miércoles, 28 de febrero de 2018

(Día 629) El sumo sacerdote Villahoma huye hacia el Cuzco. Almagro, muy enfadado, sospecha de la complicidad de Paullo, quien lo niega. Almagro, que sigue con dudas, le ordena al vasco Mendicote que no lo pierda de vista.


     (Día 219) Luego ocurrió algo que confirma la intención de rebeldía del sumo sacerdote Villahoma (y quizá también la de Paullo, el hermano de Manco Inca): “Villahoma, como había concertado con Manco Inca alzar las provincias del sur contra los cristianos que iban a Chile, de callada y con gran disimulación alborotaba los pueblos y lugares por donde pasaban, diciendo de los españoles muchas blasfemias (en el antiguo sentido de ‘graves injurias’) para que se pusiesen contra ellos. Ni los que le oían tenían ánimo, ni él lo pretendía, por temor de que eran muchos los caballos y los españoles, mas deseaba ausentarse para juntarse con Manco Inca, teniendo por más fácil matar a los que estaban en el Cuzco que a los que iban a Chile. Y así, pareciéndole que Almagro no podría volver con brevedad al Cuzco, determinó de se huir. Como lo pensó, lo puso en obra una noche llevando consigo algunos indios y mujeres. Caminó por caminos secretos que los nuestros no conocían, recibiendo por donde pasaba grandes servicios porque, por la dignidad pontifical del sacerdocio, le tenían gran respeto.
     “Por la mañana, súpose que se había ausentado. Almagro recibió mucho enojo por ello, mandó llamar a Paullo y airadamente le preguntó por qué no le había avisado de la huida de Villahoma. Paullo era muchacho y le respondió con temor que no supo nada. Almagró ordenó que lo vigilasen en adelante para que no hiciese lo que Villahoma, encargándolo a Marticote, un valiente soldado vizcaíno (equivalía a ‘vasco’; era guipuzcoano)”. Un breve comentario sobre Marticote, aunque le veremos más veces. Siempre se mantuvo fiel al bando de Almagro. En las guerras civiles, muerto Pizarro, fue enviado como capitán al Cuzco, con el objetivo de someterlo, por orden del hijo de Almagro, a cuyo lado murió en la batalla de Chupas.
     Siguió Almagro su ruta: “Habló con toda gracia a los naturales de aquella tierra, esforzolos para que tuvieran amistad con los cristianos. Partió para juntarse con Salcedo y Francisco de Chaves, dejando escrito a Noguerol de Ulloa que se diese prisa para alcanzarlo. Llegó al pueblo de Jujuy, donde estuvo más de dos meses aguardando a los que quedaban atrás. Vino entre ellos don Alonso de Montemayor, caballero principal, natural de Sevilla, a quien Almagro recibió muy bien”. Empezaron a encontrar indios en pie de guerra: “Se juntaron muchos y juraron por el Sol alto y poderoso que habían de morir o matar a todos los españoles. Atacaron a los yanaconas, negros y servidores que salían del real a buscar leña y otras cosas necesarias. Después de haber hecho algún daño, se puso Almagro con algunos de a caballo en celada para los matar, mas ellos le mataron el caballo, y huyeron”.

     (Imagen) DON ALFONSO DE MONTEMAYOR partió hacia Perú con un criado en 1534. Era un sevillano de familia noble (merecedor del ‘Don’) y vemos hoy que se incorpora en Chile a las tropas de Almagro, quien se alegra mucho de su llegada. Montemayor se mantuvo fiel a Almagro y a su hijo en situaciones verdaderamente dramáticas. Tras volver de Chile, Almagro sitió a los pizarristas que estaban en el Cuzco, y fue Montemayor quien apresó a Hernando Pizarro. En la inmediata batalla de Las Salinas (año 1538), luchó también al lado de Almagro, que resultaría derrotado y ejecutado, pero a él le perdonaron la vida. Un año después, en aquel mar de confusiones, Diego Almagro el Mozo lo envió a Trujillo para que informase a las autoridades (que eran almagristas) de que Cristóbal Vaca de Castro, representante del rey, había llegado a Perú con la envenenada misión de poner fin a las guerras civiles. En 1541, al llegar Montemayor al Cuzco cumpliendo otro encargo, los almagristas sospecharon que coqueteaba con el bando leal al rey y lo condenaron a tres años de cárcel. Ya libre, en 1544 le envía a Gonzalo Pizarro la carta que vemos en la imagen, justificando su lealtad e insistiendo en que ha sido víctima de difamaciones. Gonzalo (al que solo le quedaban cuatro años de vida) no le creyó, y DON ALONSO DE MONTEMAYOR se fue a México huyendo de un terrorífico mundo de locos en el que ya se sentía amenazado por los dos bandos. Tuvo también el mérito de escribir una crónica de aquellas malditas guerras civiles.



