jueves, 30 de junio de 2022

(1763) La ‘guerra defensiva’ fue un error padecido durante nueve años. Tampoco funcionó la supresión del trabajo de los indios para los españoles (hasta ellos lo preferían al pago de una tasa). Ambas cosas desaparecerán bajo Felipe IV.

 

     (1363) Las tropas españolas partieron hacia la ciénaga de Purén, donde estaban los mapuches: "Esta operación fue ejecutada con todo tino, y, el domingo 26 de diciembre, cercaron la temible guarida de los indios. Pero estos habían sido advertidos por sus espías de la marcha de los españoles, y abandonaron precipitadamente la ciénaga. El maestre de campo Álvaro Núñez de Pineda, no hallando enemigos a quienes combatir, se limitó a destruir las casas y sembrados. Núñez de Pineda no pudo permanecer mucho tiempo en Purén, y dispuso la vuelta de sus dos divisiones a sus acantonamientos. La que volvía a Yumbel bajo las órdenes del sargento mayor Juan Fernández de Rebolledo fue atacada por los indios, pero logró desbaratarlos y llegar a su cuartel sin más pérdida que la de dos indígenas amigos. Aunque aquella campaña no produjo resultados muy decisivos, hizo al menos comprender a los indios que no eran el miedo o la escasez de recursos lo que había paralizado por tanto tiempo la acción de los españoles (sino la guerra defensiva). Así, después de esta y de otras excursiones de menor importancia, el Gobernador consiguió alentar a sus tropas e imponer algún respeto al enemigo, y pudo, además, dedicarse a otro tipo de trabajos".

     Era, pues, la confirmación de que el sistema de guerra defensiva había sido nefasto para los soldados españoles. Pero Pedro de Osores sabía que quedaba por zanjar otra asignatura pendiente: "Al estudiar la situación del reino de Chile, enseguida comprendió que la ordenanza del virrey del Perú que mandaba abolir el servicio personal de los indígenas, había creado una gran perturbación social sin conseguir los beneficios que se esperaban de ella. Además de que los encomenderos, considerándose heridos en sus intereses, pedían la derogación de esa norma, los indios, por no poder pagar el impuesto con que se les gravaba a cambio, la habían recibido como un mal mayor que el trabajo al que se les obligaba bajo el régimen anterior. Los indios pacificados de las inmediaciones de la frontera mapuche, que servían en la guerra como auxiliares de los españoles, eran los que más se quejaban del nuevo estado de cosas. Don Pedro Osores de Ulloa, consciente de la responsabilidad de este acto de desobediencia, se atrevió a suspender en parte los efectos de aquella ordenanza. 'Al ser tan miserable esta tierra -escribió-  y ver a los caciques con notable demostración de pesar por la imposición de la tasa, y hasta dando a entender que se iban a pasar al enemigo, ordené, con el mayor disimulo posible, que en estos distritos de la frontera se suspendiese la norma hasta que hubiera mejor ocasión para que se ejecutase'. Aunque esta suspensión estaba aplicada solamente a aquellos lugares, era probable que relajara el cumplimiento de la ordenanza en las demás partes del territorio. En efecto, las disposiciones dictadas por el virrey del Perú comenzaron a ser obedecidas con mucha flojedad".

 

     (Imagen) Llama la atención con qué rapidez y entrega se dedicó el anciano, enfermo y recién llegado gobernador de Chile PEDRO OSORES DE ULLOA a resolver dos problemas esenciales: el sistema de guerra defensiva y la prohibición de utilizar a los nativos como criados, ambas cosas poco realistas. Tras tomar arriesgadas medidas, se dirigió hacia la capital de Chile: "El anciano Gobernador, el 1º de abril de 1622, cuando creyó bastante asegurada la tranquilidad, inició su viaje, e hizo su entrada solemne en Santiago el 22 de abril, siendo recibido por el Cabildo de la ciudad, ante el cual prestó el preceptivo juramento". Si bien las dos decisiones que había adoptado nacían con un futuro muy dudoso, va a ocurrir algo imprevisto que cimentará sólidamente sus bases. Digamos que el anciano gobernador Pedro de Osores, además de osado y tenaz, fue muy afortunado. En España andaba el jesuita Luis de Valdivia reforzando el apoyo del Felipe III para sostener el sistema de 'guerra defensiva', pero el destino dejará al clérigo fuera de combate: "Ocurrió que el 31 de marzo de 1621 falleció Felipe III. Su hijo y sucesor, Felipe IV, escogió nuevos consejeros que interrumpían las tradiciones administrativas del reinado anterior. El padre Valdivia debió de encontrarse sin apoyo en los consejos del nuevo soberano. Además, entre los hombres que este rey acababa de elevar al poder, había algunos que, en vista de los informes que llegaban de Chile y del Perú, comenzaban a comprender que la guerra defensiva, después de un ensayo de nueve años, no había producido los resultados que se aseguraban. Aunque al partir de Chile el padre Valdivia había prometido volver a este país tan pronto como obtuviese las ayudas militares que iba a pedir a España, y, aunque a pesar de sus sesenta años, conservaba una salud fuerte y vigorosa, tuvo por cierto que no hallaría por largo tiempo el apoyo de la Corona. Quiso entonces buscar el descanso entre sus hermanos de religión de la provincia de Castilla. Le dieron estos el cargo de prefecto de estudios del Colegio de Valladolid, y allí pasó los últimos veinte años de su vida consagrado a las tareas de ese cargo y ocupado en escribir diversos fragmentos de la historia de la Compañía (ver imagen), así como apuntes biográficos acerca de algunos religiosos de su orden. Falleció en esa ciudad el 5 de noviembre de 1642, a la avanzada edad de ochenta y un años". Vemos, pues, que, con la muerte de Felipe III, la vida del padre Luis de Valdivia dio un cambio radical y definitivo. Se acabaron sus inoportunas intervenciones en los asuntos militares de Chile (para gran alegría de Pedro de Osores), y se dedicó a la actividades propias de un clérigo, aunque quizá continuara predicando en la misma línea.




miércoles, 29 de junio de 2022

(1762) A pesar de su avanzada edad, nadie como el gobernador Pedro Osores de Ulloa le explicó al Rey con tanta lucidez y valentía el catastrófico resultado del uso durante nueve años del sistema de la ‘guerra defensiva’ contra a los mapuches.

 

     (1362) Nos traslada el historiador Diego Barros a los inicios de la gobernación de Pedro Osores de Ulloa: "El día 5 de noviembre de 1621 tomó posesión de su cargo ante el Cabildo de la ciudad de Santiago, y la primera impresión que recibió de la situación de Chile no podía ser más desfavorable". Luego recoge lo que, al respecto, Pedro de Osores le escribió al virrey: "Estaba esta tierra, por la falta de provisiones, llena de aflicción, trabajos y desnudez de los soldados, por lo que fue necesario tomárselas por fuerza a los mercaderes de esta ciudad para sustentarlos, aunque la gente que había aquí era poca, descontenta, llena de agravios, acorralada y sin práctica  de la milicia, por haberse suspendido el uso de las armas durante nueve años que habían estado bajo el régimen de la guerra defensiva y sin disciplina alguna. Mientras que los enemigos, muchos y victoriosos, cargados del botín obtenido, intentan con notable atrevimiento mayores daños y robos cada día. Estaba perdida la reputación de nuestra gente, y era presunción cierta de los que aquí habitan y saben de estas materias que si el río de Biobío no lo hubiera estorbado con mayor avenida que otros años, hubieran intentado el asolar esta ciudad y sus términos, para que lo demás fuera fácil».

     Siendo consecuente con lo que afirmaba, Pedro de Osores le dijo claramente al virrey Francisco de Borja cuál era su total convencimiento, y, además, explicando con lucidez, objetividad y valentía las motivaciones de los que pensaban de otra manera: "Aunque el autor que creó este sistema de guerra defensiva y lo ha sustentado (el padre Valdivia) sería espiritual y bueno, y aunque no me falta fe para creer que Dios puede conquistar a estos indios ablandando tan duros y rebeldes corazones, llenos de temerarias herejías y supersticiones, no se puede esperar ningún bien de ellos, ni tiene sentido pedir milagros a Nuestro Señor en favor de enemigos que tan ofendido le tienen. Con este abandono, se ha descuidado mucho la guerra, de manera que el enemigo está notablemente victorioso, y creciendo en atrevimiento de robos y daños. Los indios han llevado a cabo unos ciento ochenta y siete ataques desde el año 1613 hasta el presente, llevándose más de 1500 indios amigos, y más de 2500 caballos, sin contar otros 200 indios que con sus mujeres e hijos se han ido a vivir entre ellos para evitar robos y muertes, y han matado a  400 españoles. Y lo peor es que, durante ese tiempo, se han pasado al enemigo más de 46 soldados para vivir entre ellos. Y se puede temer que sean más cada día, porque no los matan, como solían. Además, junto con los mestizos que han nacido de las mujeres que tomaron los indios en las ciudades destruidas,  se van acrecentando, vienen con frecuencia a las fronteras y atacan con muy buenos bríos en los asaltos".

     El anciano y enfermo gobernador Pedro de Osores tenía demasiado carácter como para temer las consecuencias de su osadía. Estaba seguro de que su informe iba a desagradar al monarca español y, quizá especialmente, al virrey de Perú, firmes partidarios del sistema tercamente impuesto por el padre Luis de Valdivia, pero vio claramente que la honradez, e incluso la lealtad, lo obligaban a hablar con total franqueza.

