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Para no variar, el nuevo gobernador solo pudo alistar en Perú un escaso
número de soldados con destino a Chile: "A pesar de todos sus esfuerzos y
del apoyo que le prestó el Virrey de Perú, Lope de Ulloa apenas logró formar dos compañías de infantes con 160 hombres. 'Advierto
a Vuestra Majestad -le escribía al Rey- que los socorros de gente que pueden
salir del Perú son pocos, y gente de poca valía, porque la mayoría esta habituada
a la ociosidad'. Con este pequeño contingente, partió desde el puerto de El
Callao el 9 de diciembre, y el 12 de enero de 1618 desembarcaba en Concepción.
El licenciado Talaverano Gallegos, que había gobernado el reino durante diez
meses, le entregó el mando y enseguida regresó a Santiago para reasumir su
cargo de oidor de la Real Audiencia.
Siempre era un golpe duro llegar como
gobernador al infierno de Chile: "La primera impresión que recibió Don
Lope de Ulloa fue sumamente desfavorable. En esos mismos días llegaba a
Concepción la noticia de que una número considerable de indios preparaba un
ataque contra el campamento central de Yumbel, y se hizo indispensable enviar
un destacamento de tropas para atender a su defensa. Este solo hecho demostraba
la inseguridad de la frontera con los mapuches, a pesar de los publicados progresos
de la pacificación. El ejército que entonces había en Chile ascendía a 1415
hombres, distribuidos en los acuartelamientos de Yumbel, de Arauco de los demás
fuertes. Don Lope de Ulloa se dirigió de inmediato al Rey para pedirle que, con
la mayor brevedad que fuese posible,
enviase
mil soldados bien armados. Y, poco más tarde, cuando ya conocía algo mejor el
país, insistía más aún en la necesidad de tropas.. 'He hallado -decía- muy
desencuadernadas las cosas de la milicia, y lo que puedo certificar a Vuestra
Majestad es que todo está harto necesitado de fuerzas, y que la falta de gente
que he hallado es mayor de lo que pensé, pues es mucho lo que hay que defender".
Sin embargo, Lope de Ulloa no rectificaba
el grave error de la tratar con mimo a los mapuches: "Era de suponer que el
nuevo Gobernador, vistos los resultados negativos de la guerra defensiva, tomaría
habría la actitud enérgica de Alonso de Ribera para criticar ante el Rey ese
sistema. Pero, por el contrario, visitó los fuertes en compañía del padre
Valdivia, y siguió empeñado en reforzar la autoridad de éste, y en alabar ante
el Rey los logros de la pacificación. 'He hallado en muy bien conseguidas -le
decía- las paces que ofrecen los indios. Puedo asegurarle a Vuestra Majestad
que el celo con que el padre Luis de Valdivia lleva con las cosas que están a
su cargo y su talento son muy grandes, y que las trata con mucho amor y
cristiandad. trabajando en esto extraordinariamente. Por mi parte, le asistiré puntualmente,
pues es justo que se consiga el fin que pretende Vuestra Majestad'. Sin embargo,
agregaba que, de la inconstancia y poca fiabilidad de los indios no se podía
fiar mucho, por lo que veía necesario
vivir lo más alerta posible".
El nuevo gobernador, no solo se propuso
mantener el sistema de de 'guerra
defensiva' ideado por el jesuita Luis de Valdivia, sino que se empeñó en hacer realidad la otra cuestión
que había promovido el clérigo: "Pensaba establecer la abolición del
servicio personal de los indígenas para dar cumplimiento a las repetidas
cédulas que el Rey había dictado sobre el particular".
(Imagen) Chile no era el sitio ideal para
darle importancia a tonterías, pero el engreído nuevo gobernador, Lope de Ulloa
y Lemos, llegó al Cabildo de su capital, Santiago, con exigencias de que le
reconocieran su autoridad con un protocolo que solo se usaba con los virreyes. Aunque
los del Cabildo se oponían, terminaron cediendo. El 'prepotente' quiso repetir
la jugada en la Real Audiencia de Santiago , pero los oidores se lo pusieron
más difícil: "Más de un mes estuvieron negándose, porque lo que pretendía
no se había practicado con los demás gobernadores. El altanero don Lope de Ulloa alegaba que esos
habían sido soldados de menor nobleza que la suya. Por fin se llegó a un
arreglo, y el Gobernador prestó el juramento. No fue recibido por la Audiencia
bajo palio, como pretendía, pero juró sentado, y no se quitó el sombrero mientras
los oidores, con la cabeza descubierta, se mantenían de pie. El Rey, al saberlo,
desaprobó la conducta del Gobernador. Esta cuestión de simple etiqueta indispuso
al Gobernador con la Real Audiencia, de lo que se derivaron continuas complicaciones
entre ambas partes, dándose el caso de que el Gobernador tolerara que quedasen
impunes algunos desacatos contra la autoridad de los oidores". Además, Don
Lope de Ulloa había llegado a Santiago resuelto a suprimir para siempre el
servicio personal de los indígenas a los españoles. De hecho era un asunto
razonable, para proteger a los indios, pero poco realista, al que los españoles
oponían una resistencia incansable, porque suponía su ruina: "El mismo
Gobernador se convenció de su impotencia y se lo explicó al Rey. 'Cumpliendo lo
ordenado por Vuestra Majestad -le decía- mandé eliminar el servicio personal, y
establecí lo que debían pagar los indios (a cambio de no trabajar). Pero
he suspendido su ejecución porque los españoles han apelado ante el Virrey, y
está pendiente este litigio. Lo que puedo certificar a Vuestra Majestad es que
lo que dispuse lo hice tras haberlo estudiado con mucha atención, teniendo en
cuanta el servicio de Dios y de Vuestra
Majestad, así como el bien general de esta tierra, y es muy importante que se
lleve a efecto cuando lo resuelva el Virrey'. Don Lope de Ulloa comprendió que
el servicio personal de los indígenas era un mal doloroso, pero irremediable.
Esperando salvar esta dificultad para establecer aquella reforma, dos años más
tarde le pedía al Rey que la Corona enviase a Chile mil negros para que fuesen
vendidos a su costo. El Gobernador creía, como los jesuitas, que era inhumano
someter a los indios a un trabajo obligatorio, pero que era lícito esclavizar a
los negros". Diego Barros se olvida de que se tardó siglos en suprimir su
esclavitud, y de que era una brutalidad mundialmente aceptada.
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