con sencillez, pero sin perder un ápice de seguridad en la importancia de su obra, ni retroceder un paso en cuanto a la verdad de lo que cuenta: “Cuando acabé de sacar en limpio esta mi relación, me rogaron dos licenciados que se la prestase para saber las cosas de la conquista de México y en qué diferían con lo que tienen escrito los cronistas Gómara e Illescas. Y yo les presté un borrador. Parecióme que de varones sabios siempre se pega algo de su ciencia a los idiotas (ignorantes) sin letras como yo; y les dije que no enmendasen cosa ninguna, porque todo lo que yo escribo es verdadero”. Una parte de las opiniones de los ‘no idiotas’ le va a encender a Bernal.

     Foto: Esto va por ti, romántico mancebo. Al sin par Vasco de Quiroga le han colocado ese busto en su pueblo natal, Madrigal de las Altas Torres. Si alguien torpedea su proceso de canonización en marcha, se las verá conmigo, porque no solo fue un culto y sensible humanista, sino también un santo. Le bautizaron en la iglesia de San Nicolás –no es la de la foto-, en la misma pila bautismal que a Isabel la Católica y a varios de tus antepasados; casi puedes presumir de ser del linaje de los Trastámara.


domingo, 2 de octubre de 2016

(Día 406) BERNAL pide a la FAMA que dé a conocer todo el mérito que tuvieron los conquistadores. Se lamenta de que el premio recibido ha sido escaso y de que no protestaron porque se fiaron de CORTÉS y sus capitanes.

(158) –Casi ya en la despedida, secre, Bernal pide reconocimiento.
     -Ponte en su lugar, reverendo: consiguió mucho, sobre todo autoestima, pero no se le cura la herida de que la valoración de sus méritos (y de los demás soldados) había sido cicatera: “Miren las personas sabias y leídas esta relación desde el principio hasta el cabo (el tocho de 900 páginas), y verán que  no ha habido hombres hazañosos que hayan ganado más señoríos que  nosotros, los verdaderos conquistadores, para su rey. Y, entre mis compañeros, aunque los hubo muy esforzados, a mí me tenían en cuenta, y  era el más antiguo de todos”. Me río, querido Sancho, porque ahora Bernal va a necesitar a la Fama para que le ayude en sus planteamientos. Sin duda sabía que Erasmo se escudó en la personificación de la Locura para hablar con mayor libertad, como a mí me pasa contigo.
     -Es un placer, pequeñuelo, y el pecado resulta venial: “La ilustre Fama que suena en el mundo de nuestros notables servicios a Dios y a su Majestad, da grandes voces y dice que sería justicia que tuviéramos buenas rentas y más aventajadas que otras personas que no han servido tanto, y pregunta dónde están nuestros palacios, y qué blasones puestos en ellos de la manera que los tienen en España los caballeros que sirvieron a los reyes en tiempos pasados; pues nuestras hazañas no son menores que las que ellos hicieron, e hasta se pueden contar entre las más nombradas que ha habido en el mundo. Hago, señora (habla con la Fama), saber que, de 550 soldados que pasamos con Cortés desde la isla de Cuba (en 1519), no somos vivos, hasta este año de 1568 en que estoy trasladando esta relación, sino cinco, que todos los demás murieron en las guerras, fueron sacrificados a los ídolos, o murieron de sus muertes; y sus sepulcros fueron los vientres de los indios, y, los demás, sepultados; aquellos fueron sus sepulcros y allí estaban sus blasones. Y a lo que a mí se me figura, con letras de oro habían de estar escritos sus nombres, pues tuvieron aquella crudelísima muerte por servir a Dios y a Su Majestad, e por dar luz a los que estaban en tinieblas, y también por tener las riquezas que todos los hombres comúnmente venimos a buscar (sincero, como siempre)”. Luego le recuerda a la Fama que también acabaron de la misma manera las vidas de los soldados de Narváez, Garay y Vázquez de Ayllón que se unieron a las tropas de Cortés. Y termina exponiendo la necesidad en que se encuentran los cinco conquistadores que siguen vivos. Sin duda Bernal exageraba su estado de escasez, pero tenía razón al reclamar un mayor premio por sus enormes méritos, y le achucha a su poderosa interlocutora: “Os suplico, ilustrísima Fama que, de aquí adelante, alcéis más vuestra virtuosísima voz para que en todo el mundo se vean nuestras proezas y no las oscurezcan ni aniquilen hombres maliciosos con sus envidiosas lenguas, y procuréis que se les dé el premio que merecen a los que ganaron estas tierras. Y la ilustrísima Fama me responde que lo hará de muy buena voluntad y que se asombra de que  no tengamos los mejores repartimientos de indios; que las cosas del valeroso y animoso Cortés han de ser siempre muy estimadas y contadas, pero que no hay memoria de ninguno de nosotros en los cronistas; y que se ha holgado mucho porque todo lo que he escrito en mi relación es verdad, sin lisonjas ni sublimando a un solo capitán para deshacer a muchos capitanes y valerosos soldados, y de que mi historia, si se imprime (entrañable sufridor), oscurecerá las lisonjas que otros escribieron”. Explica por qué se les recompensó muy a la baja: “Como no sabíamos los conquistadores qué cosa era demandar justicia, ni a quién pedirle el premio de nuestros servicios, sino solamente al mismo Cortés, que tanto mandaba, nos quedamos en blanco con lo poco que nos dieron”. Se les abrieron los ojos cuando Cortés consiguió extraordinarias dádivas del rey solamente para algunos de sus capitanes: “Y, desque entendimos que no habría mercedes sin presentarnos ante Su Majestad, enviamos a suplicarle que nos diese lo que vacase a perpetuidad”. Un claro y justo reproche al Cortés que tanto admira.

     Foto.- Sufrida y olvidada tropa: “Los indios comieron sus piernas, muslos, brazos, pies e manos, y sus vientres los echaban a los tigres e sierpes que tenían en casas fuertes, y aquellos fueron los sepulcros y allí estaban los blasones de estos esforzados conquistadores”.


sábado, 1 de octubre de 2016

(Día 405) BERNAL sigue recopilando: contó lo malo de los indios y ahora alaba sus virtudes. Acto seguido, explica el buen funcionamiento social establecido en México. Recalca, con razón, que este orden y su prosperidad eran superiores a lo que hubo después en el convulso Perú. Menciona también la importancia de la devoción a la Virgen de Guadalupe.