 

     (Imagen) El nuevo gobernador PEDRO OSORES DE ULLOA echó por tierra el maquillado argumento de que, con el sistema de la guerra defensiva, los mapuches se harían cristianos en gran número, y, en su informe al Rey, le decía: "He deseado saber la verdad acerca del número de indios que se habían bautizado y de los pueblos que habían aceptado bien la paz. En lo primero no hallo sino mayor daño, pues muchos han sido bautizados teniendo hasta seis mujeres, e, incluso, algunos vienen a hacerlo para obtener regalos; y, en lo segundo, que no hay pueblo de los indios de guerra que haya mantenido la paz». El Gobernador subrayaba que los indios que vivían hacía más de treinta años entre los españoles, y que les servían en sus propias casas, "tienen sólo el nombre de cristianos, porque su felicidad y riqueza está en beber y tener muchas mujeres sin conocer sujeción". Pedro de Osores  estaba convencido de que era una simple ilusión creer posible transformar por el bautismo o con métodos piadosos en hombres civilizados a aquellos brutales indios. Y le añadía al Rey: "La reputación que he ganado en vuestro real servicio me obliga a hablar con esta claridad, y a pedir que, si no pareciere justa mi proposición, se envíe  a otro que sustente la contraria, pues de menos daño será arruinarme que perderse en mis manos un reino tan rico e importante para vuestra real corona. Y, si el virrey marqués de Montesclaros pudiera haber visto el estado presente de esta guerra, su gran celo en acrecentar vuestro real patrimonio no le hubiera dejado dar principio a semejante método (la guerra defensiva). De que lo haya continuado el virrey don Francisco de Borja, no me extraño mucho, porque le ocultaron los informes que le enviaron desde aquí". Según cuenta Diego Barros, el gobernador Pedro Osores empezó de inmediato a aplicar la mano dura contra los mapuches: "Comenzó a ejercer sus funciones con una entereza impropia de su avanzada edad. Condenó a muerte e hizo ejecutar a unos cuantos desertores españoles y mestizos que cayeron en su poder, removió del mando a los oficiales que no le merecían plena confianza y reunió a los capitanes para tomar medidas urgentes: 'Resolvieron unánimes -escribió él mismo- que se hiciese una expedición contra los indios para restaurar en lo posible la reputación perdida el año pasado en diferentes ocasiones'. Acordaron también que el Gobernador, a causa de su edad, se quedase en Concepción, y que el maestre de campo Álvaro Núñez de Pineda, como hombre de mucha experiencia en aquella guerra, tomase la dirección de la campaña". En la imagen vemos el final (firmado) de una lista de consejos que PEDRO DE OSORES, el 20 de abril de 1624 (cinco meses antes de fallecer), le daba al virrey de Perú acerca del gobierno de Chile.




martes, 28 de junio de 2022

(1761) Cristóbal de la Cerda vio con claridad que el sistema de guerra defensiva era un desastre. Se lo dijo al Rey y le costó el puesto de gobernador interino. Pero, nombrado Pedro Osores de Ulloa, logrará acabar con ese error.

 

     (1361) Pronto conoció el gobernador interino Cristóbal de la Cerda el peligro de los mapuches: "A los pocos días de haberse hecho cargo del gobierno, llegaron a Santiago noticias muy alarmantes desde la frontera de guerra que separaba a los españoles de los indios rebeldes. Un cacique llamado Lientur, que había aceptado la paz de los españoles, se fugó adonde los enemigos y preparó expediciones muy audaces contra las fuertes defensivos. Los capitanes que en ellos mandaban, le pidieron al Gobernador que fuese a tomar el mando de las tropas, y que llevase toda la ayuda que pudiese. Aunque carecía de experiencia militar, el doctor Cristóbal de la Cerda no vaciló en salir de campaña, y reunió ciento treinta hombres, con los que se puso en marcha el 15 de enero de 1621, acompañado de algunos militares de importancia que podían servirle de consejeros en los asuntos de guerra".

     Una prueba de la sensatez de Cristóbal de la Cerda fue que pronto se dio cuenta de que, a pesar de lo que había ordenado el Rey tras haberle convencido el padre Luis de Valdivia, la suave táctica de la 'guerra defensiva' aplicada a los mapuches era un fiasco: "Muchos indios que parecían ya pacificados se habían sublevado nuevamente. Los indios, en número de unos 1600, se habían acercado a los cuarteles de Yumbel, y robaron algunos caballos, sin que los españoles, escasos de tropas, se atrevieran a perseguirlos. Estas correrías siguieron repitiéndose todo ese verano, y, así,  el 25 de marzo de 1621, se apoderaron de un fortín situado al norte del río Biobío, en el que perecieron diez soldados y muchos indios amigos. Viendo la situación, el Gobernador consultó el parecer de los capitanes del ejército, los cuales le dijeron que no solo se oponían a la despoblación de otros fuertes, sino que rechazaban resueltamente el sistema de la guerra defensiva, a la que atribuían la crítica situación de Chile. El gobernador interino creyó deber suyo darle al Rey una firme opinión sobre los resultados que producía la llamada guerra defensiva. 'No deja de causarme admiración -le escribía- que, estando este reino de Chile ahora en el mayor peligro que ha tenido de perderse desde que que se descubrió, hayan ido al Consejo de Indias afirmaciones de que está todo en paz, y de que, salvo el caso de algunos ladroncillos, no hay otros que nos den pesadumbres. Pero, por las informaciones que van con esta carta, se ve claramente que, muy de ordinario, estos indios se nos han desvergonzado, no respetando cosa alguna debido a que no reconocen el bien y la gran merced que Vuestra Majestad les ha hecho. No hay duda de que quienes enviaron aquellos informes tan contrarios han engañado a Vuestra Majestad. Bien sé que será dificultoso que se me crea, ya que esas informaciones anteriores han quedado tan autorizadas, pero yo cumplo, como vasallo, criado y ministro de Vuestra Majestad, mi obligación de advertirlo como lo advierto". Hay que reconocer que el gobernador  interino Cristóbal de la Cerda se  mostró muy honrado y valiente al tratar de quitarle al Rey la venda que le habían puesto en los ojos para que creyera que el sistema de la guerra defensiva era algo maravilloso. El mérito del gobernador era doble, ya que con este paso iba a tener que enfrentarse a los dos principales e influyentes defensores de aquella chapuza: el virrey de Perú, Francisco de Borja, y el jesuita Luis de Valdivia.

 

     (Imagen) Se llevaba años sin solucionar en Chile dos graves problemas: el sistema de enfrentamiento con los mapuches y la utilización de los nativos como criados de los españoles. El jesuita Luis de Valdivia y el virrey Francisco de Borja le habían convencido a Felipe III para que la guerra contra los indios fuera simplemente defensiva y suprimiera su servicio a los españoles sustituyéndolo por un pequeño impuesto. Ambas cosas eran irrealizables, y el poder adquirido por el padre Valdivia chocaba frontalmente con el principio de que al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. El virrey decidió quitarle la gobernación interina a Gabriel de la Cerda porque estaba empeñado en suprimir la guerra defensiva, y nombró a un gobernador fijo: PEDRO OSORES DE ULLOA. Lo que no se imaginaba era que, ya cesado como virrey y habiendo empezado Osores su trabajo de gobernador, iba a suprimir, para alivio de los atormentados españoles, las dos cosas: la guerra defensiva y la prohibición del servicio a los españoles (lo iremos viendo). PEDRO OSORES nació, al parecer, en Olmedo (Ávila) el año 1540 (hay también alguna duda acerca de esta fecha), por lo que ya contaría 81 años al asumir el cargo de Gobernador de Chile. Consta que durante 1571 participó en la batalla de Lepanto contra los turcos, quedando preso de los musulmanes en Argel. Después de ser rescatado, partió hacia las Indias el año 1587, y, en 1591,  ejerciendo el importante cargo de corregidor de la población de Potosí (Bolivia), rica en minas de plata, y a pesar de ser considerado hombre autoritario, tuvo el mérito de salvar a 400 trabajadores indios atrapados en el interior del cerro minero. El año 1599, el virrey, Luis de Velasco, le confió la misión de repeler el acoso costero del pirata holandés Simón de Cordes. En 1618 el Rey le otorgó el honor de ser Caballero de la Orden de Calatrava. Al resultar nombrado a finales de 1621 Gobernador de Chile, llegó a su destino con trescientos soldados, reforzó la disciplina del ejército que se ocupaba de controlar la frontera establecida frente a los mapuches, y casi de inmediato vio con toda evidencia que era un error fatal el intento de someter a los indios rebeldes con la ilusoria 'guerra defensiva' que pregonaba y exigía el jesuita Luis de Valdivia. Entonces les comunicó con firmeza su criterio al Rey y al nuevo Virrey, y, de esa manera, PEDRO OSORES DE ULLOA se convertirá en el gobernador que puso fin a esa nefasta política de la 'guerra defensiva', e, incluso, logró suspender la prohibición del servicio de los indios a los españoles. Murió en Concepción, siendo todavía Gobernador de Chile, el 18 de septiembre de 1624. En la imagen vemos que hubo dudas sobre su nombramiento de gobernador debido a su mucha edad y poca salud.




lunes, 27 de junio de 2022

1760) En general, los gobernadores fijos e interinos de Chile duraban un suspiro. Por deseo del fallecido Lope de Ulloa, le sustituyó como interino el único oidor que quedaba en la Real Audiencia: el criollo Cristóbal de la Cerda.