martes, 27 de febrero de 2018

(Día 628) Almagro llega al sitio en que mataron a tres españoles y envía a Salcedo con soldados para castigar a los culpables, pero se ven en apuros y va en su ayuda Francisco de Chávez. Almagro se junta con Paullo y Villahoma, que iban delante, y le entregan el oro que tributaban los indios a su emperador.


     (Día 218) Termina Cieza hablando de una última pacificación de indios: “Le pesó mucho a Alvarado que los indios que iban con los españoles talaban los campos y destruían las sementeras de los rebeldes, y envió mensajeros a su señor para que quisiese ser su amigo. Respondió que le enviase una espada, porque quería ver con qué armas peleaban los españoles. Enviole Alvarado una espada que tenía el pomo de plata. Holgose cuando la vio; determinó salir de paz a los cristianos, enviando primero un presente de plumas y mantas al capitán, y acompañado de algunos indios, fue a verse con él, quien le honró mucho, esforzándolo en que tuviese buen corazón con los cristianos”.
     Dando un salto atrás, Cieza nos sitúa en lo que ocurrió después de que los indios chilenos mataran a tres hombres que habían andado ‘por libre’ para quitarles cosas. Como ya vimos, se salvaron dos y, a su vuelta, Almagro los abroncó por su indisciplina, e inmediatamente, como siempre se hacía cuando los indios mataban a españoles solitarios, organizó una salida para darles un duro escarmiento: “Cuando Almagro supo de la muerte que habían dado en Jujuy a los tres cristianos, recibió mucho enojo, mandó al capitán Salcedo que partiese rápido con sesenta caballos y peones, y que no parase hasta llegar a aquella tierra y hacer gran castigo en ella. Salió Salcedo llevando por guías a los dos que se habían salvado”. Suponiendo los indios lo que iba a ocurrir se habían preparado: “Hicieron por los caminos  grandes hoyos cubiertos sutilmente con hierbas y se fortificaron haciendo baluartes”. Salcedo llegó pronto pero no podía rendirlos: “Los sitió para que nadie pudiera entrar ni salir y envió aviso a Almagro pidiéndole ayuda. El cual mandó a Francisco de Chávez, que partió con algunos de a caballo, y dándose prisa, se juntó con Salcedo”. Cuando llegó Chávez, los indios, viendo el panorama, huyeron por un pasadizo. Los españoles acamparon allí esperando la llegada de Almagro, “pero muy recatados porque sabían que estaban cerca de los xuris, gente indómita, muy agresivos y que comen carne humana; fueron tan temidos de los incas que no pudieron hacerlos amigos y, por temor de los daños que hacían, tenían en las fronteras siempre guarniciones con gente de guerra. Mucho cuentan de estas gentes, especialmente los españoles que andan en la conquista del río de la Plata. Tornó Salcedo a enviar mensajeros a Almagro haciéndole saber lo que había sucedido y cómo los tres cristianos habían sido muertos ciertamente en aquella tierra, y que tenía noticias de que más adelante iban otros tres”.
     Mientras, Almagro continuaba detrás su marcha: “En Topisa, Almagro alcanzó a Villahoma y a Paullo, que iban adelantados;  le dieron los indios noventa mil pesos (más de 360 kilos) de oro fino que traían de Chile  para los tributos de los incas, y tuvo gran noticia de haber ricas vetas de metales en Collasuyo. Se habló de poblar allí, lo cual fuera otra cosa de lo que luego sucedió, pues aquella era la tierra más rica del mundo. Mas Almagro respondió que era poca tierra para tantos españoles como iban con él”.