(157) –Con qué rapidez, nocturno soñador, fue cambiando México.
     -Además, ungido abad, Bernal habla con admiración (cuando ya estaba terminando su glorioso libro) de las habilidades del pueblo azteca: “Los indios han aprendido muy bien todos los oficios que hay en Castilla, tienen sus tiendas y ganan de comer con ello; los plateros son muy extremados oficiales. Hay muchos talladores y pintores que hacen muy buenos trabajos con figuras de la santa pasión de Nuestro Señor; los de tres indios maestros de ese oficio, que se llaman Andrés de Aquino, Juan de la Cruz y el Crespillo, hasta son mejores que las obras de los más nombrados de nuestros tiempos. Muchos hijos de principales saben leer, escribir y componer libros de canto llano (gregoriano). Hay oficiales  de tejer según se hace en Cuenca y Segovia. Otros son sombrereros y jaboneros. Solo hay dos oficios que no han podido aprender, hacer vidrio y ser boticarios; mas yo los tengo por tan ingeniosos que pienso que lo harán muy bien, porque algunos dellos son cirujanos y herbolarios. Son labradores desde antes que viniésemos a la Nueva España, y agora crían ganado de todas suertes, y han plantado sus tierras de todos los árboles y frutas que hemos traído de España, y venden el fruto. Cada año eligen sus alcaldes, regidores, escribanos, alguaciles y fiscales, y tienen sus casas de cabildo donde se juntan dos días por semana; sentencian y mandan pagar las deudas, y, por algunos delitos, azotan y castigan, y si es por muerte o cosas atroces, remítenlo a los gobernadores; y hacen justicia con tanto primor como nosotros, y desean saber mucho de las leyes del reino. La mayoría de los caciques tienen caballos y son ricos, y les acompañan sus indios e pajes. Algunos tienen hatos de yeguas y mulas, siendo muchos arrieros como se usa en Castilla. Por  no gastar más palabras, diré que todos los oficios hacen muy perfectamente”. Prosiga el abad.
     -Es de suponer, exquisito juglar, que Bernal no miente, pero oculta lo negativo de la vida de los indios. Continúa hablando de los grandes beneficios que los soldados consiguieron para España, y para sí mismos, con “sus ilustres e santas hazañas y conquistas. El oro, plata y otras riquezas que han ido de acá a Castilla para nuestro rey supera todo lo que se ha oído en las escrituras antiguas. Y antepongo la  Nueva España a Perú porque, en las cosas allá acaecidas, siempre los capitanes y gobernadores han tenido guerras civiles, sin el acato obligado a nuestro rey, y en gran disminución de los naturales”. Y luego hace una comparación justa. Aunque sea juez y parte, se entiende que disfrute contrastando lo que pasó en México con  los dramas de Perú. “En esta Nueva España tendremos para siempre jamás el pecho por tierra y pondremos nuestras vidas y haciendas al servicio de Su Majestad (oportuna manifestación ante la fracasada rebeldía del hijo de Cortés, Martín). Miren los curiosos lectores cuántas ciudades y villas están pobladas aquí por españoles, y los diez obispos que hay, más el arzobispado de México, y tres Audiencias Reales. E  miren  las catedrales y los monasterios de fanciscos, dominicos, mercedarios y agustinos, y los hospitales. Y la Santa iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, que está en Tepeyac, donde solía estar asentado el real de Gonzalo de Sandoval (y su amigo Bernal junto a él) cuando ganamos México, y miren los milagros que hace cada día, y démosles muchas gracias a Dios y a su bendita madre Nuestra Señora, que nos dieron gracia e ayuda para que ganásemos estas tierras donde hay tanta cristiandad. Y tengan en cuenta que hay Colegio Universal (universidad) donde se estudia gramática, teología, retórica, filosofía y otras artes. Y hay moldes y maestros de imprimir libros en latín y en romance, e se gradúan licenciados e doctores”. Dejando de lado un juicio moral sobre las causas y los medios utilizados, el balance histórico es transparente: los indios pagaron un altísimo precio, pero la riqueza cultural que recibieron fue enorme.

     Foto: La lámina es muy sugerente. Estamos viendo el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, situado en el antiguo poblado azteca de Tepeyac. Se entiende bien por qué Cortés le dio a Sandoval la orden de instalar ahí su campamento para asediar Tenochtitlán durante su conquista definitiva. Cuando se pintó el grabado, todavía se podía entrar desde ese lugar directamente a las aguas de la laguna.


viernes, 30 de septiembre de 2016

(Día 404) BERNAL vuelve la vista atrás y recuerda cómo eran los indios, lo que le sirve para elogiar el gran bien que les hizo la cristianización. Hombre de fe profunda, se alegra de que muchos indios salvaran su alma; alaba a los frailes, pero no se calla el daño que hicieron los malos clérigos.

(156) –Poco queda, my sweet son: sigamos picoteando a Bernal.
     -Estamos ya, my tender daddy, en las páginas finales. El ilustre soldado-cronista, extraordinario en los dos oficios, hace unas últimas reflexiones sobre lo vivido en tan sublime aventura, y repite, con otras palabras, aspectos generales del tiempo pasado. Un brevísimo capítulo lo encabeza de esta manera: “Cómo los indios de toda la Nueva España tenían muchos sacrificios y torpedades, y se los quitamos y les impusimos en las cosas santas de buena doctrina”. Se apoya en el cálculo que hicieron “los religiosos franciscos, que fueron muy buenos religiosos, y hallaron que, solamente en México y los otros pueblos de la laguna, se sacrificaban cada año sobre 2.500 personas chicas y grandes. Y, según esta cuenta, muchas más serían en las otras provincias. Había muchas maldades de sacrificios, y lo que yo vi fue que cortaban las frentes, orejas, lenguas, labios, pechos, brazos y piernas”. Vamos a zanjar, reverendo padre, el tema de la homosexualidad, que algunos historiadores consideran una versión exagerada de los españoles. Me parece imposible que vieran lo que  no había, insistiendo machaconamente, cada vez que les echaban un sermón político-religioso a las tribus, en que tenían que acabar con los sacrificios y con esas costumbres ‘nefandas’. Además su tipo de moral era muy distinta a la cristiana. Si a esto añadimos la seguridad con que habla del asunto un hombre tan perspicaz y tan fiable como Bernal, parece absurdo no aceptarlo. ¿Cómo lo ves?
     -Claro como el día, pequeñuelo: se diría que has sido tú el que se ha pasado la vida en un confesonario escarbando en el fondo del alma humana. Te escuchamos, Bernalito: “Y demás desto, eran los más dellos sométicos, en especial los de las costas y tierra caliente, en tanta manera que andaban muchachos vestidos en hábitos de mujeres para ganar en aquel diabólico y abominable oficio. Comían carne humana como nosotros tenemos vaca en las carnicerías; metían a engordar en jaulas de madera a muchachos y muchachas, los sacrificaban y los comían. Había muchos que tenían el vicio y la torpedad de tener excesos carnales hijos con madres y hermanos con hermanas”. Pero luego, retorcido mancebo,  explica algo que rectifica la interpretación que le diste en mi biografía. A  no ser que la expresión admita un doble sentido. El puritano Bernal continúa: “Pues, de borrachos, no sé decir tantas suciedades que entre los indios pasaban. Solo una quiero aquí poner, que hallamos en la provincia de Pánuco; se embudaban por el sieso con unos canutos, y se henchían los vientres de vino del que ellos hacían, como cuando entre  nosotros se echa una medicina, torpedad jamás oída. Y tenían cuantas mujeres querían. Y quiso Nuestro Señor que pasáramos dos años poniéndoles nosotros, los verdaderos conquistadores, en buena policía de vivir y enseñándoles la santa doctrina. Nosotros lo hicimos primero, y, cuando el principio es bueno, todo el medio y el cabo es digno de loor; desque los conquistamos, todas las personas que antes iban perdidas a los infiernos, agora, como hay muchos y buenos religiosos, son bautizadas, el santo Evangelio está bien plantado en sus corazones, se confiesan cada año, y los que tienen más conocimiento de nuestra santa fe se comulgan. Les enseñamos a tener mucho acato a los religiosos y a los clérigos. Mas, después que han conocido de algunos clérigos sus codicias y desatinos, no los querrían por curas en sus pueblos, sino a franciscos y dominicos, y no aprovecha cosa que los pobres indios se quejen desto a los prelados, que no los oyen. ¡Oh, cuánto habría que decir sobre esta materia!, mas quedarse ha en el tintero (nunca faltan metepatas)”.