 

     (1360) La noticia del fallecimiento del gobernador Lope de Ulloa llegó a la Real Audiencia de Santiago de Chile dos días después, el 12 de diciembre de 1620: "El mensajero que la comunicaba traía consigo dos documentos de gran importancia, la certificación oficial de que don Lope de Ulloa había dejado de existir, firmada por el secretario de gobierno, Pedro de Ugarte de la Hermosa, y la disposición que el finado había hecho para que el doctor don Cristóbal de la Cerda lo reemplazase en el mando". Aunque el cumplimiento de su voluntad tenía que ser refrendado por los oidores de la Audiencia, daba la casualidad de que habían fallecido recientemente  todos menos el mismo interesado: "Pero esto no impidió la tramitación. El día siguiente, domingo 13 de diciembre, el oidor Cristóbal de la Cerda, usando del sello real de la Audiencia y en nombre del Rey, confirmó su propio nombramiento. En la tarde del mismo día, el cabildo de Santiago, le tomó el juramento preceptivo y, sin poner inconveniente alguno, lo reconoció como gobernador interino de Chile".

     El historiador Diego Barros nos explica la situación que halló el oidor al llegar a Santiago de Chile, en marzo de 1619, antes de la la muerte del gobernador: "Don Cristóbal de la Cerda encontró que la Real Audiencia había cesado de funcionar por la muerte de todos los oidores. Acompañándose del fiscal y de algunos de los abogados que halló en Santiago, reinstaló el tribunal según lo dispuesto en las ordenanzas reales para casos semejantes. En realidad, eran tan pocos los litigios que entonces se ventilaban ante ese tribunal, que, en su primera comunicación al Rey, le pidió que lo suprimiera o que ampliara su jurisdicción comprendiendo la gobernación de Tucumán y la de Paraguay. En su correspondencia con el Rey, el oidor contó un incidente característico de las costumbres y de la administración en esa época. 'Luego que llegué a Santiago -decía-, mandé pregonar, bajo graves penas que señalé, que ninguna persona que tuviese ambiciones se valiese para conseguirlas de ningún criado mío, ni de esclavos ni allegados de mi casa por medio de promesas, con advertencia de que, además de las penas pecuniarias que impuse, quedaría inhábil para recibir mercedes en nombre de Vuestra Majestad, y sería castigada, y, los dichos criados, con rigor y pública exhibición'. Ya cuando se hallaba el gobernador don Lope de Ulloa ocupado en los afanes de la guerra, el oidor Cristóbal de la Cerda asumía el mando del gobierno civil. En esta doble ocupación, tuvo tensas relaciones con las autoridades eclesiásticas y con el mismo Gobernador. En ellas desplegó un carácter decidido, y hasta inclinado a las rencillas, pero también manifestó gran actividad en el servicio público durante las avenidas de agua de las que fue víctima la ciudad en 1620, y en la construcción de algunas obras públicas, género de trabajos a los que era muy inclinado. Desempeñando interinamente el gobierno del reino por muerte de Lope de Ulloa, siguió  mostrando las mismas características, así como su ambición de conservar el mando en propiedad, o de adquirir otro puesto lucrativo".

 

     (Imagen) Diego Barros aporta datos acerca del currículo del oidor de la Real Audiencia de Santiago ahora convertido en Gobernador Interino por fallecimiento del titular, Lope de Ulloa: "El doctor CRISTÓBAL DE LA CERDA Y SOTOMAYOR llegó a Chile con unos 35 años de edad (nació en 1584). Era mexicano, y se enorgullecía de que sus antepasados habían sido de los primeros conquistadores de México. Tras terminar sus estudios jurídicos en la universidad de Salamanca, y obtener el título de doctor, tuvo en España diversos cargos, participando judicialmente en la expulsión de los moriscos de Andalucía. Más tarde fue trasladado a América con el título de oidor de la real audiencia de Santo Domingo (en la imagen se ve su registro de salida, el año 1615, hacia ese destino), y, en 1617, recibió la orden de trasladarse a Chile con la misma categoría. Este viaje fue origen de las más penosas aventuras. El buque en el que partió fue apresado por piratas ingleses que actuaban en el mar de las Antillas. Cristóbal de la Cerda y su familia fueron despojados de cuanto llevaban, teniendo que sufrir después grandes penalidades hasta llegar a Perú. Aunque fue ayudado generosamente por el arzobispo de Lima, sufrió durante un año una enfermedad que le costó la pérdida de la nariz". Ampliaré algunos datos sobre el personaje. Sólo pudo ejercer el cargo de gobernador interino durante un año escaso (de 1621 a 1622), siendo sustituido por el titular, Pedro Osores de Ulloa (quien murió tres años después). Pero Cristóbal, en tan corto espacio de tiempo, pudo realizar cosas importantes: Aceleró la construcción de casas para el Cabildo y para la Audiencia, así como la de la cárcel, impulsando también obras públicas muy necesarias. Tomó medidas eficaces para que los mapuches no sublevaran a indios que estaban ya pacificados. Interviniendo en la vieja cuestión del servicio personal de los indios a los españoles, se atrevió a imponer su prohibición, lo que provocó un gran rechazo por parte de los encomenderos. Fue él quien denunció al capitán Íñigo de Ayala por sospechas de que hubiera envenenado al fallecido gobernador Lope de Ulloa (acusando también a su  viuda, Francisca de Coba, y a otras personas), pero el proceso no tuvo continuidad, y es probable que la imagen pública del mismo gobernador interino quedara bastante dañada. CRISTÓBAL DE LA CERDA Y SOTOMAYOR volvió a Perú, ejerciendo en su capital, Lima, como oidor de la Real Audiencia, cargo que estuvo ejerciendo hasta que el año 1638 fue jubilado por una grave sordera. Se había casado en Sevilla con Sebastiana de Avendaño Villela, y tuvieron dos  hijos y cuatro hijas, una de ellas, monja. La vida de este jurista que llegó a ser gobernador interino de Chile terminó en Lima el año 1658.




domingo, 26 de junio de 2022

(1759) También el gobernador de Chile Lope de Ulloa buscó inútilmente la riquísima y fabulosa ‘Ciudad de los Césares’. Murió el 8 de diciembre de 1620, y, aunque era engreído, dejó fama de ser muy honrado y religioso.

 

     (1359) El gobernador Lope de Ulloa vivía la tormentosa realidad de Chile, pero tuvo tiempo e ilusión para querer llevar a cabo un sueño imposible. Le vino la idea a raíz de haber pensado en otro proyecto mucho más realista: "Desde tiempo atrás se había hablado de la conveniencia de fundar una nueva ciudad al otro lado de la cordillera de los Andes como medio de aislar a los mapuches cerrándoles el paso. Pedro Cortés le había pedido al Rey en Madrid que autorizase esta empresa. También el gobernador de Buenos Aires, Hernando Arias de Saavedra, recomendaba este proyecto, al cual estaba, además, vinculada la esperanza de hacer un curioso descubrimiento". Y, de esta manera, Lope de Ulloa iba a resultar uno más de los muchos que, a lo largo de los años, quisieron probar fortuna en busca de lo que solamente era un mito. En 1528, andaba por la costa de Paraguay el piloto veneciano Sebastián Caboto, entonces al servicio de Carlos V, pero se desvió de la ruta indicada, para penetrar en el interior esperando hallazgos suculentos. Mandó por delante al capitán Francisco César, quien regresó con informaciones maravillosas acerca de que existía una zona de  gran riqueza minera en un lugar poblado por españoles que militaron en expediciones fracasadas: "Aunque diversas campañas posteriores no habían dado resultado alguno, se continuaba hablando de lo  que se llamó la Ciudad de los Césares (por Francisco César), que, según se decía, estaba habitada por los descendientes de los españoles que naufragaron en el Estrecho de Magallanes en 1540 cuando la desgraciada expedición de Camargo, y por los que se quedaron el año 1584 en  las ciudades que allí fundó (el glorioso perdedor) Pedro Sarmiento de Gamboa. El gobernador don Lope de Ulloa, dando crédito a estas leyendas, y deseando, además, reconocer el sitio en que pudiera fundarse la nueva ciudad, preparó dos expediciones, una por mar y otra por tierra".

     Ambas campañas fracasaron, pero el gobernador Lope de Ulloa no perdió sus ganas de obtener algún éxito: "Envió una nueva expedición por las costas del Pacífico, pero eran tan escasos los recursos de que disponía, que casi no era posible esperar que lograse algún descubrimiento. En la ciudad de Castro, en Chiloé, se prepararon tres piraguas de indios. Se embarcaron en ellas cinco soldados españoles (en cada piragua), llevando por  jefe a Juan García Tao, piloto práctico, experimentado en la navegación de los canales del archipiélago, pero desprovisto de los conocimientos necesarios para fijar la posición geográfica de los lugares que visitara. Salieron de Castro (capital de Chiloé) el 6 de octubre de 1620, y, venciendo grandes dificultades, llegaron a las islas de Chonos. Allí se les juntaron algunos indios con otras dos piraguas, y siguieron su viaje hacia el sur. Durante dos meses, García Tao visitó las islas y costas vecinas, internándose en las tierras. Hostilizado por los salvajes que halló en aquellos lugares, traicionado por algunos de los indios que lo acompañaban, escaso de víveres, y víctima de otras contrariedades, decidió a dar la vuelta el 10 de diciembre. Traía consigo algunos indios de las islas más apartadas que visitó, para que sirviesen de guías en una nueva expedición, y volvía profundamente convencido de la existencia de las pretendidas ciudades españolas (la Ciudad de los Césares), a las cuales, decía, no había podido llegar por la escasez de sus recursos. Pero, cuando llegó a Chiloé, el gobernador Ulloa y Lemos acababa de morir (8 de diciembre de 1620), y sus inmediatos sucesores no miraron con igual interés este proyecto".

