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–Casi ya en la despedida, secre, Bernal pide reconocimiento.
-Ponte en su lugar, reverendo: consiguió
mucho, sobre todo autoestima, pero no se le cura la herida de que la valoración
de sus méritos (y de los demás soldados) había sido cicatera: “Miren las
personas sabias y leídas esta relación desde el principio hasta el cabo (el tocho de 900 páginas), y verán
que no ha habido hombres hazañosos que
hayan ganado más señoríos que nosotros,
los verdaderos conquistadores, para su rey. Y, entre mis compañeros, aunque los
hubo muy esforzados, a mí me tenían en cuenta, y era el más antiguo de todos”. Me río, querido
Sancho, porque ahora Bernal va a necesitar a la Fama para que le ayude en sus
planteamientos. Sin duda sabía que Erasmo se escudó en la personificación de la
Locura para hablar con mayor libertad, como a mí me pasa contigo.
-Es un placer, pequeñuelo, y el pecado resulta
venial: “La ilustre Fama que suena en el mundo de nuestros notables servicios a
Dios y a su Majestad, da grandes voces y dice que sería justicia que tuviéramos
buenas rentas y más aventajadas que otras personas que no han servido tanto, y
pregunta dónde están nuestros palacios, y qué blasones puestos en ellos de la
manera que los tienen en España los caballeros que sirvieron a los reyes en
tiempos pasados; pues nuestras hazañas no son menores que las que ellos
hicieron, e hasta se pueden contar entre las más nombradas que ha habido en el
mundo. Hago, señora (habla con la Fama),
saber que, de 550 soldados que pasamos con Cortés desde la isla de Cuba (en 1519), no somos vivos, hasta este
año de 1568 en que estoy trasladando esta relación, sino cinco, que todos los
demás murieron en las guerras, fueron sacrificados a los ídolos, o murieron de
sus muertes; y sus sepulcros fueron los vientres de los indios, y, los demás,
sepultados; aquellos fueron sus sepulcros y allí estaban sus blasones. Y a lo
que a mí se me figura, con letras de oro habían de estar escritos sus nombres,
pues tuvieron aquella crudelísima muerte por servir a Dios y a Su Majestad, e
por dar luz a los que estaban en tinieblas, y también por tener las riquezas
que todos los hombres comúnmente venimos a buscar (sincero, como siempre)”. Luego le recuerda a la Fama que también
acabaron de la misma manera las vidas de los soldados de Narváez, Garay y
Vázquez de Ayllón que se unieron a las tropas de Cortés. Y termina exponiendo
la necesidad en que se encuentran los cinco conquistadores que siguen vivos. Sin
duda Bernal exageraba su estado de escasez, pero tenía razón al reclamar un
mayor premio por sus enormes méritos, y le achucha a su poderosa interlocutora:
“Os suplico, ilustrísima Fama que, de aquí adelante, alcéis más vuestra
virtuosísima voz para que en todo el mundo se vean nuestras proezas y no las
oscurezcan ni aniquilen hombres maliciosos con sus envidiosas lenguas, y
procuréis que se les dé el premio que merecen a los que ganaron estas tierras.
Y la ilustrísima Fama me responde que lo hará de muy buena voluntad y que se
asombra de que no tengamos los mejores
repartimientos de indios; que las cosas del valeroso y animoso Cortés han de
ser siempre muy estimadas y contadas, pero que no hay memoria de ninguno de
nosotros en los cronistas; y que se ha holgado mucho porque todo lo que he
escrito en mi relación es verdad, sin lisonjas ni sublimando a un solo capitán
para deshacer a muchos capitanes y valerosos soldados, y de que mi historia, si
se imprime (entrañable sufridor),
oscurecerá las lisonjas que otros escribieron”. Explica por qué se les
recompensó muy a la baja: “Como no sabíamos los conquistadores qué cosa era
demandar justicia, ni a quién pedirle el premio de nuestros servicios, sino
solamente al mismo Cortés, que tanto mandaba, nos quedamos en blanco con lo
poco que nos dieron”. Se les abrieron los ojos cuando Cortés consiguió extraordinarias
dádivas del rey solamente para algunos de sus capitanes: “Y, desque entendimos
que no habría mercedes sin presentarnos ante Su Majestad, enviamos a suplicarle
que nos diese lo que vacase a perpetuidad”. Un claro y justo reproche al Cortés
que tanto admira.
Foto.- Sufrida y olvidada tropa: “Los
indios comieron sus piernas, muslos, brazos, pies e manos, y sus vientres los
echaban a los tigres e sierpes que tenían en casas fuertes, y aquellos fueron
los sepulcros y allí estaban los blasones de estos esforzados conquistadores”.
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