jueves, 16 de junio de 2022

(1751) Los piratas rondaban por la costa chilena. Pedro Cortés no consiguió que el Rey atendiera los deseos del gobernador Ribera. Y, para mayor tormento, el nuevo virrey, Francisco de Borja, era muy amigo de los jesuitas.

 

     (1351) El viaje de Pedro Cortés terminó en fracaso por la negativa de Felipe III, pero quiso ser útil para otro asunto: "Se quedó todavía en España porque, ya que no había podido conseguir que el Rey aboliese las ordenanzas que establecían la guerra defensiva en Chile, pensó que, al menos, podría llevarle a Ribera el contingente de tropas que reclamaba con tanta insistencia. Sus esperanzas fueron también burladas (y casi se diría que al Rey le importaba poco la situación de Ribera). En septiembre de 1615, se habían reunido en Andalucía las fuerzas reclutadas para marchar a Chile, pero llegaron órdenes de la Corte para unirlas a otro contingente que se quería enviar a las islas Filipinas, donde los españoles tenían problemas con los ataques de piratas holandeses. Esta expedición quedó también suspendida, y entonces se dispuso que fuese destinada al servicio de la flota real. Pedro Cortés renovó sus gestiones para que esas tropas fueran enviadas a Chile, pero no pudo conseguirlo. El Rey, sin embargo, quiso agradecerle (pequeño consuelo) al viejo soldado de las guerras de Chile sus dilatados servicios y la rectitud de su carácter. En una real cédula, Felipe III reconocía que Pedro Cortés había peleado con valentía y lealtad ciento diecinueve combates, y mandaba que los tesoreros de Chile le pagaran dos mil pesos anuales por el resto de sus días. Este premio concedido a un hombre que entonces contaba ochenta y un años, no supuso grandes sacrificios al soberano, pues Pedro Cortés falleció pocos meses más tarde en Panamá, en 1617, cuando regresaba a Chile".

     Pero no nos olvidemos de los piratas o corsarios. Eran otra de las pesadillas de los españoles de Chile, compartida por el resto de los territorios de las Indias, aunque sus actuaciones se producían de forma espaciada. En Chile, el problema era más desquiciante, ya que tenían tormento de sobra con los mapuches. El año 1613, unos dos antes de lo que ahora estamos contando, se tuvo noticia de que barcos piratas iban a partir de Holanda hacia Las Molucas, pasando por el Estrecho de Magallanes, y aprovechando de paso para saquear en la costa del Pacífico. Partieron en seis naves el año 1614, yendo al mando Jorge Spilberg (Joris Van Spilberguen), famoso por sus correrías en los mares de Asia entre 1601 y 1604, y nacido en Amberes en 1568 (curiosamente, cuando murió el año 1620 en su propia tierra, estaba arruinado). Era un tipo curioso, pirata pero refinado: tenía habilidades de diplomático, llevaba muebles elegantes en su barco, tenía paladar de experto gastrónomo y, en sus banquetes, sonaba una orquesta acompañada por un coro de marineros  lujosamente uniformados. En marzo del año 1615, los piratas llegaron al Estrecho de Magallanes, y las dificultades meteorológicas crearon malestar entre los marineros: "Algunos querían invernar en uno de los puertos de la Patagonia o dirigirse a La India por el cabo de Buena Esperanza. Spilberg, sin embargo, se mantuvo firme, y les dijo a sus oficiales que la orden recibida era la de pasar el estrecho, por lo que él no podía ofrecerles otro camino, y les ordenó que hicieran lo posible para que no se separaran las naves. En consecuencia, la escuadrilla penetró en el estrecho antes de fines de marzo, y, tras superar diestramente las dificultades de navegación en aquellos canales, ya estaba reunida el 16 de abril en la bahía de Cordes. No obstante, una de ellas, en que se iniciaron varias revueltas, se había apartado de la flota aprovechándose de la oscuridad, y dio la vuelta hacia Europa.

 

     (Imagen) La llegada de piratas holandeses a Chile va a coincidir con la del nuevo virrey a Perú. Se trataba de FRANCISCO DE BORJA Y ARAGÓN, nacido en año 1581 a bordo de un barco que navegaba por el mar Tirreno (costa italiana). Era hijo de Juan de Borja y Castro, hombre con un currículo de muy alto nivel (y fallecido en 1606 por una caída accidental), cuyo padre era, curiosamente, San Francisco de Borja (bisnieto del turbulento papa Alejandro VI). El luego santo, se había casado con Leonor de Castro el año 1529. Ella era íntima amiga de la emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos V. Es muy sabido que este Francisco de Borja presidía el cortejo que trasladaba en 1539 el cadáver de Isabel, y, horrorizado al ver sus restos cuando se abrió el féretro, tuvo una profunda crisis religiosa, pero carece de base la hipótesis de que estuviera enamorado de ella. Fue en 1546, tras morir su mujer, Leonor de Castro, cuando el futuro santo ingresó como jesuita en la llamada Compañía de Jesús, y, en 1554, dos años antes de morir San Ignacio de Loyola, fue nombrado Padre General de la orden. Por todo ello, es de suponer que el nuevo virrey de Perú tuviera un gran aprecio a los jesuitas, lo que iba a ser un inconveniente para los muchos españoles que ansiaban la eliminación de la norma que exigía la aplicación de una utópica 'guerra defensiva' contra los mapuches. Como su santo bisabuelo, el virrey fue multifacético,  brillante militar y hombre muy culto, con creatividad literaria. El Rey lo nombró caballero de la Orden de Montesa y de la Orden de Santiago, y, de su difunta mujer, Ana de Borja y Aragón, heredó el título de Príncipe de Esquilache. Nombrado Virrey de Perú el año 1614, partió con un impresionante séquito de 174 personas, y llegó a Lima en diciembre de 1615, tocándole de inmediato vérselas con el pirata holandés Jorge Spilberg, ya que estuvo a punto de atacarlo antes de desembarcar. Ese susto le sirvió para tomar conciencia de la gravedad del problema, y creó una poderosa flota dedicada a defender la costa de otros posibles ataques piratas. Fue un buen protector de los nativos contra los abusos habituales, y, con mentalidad jesuítica, creó en Lima un colegio para estudiantes de la nobleza inca, y, en el Cuzco, otros dos, llamados San Francisco de Borja (por entonces, solo beatificado) y San Bernardo, dedicados a la enseñanza de hijos de caciques y de españoles respectivamente. Sin embargo, al dejar su puesto el año 1621, fue sometido en España a un juicio por apropiaciones indebidas, y condenado al pago de numerosas sanciones. Por entonces, dedicó su tiempo a las actividades literarias y artísticas, viviendo en Madrid, donde, ya muy longevo, FRANCISCO DE BORJA Y ARAGÓN falleció el día 26 de septiembre de 1658.




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