 

    (Imagen)  Los últimos meses del gobierno del gobernador  DON LOPE DE ULLOA Y LEMOS estuvieron marcados por varias calamidades: "El  oidor decano de la Real Audiencia de Chile escribía: 'Este año (1620) ha resultado muy trabajoso en Chile, pues ha habido una peste de sarampión y viruela, de lo que han muerto muchos españoles y gran cantidad de indios. Después fueron las aguas tan grandes, que estuvo a pique de no quedar casa en pie, hasta el extremo de que hubo que sacar a las monjas de Santa Clara y San Agustín de sus conventos'. Por entonces, el gobernador don Lope Ulloa y Lemos se hallaba en Concepción seriamente enfermo. Aunque sólo contaba 48 años, su mala salud le había impedido tomar parte en las guerras. Sus males se agravaron sobremanera, y lo asistía un médico que opinaba que la muerte del Gobernador era inevitable. Sabiendo que se acercaba el término de sus días, Ulloa y Lemos mandó tramitar el nombramiento de gobernador interino a favor del doctor Cristóbal de la Cerda y Sotomayor, oidor decano de la Real Audiencia. En medio de los dolores producidos por su enfermedad, don Lope de Ulloa pasó los últimos días de su vida inmerso en manifestaciones de la más acendrada devoción, y falleció en la mañana del 8 de diciembre de 1620. Su cadáver, sepultado ostentosamente en la iglesia de San Francisco, de la ciudad de Concepción, fue llevado más tarde al Perú por encargo de su viuda (Francisca de Coba y Lucero). Los cronistas han hecho de su carácter los mismos elogios que prodigan a la mayor parte de los gobernadores, pero, cualesquiera que fuesen sus defectos, parece que estuvo adornado de una virtud que, a juzgar por las frecuentes acusaciones que hallamos en los documentos, no debía de ser común entre los mandatarios, capitanes y funcionarios de esa época, esto es, de la más escrupulosa y esmerada probidad. 'Una cosa -dice el padre Alonso de Ovalle- he oído alabar en este gran caballero, muy digna de memoria, para ejemplo y enseñanza de los que manejan y traen entre las manos la Hacienda Real, y es la gran limpieza de las suyas, y la gran cristiandad con que hacía distribuir el salario que se reparte todos los años a los soldados, sin consentir que ninguno de ellos fuese agraviado defraudándole parte de su sueldo'. Su empeño en impedir las especulaciones fraudulentas en la provisión y vestuario de las tropas fue causa de que los soldados gozasen bajo su gobierno de una condición mejor, y de que los fondos de la Hacienda Real alcanzasen para satisfacer todas las necesidades públicas". Pero hay algo que Diego Barros no menciona: el capitán Íñigo de Ayala estuvo bajo sospecha de haber asesinado al gobernador LOPE DE ULLOA Y LEMOS, y en complicidad con su viuda.




sábado, 25 de junio de 2022

(1758) El padre Valdivia, terco en sus errores, se fue a España, animado por el Virrey, para que Felipe III siguiera apoyándole. Al mismo tiempo, Luis Merlo de la Fuente le escribió al Rey dos cartas demoledoras contra el jesuita.

 

Desde la lejana España, el Rey Felipe III y sus asesores no acababan de ver que el sistema de servicio personal de los indios a los españoles era imprescindible para mantener la producción de los encomenderos, e incluso el padre Valdivia y sus partidarios les habían hecho creer que, eliminándolo, llegaría la pacificación definitiva de los mapuches. La consecuencia de esa creencia fue que, cuando al gobernador Lope de Ulloa, tras conocer mejor la situación de Chile, se le iban cambiando las ideas, el Rey le escribió en una dura carta: "He sido informado con fecha de 25 de julio de 1620, que, habiendo recibido orden de mi virrey del Perú para quitar el servicio personal a los indios, no lo habéis puesto hasta ahora en ejecución. Dado que esto es lo más importante para la pacificación de esas provincias de Chile, os mando que ejecutéis lo que está ordenado precisa y puntualmente".

     Al mismo tiempo, el padre Valdivia, dotado de enormes poderes por parte del Rey, hacía y deshacía de acuerdo con sus escasas luces militares: "Era tanto el empecinamiento que le impedía ver los deplorables resultados de su sistema de 'guerra defensiva', que dio orden de que  se despoblaran varios fuertes, lo cual suponía hacer retroceder la línea de frontera, acercando la guerra más al norte del territorio en que se hallaba. Estas resoluciones alentaban a los indios de guerra, al comprender que los españoles se quedaban sin medios para defender la posesión de aquellos lugares".

     Por si fuera poco, el padre Valdivia decidió ir a España para dejar bien apuntaladas ante el Rey todas sus teorías acerca del trato a los indios. Y, por lo que se ve, era un artista en vender su mercancía. Aunque la idea del viaje en aquellos momentos era descabellada, obtuvo la aprobación del gobernador de Chile y del virrey de Perú: "A fines de noviembre, el padre Valdivia se ponía en viaje para España. Llevaba consigo una carta en la que el gobernador de Chile hacía al Rey los más ardientes elogios de los grandes servicios que el padre jesuita había prestado a la supuesta pacificación de Chile, y le pedía, con todo empeño, que le diese 'para todo muy grata audiencia y el crédito que se debe a su persona'. A su paso por Perú, recibió iguales manifestaciones de aprecio del virrey Don Francisco de Borja. Este alto funcionario se hallaba entonces ocupado en dictaminar sobre la apelación que el cabildo de Santiago había entablado contra los decretos relativos a la supresión del servicio personal de los indígenas a los españoles. Queriendo solucionar definitivamente esta cuestión, y en cumplimiento del encargo especial que para ello le había dado Felipe III, el Virrey estaba trabajando una prolija ordenanza que suprimiera para siempre aquel impuesto de trabajo, lo reemplazara por una contribución en dinero en favor del encomendero o de la Corona, y reglamentase todos los derechos y garantías que se acordaban a los indios. Para llevar a cabo este trabajo, retuvo en Lima al padre Valdivia, utilizó todos los informes que este pudo suministrarle, y entre ambos redactaron un verdadero código de setenta y tres largos artículos sobre el régimen de las encomiendas en el reino de Chile. En mayo de 1620 partía del Callao el padre Valdivia llevando consigo aquella ordenanza para que recibiese la sanción real, y las más entusiastas y ardorosas recomendaciones del virrey del Perú. Todo hacía presumir a ambos que aquel viaje iba a dar por resultado la glorificación de sus nombres y de sus trabajos".

 

     (Imagen) El testarudo jesuita Luis de Valdivia partió hacia España con el fin de reforzar el apoyo de Felipe III a sus tácticas de trato a los indios. Y añade el historiador Barros: "Pero al mismo tiempo le fueron enviados al Rey informes de carácter muy diferente, y que no podían dejar de ejercer una gran influencia en su ánimo. Un antiguo magistrado, tan respetable por la rectitud y seriedad de su carácter como por sus buenos servicios, se encargó de demostrar al Rey el verdadero estado de las cosas de Chile, para neutralizar los informes de los sostenedores de la guerra defensiva. Era este el doctor LUIS MERLO DE LA FUENTE (Natural del Valdepeñas), oidor de la audiencia de Lima, antiguo gobernador de Chile (recordemos que lo fue interino en 1610, cuando murió Alonso García Ramón). En su larga carta escrita al Rey, fechada en Lima el 19 de abril de 1620, hacía una relación de lo ocurrido en los ocho años que llevaba de existencia la guerra defensiva, e insistía en probar los desastres que había producido. Le recomendaba que no creyera los informes que hiciese don Íñigo de Ayala, militar de poca importancia e instrumento dócil del padre Valdivia y, por tanto, interesado en dar una idea falsa de las cosas. Hablando del viaje del clérigo, Merlo de la Fuente, con absoluta franqueza, explicaba lo siguiente: 'El padre Valdivia va para defender su causa, y también para no sufrir el desastre que va a quedarles a todos en Chile, deseando también que se diga que, si él estuviera allí presente, no sucedería. Y para manejar mejor sus cosas, va encargado de las del virrey de Perú, el cual  ha hecho por él todo lo que pudiera hacer por su propio padre, avalando sus acciones con los escritos que os envía". El concienzudo Luis Merlo le envió un mes después  otro escrito al Rey, golpeando de nuevo sin piedad: "El padre Luis de Valdivia, no contento con los grandes daños que ha causado en Chile, casi arrasado ya con los desmanes que han ocurrido por su imposición de la guerra defensiva, pide otro segundo martirio para que se pierda todo, pretendiendo que la Real Audiencia que con tanto acierto me mandó Vuestra Majestad fundar en la ciudad de Santiago, cabeza principal de Chile, se mude a la ciudad de Concepción, argumentando que allí tuvo asiento la primera audiencia que hubo en Chile". Era, sin duda, un sinsentido efectuar ese cambio de lugar, y, de hecho, la Real Audiencia quedó fija para siempre en Santiago de Chile. No se sabe bien por qué el padre Valdivia insistía en lograr ese traslado, pero acabamos de ver que había alguien  muy interesado en que se hiciera. Recordemos que el nuevo gobernador, el prepotente Lope de Ulloa, muy amigo del jesuita, se llevaba fatal con los oidores de Santiago, y, además de otras revanchas ya aplicadas, deseaba dejarles apartados de la Real Audiencia.




jueves, 23 de junio de 2022

(1757) La vanidad del gobernador Lope de Ulloa le llevaba al extremo de exigir un trato reverencial. Como otros gobernadores, también él cayó en el error de considerar excelente el sistema de suavidad diplomática con los mapuches.

