(1363) Las tropas españolas partieron
hacia la ciénaga de Purén, donde estaban los mapuches: "Esta operación fue
ejecutada con todo tino, y, el domingo 26 de diciembre, cercaron la temible
guarida de los indios. Pero estos habían sido advertidos por sus espías de la
marcha de los españoles, y abandonaron precipitadamente la ciénaga. El maestre
de campo Álvaro Núñez de Pineda, no hallando enemigos a quienes combatir, se
limitó a destruir las casas y sembrados. Núñez de Pineda no pudo permanecer
mucho tiempo en Purén, y dispuso la vuelta de sus dos divisiones a sus
acantonamientos. La que volvía a Yumbel bajo las órdenes del sargento mayor
Juan Fernández de Rebolledo fue atacada por los indios, pero logró
desbaratarlos y llegar a su cuartel sin más pérdida que la de dos indígenas amigos.
Aunque aquella campaña no produjo resultados muy decisivos, hizo al menos
comprender a los indios que no eran el miedo o la escasez de recursos lo que
había paralizado por tanto tiempo la acción de los españoles (sino la guerra
defensiva). Así, después de esta y de otras excursiones de menor
importancia, el Gobernador consiguió alentar a sus tropas e imponer algún
respeto al enemigo, y pudo, además, dedicarse a otro tipo de trabajos".
Era, pues, la confirmación de que el
sistema de guerra defensiva había sido nefasto para los soldados españoles.
Pero Pedro de Osores sabía que quedaba por zanjar otra asignatura pendiente:
"Al estudiar la situación del reino de Chile, enseguida comprendió que la
ordenanza del virrey del Perú que mandaba abolir el servicio personal de los
indígenas, había creado una gran perturbación social sin conseguir los
beneficios que se esperaban de ella. Además de que los encomenderos,
considerándose heridos en sus intereses, pedían la derogación de esa norma, los
indios, por no poder pagar el impuesto con que se les gravaba a cambio, la
habían recibido como un mal mayor que el trabajo al que se les obligaba bajo el
régimen anterior. Los indios pacificados de las inmediaciones de la frontera
mapuche, que servían en la guerra como auxiliares de los españoles, eran los
que más se quejaban del nuevo estado de cosas. Don Pedro Osores de Ulloa, consciente
de la responsabilidad de este acto de desobediencia, se atrevió a suspender en
parte los efectos de aquella ordenanza. 'Al ser tan miserable esta tierra -escribió-
y ver a los caciques con notable
demostración de pesar por la imposición de la tasa, y hasta dando a entender que
se iban a pasar al enemigo, ordené, con el mayor disimulo posible, que en estos
distritos de la frontera se suspendiese la norma hasta que hubiera mejor
ocasión para que se ejecutase'. Aunque esta suspensión estaba aplicada
solamente a aquellos lugares, era probable que relajara el cumplimiento de la
ordenanza en las demás partes del territorio. En efecto, las disposiciones
dictadas por el virrey del Perú comenzaron a ser obedecidas con mucha flojedad".
(Imagen) Llama la atención con qué rapidez
y entrega se dedicó el anciano, enfermo y recién llegado gobernador de Chile
PEDRO OSORES DE ULLOA a resolver dos problemas esenciales: el sistema de guerra
defensiva y la prohibición de utilizar a los nativos como criados, ambas cosas poco
realistas. Tras tomar arriesgadas medidas, se dirigió hacia la capital de
Chile: "El anciano Gobernador, el 1º de abril de 1622, cuando creyó bastante
asegurada la tranquilidad, inició su viaje, e hizo su entrada solemne en
Santiago el 22 de abril, siendo recibido por el Cabildo de la ciudad, ante el
cual prestó el preceptivo juramento". Si bien las dos decisiones que había
adoptado nacían con un futuro muy dudoso, va a ocurrir algo imprevisto que cimentará
sólidamente sus bases. Digamos que el anciano gobernador Pedro de Osores,
además de osado y tenaz, fue muy afortunado. En España andaba el jesuita Luis
de Valdivia reforzando el apoyo del Felipe III para sostener el sistema de
'guerra defensiva', pero el destino dejará al clérigo fuera de combate:
"Ocurrió que el 31 de marzo de 1621 falleció Felipe III. Su hijo y
sucesor, Felipe IV, escogió nuevos consejeros que interrumpían las tradiciones
administrativas del reinado anterior. El padre Valdivia debió de encontrarse
sin apoyo en los consejos del nuevo soberano. Además, entre los hombres que este
rey acababa de elevar al poder, había algunos que, en vista de los informes que
llegaban de Chile y del Perú, comenzaban a comprender que la guerra defensiva,
después de un ensayo de nueve años, no había producido los resultados que se aseguraban.
Aunque al partir de Chile el padre Valdivia había prometido volver a este país
tan pronto como obtuviese las ayudas militares que iba a pedir a España, y,
aunque a pesar de sus sesenta años, conservaba una salud fuerte y vigorosa, tuvo
por cierto que no hallaría por largo tiempo el apoyo de la Corona. Quiso
entonces buscar el descanso entre sus hermanos de religión de la provincia de
Castilla. Le dieron estos el cargo de prefecto de estudios del Colegio de
Valladolid, y allí pasó los últimos veinte años de su vida consagrado a las
tareas de ese cargo y ocupado en escribir diversos fragmentos de la historia de
la Compañía (ver imagen), así como apuntes biográficos acerca de algunos
religiosos de su orden. Falleció en esa ciudad el 5 de noviembre de 1642, a la
avanzada edad de ochenta y un años". Vemos, pues, que, con la muerte de
Felipe III, la vida del padre Luis de Valdivia dio un cambio radical y
definitivo. Se acabaron sus inoportunas intervenciones en los asuntos militares
de Chile (para gran alegría de Pedro de Osores), y se dedicó a la actividades propias
de un clérigo, aunque quizá continuara predicando en la misma línea.