(1341) Había indios que acogían muy
favorablemente las normas de buen trato que los españoles empezaban a
aplicarles, pero eran hechos aislados que tenían poca influencia en la
terminación de la guerra: "Mientras tanto, otras tribus inquietaban
constantemente a los indios que vivían en paz, les robaban sus ganados, les
tomaban algunos cautivos, les quemaban sus chozas y los excitaban a la
revuelta. Los españoles tenían orden de permanecer impasibles, pero esta
actitud era para los bárbaros una prueba de impotencia. Un caudillo muy
prestigioso de Purén, llamado Tureulipe, mozo turbulento y muy diestro jinete,
hizo una correría en la zona de Arauco, y fue a atacar este emplazamiento. Un
destacamento español, mandado por el capitán don Íñigo de Ayala, que salió a su
encuentro, dispersó fácilmente a los indios, les quitó cuarenta caballos y
apresó al caudillo Tureulipe, el cual fue enviado a Concepción, donde Ribera,
conociendo la importancia de semejante prisionero, se empeñó en retenerlo
cautivo".
A pesar del optimismo inicial, muy pronto
se produjeron reacciones negativas contra lo que ya muchos consideraban un
comportamiento con los indios demasiado ingenuo: "La repetición de estas
correrías de los indios hizo confirmar en su opinión a los que creían que la
llamada guerra defensiva había de aumentar los peligros sin ningún provecho. Los
militares, y hasta los religiosos que no eran jesuitas, hacían críticas de estas
medidas administrativas. El padre Valdivia, sin embargo, mantuvo una
obstinación inamovible, y se irritaba
sobremanera contra los que le llevaban la contraria. El Gobernador,
siempre complaciente con sus exigencias, mandó pregonar en Santiago que nadie se
atreviera a hablar contra las órdenes de Su Majestad relativas a la guerra
defensiva, so pena de una sanción económica y de tener que servir un año en el
ejército. Pero estas advertencias no podían impedir las murmuraciones y las
críticas a la guerra defensiva. Por otra parte, el padre Valdivia temió que,
por medio de escritos enviados al Rey, pudiera ser objeto de acusaciones que desacreditasen
sus trabajos y que ocasionasen su desprestigio. Para contrarrestarlas, preparó en
la misma ciudad de Concepción, una información de testigos acerca de todo lo
que había hecho en Chile en los cuatro últimos meses, y otra, en la ciudad de
Santiago, por medio del hermano Francisco Arévalo, de la Compañía de Jesús.
Estas informaciones eran tendenciosas, ya que los declarantes se inclinaban a
defender las actuaciones del padre Valdivia, pero él creyó que bastaban para justificarlo. Quiso,
además, tener en la Corte un apoderado que se encargase de la defensa de su
conducta. Confió esta misión al padre
Juan de Fuenzalida, uno de los jesuitas que con él habían venido de España. Los
mensajeros que el padre Valdivia había enviado hasta entonces para ofrecer la
paz al enemigo eran todos indios. Las respuestas que traían los que volvieron,
eran generalmente contradictorias, pero el jesuita las interpretaba todas como
favorables, recibiendo con agrado a los que les comunicaban que las tribus del
interior estaban dispuestas a deponer las armas, y reprendiendo como embusteros
a los que le traían noticias. Tales agentes no podían inspirar una confianza
seria, y el Gobernador quería enviar a uno a cuya palabra se pudiera dar más
crédito".
(Imagen) Hemos visto que el jesuita Luis
de Valdivia, con la intención de que se valorara positivamente en la Corte su
táctica de tratar amistosamente a los mapuches, envió ante el rey Felipe III a
su compañero Juan de Fuenzalida. Por resultar curioso, haré un breve resumen de
una entrevista hecha a otro Juan (Eduardo) Fuenzalida, un chileno también
jesuita, y que, asimismo, es un defensor de los mapuches porque siguen todavía
en conflicto con la sociedad chilena. Actualmente hay allí 'comunidades' en las
que habitan los mapuches, y, en una de ellas, Tirúa, molestos por no ser
atendidas peticiones suyas, 27 comuneros, tras una huelga de hambre, se apoderaron
del ayuntamiento. El gobierno central actuó con mano dura, y el padre
Fuenzalida, superior de los jesuitas de la zona, dice: "Frente
a los hechos claramente racistas ocurridos, las comunidades reaccionaron tomando
el edificio, pero sin daños a personas ni a los bienes municipales. A pesar de
la opinión de las autoridades locales, el gobierno central envió un gran
contingente policial y aparatosos medios de control (como aviones, drones,
carros antidisturbios y lanzagases). Luego se procedió al desalojo. A partir de
ahí comenzó una espiral. Se oían disparos, hubo quema de casas, manifestaciones
y daños en las ya sensibles relaciones entre la población local, encendiendo
los ánimos de todos. En el
tema mapuche, el único avance que ha habido es a nivel de conciencia ciudadana.
Si se lee parte de la prensa, se aprecia una mayor conciencia de que es preciso
abordar el problema político de fondo, y no solo concentrarse en la necesidad
de orden y respeto aparente de la ley. Los jesuitas estamos presentes desde el
año 2000 en el territorio de Tirúa. Durante los distintos conflictos y con
diferentes gobiernos, ha habido acercamientos con las autoridades políticas.
Sin embargo, en estos 20 años hemos visto buenas intenciones pero malas
medidas, poco interés en solucionar el conflicto en su vertiente política, y
poca sensibilidad al diálogo intercultural que implica. La mirada centralista
desde la capital del país, y los mandatos presidenciales de cuatro años, han
hecho fracasar cualquier intento por enfrentar de fondo el tema mapuche. El
abordaje intercultural y político son fundamentales y se hacen urgentes. Y eso
necesita tiempos e intenciones que hasta ahora no han sido considerados".
Casualidad o no, poco después el jesuita Juan Fuenzalida, considerado
'activista de la causa mapuche', fue objeto de una brutal agresión, recibiendo
una grave perdigonada de unos asaltantes que le robaron el coche. Lo que se ve
es que, 400 años después, el conflicto con los mapuches, aunque muy atenuado,
continúa, y los jesuitas siguen siendo su apoyo con el mismo estilo pacifista.
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