 

     (1357)  Para no variar, el nuevo gobernador solo pudo alistar en Perú un escaso número de soldados con destino a Chile: "A pesar de todos sus esfuerzos y del apoyo que le prestó el Virrey de Perú, Lope de Ulloa apenas logró formar  dos compañías de infantes con 160 hombres. 'Advierto a Vuestra Majestad -le escribía al Rey- que los socorros de gente que pueden salir del Perú son pocos, y gente de poca valía, porque la mayoría esta habituada a la ociosidad'. Con este pequeño contingente, partió desde el puerto de El Callao el 9 de diciembre, y el 12 de enero de 1618 desembarcaba en Concepción. El licenciado Talaverano Gallegos, que había gobernado el reino durante diez meses, le entregó el mando y enseguida regresó a Santiago para reasumir su cargo de oidor de la Real Audiencia.

     Siempre era un golpe duro llegar como gobernador al infierno de Chile: "La primera impresión que recibió Don Lope de Ulloa fue sumamente desfavorable. En esos mismos días llegaba a Concepción la noticia de que una número considerable de indios preparaba un ataque contra el campamento central de Yumbel, y se hizo indispensable enviar un destacamento de tropas para atender a su defensa. Este solo hecho demostraba la inseguridad de la frontera con los mapuches, a pesar de los publicados progresos de la pacificación. El ejército que entonces había en Chile ascendía a 1415 hombres, distribuidos en los acuartelamientos de Yumbel, de Arauco de los demás fuertes. Don Lope de Ulloa se dirigió de inmediato al Rey para pedirle que, con la mayor brevedad que fuese posible,

enviase mil soldados bien armados. Y, poco más tarde, cuando ya conocía algo mejor el país, insistía más aún en la necesidad de tropas.. 'He hallado -decía- muy desencuadernadas las cosas de la milicia, y lo que puedo certificar a Vuestra Majestad es que todo está harto necesitado de fuerzas, y que la falta de gente que he hallado es mayor de lo que pensé, pues es mucho lo que hay que defender".

     Sin embargo, Lope de Ulloa no rectificaba el grave error de la tratar con mimo a los mapuches: "Era de suponer que el nuevo Gobernador, vistos los resultados negativos de la guerra defensiva, tomaría habría la actitud enérgica de Alonso de Ribera para criticar ante el Rey ese sistema. Pero, por el contrario, visitó los fuertes en compañía del padre Valdivia, y siguió empeñado en reforzar la autoridad de éste, y en alabar ante el Rey los logros de la pacificación. 'He hallado en muy bien conseguidas -le decía- las paces que ofrecen los indios. Puedo asegurarle a Vuestra Majestad que el celo con que el padre Luis de Valdivia lleva con las cosas que están a su cargo y su talento son muy grandes, y que las trata con mucho amor y cristiandad. trabajando en esto extraordinariamente. Por mi parte, le asistiré puntualmente, pues es justo que se consiga el fin que pretende Vuestra Majestad'. Sin embargo, agregaba que, de la inconstancia y poca fiabilidad de los indios no se podía fiar mucho, por lo que  veía necesario vivir lo más alerta posible".

     El nuevo gobernador, no solo se propuso mantener el sistema de  de 'guerra defensiva' ideado por el jesuita Luis de Valdivia, sino que  se empeñó en hacer realidad la otra cuestión que había promovido el clérigo: "Pensaba establecer la abolición del servicio personal de los indígenas para dar cumplimiento a las repetidas cédulas que el Rey había dictado sobre el particular".

 

     (Imagen) Chile no era el sitio ideal para darle importancia a tonterías, pero el engreído nuevo gobernador, Lope de Ulloa y Lemos, llegó al Cabildo de su capital, Santiago, con exigencias de que le reconocieran su autoridad con un protocolo que solo se usaba con los virreyes. Aunque los del Cabildo se oponían, terminaron cediendo. El 'prepotente' quiso repetir la jugada en la Real Audiencia de Santiago , pero los oidores se lo pusieron más difícil: "Más de un mes estuvieron negándose, porque lo que pretendía no se había practicado con los demás gobernadores.  El altanero don Lope de Ulloa alegaba que esos habían sido soldados de menor nobleza que la suya. Por fin se llegó a un arreglo, y el Gobernador prestó el juramento. No fue recibido por la Audiencia bajo palio, como pretendía, pero juró sentado, y no se quitó el sombrero mientras los oidores, con la cabeza descubierta, se mantenían de pie. El Rey, al saberlo, desaprobó la conducta del Gobernador. Esta cuestión de simple etiqueta indispuso al Gobernador con la Real Audiencia, de lo que se derivaron continuas complicaciones entre ambas partes, dándose el caso de que el Gobernador tolerara que quedasen impunes algunos desacatos contra la autoridad de los oidores". Además, Don Lope de Ulloa había llegado a Santiago resuelto a suprimir para siempre el servicio personal de los indígenas a los españoles. De hecho era un asunto razonable, para proteger a los indios, pero poco realista, al que los españoles oponían una resistencia incansable, porque suponía su ruina: "El mismo Gobernador se convenció de su impotencia y se lo explicó al Rey. 'Cumpliendo lo ordenado por Vuestra Majestad -le decía- mandé eliminar el servicio personal, y establecí lo que debían pagar los indios (a cambio de no trabajar). Pero he suspendido su ejecución porque los españoles han apelado ante el Virrey, y está pendiente este litigio. Lo que puedo certificar a Vuestra Majestad es que lo que dispuse lo hice tras haberlo estudiado con mucha atención, teniendo en cuanta el  servicio de Dios y de Vuestra Majestad, así como el bien general de esta tierra, y es muy importante que se lleve a efecto cuando lo resuelva el Virrey'. Don Lope de Ulloa comprendió que el servicio personal de los indígenas era un mal doloroso, pero irremediable. Esperando salvar esta dificultad para establecer aquella reforma, dos años más tarde le pedía al Rey que la Corona enviase a Chile mil negros para que fuesen vendidos a su costo. El Gobernador creía, como los jesuitas, que era inhumano someter a los indios a un trabajo obligatorio, pero que era lícito esclavizar a los negros". Diego Barros se olvida de que se tardó siglos en suprimir su esclavitud, y de que era una brutalidad mundialmente aceptada.





miércoles, 22 de junio de 2022

(1756) El fugaz gobernador interino de Chile Fernando de Talaverano abominaba de la ‘guerra defensiva’, y el virrey le escribió una carta durísima. Le sustituyó en el cargo de gobernador un ridículo engreído: Lope de Ulloa y Lemos.

 

     (1356) Lo que dice a continuación Diego Barros deja claro que el gobernador interino Fernando de Talaverano solo se ajustaba al sistema de 'guerra defensiva' obedeciendo a disgusto lo establecido por el Rey: "A pesar de su docilidad para hacer cumplir todo lo que disponía el padre Valdivia, sintió el deber de informar al virrey del Perú del disgusto que habían producido en Chile las últimas resoluciones del Rey. Pero el altivo y autoritario Príncipe de Esquilache (el virrey), totalmente resuelto a sostener la guerra defensiva, le contestó: 'He llegado sabiendo que algunos hablan mal de las disposiciones del soberano, y me admira que vuestra señoría lo tolere y no castigue severamente a quien no respeta y venera los mandatos de su Rey. Si no hay enmienda, tomaré yo mismo todo el gobierno, y entregaré todos los mandos de guerra a sujetos que apoyen lo que Su Majestad ha ordenado con tanta prudencia y después de un maduro examen. El Rey ha vuelto a dar al padre Luis de Valdivia plena potestad para negociar las paces con los indios y seguir adelante con el sistema de la guerra defensiva. Por orden del Rey, nombro visitador general al licenciado Hernando de Machado, fiscal de la Real Audiencia, para que sostenga las disposiciones del padre Valdivia. No se canse Vuestra Señoría en escribir ni en enviar informaciones en contra de la paz y de la guerra defensiva, ni menos en desobedecer lo que el padre Luis ordena en razón de esto. Los procuradores fray Pedro de Sosa y el coronel Pedro Cortés, enviados por Alonso de Ribera, antecesor de Vuestra Señoría, regresan sin contestación sobre las proposiciones que hicieron (de eliminación de la guerra defensiva), y las del padre Luis de Valdivia vienen aprobadas por el real y supremo Consejo de las Indias'. No podían darse órdenes más terminantes e imperativas". Hernando de Machado era el padre de Juan Machado de Chaves, de quien ya hablamos. Hernando había nacido el año 1557 en Zafra (Badajoz), y la razón de que el virrey Francisco de Borja, Príncipe de Esquilache, lo escogiera para vigilar el buen cumplimento del sistema de guerra defensiva, se debía a que había llevado a cabo con anterioridad y satisfactoriamente la misma tarea.

     Como era de esperar, el fiscal Machado se dedicó de inmediato a tomar medidas contra las infracciones de las normas relativas al sistema de la 'guerra defensiva' y a la prohibición de obligar a los nativos a trabajar para los españoles: "Puso en libertad a los indios que algunos vecinos de Concepción tenían a su servicio. Cuando el Cabildo de la ciudad reclamó contra esta medida, el fiscal amenazó a sus miembros con la pena de prisión, lo que originó una fuerte controversia. Los adversarios de la guerra defensiva, alarmados por la constante intranquilidad que esta producía y por los peligros que los amenazaban, se convencieron al fin de que no tenían nada que esperar ni de los gobernantes de Chile ni del virrey del Perú, pero no desesperaron de conseguir que el monarca rectificase sus determinaciones. Por entonces, el obispo de Santiago se preparaba para ir a España,  y el cabildo de Concepción decidió darle poderes ante la Corte, con el encargo de que le llevara al Rey un nuevo escrito en el que le pedían, una  vez más y  desesperadamente, que, dado el estado tan calamitoso de Chile, se condoliera de ellos y suprimiera leyes tan perjudiciales para sus vasallos. Pero todos los antecedentes de este asunto hacían suponer que esta última tentativa había de ser igualmente estéril”.