     Foto.- En la ciudad de esta imagen pasó Bernal los años de su larguísima jubilación: es la que se conoce como la Antigua, a 45 km de la actual capital de Guatemala. Cuando la espantosa torrentera del cráter del Volcán de Agua -lo llamaban así por la enorme cantidad que tenía embalsada en su interior- anegó una población anterior, se levantó de nuevo en este lugar, por parecer más seguro. Era el año 1541. La foto nos da una idea del ambiente urbano en que vivió Bernal hasta su fallecimiento en 1585; vemos la catedral de Santiago -la ciudad tenía el nombre de Santiago de los Caballeros-, algunos edificios reformados, como el del fondo, llamado Palacio de los Generales, y el ayuntamiento, donde Bernal fue regidor y desde cuya balconada está tomada la imagen. No podía faltar el ‘malo’ de la película: esa montaña es el Volcán de Agua. Ya  no hizo más daño, pero, en 1775, un terremoto obligó a trasladar la capitalidad a la ciudad de Guatemala. 


jueves, 29 de septiembre de 2016

(Día 403) Sigue BERNAL dando datos de sus antiguos compañeros. Hace un comentario para rebatir las dudas de quienes pudieran sospechar que se inventa cosas. Se queja de que no han sido tan recompensados como lo fueron los héroes de batallas y conquistas pasadas.

(155) –Avante a toda máquina, fogonero: más madera.
     -Da vértigo, querido almirante, la velocidad con que vamos hacia el puerto de destino; hay que alcanzarlo cuanto antes, aunque solo sea por respeto al cansancio de los pasajeros. Es una pena cribar las palabras de Bernal, pero nos vamos a limitar ahora a un picoteo de la parte final del libro, para llegar rápidamente a esas tierras que, recorridas cerca de 900 millas, digo páginas, ya casi tocamos con las manos. Veamos algunos comentarios más sobre varios de sus capitanes: “Gonzalo de Sandoval tendría 24 años cuando pasó acá.  No era hombre de letras, ni codicioso, sino solo de fama. Siempre miraba por sus soldados. Cortés decía de él que fue tan animoso capitán que se podía nombrar entre los más esforzados que hubo en el mundo. Juan Velázquez de León fue buen jinete y muy extremado varón. Murió en los puentes cuando salimos huyendo de México. Diego de Ordaz fue muy esforzado y de buenos consejos; en el habla era algo tartajoso y no pronunciaba bien algunas palabras. Alonso de Ávila fue el primer contador y era franco con sus compañeros, mas muy soberbio, amigo de mandar e no ser mandado, e algo envidioso; era tan orgulloso e bullicioso que Cortés no lo podía sufrir, e a esta causa lo envió a Castilla como procurador”. Menciona, de pasada, algo impreciso pero importante: “Este Alonso de Ávila fue tío de los caballeros que degollaron en México”. No aclara que formaron parte (pagándolo con su vida)  de la conjura  de los hijos de Cortés (que recibieron un castigo leve)  para independizar México. Bernal sigue hablando de capitanes, pero introduce de nuevo el recuerdo de su paisano Cristóbal de Olea y de las dos veces que le salvó la vida a Cortés, perdiendo la suya en su segunda proeza: “aunque estaba ya muy mal herido, acuchilló e mató a los indios que llevaban a Cortés, y él quedó allí muerto por le salvar”. Siguen sus comentarios: “Gonzalo Domínguez y un tal Lares fueron de los más esforzados soldados de Castilla, muriendo este en las batallas de Otumba, y el Domínguez en lo de Guantepec, de un caballo que lo tomó debajo. Y sería mucha prolijidad hablar de todos nuestros capitanes y fuertes soldados, siendo todos tan esforzados y de mucha cuenta, que dignos éramos de estar escritos con letras de oro”. Tampoco se olvida de lamentar el triste fin de Pánfilo de Narváez. Prosiga su merced.

     -Pues Bernal, querido secre, les aclara algo a los que desconfiaban de su crónica, aunque rebajando con sencillez su excepcional capacidad: “Algunos de los que han leído estas memorias (en borradores a mano) me han dicho que se maravillaban de cómo al cabo de tantos años no se me ha olvidado lo que cuento de los soldados. A esto respondo que  no es mucho que me acuerde ahora de sus nombres, pues éramos 550 compañeros que siempre conversábamos juntos de las batallas, de los que mataban de nosotros en tales peleas, y de cómo los llevaban a sacrificar. Por manera que comunicábamos los unos con los otros, en especial cuando salíamos de algunas muy sangrientas y echábamos de menos a los que allá quedaban muertos. Y más digo, que tal y como los tengo ahora en la mente, sabría pintar y esculpir sus cuerpos y talles y meneos y facciones. Y aun según cómo cada uno entraba en las batallas y el ánimo que mostraba. E gracias sean dadas a Dios y a su bendita Madre Nuestra Señora, que me escaparon de ser sacrificado a los ídolos e me libraron de otros muchos peligros e trances para que haga ahora esta memoria”. Luego habla de las grandes mercedes que se concedieron a los héroes de tiempos pasados, “dándoles villas  y privilegios que ahora tienen sus descendientes;  como cuando se ganó Granada, y en el tiempo del Gran Capitán en Nápoles. Y, sin saber cosa ninguna Su Majestad de  nosotros, le ganamos esta Nueva España. He traído esto a la memoria para que se ponga en una balanza cada cosa en su cantidad, y hallarán que somos dignos de ser remunerados como aquellos caballeros. Yo me hallé en muchas peligrosas batallas, y dos veces estuve asido por los indios para llevarme a sacrificar, dándome Dios esfuerzo para poder escaparme, sin contar otros grandes peligros,  trabajos, hambre,  sed e infinitas fatigas que suelen padecer los que van a hacer semejantes descubrimientos en tierras nuevas”.

     Fotos: La imagen de la primera foto se basa en el dibujo de la segunda, que, probablemente, sea la representación más fiable de Bernal (al menos, lleva su firma autógrafa); se le ve en su madurez, que se prolongaría hasta los 89 años. Nadie podrá decir que sus escasas quejas eran un lloriqueo: tenía toda la razón del mundo; y hasta se quedaba corto.



martes, 27 de septiembre de 2016

(Día 402) Como va llegando al final de su magnífico e impagable libro, BERNAL nos muestra su lado más humano recordando con detalle a sus compañeros, y hasta habla de sí mismo.

