(1354) Tras haber huido los mapuches del
acoso del gobernador Alonso de Ribera, volvieron al ataque en gran masa y
capitaneados por el temible y carismático cacique Pelantaro: "El maestre
de campo Ginés de Lillo, que se hallaba de vuelta de su última expedición, les
salió al encuentro y, aunque perdió seis hombres, logró dispersar al enemigo,
matando algunos indios y tomando veinticinco prisioneros. Uno de ellos era
Pelantaro, y, como se conocía su valer y su prestigio entre los bárbaros, el
Gobernador mandó que se le retuviera perpetuamente vigilado. Los enemigos
canjearon algunos de los suyos por los españoles que tenían cautivos, pero
Pelantaro no recobró su libertad sino mucho tiempo después, cuando ya había
muerto el gobernador Ribera". (Recordemos que Pelantaro se había
convertido en un gran líder indiscutible cuando con sus mapuches mató en
Curalaba al gobernador Martín García Óñez de Loyola y a la mayoría de sus
hombres. Tras capturar ahora Ginés de Lillo a Pelantaro, estuvo preso un año y
medio, hasta la muerte del gobernador Ribera, cuyo sustituto interino, Fernando
de Talaverano Gallegos, partidario del método de la 'guerra defensiva', cometió
el ingenuo error de liberarlo en un vano
intento de lograr la paz con los mapuches).
Por entonces, el gobernador Ribera, que se
comunicaba con el Rey a menudo, le insistía una y otra vez en la necesidad de
más soldados enviados desde España, y en
tratar de convencerlo de que suprimiera la obligación de aplicarles a los
mapuches el más que demostrado inútil sistema de la 'guerra defensiva'. Pero el
padre Valdivia seguía con su su terca postura de 'mimarlos' y evangelizarlos
con suaves palabras: "El Rey, que recibía estos informes contradictorios,
había zanjado ya este asunto pronunciándose abiertamente a favor del padre
Valdivia a principios de 1616, como ya vimos. Un año más tarde llegaron a Chile
otras órdenes del Rey más tajantes todavía, y que reforzaban considerablemente la
autoridad del padre Luis de Valdivia. En
resumen, al Gobernador le correspondía 'defender la frontera y gobernar el
reino, y, al padre Valdivia y a los religiosos
de la Compañía de Jesús, el negociar con los indios de guerra y manifestarles
siempre la voluntad del Rey e interceder’. Lo cual deja claro que el padre
Valdivia había ganado totalmente el litigio que desde cuatro años antes
sostenía con el gobernador de Chile. Aquella resolución soberana llegaba,
además, reforzada por las órdenes del virrey de Perú. En diciembre de 1615
había tomado el gobierno de este virreinato Don Francisco de Borja, Príncipe de
Esquilache. El cual, como profesaba a los jesuitas una veneración que podría
llamarse hereditaria y de familia (recordemos que descendía del jesuita San
Francisco de Borja), no quería oír los informes que les eran desfavorables,
y acabó por pronunciarse resueltamente por el plan del padre Valdivia, y por
prestarle una decidida cooperación. Se ha contado que Alonso de Ribera no pudo
soportar este rudo golpe que lo abatía y humillaba ante sus adversarios y ante
todos los pobladores de Chile, pero, de hecho, la orden del Rey llegó después
de su fallecimiento".
(Imagen) El excelente Gobernador de Chile
que fue ALONSO DE RIBERA, rondando los sesenta años estaba ya muy 'cascado' por
toda una vida de batallas continuas (iniciadas en Europa), y con secuelas muy
dolorosas de gran cantidad de heridas: "Bajo el segundo período de su
mando, casi no se había movido de Concepción, nunca iba a Santiago, y apenas
salía de aquella ciudad para atender las necesidades más urgentes de la guerra.
Montaba a caballo pocas veces, y haciendo un gran esfuerzo. En el invierno de
1616 sus males arreciaron considerablemente. Fuertes dolores reumáticos le
impidieron el uso del brazo derecho, de tal suerte que, no pudiendo firmar con
su mano, fue necesario fabricar una estampilla para sellar sus provisiones. En
ese estado, sin embargo, seguía atendiendo todos los negocios administrativos.
El 1º de marzo de 1617 dictó en Concepción una extensa carta en la que, por
primera vez, le habló al Rey del estado desastroso de su salud. 'Sírvase
Vuestra Majestad, le decía, proveer persona de agilidad que pueda sobrellevar
los trabajos de la guerra, porque mi edad y la poca salud con que me hallo me
tienen impedido de poder acudir a ella. Suplico a Vuestra Majestad que me haga
la merced que hubiere lugar para que, conforme a mi calidad, pueda pasar lo que
me resta de vida con algún descanso y dejárselo a mi mujer e hijos'. En aquella
carta, vuelve a hablar de estos asuntos con la convicción profunda de que el
sistema de la 'guerra defensiva' planteado por el padre Valdivia conducía a la
ruina del país. Después de escrita esta carta, las dolencias de Ribera se
agravaron extraordinariamente. Conociendo que se acercaba su fin, el 9 de marzo
nombró al licenciado Fernando de Talaverano Gallegos sucesor interino suyo en
el gobierno de Chile. Pocas horas después, Alonso de Ribera falleció en
Concepción (la imagen muestra la ciudad actual) en medio de las lágrimas de su familia
y de sus capitanes. La muerte del gobernador Ribera produjo una pesadumbre
general en todo el reino de Chile. Cualesquiera que fuesen sus defectos y la
impetuosidad de carácter, se le reconocían grandes dotes administrativas, un
notable desprendimiento y distinguidos talentos militares. Alonso de Ribera,
después de haber empleado su vida entera en el servicio del Rey y de haberse
distinguido por altos hechos militares en Europa y en América, moría pobre y
dejaba a su familia en una situación próxima a la miseria. Su viuda, doña Inés de
Córdoba y Aguilera, recurrió al Rey para obtener como premio, por los servicios
de Ribera, la ayuda que necesitaba para ella y para sus hijos, pero solo hay
constancia de que el Rey le había concedido al gobernador de Chile ALONSO DE
RIBERA el Hábito de la Orden de Santiago".
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