 

     (Imagen) Los gobernadores de Chile solían ser fugaces, y más todavía en el caso del interino Fernando de Talaverano Gallegos, nombrado en marzo de 1617 y sustituido (quedándole solo un año de vida), en enero de 1618, por el nuevo titular: LOPE DE ULLOA Y LEMOS, nacido en Ferreira (Lugo), el cual morirá dos años después. Este nuevo gobernador, según lo describe el historiador Diego Barros, debía de ser un petulante: "Era un caballero noble de Galicia, pariente cercano del famoso conde de Lemos, ministro de Felipe III, y que, al casarse con una dama de Lima, entró en posesión de una gran fortuna. Contaba entonces 45 años de edad. En su juventud había servido en Filipinas, y más tarde en México, pero en 1604 pasó al Perú en el séquito del virrey conde de Monterrey, desempeñando cargos de capitán de la guardia del Virrey y general de la caballería. En Lima era, además, prefecto de una congregación de la Compañía de Jesús, lo que aseguraba su absoluta adhesión al padre Valdivia. En noviembre de 1610, pasando revista a las personas a quienes podía encomendar el gobierno de Chile, el virrey marqués de Montesclaros decía de él: 'De este mozo tengo buenas esperanzas, si limitase algo la dureza que tiene'. Pero esta cualidad que se le atribuía, más que entereza de carácter era arrogancia de hombre noble y rico, que se reflejaba en la ostentación de su casa y en creerse merecedor de más altos puestos. Para venir a Chile se rodearon él y su esposa de un lujo de joyas, ropas y muebles desconocido en este país. Le daba a entender al Rey que el sueldo que se le pagaba era insuficiente para 'vivir con la limpieza y rectitud' de su condición, y le pedía que se le aumentara 'como lo merecía su persona y servicios', sin disimular que había aceptado el gobierno de Chile como un escalón para llegar a más elevados puestos. 'Desde que el Virrey de Perú me proporcionó estos cargos -le decía con este motivo-, los acepté con mucho amor y voluntad por el deseo que tengo de ponerme al real servicio de Vuestra Majestad, como lo he ejecutado toda mi vida, confiando en que, conforme al celo de príncipe tan cristiano como Vuestra Majestad, he de tener por este y por los demás servicios que he hecho el premio que merecen, ascendiéndome Vuestra Majestad a puestos superiores donde mejor pueda mostrar mi deseo'. Aunque era corriente hacer en las comunicaciones oficiales de esta época análogas peticiones de ascensos y de aumento de sueldos, no parece que los servicios anteriores de don Lope de Ulloa justificaran esta pretensión, porque, según los documentos que conocemos, esos servicios eran de escasa importancia, y, en todo caso, inferiores a los que antes de tomar el mando habían prestado casi todos los gobernadores de Chile".




martes, 21 de junio de 2022

(1755) Antes de fallecer, Alonso de Ribera dejó como gobernador a Fernando de Talaverano, porque valía mucho. Pero no tuvo en cuenta que era ya muy mayor, lo que produjo que el padre Valdivia impusiera a sus anchas la ‘guerra defensiva’.

 

     (1355) El Gobernador Alonso de Ribera falleció sin poder presumir de que ya era, merecidamente, Caballero de la Orden de Santiago: "Acababa de morir cuando llegó a Chile la cédula en que se le dispensaba esa gracia, pero, por favor especial del soberano, fue transferida a su hijo, don Jorge de Ribera, que entró luego a servir en el ejército de Chile, y adquirió más tarde fama de buen capitán y de cumplido caballero. Mientras tanto, su viuda se halló envuelta en pleitos y dificultades por los cargos a que había dado lugar la administración de su marido en la colonia". Diego Barros, de paso, hace una crítica excesiva al uso preceptivo del Juicio de Residencia al que eran sometidos quienes habían desempeñado un cargo público. En realidad, era una disposición modélica, aunque otra cosa sea el riesgo de ser aplicada con malas artes: "Se llevaba a cabo con pretexto de fiscalizar la conducta de los funcionarios, y para cumplimiento de leyes buenas en principio, pero ineficaces en la práctica y de ordinario desobedecidas o burladas, siendo llevada a cabo su aplicación por magistrados que se encargaban de exigir cuentas a quienes ostentaban el poder o a los administradores del tesoro real. Pocos de los encargados cumplían leal y cuerdamente con su deber. Unos se dejaban ganar por los halagos o por medios más vituperables todavía, dejando impunes faltas muy graves, y otros se complacían en amontonar cargos que daban origen a largos expedientes que no conducían a ningún resultado definitivo. Los hijos de Alonso de Ribera tuvieron que soportar un juez de esta naturaleza, viéndose amenazados de tener que efectuar pagos considerables por los cargos que se hacían a su padre, y que seguramente no habrían podido sufragar, pero toda aquella tempestad se disipó en las apelaciones y en recursos posteriores".

     El deseo que tuvo el gobernador Alonso de Ribera de que le sucediera interinamente en su cargo el licenciado Fernando de Talaverano Gallegos fue respetado por los miembros de la Real Audiencia de Santiago de Chile: "El día 16 de marzo de 1517, tomó posesión del cargo tras  prestar juramento ante el cabildo municipal. A pesar de su edad avanzada y de sus achaques, este magistrado se puso pocos días después en viaje hacia el sur para ser  reconocido como jefe militar. El nuevo gobernador era un letrado viejo que contaba trece años de residencia en Chile. Había ejercido como teniente de gobernador del reino, y, desde 1609, el de oidor de la Real Audiencia. Reemplazando a los gobernadores en la administración civil mientras éstos andaban en campaña, había sostenido enojosos enfrentamientos con el pendenciero obispo de Santiago Juan Pérez de Espinoza, pero su espíritu comenzaba a doblegarse por efecto de los años, y parecía comprender que era peligroso meterse en ese tipo de dificultades, dado el gran poder que el clero había tomado bajo el gobierno del piadoso Felipe III. Por eso, durante los diez meses que ejerció el mando interino, se sometió en todo a las órdenes terminantes del Rey, y fue un ejecutor sumiso de las órdenes que dictaba el padre Valdivia". Es de suponer que, de haber previsto el difunto gobernador Alonso de Ribera que este iba a ser el comportamiento de Fernando de Talaverano Gallegos, no lo habría escogido como sustituto suyo en el cargo.

 

     (Imagen) Dados sus achaques de anciano, Fernando de Talaverano Gallegos, el nuevo gobernador, no estaba en condiciones de oponerse al humanitario pero utópico método de 'guerra defensiva' contra los mapuches. Era el Rey quien lo había establecido, pero la idea fue del jesuita Luis de Valdivia: "Talaverano Gallegos se presentó en Concepción a finales de abril de 1617. Allí encontró al padre Valdivia, que acababa de recibir de la Corte la ratificación y ampliación de sus poderes. Cualesquiera que fuesen sus opiniones individuales acerca de la 'guerra defensiva', Talaverano Gallegos creyó que su deber era someterse rigurosamente a las órdenes del Rey, y mandar cumplir en consecuencia todo lo que dispusiese el padre Valdivia. En compañía de este, salió a principios de mayo a visitar las fortalezas, y a ejecutar los planes quiméricos de pacificación de los indios. Una vez en el pleno goce de sus atribuciones, el padre Valdivia recomenzó su obra, libre de toda oposición. En cada fuerte que visitaba, ponía en libertad a los indios que los españoles retenían prisioneros, bautizaba a muchos de ellos, les hacía obsequios, y los animaba a que volvieran a sus tierras como mensajeros de paz. El temible cacique Pelantaro (autor de la muerte del gobernador Martín García Óñez de Loyola), al que el gobernador Ribera no había querido soltar, pudo volver a sus tierras, dejando como rehenes a dos de sus parientes. Al padre Valdivia, los indios que había liberado le enviaban noticias de grandes progresos de pacificación que se obtenían por aquellos medios. Estas burdas invenciones de los indios, que no habrían podido engañar a los militares experimentados, eran, sin embargo, creídas candorosamente por el padre Valdivia, o al menos él cuidaba de presentarlas como pruebas de los beneficios de su sistema de pacificación (es  posible que él se justificara como si fueran mentiras piadosas). A la sombra de aquel estado de cosas, y mientras el padre Valdivia recibía las noticias de paz que le comunicaban sus mensajeros, los indios no cesaban de hacer sus correrías en las inmediaciones de los fuertes españoles, los cuales se veían obligados a mantener una continua vigilancia, pero permaneciendo estrictamente a la defensiva, porque se les había prohibido de la manera más terminante el  entrar bajo pretexto alguno en el territorio enemigo. Aquella situación debía parecer muy alarmante a todos los que tenían experiencia de aquellas guerras, y dar lugar a las quejas y murmuraciones de los que comprendían sus peligros". En la imagen vemos la firma del licenciado FERNANDO DE TALAVERANO GALLEGOS, y que el año 1603 partía hacia Chile, como teniente general, acompañado de su mujer y "de cuatro hijas doncellas pequeñas".




lunes, 20 de junio de 2022

(1754) No había manera de suprimir el equivocado sistema de ‘guerra defensiva’ contra los mapuches. El Rey seguía exigiéndolo. Va a morir uno de los mejores gobernadores de Chile: ALONSO DE RIBERA. Honor y gloria.