(154) -Habrá que resumir, secre, porque quizá resulte un tostón.
     -Estamos de acuerdo, sabio doctor. Es de mucho valor humano la relación que hace Bernal de los  clérigos, capitanes y soldados que su prodigiosa memoria recuerda, a vuelapluma, entre los que participaron en las campañas de México. Pero estamos ya entrando en la última estación, se acaba el viaje, y, como el mismo Bernal diría, ‘sería demasiado prolijo’ copiarlo íntegro. Cita unos 350 nombres de los protagonistas de tan increíble epopeya, y de cada uno hace un comentario breve, de dónde era, algún dato anecdótico y cómo murió (casi todos habían fallecido cuando lo escribió el longevo cronista). Escaseaban los que “murieron de su muerte (de forma natural)”; recuerda a los que fallecieron “en los puentes, en poder de los indios” o fueron sacrificados. Vuelve a emocionarse recordando a su paisano y pariente, el Cristóbal de Olea que dio la vida por Cortés la segunda vez que lo salvó. Le dedica bastante espacio a “Martín López, muy buen soldado, que fue el maestro que hizo los trece bergantines, siendo gran ayuda para ganar México, donde ahora vive (otro longevo)”. Ejemplos de lo anecdótico: “Y un Juan Pérez, que mató a su mujer, a la que decían la hija de la Vaquera; murió de su  muerte. Y Pedro Escudero e Juan Cermeño, a los que ahorcó Cortés por alzarse con un navío para ir a Cuba con intención de dar avisos al gobernador Velázquez; y por querer irse con ellos, le cortó los dedos de los pies a Gonzalo de Umbría. E Pedro de Guzmán, muy buena persona, que fue luego a Perú e hubo fama de que murieron helados él y su mujer”. Habla de tres con el apellido Espinosa, “e uno dellos era natural de Espinosa de los Monteros”. Menciona a un soldado transformado en místico: “Se llamaba Sindos de Portillo, tenía muy buenos indios y estaba rico; vendió sus bienes, lo repartió a los pobres e se metió fraile franciscano; en México era público que murió santo e que hizo milagros”. Añade otros siete casos de soldados que profesaron como religiosos. Uno tan espiritual que vivió como ermitaño. Otro, Francisco de Aguilar, hizo una importante crónica de México; y hasta hubo un tal Burguillos que “después se salió de la Orden, e no fue tan buen religioso como debiera”. Luego recoge la reacción de un orgulloso: “Un esforzado e osado soldado que se llamaba Lerma se fue entre los indios como aburrido porque Cortés le afrentó sin culpa”. Tu turno, buen abad.
     -Bernal va por tandas, querido socio. De repente recuerda a varios pilotos, algunos famosos: Antón de Alaminos, Camacho de Triana, Juan Álvarez el Manquillo, Cárdenas, Sopuesta del Condado, “ya hombre anciano”, Galdín, Gonzalo de Umbría (al que Cortés le dejó los pies sin dedos) “e otros cuyos nombres no recuerdo”. Menciona a un “Cervantes el Loco, que era chocarrero y truhán; murió en poder de los indios. Había un soldado llamado Álvaro, que dicen que tuvo con indias de la tierra 30 hijos; murió entre indios en Honduras. Y Jerónimo de Aguilar, que fue nuestra lengua; murió de mal de bubas. El soldado Escobar fue bien esforzado, mas tan bullicioso y de malas maneras que murió ahorcado por forzar a una mujer, y por revoltoso”. Saca del baúl de los recuerdos otro dato que no sabíamos, y que me entristece, secre: “E pasó otro soldado anciano que trajo un su hijo, que se decía Orteguilla, paje que fue del gran  Moctezuma; los dos murieron en poder de indios”. Cita a “Guillén de Loa, que murió de un cañazo en México durante un juego de cañas. E un tal Porras, muy bermejo e gran cantor; murió en poder de indios”. Bernal se pone en último lugar, y da algunos datos personales que vamos a copiar casi textualmente (en su honor), para terminar este brevísimo resumen: “También me quiero yo poner en esta relación, puesto que vine a descubrir dos veces antes que don Hernando Cortés, y por tercera vez, con él mismo. Mi nombre es Bernal Díaz del Castillo (gloria a ti, sencillo héroe), e soy vecino e regidor de la ciudad de Santiago de Guatemala (la antigua capital), e natural de la muy noble, insigne e muy nombrada villa de Medina del Campo, hijo de Francisco Díaz del Castillo, regidor della, al que llamaban el Galán, que haya santa gloria. E doy muchas gracias a Nuestro Señor y a  Nuestra Señora, su bendita madre, que me han guardado de que sea sacrificado como en aquellos tiempos se sacrificaron a todos los más de  mis compañeros que nombrados tengo, para que agora se vea muy claramente nuestros heroicos hechos, y quiénes fueron los valerosos capitanes e fuertes soldados que ganamos esta parte del Nuevo Mundo, y  no se refiera la honra de todos a un solo capitán”. Sobra cualquier comentario. Amén.

     Foto: Esa es la portada de la primera edición que se hizo de la gran obra de Bernal. La tenía terminada hacia 1568, circuló en manuscritos, intentó publicarla, y murió en 1585 sin conseguirlo. Fíjate, pequeñín, en la fecha en que salió de la imprenta: ¡año 1632! Esta maravilla estuvo a punto de terminar en un vertedero. Quién le iba a decir a Bernal que íbamos a estar tertuliando con ella, en nuestro pequeño rincón, casi cuatrocientos años después.


(Día 401) BERNAL nos despide de CORTÉS haciéndole un entrañable retrato de cómo fue en su momentos de gloria y en su posterior decadencia.

(153) –El entrañable Bernal, secre, nos hace un retrato de Cortés.
     -Era de esperar, querido Sancho. Lo admiró sin medida, lamentó sin rencor sus defectos, sufrieron juntos lo indecible, y alcanzó con él uno de los puestos más altos de la Historia. Y, como despedida, nos lo describe: “Fue de buena estatura e bien proporcionado e membrudo, e la color de la cara tiraba a algo cenicienta, e si tuviera el rostro más largo, mejor le pareciera, e los ojos, en el mirar amorosos e por otra parte graves. Las barbas tenía algo prietas (morenas) e ralas, e el cabello de la  misma manera. Era cenceño e de poca barriga e algo estevado (zambo). Era buen jinete e diestro de todas las armas, así a pie como a caballo. E sobre todo tenía corazón e ánimo. Oí decir que, cuando mancebo, en la isla Española fue algo travieso sobre mujeres e que se acuchilló algunas veces con hombres diestros, e siempre salió con victoria. E tenía una señal de cuchillada cerca del belfo de abajo, que se la hicieron cuando andaba en aquellas cuestiones. Tanto en su persona como en pláticas e en comer e vestir, en todo daba señales de gran señor. No se le daba nada de traer sedas ni damascos, sino que vestía muy llanamente e muy limpio;  ni traía grandes cadenas de oro, salvo una cadenita con la imagen de la Virgen María con su hijo precioso en los brazos, e de la otra parte, el señor San Juan Bautista. En el dedo traía un anillo muy rico con un diamante, y en la gorra de terciopelo, una medalla. Servíase muy ricamente como gran señor, con dos maestresalas e mayordomos e muchos pajes. Comía bien e bebía una buena taza de vino aguado, y  no le daba por comer manjares delicados. Era de muy afable condición con todos sus capitanes e compañeros, especialmente con los que pasamos con él de Cuba la primera vez. Y era latino e oí decir que también bachiller en leyes, e hablaba en latín con los letrados. Era algo poeta e hacía coplas. Platicaba muy apacible y con muy buena retórica. E rezaba las horas por las mañanas e oía misa con devoción. Era devoto de la Virgen, de San Pedro e San Pablo, y de San Juan Bautista. E era limosnero. Cuando juraba, decía: ‘En mi conciencia’, e cuando se enojaba con alguno de los soldados que éramos sus amigos, le decía: ‘¡Oh, mal pese a vos!’; y cuando estaba my enojado, se le hinchaba una vena en la garganta y otra en la frente. E  no decía palabra fea o injuriosa”. Sigue, reverendo.
     -Dice Bernal que también era terco: “Y era muy porfiado, en especial en las cosas de guerra”. Lo pone especialmente de relieve recordando las veces en que, por no hacer caso del parecer de sus capitanes y soldados, se produjeron verdaderas tragedias. Pero, acto seguido, vuelve a los elogios: “Siempre le vi entrar juntamente con nosotros en las batallas, mostrándose muy esforzado”. Nuevamente lo prueba con las  numerosísimas situaciones épicas que ha recogido en su libro, subrayando la temeridad y el valor con que todos lucharon; termina la lista con varios ejemplos especiales: “Se  mostró muy varón cuando entramos en México para ayudar a Alvarado y subimos a lo alto del cu de Huichilobos. También se mostró muy esforzado en la guerra de Otumba cuando dio un golpe al capitán y alférez de Cuauhtémoc e le hizo abatir sus banderas. No quiero decir de otras muchas proezas e valentías que hizo nuestro marqués don Hernando Cortés, porque son tantas que  no acabara tan presto de las relatar”. Luego habla del ya bastante deteriorado Cortés de la campaña de Honduras: necesitaba echar la siesta, se teñía la barba, “e engordó mucho y con gran barriga”. Termina con una decadencia peor: “Después que ganamos la Nueva España, siempre tuvo trabajos e gastó muchos pesos de oro en las armadas que hizo, e no tuvo ventura en  ninguna. Ni me parece que la tiene agora su hijo don Martín, que, siendo señor de tanta renta, le haya venido el gran desmán que dicen de su persona y de sus hermanos”. El discreto Bernal no lo explica, pero está haciendo referencia a su intento de rebelarse contra el rey (cosa que su padre, ya muerto, jamás pretendió), y que no les costó la cabeza por ser hijos de quien eran. Solo dice, y con esto acaba: “Que Nuestro Señor Jesucristo lo remedie, e al marqués don Hernando Cortés le perdone Dios sus pecados”. Adiós, pues, a ese gran capitán que tan gran vacío nos deja.

