lunes, 13 de junio de 2022

(1748) Todo el mundo odiaba el método de guerra que imponía el padre Valdivia, pero, curiosamente, el virrey de Perú le apoyaba. Sin embargo el gobernador Ribera le insistía al Rey en que solo la fuerza militar sometería a los traidores mapuches.

 

     (1348) La relación entre el jesuita Valdivia y el obispo franciscano Juan Pérez de Espinosa, quien, como vimos, se quejaba al Rey de su carácter autoritario, del error de la guerra defensiva y de que tratara de ensalzar el prestigio de los jesuitas a base de criticar a las demás órdenes religiosas, se fue deteriorando progresivamente. Valdivia se sintió muy  molesto porque el obispo se había puesto de por medio para impedir que los jesuitas castigaran a uno de sus miembros por un asunto que consideraban muy grave. Tuvo también el obispo algunos roces importantes con los oidores de la Real Audiencia, y, para zanjar estas cuestiones, se fue a Perú en 1613 con la intención de tratarlas con el Virrey, delegando su autoridad en los cabildos catedralicios de Santiago y Concepción, obispados de los que era titular. Viendo Luis de Valdivia que se limitaban sus competencias, renunció oficialmente al poder eclesiástico que había estado ejerciendo. Pero, sorprendentemente, aunque su método de guerra defensiva se había ganado un intenso rechazo popular, y más todavía entre los capitanes y soldados de todo el territorio de Chile, tuvo la alegría el testarudo jesuita de comprobar que la máxima autoridad del virreinato de Perú le seguía apoyando: "El virrey del Perú, entretanto, aunque recomendaba que se procediese con la mayor prudencia sin exponerse (tras el asesinato de los tres jesuitas) a nuevos contratiempos por confiar en la palabra de los indios, había mandado que se continuasen cumpliendo con la mayor escrupulosidad sus órdenes anteriores sobre la guerra defensiva. Las tropas españolas, en efecto, se abstuvieron de intentar empresa alguna militar. Ni siquiera se volvió a pensar en enviar mensajes de paz a los indios enemigos, 'ni hay quien se atreva a llevarlo, escribía Ribera, porque los mapuches tienen cerrada la entrada con orden en toda su tierra de que, cualquiera que entrase con promesas de paz, muera por ello'. Era tal la animosidad que en esas circunstancias desplegaron los bárbaros, que, habiéndose fugado del campo español uno de los indios que trajo el padre Valdivia, cuando volvió a estar entre los suyos, lo descuartizaron por creer que llegaba como emisario para una propuesta de paz".

     Pero la ausencia de ataques por parte de los españoles mitigaba muy poco la pesadilla mapuche: "Los indios que tenían su residencia cerca de los fuertes españoles, eran considerados amigos, pero tenían que sufrir las hostilidades incesantes de las tribus del interior, y se unían también a ellas para hacer correrías militares y robar caballos y ganados, obligando a los españoles a estar en continua alarma. Durante el año 1613, los mapuches hicieron veinticuatro entradas de esa naturaleza. En una de ellas, estuvieron a punto de llevarse a dos padres jesuitas en las inmediaciones de uno de los fuertes del Biobío. Pero, sabiendo estos la suerte desastrosa que les esperaba si caían en poder de los indios, lograron fugarse. Los españoles se limitaban a mantenerse a la defensiva, o a perseguir al enemigo para rescatar el ganado que se llevaba, o los indios amigos que había apresado. Pero esta actitud daba mayor aliento a los enemigos,  y, dirigidos por caciques como Pelantaru, Ainavilu, Tureulipe y Anganamón, repetían sus ataques con la misma o mayor arrogancia".

 

     (Imagen) El gobernador Ribera y los suyos vivían momentos de esperanzas de paz, pero las decepciones eran constantes. Sirva de ejemplo lo que el propio Ribera le comunicó al Rey: "Vinieron desde la costa dos mensajeros de los mapuches para ofrecer la paz de las comarcas vecinas a Tirúa. Decían con entusiasmo que deseaban que la paz llegara hasta La Imperial. Estuvieron en Concepción con el padre Valdivia y conmigo, y se les hizo un buen agasajo. De acuerdo con lo que Vuestra Majestad manda, se les dio nuestra conformidad a lo que deseaban. Pero, mientras estaban ellos aquí mostrando la suya, atacaron otros mapuches con gran número de guerreros el emplazamiento de Lebu, y mataron a doce indios amigos nuestros, hiriendo a otros tantos. También apresaron a cuatro, y, entre ellos, al cacique Cayomari, el cual se escapó la noche siguiente, y volvió con dos heridas al fuerte. Después vino a esta ciudad, donde nos contó lo ocurrido. Dijo que el autor del ataque fue el cacique Huichalicán, y que es él quien fingía tratar la paz, pues nos envió a su hermano como mensajero, pero con la intención de espiarnos. Y así mismo dijo que, de los que atacaron, 140  eran de Elicura (donde fueron asesinados los tres jesuitas), y los otros de Purén,  más 40 de Arauco. También había algunos de los que están ahora en  paz con nosotros, y otros que de nuevo han poblado la tierra del desocupado fuerte de Paicaví. Esta insurrección de los indios de las cercanías del fuerte de Arauco estuvo a punto de tomar grandes proporciones, pero la atajaron las medidas activas y enérgicas que emplearon los españoles en esos lugares". Luego añade el historiador Barros: "El gobernador Ribera tenía, pues, sobrados motivos para no dar crédito a estas manifestaciones de paz de los indios. En los fuertes de la línea del río Biobío, los indios amigos se apoderaron de un cacique llamado Pailahuala, así como de varios individuos de su familia y de su tribu, todos ellos hombres rebeldes y constantes enemigos de los españoles. Llevados presos al fuerte de Nacimiento, comenzaron a ofrecer la paz para recobrar su libertad. Sin embargo Ribera, que pudo descubrir sus verdaderos propósitos, alargó astutamente las negociaciones para mantener quietos a los indios de esa tribu. Canjeó uno de los prisioneros por un cautivo español, pero, habiendo intentado los indios un ataque sobre la plaza de Nacimiento en febrero de 1614 para liberar a Pailahuala, que desde su prisión estaba dirigiendo estas operaciones de los suyos, el Gobernador lo hizo ahorcar después de un juicio sumario en que quedó probada la duplicidad de ese cacique". Ese juicio parece haberse llevado a cabo para que el Rey viera que, aunque se respetaba la 'guerra defensiva', había sido necesario el castigo.




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