martes, 7 de junio de 2022

(1743) El padre Valdivia, a pesar de la tragedia, siguió firme en su sistema de suaves maneras con los mapuches. Para mayor desgracia, el Rey le había concedido autoridad política.

 

     (1343) Los tres jesuitas demostraron un valor excepcional. Tenían que saber que había un gran riesgo en su visita a los mapuches, pero pudo más su confianza en los milagros y en las teorías pacifistas del padre Luis de Valdivia. Para ellos, era una apuesta que merecía la pena.  Nos cuenta Diego Barros: "No se pudo saber con exactitud cómo se llegó al desenlace de aquella tragedia, según algunos informes,  'los tres padres rogaron con muchas lágrimas que no los matasen,  y les decían a los indios que tenía poco mérito dar muerte a tres hombres rendidos y desarmados, que, por hacerles un bien, se habían puesto en sus manos'. El padre Valdivia permanecía entretanto en el fuerte de Lebu. Desde allí había enviado a un indio llamado Cayumari para llevarles una carta a los tres padres Aranda, Vechi y Montalbán. El 16 de diciembre ese emisario estaba de vuelta, y contó la tragedia que el día anterior tuvo lugar en Elicura. Había hallado los cadáveres de los padres, desnudos y cubiertos de heridas, y contó que, por dos indios, 'supo que ayer, de mañana, fue un grupo de enemigos a Elicura, y mataron a nuestros tres padres y a otros caciques del lugar, llevándoles sus mujeres e hijos, y que pelearon con los de Purén a la vuelta, los cuales han sentido mucho esta maldad, asegurando que están de parte de los españoles y dispuestos a luchar junto a ellos'. Pero esta información de Cayumari era un artificio para justificar no sólo a los indios de Elicura sino, también, a los de Purén, y para incitar a los españoles a penetrar en aquellos valles del interior. El padre Valdivia, sin embargo, dio entero crédito a estas falaces explicaciones. Inmediatamente se las comunicó a Ribera, pidiéndole que sin tardanza fuera con sus tropas al territorio enemigo. 'Vaya sin demora, le escribía, a por estos santos cuerpos, ya que, agradado Nuestro Señor por el sacrificio que estos santos padres le han hecho, ha de castigar a los indios con su poderosa mano, o ha de cambiar sus bárbaros ánimos. Mucho conviene, le decía al concluir su carta, que entre Vuestra Señoría pronto a ganar el territorio de Elicura antes de que los enemigos lo ganen para sí, y,  si se pudiera hacer allí un fuerte, hágase donde mejor le pareciere".

     Ya vemos que el padre Valdivia se apoyaba en tres pilares para mantenerse fijo en la misma dirección: era terco como una mula, confiaba ciegamente en la providencia divina (como si tuviera hilo directo continuo con Dios), y, además, disponía del poder político que le había concedido el Rey para imponer el sistema de la Guerra Defensiva, que tanto les gustaba a los mapuches: "Alonso de Ribera se hallaba entonces en la población de Arauco. Él y sus capitanes estaban muy inquietos por la actitud de los indios. ya que sobraban motivos para esperar un levantamiento general, aun en las provincias que estaban de paz. Cada día llegaba a su campamento alguna noticia alarmante, robos de caballos, muerte de algunos sirvientes, o correrías y depredaciones ejercidas en las cercanías. En esa situación, llegó a Arauco, en la tarde del mismo día 16 de diciembre, la carta del padre Valdivia. Las graves noticias que ella comunicaba, vinieron a confirmar los recelos del Gobernador y de sus compañeros".

 

     (Imagen) Tras saber el gobernador Alberto de Ribera que los mapuches habían matado a tres jesuitas, reunió a su gente: "Leyó a sus capitanes la carta del padre Valdivia y les pidió que dieran sus pareceres. 'Está comprobado, dijo el maestre de campo Núñez de Pineda, que todo lo prometido por los indios lo han hecho con fraude y traiciones, y es de suponer que seguirán haciendo lo mismo'. Su opinión era que el Gobernador debía limitarse a defender las fortalezas y proteger los indios amigos, porque la entrada del Gobernador en Elicura (donde fueron masacrados los jesuitas), daría origen a un levantamiento general de los indios. El parecer de los otros capitanes fue también contrario a la expedición que pedía el padre Valdivia,  quien luego, pagando a algunos indios amigos, recuperó los cadáveres de los jesuitas asesinados en Elicura, siendo después trasladados a Concepción, y conservados como reliquias de santos en la iglesia de los jesuitas. Pero, aunque el Gobernador estaba resuelto a mantenerse a la defensiva, las audaces provocaciones de los indios le iban a obligar a entrar de nuevo en campaña. Incluso el padre Valdivia, a pesar de su fe inquebrantable en el sistema de guerra solo defensiva, dejó ver que  reconocía su inutilidad. 'Se convocaron luego muchos indios enemigos, decía en una carta, para venir a hacer daño a los indios de Catirai y de Arauco porque nos habían aceptado la paz. Pero, gracias a Nuestro Señor, salió nuestro ejército y los desbarató,  matando a cincuenta, si bien es verdad que, antes de que nuestro ejército acometiera, ellos habían matado ya a quince indios amigos, y se llevaron mujeres y muchachos, siendo, entre muertos y vivos, un total de noventa y seis. Por nuestra parte,  cogimos vivos a seis indios, de quienes logramos saber todo lo que convino a través de un intérprete. Esto ocurrió estando yo presente. La otra parte del ejército español atacó el fuerte de nuestros enemigos, situado en  Catirai y se llevó cuatro indios y doce caballos, en la cual refriega no hubo muerte de español alguno. Pocos después han venido algunas tropas pequeñas de treinta indios, y de a doce, atacando seis veces en diversas partes y llevándose unas seis indias que estaban en sus sementeras, de las cuales han regresado algunas, pero también ladrones que entran con sutileza a hurtamos nuestros caballos'. Así, pues (concluye Diego Barros), la guerra defensiva y las aparatosas proposiciones de paz, solo habían servido para envalentonar a los mapuches y hacer más difícil y precaria la situación de la frontera que nos separa de sus tribus". El registro de la imagen muestra que el granadino Luis de Valdivia salió de España en 1602 en compañía del provincial de México, Ildefonso de Castro, y de otros 23 jesuitas.




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