     Foto: Estatua de Cortés en su pueblo natal, Medellín, que casi parece una alegoría de su ascensión hacia las cimas más sublimes desde sus raíces medievales. En la historia de los hombres, pocas vidas han sido tan intensas.


lunes, 26 de septiembre de 2016

(Día 400) CORTÉS participa en la batalla de ARGEL, perdida por las tormentas. Quiere convencer a CARLOS V de que él puede reorganizar el ataque, pero no le hace ningún caso. A esta derrota moral, se une la anulada boda de su hija. Parte de SEVILLA deprimido y enfermo, muriendo en CASTILLEJA DE LA CUESTA.

(152) –Esto es el principio del fin, muchachuelo: Bernal recapitula.
     -Quedan unas cuantas páginas sabrosas, ectoplásmico clérigo, aunque las mostrará como una vista panorámica de esta fabulosa historia, poniendo sobre la mesa el corazón para descubrirnos sus afectos y emociones. Pero hay un problema: habrá que resumir.
     -Lo entiendo, concienzudo secretario; pero  no te pases: te daré un hisopazo cada vez que abuses de la tijera. Vamos a ver qué estaba haciendo Cortés por Castilla, prácticamente desterrado de México: “Cuando Su Majestad volvió de hacer el castigo en Gante, hizo la gran armada para ir sobre Argel, y le fue a servir en ella el marqués del Valle, llevando en su compañía a su hijo, el mayorazgo (el legítimo Martín). También llevó a don Martín Cortés, el que tuvo de doña Marina (nuestra deliciosa indita), y llevó muchos escuderos y criados y caballos y gran compañía y servicio (qué cara ostentación); y se embarcó en una buena galera con Enrique Enríquez (el almirante de Castilla). Y hubo una tan recia tormenta que se perdió mucha parte de la real armada, dando también al través la galera en que iban Cortés y sus hijos, los cuales escaparon con gran riesgo de sus personas. Y como en tales peligros no hay tanto acuerdo (sensatez) como debería haber, Cortés se ató en unos paños revueltos al brazo ciertas joyas de piedras muy riquísimas que llevaba como gran señor, y con la revuelta de salir en salvo entre tanta multitud se le perdieron todas”. Le dijeron al rey sus consejeros más próximos que, ante tanta pérdida de naves y hombres, lo mejor era abandonar, renunciando al ataque, “sin que llamaran a Cortés para que diese su parecer”. Cuando lo supo Hernán, sacó pecho y le dijo al rey que “con la ayuda de Dios y la buena ventura de Su Majestad le dejara tomar Argel con los soldados que había, tal y como pudo hacer proezas con sus valientes y sufridos hombres en México”. Hubo caballeros que tuvieron en cuenta estas palabras, pero, finalmente, el rey ordenó la retirada. Fue el último sueño de gloria del grandísimo Cortés, y el preludio de su próximo final, que  nos va a dejar un poso de amargura: “Volvieron, pues, a Castilla de aquella trabajosa jornada, y, como el marqués estaba ya muy cansado, deseaba en gran manera volver a la Nueva España. Y fue a recibir a Sevilla a su  hija, porque tenía concertado casarla con don Álvaro Pérez Osorio”.
     (Llegó el momento, hijos míos: el sol se nos apaga). La que venía a Sevilla era su hija mayor,  María Cortés. “Y este casamiento se desconcertó por culpa de don Álvaro, de lo cual el marqués recibió tan gran enojo que, de calentura y cámaras, que tuvo recias, estuvo muy al cabo; y, andando con su dolencia, salió de Sevilla y se fue a Castilleja de la Cuesta para entender en su alma y ordenar su testamento. Y, después de ordenado y haber recibido los Santos Sacramentos, fue  Nuestro Señor servido llevarle desta trabajosa vida, y murió el día dos de diciembre de 1547 años (contando 62). Y llevóse su cuerpo a enterrar, con gran pompa, mucha clerecía y gran sentimiento de muchos caballeros de Sevilla, en la capilla de los duques de Medina Sidonia, y después fueron traídos sus huesos a la Nueva España, porque así lo mandó en su testamento. Y están en un sepulcro en Coyoacán, o en Texcoco, que  no lo sé bien”. Sin duda, el gran amor de Cortés fue la  Nueva España.

     Fotos.- Qué honrado y fiable cronista es Bernal; dice lo que sabe y nunca va más allá. Veamos lo que pasó con los restos de Cortés. La duda de Bernal viene de que en el testamento quedó ordenado que se le enterrara en un monasterio de Coyoacán que Cortés mandó construir. Pero no se edificó; por eso lo llevaron al monasterio de San Francisco, situado en Texcoco. Las peripecias posteriores no las pudo conocer nuestro gran cronista. Cortés había fundado el Hospital de Jesús en la capital mexicana; sus herederos trasladaron los restos a su capilla. Cuando llegó la independencia, y por miedo a profanaciones, fueron ocultados el año 1823 en una pared junto al altar mayor. Allí permanecieron hasta que en 1946 se sacaron del hueco (foto primera). Certificada la autenticidad de los restos, se volvieron a colocar en el mismo sitio y allí permanecen tras una sencilla placa (foto segunda); llama la atención que, en el escudo familiar que figura sobre el nombre de Cortés, se haya dejado sin  borrar un detalle muy doloroso para el orgullo mexicano: las cabezas encadenadas de los siete grandes caciques a los que sometió, entre ellos, Moctezuma y Cuauhtémoc. En las letrucas de abajo, parece poner: “SE REINHUMÓ EN JUNIO 954”).






domingo, 25 de septiembre de 2016

(Día 399) No solo muere ALVARADO: BERNAL cuenta el catastrófico destino de gran parte de su familia. Su viuda firmaba como Doña Beatriz, la Sin Ventura. Los dos están enterrados en la antigua Iglesia Mayor de Guatemala. Y, lo que son las cosas, BERNAL también.

