Desde
la lejana España, el Rey Felipe III y sus asesores no acababan de ver que el
sistema de servicio personal de los indios a los españoles era imprescindible
para mantener la producción de los encomenderos, e incluso el padre Valdivia y
sus partidarios les habían hecho creer que, eliminándolo, llegaría la
pacificación definitiva de los mapuches. La consecuencia de esa creencia fue
que, cuando al gobernador Lope de Ulloa, tras conocer mejor la situación de
Chile, se le iban cambiando las ideas, el Rey le escribió en una dura carta:
"He sido informado con fecha de 25 de julio de 1620, que, habiendo recibido
orden de mi virrey del Perú para quitar el servicio personal a los indios, no
lo habéis puesto hasta ahora en ejecución. Dado que esto es lo más importante
para la pacificación de esas provincias de Chile, os mando que ejecutéis lo que
está ordenado precisa y puntualmente".
Al mismo tiempo, el padre Valdivia, dotado
de enormes poderes por parte del Rey, hacía y deshacía de acuerdo con sus
escasas luces militares: "Era tanto el empecinamiento que le impedía ver
los deplorables resultados de su sistema de 'guerra defensiva', que dio orden
de que se despoblaran varios fuertes, lo
cual suponía hacer retroceder la línea de frontera, acercando la guerra más al
norte del territorio en que se hallaba. Estas resoluciones alentaban a los
indios de guerra, al comprender que los españoles se quedaban sin medios para
defender la posesión de aquellos lugares".
Por si fuera poco, el padre Valdivia
decidió ir a España para dejar bien apuntaladas ante el Rey todas sus teorías
acerca del trato a los indios. Y, por lo que se ve, era un artista en vender su
mercancía. Aunque la idea del viaje en aquellos momentos era descabellada,
obtuvo la aprobación del gobernador de Chile y del virrey de Perú: "A
fines de noviembre, el padre Valdivia se ponía en viaje para España. Llevaba
consigo una carta en la que el gobernador de Chile hacía al Rey los más
ardientes elogios de los grandes servicios que el padre jesuita había prestado
a la supuesta pacificación de Chile, y le pedía, con todo empeño, que le diese 'para
todo muy grata audiencia y el crédito que se debe a su persona'. A su paso por
Perú, recibió iguales manifestaciones de aprecio del virrey Don Francisco de
Borja. Este alto funcionario se hallaba entonces ocupado en dictaminar sobre la
apelación que el cabildo de Santiago había entablado contra los decretos
relativos a la supresión del servicio personal de los indígenas a los españoles.
Queriendo solucionar definitivamente esta cuestión, y en cumplimiento del
encargo especial que para ello le había dado Felipe III, el Virrey estaba
trabajando una prolija ordenanza que suprimiera para siempre aquel impuesto de
trabajo, lo reemplazara por una contribución en dinero en favor del encomendero
o de la Corona, y reglamentase todos los derechos y garantías que se acordaban
a los indios. Para llevar a cabo este trabajo, retuvo en Lima al padre
Valdivia, utilizó todos los informes que este pudo suministrarle, y entre ambos
redactaron un verdadero código de setenta y tres largos artículos sobre el
régimen de las encomiendas en el reino de Chile. En mayo de 1620 partía del
Callao el padre Valdivia llevando consigo aquella ordenanza para que recibiese
la sanción real, y las más entusiastas y ardorosas recomendaciones del virrey
del Perú. Todo hacía presumir a ambos que aquel viaje iba a dar por resultado
la glorificación de sus nombres y de sus trabajos".
(Imagen) El testarudo jesuita Luis de
Valdivia partió hacia España con el fin de reforzar el apoyo de Felipe III a
sus tácticas de trato a los indios. Y añade el historiador Barros: "Pero al
mismo tiempo le fueron enviados al Rey informes de carácter muy diferente, y
que no podían dejar de ejercer una gran influencia en su ánimo. Un antiguo
magistrado, tan respetable por la rectitud y seriedad de su carácter como por
sus buenos servicios, se encargó de demostrar al Rey el verdadero estado de las
cosas de Chile, para neutralizar los informes de los sostenedores de la guerra defensiva.
Era este el doctor LUIS MERLO DE LA FUENTE (Natural del Valdepeñas), oidor de
la audiencia de Lima, antiguo gobernador de Chile (recordemos que lo fue
interino en 1610, cuando murió Alonso García Ramón). En su larga carta
escrita al Rey, fechada en Lima el 19 de abril de 1620, hacía una relación de
lo ocurrido en los ocho años que llevaba de existencia la guerra defensiva, e
insistía en probar los desastres que había producido. Le recomendaba que no creyera
los informes que hiciese don Íñigo de Ayala, militar de poca importancia e
instrumento dócil del padre Valdivia y, por tanto, interesado en dar una idea
falsa de las cosas. Hablando del viaje del clérigo, Merlo de la Fuente, con
absoluta franqueza, explicaba lo siguiente: 'El padre Valdivia va para defender
su causa, y también para no sufrir el desastre que va a quedarles a todos en
Chile, deseando también que se diga que, si él estuviera allí presente, no
sucedería. Y para manejar mejor sus cosas, va encargado de las del virrey de
Perú, el cual ha hecho por él todo lo
que pudiera hacer por su propio padre, avalando sus acciones con los escritos
que os envía". El concienzudo Luis Merlo le envió un mes después otro escrito al Rey, golpeando de nuevo sin
piedad: "El padre Luis de Valdivia, no contento con los grandes daños que
ha causado en Chile, casi arrasado ya con los desmanes que han ocurrido por su
imposición de la guerra defensiva, pide otro segundo martirio para que se
pierda todo, pretendiendo que la Real Audiencia que con tanto acierto me mandó
Vuestra Majestad fundar en la ciudad de Santiago, cabeza principal de Chile, se
mude a la ciudad de Concepción, argumentando que allí tuvo asiento la primera
audiencia que hubo en Chile". Era, sin duda, un sinsentido efectuar ese
cambio de lugar, y, de hecho, la Real Audiencia quedó fija para siempre en
Santiago de Chile. No se sabe bien por qué el padre Valdivia insistía en lograr
ese traslado, pero acabamos de ver que había alguien muy interesado en que se hiciera. Recordemos
que el nuevo gobernador, el prepotente Lope de Ulloa, muy amigo del jesuita, se
llevaba fatal con los oidores de Santiago, y, además de otras revanchas ya
aplicadas, deseaba dejarles apartados de la Real Audiencia.
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