jueves, 23 de junio de 2022

(1757) La vanidad del gobernador Lope de Ulloa le llevaba al extremo de exigir un trato reverencial. Como otros gobernadores, también él cayó en el error de considerar excelente el sistema de suavidad diplomática con los mapuches.

 

     (1357)  Para no variar, el nuevo gobernador solo pudo alistar en Perú un escaso número de soldados con destino a Chile: "A pesar de todos sus esfuerzos y del apoyo que le prestó el Virrey de Perú, Lope de Ulloa apenas logró formar  dos compañías de infantes con 160 hombres. 'Advierto a Vuestra Majestad -le escribía al Rey- que los socorros de gente que pueden salir del Perú son pocos, y gente de poca valía, porque la mayoría esta habituada a la ociosidad'. Con este pequeño contingente, partió desde el puerto de El Callao el 9 de diciembre, y el 12 de enero de 1618 desembarcaba en Concepción. El licenciado Talaverano Gallegos, que había gobernado el reino durante diez meses, le entregó el mando y enseguida regresó a Santiago para reasumir su cargo de oidor de la Real Audiencia.

     Siempre era un golpe duro llegar como gobernador al infierno de Chile: "La primera impresión que recibió Don Lope de Ulloa fue sumamente desfavorable. En esos mismos días llegaba a Concepción la noticia de que una número considerable de indios preparaba un ataque contra el campamento central de Yumbel, y se hizo indispensable enviar un destacamento de tropas para atender a su defensa. Este solo hecho demostraba la inseguridad de la frontera con los mapuches, a pesar de los publicados progresos de la pacificación. El ejército que entonces había en Chile ascendía a 1415 hombres, distribuidos en los acuartelamientos de Yumbel, de Arauco de los demás fuertes. Don Lope de Ulloa se dirigió de inmediato al Rey para pedirle que, con la mayor brevedad que fuese posible,

enviase mil soldados bien armados. Y, poco más tarde, cuando ya conocía algo mejor el país, insistía más aún en la necesidad de tropas.. 'He hallado -decía- muy desencuadernadas las cosas de la milicia, y lo que puedo certificar a Vuestra Majestad es que todo está harto necesitado de fuerzas, y que la falta de gente que he hallado es mayor de lo que pensé, pues es mucho lo que hay que defender".

     Sin embargo, Lope de Ulloa no rectificaba el grave error de la tratar con mimo a los mapuches: "Era de suponer que el nuevo Gobernador, vistos los resultados negativos de la guerra defensiva, tomaría habría la actitud enérgica de Alonso de Ribera para criticar ante el Rey ese sistema. Pero, por el contrario, visitó los fuertes en compañía del padre Valdivia, y siguió empeñado en reforzar la autoridad de éste, y en alabar ante el Rey los logros de la pacificación. 'He hallado en muy bien conseguidas -le decía- las paces que ofrecen los indios. Puedo asegurarle a Vuestra Majestad que el celo con que el padre Luis de Valdivia lleva con las cosas que están a su cargo y su talento son muy grandes, y que las trata con mucho amor y cristiandad. trabajando en esto extraordinariamente. Por mi parte, le asistiré puntualmente, pues es justo que se consiga el fin que pretende Vuestra Majestad'. Sin embargo, agregaba que, de la inconstancia y poca fiabilidad de los indios no se podía fiar mucho, por lo que  veía necesario vivir lo más alerta posible".

     El nuevo gobernador, no solo se propuso mantener el sistema de  de 'guerra defensiva' ideado por el jesuita Luis de Valdivia, sino que  se empeñó en hacer realidad la otra cuestión que había promovido el clérigo: "Pensaba establecer la abolición del servicio personal de los indígenas para dar cumplimiento a las repetidas cédulas que el Rey había dictado sobre el particular".

 

     (Imagen) Chile no era el sitio ideal para darle importancia a tonterías, pero el engreído nuevo gobernador, Lope de Ulloa y Lemos, llegó al Cabildo de su capital, Santiago, con exigencias de que le reconocieran su autoridad con un protocolo que solo se usaba con los virreyes. Aunque los del Cabildo se oponían, terminaron cediendo. El 'prepotente' quiso repetir la jugada en la Real Audiencia de Santiago , pero los oidores se lo pusieron más difícil: "Más de un mes estuvieron negándose, porque lo que pretendía no se había practicado con los demás gobernadores.  El altanero don Lope de Ulloa alegaba que esos habían sido soldados de menor nobleza que la suya. Por fin se llegó a un arreglo, y el Gobernador prestó el juramento. No fue recibido por la Audiencia bajo palio, como pretendía, pero juró sentado, y no se quitó el sombrero mientras los oidores, con la cabeza descubierta, se mantenían de pie. El Rey, al saberlo, desaprobó la conducta del Gobernador. Esta cuestión de simple etiqueta indispuso al Gobernador con la Real Audiencia, de lo que se derivaron continuas complicaciones entre ambas partes, dándose el caso de que el Gobernador tolerara que quedasen impunes algunos desacatos contra la autoridad de los oidores". Además, Don Lope de Ulloa había llegado a Santiago resuelto a suprimir para siempre el servicio personal de los indígenas a los españoles. De hecho era un asunto razonable, para proteger a los indios, pero poco realista, al que los españoles oponían una resistencia incansable, porque suponía su ruina: "El mismo Gobernador se convenció de su impotencia y se lo explicó al Rey. 'Cumpliendo lo ordenado por Vuestra Majestad -le decía- mandé eliminar el servicio personal, y establecí lo que debían pagar los indios (a cambio de no trabajar). Pero he suspendido su ejecución porque los españoles han apelado ante el Virrey, y está pendiente este litigio. Lo que puedo certificar a Vuestra Majestad es que lo que dispuse lo hice tras haberlo estudiado con mucha atención, teniendo en cuanta el  servicio de Dios y de Vuestra Majestad, así como el bien general de esta tierra, y es muy importante que se lleve a efecto cuando lo resuelva el Virrey'. Don Lope de Ulloa comprendió que el servicio personal de los indígenas era un mal doloroso, pero irremediable. Esperando salvar esta dificultad para establecer aquella reforma, dos años más tarde le pedía al Rey que la Corona enviase a Chile mil negros para que fuesen vendidos a su costo. El Gobernador creía, como los jesuitas, que era inhumano someter a los indios a un trabajo obligatorio, pero que era lícito esclavizar a los negros". Diego Barros se olvida de que se tardó siglos en suprimir su esclavitud, y de que era una brutalidad mundialmente aceptada.





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