(151) –Es así, jubileta: la suerte, buena o mala, puede acumularse.
     -Gran verdad, sutil ectoplasma: a veces, te reparten gozos o dolores ‘suavecito’. Pero a algunos les vuelcan de golpe un contenedor entero. Así  quedó dividida en dos partes la epopeya de Cortés: a la cegadora luz de su triunfo en México, le siguió la grisura de una larga decadencia envuelta en fracasos. ¿Y lo de Alvarado?
     -A eso vamos, melancólico poeta. Fue, probablemente, el más carismático de los capitanes de Cortés. Ya vimos que Cristóbal de Olid trató de usurparle a Cortés la conquista de Honduras, y fue degollado. Por el contrario (qué contraste), Pedro de Alvarado consiguió hacerse gobernador de Guatemala sin problemas con ‘el jefe’. Hemos visto que murió aplastado por un caballo luchando generosamente para salvar a una tropa en serios apuros. Bernal no solo nos cuenta la fatal muerte de ese eterno triunfador, sino que va a añadir las toneladas de desgracias que cayeron sobre su familia. Pedro se había casado años antes con Francisca de la Cueva, y ya le golpeó el destino: la recién casada murió en cuanto desembarcó en Veracruz. Cuando consiguió la gobernación de Guatemala, repitió boda con una hermana de la fallecida, Beatriz de la Cueva, que, al parecer, lo amó apasionadamente, llegando al borde de la locura al recibir la trágica noticia: “Se mandó que se entintasen todas las paredes de las casas con un betún que  no se pudiese quitar. Y muchos caballeros iban a consolarla para que no tomase tanta tristeza por su marido, y le decían que diese gracias a Dios, porque dello fue servido. Y ella, como buena cristiana, decía que así se las daba; y, como las mujeres son tan lastimosas por los que bien quieren, deseaba morirse y  no estar en este mundo con estos trabajos”. Con esto, Bernal se anticipa a la torcida interpretación que el cronista Gómara hizo de otro espanto inmediato: “Afirma Gómara que aquella señora dijo que ya Nuestro Señor no le podía hacer mayor mal, y por esa blasfemia vino pronto una tormenta de agua, cieno y maderos gordos que descendió de un volcán, derribó la mayor parte de las casas donde vivía aquella señora, y, estando rezando con sus doncellas (y su hija de menos de un año), las tomó todas debajo y se ahogaron. Y no ocurrió como dice el Gómara, sino que la causa fue secreto de Dios”. Bernal se salta algo descorazonador. Un día antes, la habían nombrado gobernadora de Guatemala. Aceptó, y firmó: “Doña Beatriz, la Sin Ventura”. Lo que no  nos ahorra Bernal es lo que sigue: “De sus hermanos, Jorge de Alvarado murió en 1540 en Madrid, yendo a suplicar que le gratificasen sus servicios; el Gómez de Alvarado, en Perú; el Gonzalo de Alvarado, en Oaxaca o México, que no se me acuerda; el Juan de Alvarado, en la isla de Cuba; pues sus hijos (todos naturales), el mayor, que se llamaba Pedro, fue a Castilla con su tío Juan de Alvarado el Mozo y  nunca más se supo dellos, porque se pensó que se perdieron en la mar o los cautivaron los moros; pues don Diego, el menor, como se vio perdido, volvió al Perú, y en una batalla murió. Nuestro Señor los lleve a su santa gloria, amén. Y ahora se han hecho en esta ciudad de Guatemala dos sepulcros en la iglesia mayor para traer los huesos del adelantado don Pedro de Alvarado y enterrarle en uno dellos; y el otro  para que, cuando Dios sea servido llevar desta presente vida a don Francisco de la Cueva (quedó como gobernador) y doña Leonor de Alvarado, su mujer e hija (natural) de Pedro de Alvarado, sean enterrados en él”. Termina  Bernal diciendo: “Digamos en qué paró la armada de Pedro de Alvarado. Y es que, fallecido su capitán, cada uno tiró por su cabo, y  un año después, el virrey Mendoza tomó los tres mejores navíos de los trece de Alvarado, y mandó ir a descubrir por la ruta prevista, pero tampoco tuvo fortuna”. Añadamos que también  Beatriz fue enterrada junto a su marido, y alguien más que Bernal supondría, pero  no lo pudo saber: él mismo.

     Foto.- El monstruo  de esta historia tiene el nombre de Volcán de Agua, situado a corta distancia de la antigua capital de Guatemala. Paradójicamente era un volcán apagado, pero con el cráter lleno de agua; la espantosa tormenta agrietó sus paredes, despeñándose una enorme riada que arrasó la población. Fue necesario desplazarla a un lugar próximo, y lo que vemos en la foto son las ruinas de una vieja iglesia del nuevo emplazamiento, derribada por las sacudidas de uno de los terremotos tan frecuentes en la zona. Junto al viejo altar mayor hay una lápida que completa lo que Bernal, regidor de la ciudad, no pudo certificar: “En ese sitio -en las catacumbas- se dio sepultura a ilustres personajes de la conquista y fundación de Guatemala, entre ellos: Don Pedro de Alvarado y Contreras y su esposa Doña Beatriz de la Cueva; el primer Obispo Francisco Marroquín; y el soldado e historiador Bernal Díaz del Castillo”. Solo falta añadir: ‘Que Nuestro Señor los haya llevado a su santa gloria, amén’

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sábado, 24 de septiembre de 2016

(Día 398) ANTONIO DE MENDOZA: un gran virrey nombrado por CARLOS V para oscurecer a CORTÉS. En un generoso esfuerzo de compañerismo militar, el gran PEDRO DE ALVARADO muere por un desgraciado accidente.