 

     (1354) Tras haber huido los mapuches del acoso del gobernador Alonso de Ribera, volvieron al ataque en gran masa y capitaneados por el temible y carismático cacique Pelantaro: "El maestre de campo Ginés de Lillo, que se hallaba de vuelta de su última expedición, les salió al encuentro y, aunque perdió seis hombres, logró dispersar al enemigo, matando algunos indios y tomando veinticinco prisioneros. Uno de ellos era Pelantaro, y, como se conocía su valer y su prestigio entre los bárbaros, el Gobernador mandó que se le retuviera perpetuamente vigilado. Los enemigos canjearon algunos de los suyos por los españoles que tenían cautivos, pero Pelantaro no recobró su libertad sino mucho tiempo después, cuando ya había muerto el gobernador Ribera". (Recordemos que Pelantaro se había convertido en un gran líder indiscutible cuando con sus mapuches mató en Curalaba al gobernador Martín García Óñez de Loyola y a la mayoría de sus hombres. Tras capturar ahora Ginés de Lillo a Pelantaro, estuvo preso un año y medio, hasta la muerte del gobernador Ribera, cuyo sustituto interino, Fernando de Talaverano Gallegos, partidario del método de la 'guerra defensiva', cometió el ingenuo error de liberarlo en un  vano intento de lograr la paz con los mapuches).

     Por entonces, el gobernador Ribera, que se comunicaba con el Rey a menudo, le insistía una y otra vez en la necesidad de más soldados enviados desde España, y  en tratar de convencerlo de que suprimiera la obligación de aplicarles a los mapuches el más que demostrado inútil sistema de la 'guerra defensiva'. Pero el padre Valdivia seguía con su su terca postura de 'mimarlos' y evangelizarlos con suaves palabras: "El Rey, que recibía estos informes contradictorios, había zanjado ya este asunto pronunciándose abiertamente a favor del padre Valdivia a principios de 1616, como ya vimos. Un año más tarde llegaron a Chile otras órdenes del Rey más tajantes todavía, y que reforzaban considerablemente la autoridad  del padre Luis de Valdivia. En resumen, al Gobernador le correspondía 'defender la frontera y gobernar el reino,  y, al padre Valdivia y a los religiosos de la Compañía de Jesús, el negociar con los indios de guerra y manifestarles siempre la voluntad del Rey e interceder’. Lo cual deja claro que el padre Valdivia había ganado totalmente el litigio que desde cuatro años antes sostenía con el gobernador de Chile. Aquella resolución soberana llegaba, además, reforzada por las órdenes del virrey de Perú. En diciembre de 1615 había tomado el gobierno de este virreinato Don Francisco de Borja, Príncipe de Esquilache. El cual, como profesaba a los jesuitas una veneración que podría llamarse hereditaria y de familia (recordemos que descendía del jesuita San Francisco de Borja), no quería oír los informes que les eran desfavorables, y acabó por pronunciarse resueltamente por el plan del padre Valdivia, y por prestarle una decidida cooperación. Se ha contado que Alonso de Ribera no pudo soportar este rudo golpe que lo abatía y humillaba ante sus adversarios y ante todos los pobladores de Chile, pero, de hecho, la orden del Rey llegó después de su fallecimiento".

 

     (Imagen) El excelente Gobernador de Chile que fue ALONSO DE RIBERA, rondando los sesenta años estaba ya muy 'cascado' por toda una vida de batallas continuas (iniciadas en Europa), y con secuelas muy dolorosas de gran cantidad de heridas: "Bajo el segundo período de su mando, casi no se había movido de Concepción, nunca iba a Santiago, y apenas salía de aquella ciudad para atender las necesidades más urgentes de la guerra. Montaba a caballo pocas veces, y haciendo un gran esfuerzo. En el invierno de 1616 sus males arreciaron considerablemente. Fuertes dolores reumáticos le impidieron el uso del brazo derecho, de tal suerte que, no pudiendo firmar con su mano, fue necesario fabricar una estampilla para sellar sus provisiones. En ese estado, sin embargo, seguía atendiendo todos los negocios administrativos. El 1º de marzo de 1617 dictó en Concepción una extensa carta en la que, por primera vez, le habló al Rey del estado desastroso de su salud. 'Sírvase Vuestra Majestad, le decía, proveer persona de agilidad que pueda sobrellevar los trabajos de la guerra, porque mi edad y la poca salud con que me hallo me tienen impedido de poder acudir a ella. Suplico a Vuestra Majestad que me haga la merced que hubiere lugar para que, conforme a mi calidad, pueda pasar lo que me resta de vida con algún descanso y dejárselo a mi mujer e hijos'. En aquella carta, vuelve a hablar de estos asuntos con la convicción profunda de que el sistema de la 'guerra defensiva' planteado por el padre Valdivia conducía a la ruina del país. Después de escrita esta carta, las dolencias de Ribera se agravaron extraordinariamente. Conociendo que se acercaba su fin, el 9 de marzo nombró al licenciado Fernando de Talaverano Gallegos sucesor interino suyo en el gobierno de Chile. Pocas horas después, Alonso de Ribera falleció en Concepción (la imagen muestra la ciudad actual) en medio de las lágrimas de su familia y de sus capitanes. La muerte del gobernador Ribera produjo una pesadumbre general en todo el reino de Chile. Cualesquiera que fuesen sus defectos y la impetuosidad de carácter, se le reconocían grandes dotes administrativas, un notable desprendimiento y distinguidos talentos militares. Alonso de Ribera, después de haber empleado su vida entera en el servicio del Rey y de haberse distinguido por altos hechos militares en Europa y en América, moría pobre y dejaba a su familia en una situación próxima a la miseria. Su viuda, doña Inés de Córdoba y Aguilera, recurrió al Rey para obtener como premio, por los servicios de Ribera, la ayuda que necesitaba para ella y para sus hijos, pero solo hay constancia de que el Rey le había concedido al gobernador de Chile ALONSO DE RIBERA el Hábito de la Orden de Santiago".




domingo, 19 de junio de 2022

(1753) El gobernador Ribera, para poder evitar la utópica ‘guerra defensiva’, hacía trampa fingiendo que quienes atacaban a los mapuches eran los indios amigos, yendo los españoles como escoltas. Hablemos de la mística Santa Rosa de Lima.

 

     (1353) En Chile, alejado el peligro de los piratas, el Gobernador y sus capitanes se centraron de nuevo en los asuntos habituales. La vigilancia que sobre los mapuches habían tenido, trajo un período de paz, por lo que los españoles pudieron ocuparse en labores productivas de agricultura y ganadería que estaban dando buenos resultados. Como era de suponer, los que formaban el ejército estaban siempre en tensión, ya que sabían que los indios de guerra eran incorregibles, y había continuos rumores que hablaban de una inminente rebeldía: "Además, con motivo de la presencia de los holandeses en aquellas costas, Ribera se había visto en la necesidad de disminuir la guarnición de los fuertes del interior para reforzar la defensa de los puertos. Y entonces, los mapuches iniciaron nuevos ataques. Tureulipe, aquel indio que había sido prisionero de los españoles y a quien dio libertad el padre Valdivia, creyendo candorosamente convertirlo en agente de su plan de pacificación, era el más obstinado caudillo de aquellas correrías".

     Y resulta casi cómico que el gobernador Ribera tuviera que inventarse excusas para poder atacar con la debida energía a los temibles indios: "Hastiado de sus hostilidades incesantes, se creyó en el deber de ordenar algunas correrías persiguiéndolos hasta sus tierras, es decir, más allá de la frontera establecida. Para simular que con estas expediciones no se violaban las órdenes del Rey acerca del método de 'guerra defensiva', se hacían como si los protagonistas fueran los indios amigos, y las tropas españolas actuaran simplemente como protectores suyos. La más considerable de esas expediciones partió de Arauco el 18 de noviembre de 1615 para castigar a los indios de Purén. Se componía de 700 indios amigos, 150 yanaconas (indios de servicio), y 500 españoles de 'protección', mandados por el maestre de campo Ginés de Lillo".  

     El plan era ambicioso, pero salió mal porque los mapuches huyeron y se refugiaron ocultos en los montes, de manera que los españoles tuvieron que limitarse a destruirles sus sembrados, apoderarse de su ganado y apresar a unos cuantos indios: ‘Aunque no se les ha hecho más daño que este -escribió después Ribera- ha sido de mucha importancia el enfrentamiento, y otros que se han hecho, porque, con ellos, se animan los indios amigos, y se enriquecen con el botín, pues, aunque es todo miseria, para ellos resulta muy valioso. Y los indios enemigos se empobrecen y acobardan, y se les quitan los medios para hacernos la guerra, y, quedando así carentes de todo, se ven obligados a buscar de comer por los montes yerbas y raíces’. Se supone que esto se lo contaba Ribera al Rey, dándole a entender sutilmente que los mapuches no se iban a someter con medios diplomáticos, sino solamente con mano dura".

     Pero el gobernador Ribera malamente podía aplicar ese método de forma intensa, ya que sus soldados eran insuficientes para unos enemigos tan numerosos, por lo que los mapuches siempre Volvían a la carga:  "A pesar de todo, los indios de Purén se rehicieron bien pronto de este quebranto, y, en número de cerca de mil doscientos guerreros de a pie y de a caballo, mandados por el formidable Pelantaro, el famoso cacique de la gran insurrección de 1598 (que mató al gobernador Martín García Óñez de Loyola y a la mayoría de sus soldados), aparecieron en la noche del 11 de diciembre en las cercanías de la plaza de Arauco".

