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-Como para no presumir, pequeñuelo: ¡más
de146 batallas!
-Bernal nunca va de farol, my dear: “Como
he dicho que me hallé en más batallas que Julio César, otra vez lo torno a afirmar,
y para que más claramente se vea, las quiero poner aquí por memoria, no sea que
digan que hablo secamente de mi persona y algunos maliciosos pongan objeto de
oscuridad en ello”. No hacía falta que mostrara el recuento (y nosotros no lo
vamos a copiar), porque el que ha leído el libro ha sido testigo de todas
ellas, pero quiere mencionarlas una por una, dejando al margen muchas de las
peligrosas escaramuzas que eran casi su trabajo diario. Hasta se molesta en
detallar cuántos soldados murieron en cada enfrentamiento, incluso en los que
él no participó, como un homenaje a todos sus compañeros. Explica por qué sus
datos son fiables: “También dirán los curiosos lectores que cómo pude saber yo
los que murieron en cada batalla. Pues es muy claro darlo a entender. Cuando
íbamos con el valeroso Cortés, íbamos todos juntos, y en las batallas sabíamos
los que quedaban muertos y los que volvían heridos, y asimismo de otros que
enviaron a otras provincias, por lo que no es mucho que yo tenga memoria de
todo lo que dicho tengo y lo escriba tan claramente”. Hay otro tema, reve.
-Lo saca a relucir, alegre jubileta, porque
es algo que afecta a la conciencia. Nada menos que el espinoso asunto de los
esclavos indios. Se cura en salud desde el principio: “A esto digo que Su
Majestad lo mandó (lo permitió) dos
veces”. En ambos casos, a petición de los españoles, que consideraban justo
‘herrar’ a los que tantos problemas y muertos les habían causado en el proceso
de la toma de México: “Se enviaron dos personas de calidad adonde los frailes
jerónimos, que estaban como gobernadores en Santo Domingo, para que diesen
licencia de forma que pudiésemos hacer esclavos a los indios mexicanos que se
habían alzado y matado a españoles, si después de requerirles tres veces que
viniesen de paz, no lo hicieren. Y los jerónimos dieron esta licencia, y de la
manera que se nos mandaba en su
provisión, así se herraron en la Nueva España, dándolo por bien hecho Su
Majestad”. Hubo otra práctica que también tuvo el visto bueno del rey: servirse
del mercado de esclavos ancestral en México. Lo que, ciertamente, era una pura
hipocresía crematística, porque tendrían que haberlo eliminado, como se hizo
con los sacrificios humanos y el canibalismo. Los abusos esclavizando indios
fueron especialmente intensos cuando Cortés estuvo ausente de México: “Durante
los dos años y tres meses que estuvimos con Cortés por Honduras, hubo en la
Nueva España tantas sinjusticias, revueltas y escándalos entre los que dejó por
sus tenientes de gobernador, que no tenían
cuidado de si se herraban a los indios con justo título o con malo. Y los
caciques, para dar tributo a sus encomenderos, hicieron maldades tomando indios
de sus pueblos y dándolos como esclavos”. Dice Bernal que donde se suprimió
este abuso por primera vez fue en su villa de Coatzacoalcos, “y como regidor
más antiguo, me entregaron el hierro para que lo tuviese con el beneficiado
Benito López”. Viendo que los abusos continuaban, “muy secretamente quebramos
el hierro, y se lo hicimos saber al presidente de la audiencia de México, don
Sebastián Ramírez, hombre recto y de buena vida, y nos escribió que lo habíamos
hecho como buenos servidores de Su Majestad. Y luego mandó que no se herrasen
más esclavos en toda la Nueva España; y fue santo y bueno esto que mandó.
Algunos se quejaron de nosotros diciendo que con esto no habíamos ayudado a la villa, pero nos reíamos pasando de ello,
y nos preciamos de haber hecho tan buena obra. Entonces la Real Audiencia nos
mandó una provisión a mí y al beneficiado para ser visitadores generales de
Coatzacoalcos y Tabasco, con instrucciones de cómo podíamos condenar en las
sentencias, y dieron por bueno todo lo que hicimos”. Como vemos, el entrañable
Bernal, aunque firme partidario de las encomiendas perpetuas, fue uno de los
primeros que dieron los pasos para que se suprimiera definitivamente la
esclavitud de los indios.
Foto: En la imagen se ven los dos últimos
lugares de residencia de Bernal. Lo que acaba de contar sucedió en
Coatzacoalcos, México. Luego hizo el trayecto marcado en el mapa, y se instaló
en Santiago de Guatemala, la así llamada entonces capital del país, donde
también fue regidor hasta 1585, año en que falleció.
Dicho
lo cual, os anuncio, hijos míos, que, cumplido el deber, y con harto dolor de
corazón, MAÑANA DAREMOS FIN AL RESUMEN DE LA ABSOLUTAMENTE MARAVILLOSA CRÓNICA
DE BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO. Partiré luego de inmediato hacia Quántix, el Reino
de la Risa, llevando conmigo a mi discípulo amado, y fidelísimo secretario, durante
una temporada, o para siempre, si se niega a volver.
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