(150) –Y México, primoroso vate, siguió sin Cortés su propia deriva.
     -Además, generoso abad, la situación administrativa cambió por completo. Las grandezas de Cortés fueron casi una empresa privada, aunque había puesto a México bajo el dominio de España. El rey sabía que necesitaba a un hombre suyo, eficiente y trabajador, para asumir el máximo poder en la  Nueva España. En cuanto lo consiguió, aprovechó la venida de Cortés para cerrarle el camino de vuelta. ¿Quién era “la joya” a la que le entregó todo  el gobierno?
     -Esta vez, querido socio, acertó plenamente Carlos V. Creó un virreinato para México, el primero de Indias, y le dio el cargo al linajudo don Antonio de Mendoza y Pacheco. Aparte sus excepcionales cualidades personales, contaba con dos añadidos muy valiosos: 1.- Asimiló todas las habilidades que vio ejercer a su padre, don Íñigo López de Mendoza, como capitán general con funciones de virrey en la recién conquistada Granada. 2.- Con ese bagaje, se le confiaron misiones diplomáticas muy importantes por toda Europa. Así que, en 1535, cuando Mendoza tenía unos 42 años, el rey  no lo dudó: este es mi hombre. Inevitablemente, iba a chocar con Cortés, pero consiguió someterlo a su autoridad, teniendo además la suerte de que luego quedara retenido en España. Ejerció de virrey en México 15 años, de donde fue trasladado con el mismo  cargo al virreinato de Perú, muriendo 10 meses después. Bernal nos va a hablar de las empresas del virrey, quien, en algunas de las cuales, también buscará intereses personales. Hay en concreto una en la que se va a asociar con Pedro de Alvarado (el rubio Toniatu), el antiguo capitán de Cortés, que tenía licencia del rey para descubrir por China y las Molucas. Casi en plan megalómano, Alvarado “puso en la mar del Sur 13 navíos de buen porte, gastando en ellos tantos millares de pesos de oro que no le bastó la riqueza que trajo de Perú (intentó en vano competir allá con Pizarro), ni su oro de las minas de Guatemala, ni los préstamos que le hicieron (es decir, apostando muy fuerte). Sabiéndolo el virrey Mendoza, le escribió para que hiciese compañía con él”. Llegados a un acuerdo, y, cuando Pedro de Alvarado se disponía “a hacerse a la vela, le vino una carta de un tal Cristóbal de Oñate que estaba por capitán de ciertos soldados en una sierra de Cochistlán, diciéndole que, en servicio de Su Majestad, vayan a socorrerles”. ¿Y luego?
     -Toma nota, competente escribano: lo que vamos a ver ahora es un asombroso ejemplo de responsabilidad. Oñate le decía “que estaban cercados en partes donde no se podían defender de muchos escuadrones de indios, que le habían muerto a muchos españoles, que temía en gran manera que le acabasen de desbaratar, y que, de salir los indios victoriosos, la Nueva España estaría en peligro. Y cuando don Pedro de Alvarado vio la carta, sin más dilación mandó apercibirse a algunos soldados y fue en posta a hacer aquel socorro. Y, cuando llegó, estaban muy afligidos los cercados, y, al verlo, aflojaron algo los indios, pero sin dejar de dar bravosa guerra”. Desgraciadamente, en esta ocasión, como le pasó a Sandoval, su sempiterna buena suerte le dio la espalda y la tragedia se abatió sobre el ‘divino’ Alvarado: “Parece ser que a uno de los soldados que defendían aquel paso se le desriscó el caballo, y vino rodando con tal furia por donde Pedro de Alvarado estaba que no tuvo tiempo de se apartar, sino que el caballo le magulló el cuerpo porque le cogió debajo. Le llevaron en andas a curar en una villa, y en el camino se pasmó, y luego se confesó y recibió los Santos Sacramentos, mas  no hizo testamento, y falleció. Dejemos de hablar de su muerte; perdónele Dios, amén”. Llámese compañerismo, pundonor, espíritu de equipo o, simplemente, disciplina militar, resulta admirable el comportamiento de este capitán que tantas veces  vio de frente el rostro de la muerte, y al que, en alguna ocasión, se le acusó de duro con los indios. Dejaremos para mañana lo que Bernal dirá sobre el destino trágico de los Alvarado. Solo falta aclarar que, al tener la  noticia de la desgracia, se encargó personalmente el virrey Mendoza de salvar a los soldados y derrotar a los indios.

     Foto 1ª: Vemos a Don Antonio de Mendoza como virrey de México, llevando una ropa casi eclesiástica. Con esa autoridad, a la que se unían la de capitán general y la de presidente de la Real Audiencia, gozó de un poder prácticamente absoluto en la Nueva España; Cortés  merecía ese honor, pero el rey creyó oportuno cortarle las alas. Foto 2ª: El retrato nos muestra a Pedro de Alvarado, cuyo aspecto rubio y galanesco sedujo a los aztecas, que le llamaban Tonatiu (el sol). Aunque apenas se aprecia en los cuadros, los dos personajes lucían la cruz de caballeros de Santiago.



viernes, 23 de septiembre de 2016

(Día 397) Los españoles celebran en México POR TODO LO ALTO las paces de CARLOS V y FRANCISCO I. Parte, a lo grande, CORTÉS hacia la Corte (y BERNAL con él) para resolver asuntos. Fue un error, el REY no le dejó volver a MÉXICO, y murió en ESPAÑA.

(149) –Y ahora, mancebito, Bernal se  hace cronista de sociedad.
     -La ocasión lo merecía, vecchio dottore. Además, nos da un respiro en medio de tanta calamidad, y veremos a la crème de la crème colonial inmersa en festejos. Arriba el telón: “En el año 1538 vino noticia a México de que nuestro cristianísimo emperador, de gloriosa memoria  (expresión que confirma lo que tardó Bernal en escribir su libro: Carlos V murió en 1558), fue recibido en Aguas Muertas (Aigues Mortes) por el  rey de Francia don Francisco (vaya pájaro), donde se hicieron las paces y se abrazaron los reyes estando presente madama Leonor, mujer del rey francés y hermana de nuestro emperador”. Se trataba de la tregua de Niza, que debería haber supuesto una calma de diez años: Francisco I, menos fiable que un trilero, la rompió a los cuatro. La celebración que hicieron en México revela la angustia que producían aquellas guerras europeas: “E por alegría de aquellas paces, el virrey don Antonio de Mendoza, el Marqués del Valle (Cortés), la Real Audiencia y ciertos caballeros conquistadores hicieron grandes fiestas, y fueron tales que como ellas no las he visto hacer en Castilla, con justas y juegos de cañas, correr de toros y grandes disfraces. La plaza mayor de México amaneció hecha un bosque, con árboles tan naturales como si allí hubieran nacido”. Se hicieron representaciones de caza y de batallas. “Y al otro día amaneció la plaza mayor hecha como la ciudad de Rodas, con sus torres, almenas y troneras, estando 100 comendadores con sus ricas encomiendas de oro y perlas, y, por capitán general dellos y gran maestro de Rodas, el marqués Cortés. Estaban a las ventanas de la gran plaza muchas señoras de conquistadores y otros vecinos, con grandes riquezas de carmesí, sedas, damascos, oro, plata y pedrería. El marqués y el virrey hicieron cada uno un solemnísimo banquete”. ¿Seguimos describiendo, reve?
     -Habrá que parar, secre. Dejemos a la imaginación de nuestros tertulianos todo aquel ostentoso derroche. Bernal se solaza recordando lo que vio, que, más o menos, fue un desfile de comida y bebida como el de los banquetes de los gotosos tragaldabas de Roma o de los tiempos feudales. O sea: el polo opuesto del hambre enloquecedora que sufrieron, por ejemplo, en Honduras. Terminadas las bacanales, Cortés, que ya había renunciado a seguir jugando como explorador, decidió partir para España. “El marqués (ya le llamará así con frecuencia) apercibió navíos y matalotaje (su riqueza era inagotable) para ir a Castilla”. En México, el virrey  no le resolvía varios asuntos económicos, y decidió tratarlo directamente con el rey. Pero, oh sorpresa: va a venir también Bernalito, después de ¡28 años de ausencia!  “Y entonces Cortés me rogó que fuese con él para demandar mejor mis pueblos de indios. Y me embarqué (Cortés partió dos meses después), y fui a Castilla en el año de 1540. Como el primero de mayo de 1539 había muerto en Toledo nuestra emperatriz, doña Isabel (esposa y gran amor de Carlos V), yo, como regidor de la villa de Coatzacoalcos, me puse grandes lutos. Y en aquel tiempo también vino a la Corte Hernando Pizarro cargado de luto, con más de 40 hombres”. Hernando, el más presuntuoso de los Pizarro, fue apresado después por sus responsabilidades en las revueltas de Perú; su carrera política terminó, pero se salvó de morir degollado en Indias como su hermano Gonzalo, y vivió muchos años. “Y luego llegó Cortés con luto, él y sus criados”. Pronto se dio cuenta Cortés de que su viaje fue una equivocación, y resultó la perfecta encerrona: quiso volverse a México y, a pesar de sus viejas influencias, no le dejaron, probablemente porque el rey seguía sin fiarse de su lealtad. “Y desde entonces, nunca más volvió a la Nueva España”. Su declive se irá acelerando, aunque todavía participará en una fracasada batalla contra los turcos al lado del rey, que apenas le tuvo en cuenta. Razón tenía Bernal cuando dijo: “Cortés en cosa ninguna tuvo ventura después de que ganamos la Nueva España”.