 

     (Imagen) SANTA ROSA DE LIMA (cuyo nombre original era Isabel Flores de Oliva) nació el año 1586 en Lima (Perú). Desde muy joven dio muestras de una marcada inclinación religiosa, y, con veinte años, tomó el hábito de Terciaria Dominicana, ya que no había ningún convento de dominicas en Lima (su santa preferida era la dominica Santa Catalina de Siena), dedicando su vida al cuidado de los niños, de los enfermos y de los sufridos indígenas, con gran entrega al ascetismo y a la oración. Muy venerada por sus visiones místicas y por los milagros que se le atribuían, adquirió fama de santa rápidamente. Era hija de Gaspar Flores, un arcabucero de San Juan de Puerto Rico, y de la mestiza o indígena limeña María de Oliva, padres de doce hijos. Dio la casualidad de que Rosa, la primera mujer canonizada en las Indias, recibió el Sacramento de la Confirmación de manos del arzobispo de Lima Santo Toribio de Mogrovejo. Al parecer, por ser muy guapa desde niña ya la llamaban Rosa sus familiares. Incluso ella, de forma mística, se consideraba  una 'rosa del jardín de Cristo', y, como religiosa de iglesia (nunca estuvo recluida en un convento), asumió el nombre de Rosa de Santa María. En sus labores piadosas, tuvo trato con otro futuro santo, el mulato Martín de Porres. Pero lo que más caracterizó a Santa Rosa de Lima fue su misticismo, dedicado a la oración y la penitencia, para la que, entre otras prácticas, se colocaba una corona de espinas, y solía tener  éxtasis e intensas iluminaciones espirituales. Aconsejada por sus confesores, hizo una recopilación escrita de esas experiencias, a la que le puso el título de Escala Espiritual. La gente estaba convencida de que  contaba con el don de la profecía y que realizaba milagros, por lo que, como acabamos de ver, se creía que gracias a su santidad pudo salvarse la ciudad de Lima del ataque de los piratas holandeses. Su misticismo le daba una fortaleza inquebrantable, sin que le afectaran las críticas, y siendo su alegría permanente. Tenía la certeza de que su muerte estaba próxima y que ocurriría en casa de la familia del contador público Gonzalo de la Maza, donde la tenían acogida con gran afecto. Después de haber alcanzado el más alto nivel místico con un sentimiento de unión perpetua a Cristo, enfermó gravemente, y falleció el día 24 de agosto de 1617, teniendo solamente 31 años. Su funeral, celebrado en Lima y llevado a cabo en  el convento de los dominicos, tuvo un impresionante eco popular, y una gran muchedumbre ocupó todos los alrededores del templo. El proceso de canonización de Rosa de Lima empezó casi de inmediato, y, con mucha rapidez para ese tipo de expedientes, la humilde y sufrida mística Rosa de Santa María pasó a ser, el doce de abril de 1671, SANTA ROSA DE LIMA, mediante la canonización que le otorgó el papa Clemente X.




viernes, 17 de junio de 2022

(1752) El pirata holandés Jorge Spilberg recorría la costa del Pacífico. Tras tener un enfrentamiento con españoles en Concepción, intentó asediar la ciudad de Lima, pero se retiró. Los vecinos lo atribuyeron a la valentía y a las oraciones de Santa Rosa de Lima.

 

     (1352) Sigamos con la flota de Jorge Spilberg y sus hombres, a los que el historiador Diego Barros trata con excesivo respeto, como si fueran simples enemigos de los españoles, evitando llamarles piratas, bucaneros o corsarios. Parece olvidar que, en el mejor de los casos, eran unos enemigos practicando la guerra sucia. Habían conseguido ya atravesar el Estrecho de Magallanes: "El 25 de mayo de 1615 fondearon frente a la isla de la Mocha. Spilberg bajó a tierra con un buen destacamento, entró en tratos con los indios que poblaban la isla, y a cambio de las mercaderías que les ofrecía, obtuvo una abundante provisión de víveres. 'A mediodía, dice el cronista holandés, el Almirante volvió a bordo con provisiones y con el cacique de la isla y su hijo. Les mostró la nave y los cañones, haciéndoles entender que el objeto de este viaje era combatir a los españoles, por lo cual los indios mostraron su alegría'. En la mañana del 28 de mayo, Spilberg se hizo a la vela, y fue a fondear cerca de la isla de Santa María (ya muy cerca de Concepción, en plena zona mapuche)".

     Y entonces se produjo un extraño e insostenible tanteo entre los piratas y los españoles: "Spilberg hizo bajar a tierra un destacamento a cargo de Cristián Stulinck, para proponer cambios de mercaderías a los habitantes de la isla. El corregidor español Juan de Hinojosa, que allí mandaba, los recibió con demostraciones amistosas, y, dejando como rehén en tierra a un sargento holandés, subió él mismo a bordo, donde pasó la noche muy bien atendido por los holandeses. Pero estas buenas relaciones no podían durar largo tiempo. El 30 de mayo el corregidor invitó al almirante holandés y a algunos de sus capitanes a bajar a tierra a comer en su compañía. Cuando desembarcaban los holandeses, se les comunicó que allí cerca había un destacamento de tropas, y, creyéndose traicionados, se volvieron apresuradamente a sus buques llevándose consigo a un español llamado José Cornejo y a un cacique que estaba cerca. Por este supieron que en Chile y en el Perú se tenían noticias ciertas de su próxima llegada, y se hacían preparativos para combatirlos. Esta información produjo la ruptura definitiva de aquellos primeros tratos en los que, indudablemente, cada bando había creído engañar a sus adversarios. El día 31 de mayo, Spilberg desembarcó en la isla con tres compañías, y los españoles, en inferioridad de condiciones, pegaron fuego a la iglesia y a los almacenes de provisiones, y huyeron. Las tropas holandesas avanzaron en su persecución. En esas pequeñas escaramuzas tuvieron dos hombres heridos, pero mataron cuatro españoles, mientras los demás se salvaban gracias ar sus caballos. Libre de enemigos, Spilberg saqueó todas las casas que halló en su camino, y en la tarde volvió a sus buques. Después de esto, se hicieron a la vela para el norte, y el 3 de junio se presentaron en la bahía de Concepción".

      Enterado el gobernador Ribera, alertó rápidamente del peligro a la ciudad de Santiago, y al virrey de Perú por si el pirata seguía después esa ruta. Y más tarde le contó al Rey: "Hecho esto, comencé a fortificar la ciudad de Concepción, junté la gente que pude de españoles y de indios amigos, y, cuando el enemigo llegó a la boca de este puerto, que fue a 3 de junio, estaba todo tan bien dispuesto, que tengo por seguro que, si saltara en tierra, quedaría descalabrado. E hizo bien en escaparse, porque yo contaba con 900 españoles y con 300 indios amigos de las zonas de Talcamávida, Arauco y de la ribera del Itata, todos los cuales mostraron muy buen ánimo de servir a Vuestra Majestad".

 

     (Imagen) Como era de esperar, el pirata Jorge Spilberg, llegó el 31 de agosto de 1615 al puerto de Lima (El Callao). Para todos los habitantes fue un horror su presencia. Pero allí estaba Santa Rosa de Lima, que entonces era una  monja querida por todo el mundo, y tendrá un papel fundamental en aquella situación desesperada. Para contar la anécdota me serviré de un texto que he visto en un blog titulado Lima Etérea. Y dice así: "Los virreyes  confiaban en que la mejor defensa del Perú era su gran lejanía. Por el norte les era imposible a las naves llegar a Perú debido al istmo de Panamá. En 1615, el corsario Jorge Spilberg, con seis naves holandesas, logró atravesar el estrecho de Magallanes, procediendo luego a atacar los puertos chilenos de las costas del Pacífico. La noticia de la proximidad del corsario llegó pronto a Lima, lo que provocó espanto en todos los habitantes. Isabel Flores de Oliva, conocida como Rosa, los arengó con gran valentía, y reunió a las mujeres en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario para orar por la salvación de Lima. El corsario Spilberg intentó desembarcar en el puerto, pero no lo  logró debido a los tiros de cañón sobre sus botes y  a unos fuertes vientos que los azotaban. Cuando llegó la noticia de un nuevo intento de desembarco, Rosa subió al altar del Convento de Santo Domingo y se colocó delante del Sagrario para defenderlo con su cuerpo. Finalmente, Spilberg decidió retirarse, para luego seguir viaje hacia Filipinas. Según cuenta la tradición, Isabel Flores de Oliva imploró a la Virgen del Rosario que alejara al corsario y protegiera la ciudad. Cuando Spilberg y sus hombres desistieron de llevar a cabo su ataque, se le atribuyó a la futura Santa Rosa de Lima, gracias a sus oraciones y plegarias, el milagro que evitó que los piratas destruyeran la ciudad de Lima". Isabel Flores de Oliva  era, sin duda, una persona carismática, con madera de líder y el gran mérito de estar dispuesta a arriesgar su vida por toda la población y el servicio de Dios. Fue querida por indios y por españoles de tal manera, que sus 'fans' fueron multitudinarios. Esta actuación suya fue decisiva para su rápida canonización, pues, habiendo muerto de tuberculosis en 1617, con solo 31 años, se convirtió en Santa Rosa de Lima el 12 de abril de 1671 por decisión del papa Clemente X, siendo proclamada 'Principal Patrona del Nuevo Mundo y de Filipinas'. En su honor se celebraron grandes fiestas en las capitales de Hispanoamérica y en Europa, figurando como santa patrona de muchas poblaciones, centros educativos, instituciones y  edificios religiosos. También influyó en su éxito el ser una de las primeras personas que fueron canonizadas en las Indias. Dedicaré la próxima imagen a resumir su biografía.