     Foto: ¡Que penuca, hijo mío!: se  nos está acabando el libro de Bernal. Nos ha contado su vuelta a España, y seguro que visitó su pueblo natal, Medina del Campo, del que vemos en la foto el Ayuntamiento, y, pegando a los arcos, el palacio en el que murió Isabel la Católica; la excepcional reina tuvo entre sus grandes amores patrios, aparte Granada, Arévalo (donde se crio) y Madrigal de las Altas Torres (donde nació), esta población, famosa  por su mercado en la Europa de aquel tiempo. Demos la bienvenida al gran Bernal, llamado “el Galán”, lo mismo que su padre, regidor de Medina, como él lo fue de Coatzacoalcos y de la capital de Gautemala. No ha podido existir indiano alguno que haya vuelto con la cabeza más alta y el corazón más caliente a su querido terruño.


jueves, 22 de septiembre de 2016

(Día 396) CORTÉS decide dirigir él una nueva expedición. Todo sale mal, aunque CORTÉS se muestra como un líder inquebrantable que no da la vuelta por pundonor. Descubren CALIFORNIA. La extraordinaria mujer de CORTÉS le manda dos naves, y, con argumentos de gran sensatez y afecto, consigue que abandone la desastrosa aventura.

(148) –Un gran líder, soñador poeta, no para: solo ve el objetivo.
     -Certo, dottore; prefiere la muerte al fracaso: todo o nada. Así que, no son fiables, porque, dispuestos a morir, la vida de los demás les importa poco. En esa obsesión por seguir siendo el número uno, le estamos viendo ahora a Cortés, aunque con frustración garantizada, porque su pasado triunfo en México y lo que acababa de conseguir su primo Pizarro en Perú era ya insuperable. Tras el fracaso de la última flota que envió por el Pacífico, tomó una decisión drástica: “Cortés tuvo gran pesar de lo acaecido. Y, como era hombre de corazón, que no reposaba con tales sucesos, acordó no enviar más capitanes, sino ir él en persona (este es mi chico)”. Su carisma estaba vivo, así que, “cuando se supo en la Nueva España que el marqués iba en persona, creyeron que era cosa cierta y rica, y vinieron a servirle unos 286 hombres y 34 mujeres casadas”. Equipó a lo grande tres navíos. “Cortés se embarcó  con los que estimó necesarios (al resto los dejó esperando en el puerto) para ir a la isla Santa Cruz (allí había muerto el vizcaíno Ortuño con sus hombres), donde decían que había perlas”. Llegó en abril de 1537, haciendo que la nave retornara para que hiciera el viaje la flota completa, bajo el mando de su gran amigo Andrés de Tapia. Superaron una tormenta. “Y, asegurado el tiempo, dioles otra tormenta que separó a los tres navíos; uno dellos llegó donde estaba Cortés; otro encalló en la costa de Jalisco, y muchos soldados que estaban descontentos del viaje y tantos trabajos se volvieron a la Nueva España; y el otro navío dio al través en una bahía”. Pasaba el tiempo, los que estaban con Cortés se quedaron sin alimentos, “y de hambres y dolencias se murieron veintitrés; otros muchos que estaban dolientes maldecían a Cortés y a su isla”. Pero no era hombre para aguardar una salvación milagrosa: “Fue a buscar a los perdidos con el navío que tenía, hallando el de Jalisco sin ningún soldado, y el otro cerca de unos arrecifes. Con gran trabajo, los aderezó y calafateó, volviendo a Santa Cruz con sus tres navíos y bastimento. Y comieron tanta carne los soldados que lo aguardaban que, como estaban debilitados, les dio cámaras (diarrea) y tanta dolencia que murieron la mitad de los que quedaban”. Se repite sin fin el drama de Indias: situaciones tremendas superadas por un gran líder, y  famélicos enloquecidos comiendo hasta reventar.
     -Es difícil, secre,  controlar a unos desesperados: “Y por no ver Cortés delante de sus ojos tantos males, fueron a descubrir otras tierras, y entonces toparon con California, que es una bahía”. Así que démosle el mérito de haberla descubierto, pero, por lo que se ve, con la moral por los suelos: “Y, como Cortés estaba tan trabajado y flaco, deseaba volver a la Nueva España (ah, el dulce hogar…), pero no fue, para que  no dijesen de él que había gastado muchos pesos de oro y no había topado con tierras de provecho”. Le sacaría del atolladero su mujer, Juana de Zúñiga, como eficaz y sensata compañera. Temiéndose lo peor, “envió en su busca dos navíos, y le escribió a su marido muy afectuosamente, con ruegos de que volviese a México, que mirase los hijos e hijas que tenía y dejase de porfiar más con la fortuna, y se contentase con los heroicos hechos y fama que en todas partes había de su persona (oh, qué señora dama, pequeñín: una artista curándole el orgullo herido)”. También le rogó el virrey Mendoza que regresara. “Y, desque vio las cartas, dejó allá a su gente y vino a Cuernavaca, donde estaba la marquesa, con lo cual tuvo mucho placer, y también todos los vecinos de México y el virrey, porque se decía que los caciques de la Nueva España se querían alzar viendo que  no estaba en la tierra Cortés”. La armada la dejó en California bajo el mando de Francisco de Ulloa, quien, “tras siete meses de viaje, no hizo cosa que de contar sea, y se volvió a Jalisco”. Bernal sentencia después: “Y en esto que he dicho pararon los viajes y descubrimiento que el marqués hizo, y aun le oí decir muchas veces que había gastado en las armadas sobre 300.000 pesos de oro (una fortuna: unos 1.200 kg de oro)”. Y remata la faena: “Si miramos en ello, Cortés en cosa ninguna tuvo ventura después de que ganamos la Nueva España”.

     Foto.- Brevemente: Ulloa ya constató en 1540 que California era una península; así que su expedición, contradiciendo a Bernal, “sí hizo cosa que de contar sea”. Un temprano error cartográfico propagó la idea de que era una isla, y así aparece cien años después en este mapa del siglo XVII. El nombre de California lo tomaron los españoles del libro de caballerías “Las sergas de Esplandián”, escrito por Garci Rodríguez de Montalvo y publicado en 1510.