     (Imagen) En otra misión de castigo a los indios por haber eliminado a un español solitario, FRANCISCO DE CHÁVEZ dejó manchada su memoria para siempre: los indios habían huido, y él mató a todos los niños que quedaron en su poblado. Hasta los españoles se escandalizaron y lo denunciaron al rey, quien dispuso que parte de su herencia se destinara a socorrer a niños  indígenas huérfanos. Pero se podría asegurar que muy pocos personajes de Indias tuvieron un historial militar más  extenso y heroico que el suyo. Nació, como Pizarro, en Trujillo, eran de la misma edad y murieron juntos. Chávez estuvo al lado de Cortés en la definitiva toma de México, siguió peleando por tierras de Guatemala. Su viejo amigo Pizarro se lo llevó al Perú y fue uno de los que derrotaron a Atahualpa en Cajamarca, donde mostró un rasgo de piedad al opinar, contra el criterio general, que no era justo matar a Atahualpa, considerando sensatamente que lo más acertado sería enviarlo a la Corte española. Se enroló en la campaña de Chile bajo el mando de Almagro, lo que, en la guerras civiles, le trajo consecuencias ‘esquizofrénicas’. Luchando a su lado contra Pizarro cuando volvieron a Perú, Almagro terminó ejecutado, pero su viejo amigo lo perdonó y le dio puestos de confianza. Luego su corazón dividido le jugó una mala pasada. Estaba con Pizarro cuando llegaron a su casa los almagristas que se habían conjurado para matarlo. Al oír sus ruidos, salió Chávez con valentía y una confianza mal calculada a ‘dialogar’ con sus antiguos compañeros, que en lugar de escucharle lo mataron, para hacer después lo mismo con Pizarro. DOS GRANDES PERSONAJES DE INDIAS UNIDOS AL NACER Y AL MORIR.



lunes, 26 de febrero de 2018

(Día 627) Tras luchar duramente contra los españoles, los chachapoyas hacen la paz con Alonso de Alvarado. Le dicen que hay un cacique llamado Guandamulos que promovió su rebeldía y que es un tirano. Con su conformidad, los españoles lo apresan y lo ejecutan.


     (217) Después los indios les atacaron, pero los españoles les hicieron huir hiriendo y matando a muchos, a pesar de las dificultades: “Iba un español llamado Prado siguiendo al capitán, y un indio le tiró una piedra con tanta fuerza que, a pesar del casquete y el morrión que llevaba, acertándole en la cabeza, lo derribó del caballo con los sesos fuera. Luis Varela se vio en peligro, solo y cercado de indios. Encomendándose a Dios, se defendió milagrosamente de ellos hasta que vinieron algunos compañeros que le dieron favor, habiendo ya muerto siete indios cuando lo tenían cercado”.
     Alonso de Alvarado continuó su avance logrando con fuerza y amabilidad, según se terciara, ir pacificando a los chachapoyas, quienes después fueron, junto a los lejanos cañaris (de la zona de Quito), los más fieles aliados de los españoles. No es de extrañar que Cieza lo tuviera en gran estima. Los indios que habían salido huyendo no sabían qué determinación tomar: “El señor más principal de ellos, a quien llamaban Guayamanil, les dijo que era locura querer mantenerse en guerra con hombres que claramente eran favorecidos del Sol y decidió ir a les ganar la voluntad y estar en su gracia”. Así lo hizo y fue bien recibido por Alvarado, pero había allí otro cacique, amigo de los españoles que tenía algo que reclamar: “Guamán, que era enemigo de Guayamanil, osadamente confiado en la amistad de los españoles, le habló con gran enojo y amenaza; Alvarado se lo reprochó, afirmando que guardaría la paz a los que viniesen aunque hubiesen hecho guerra y muerto a cristianos. Pasado esto, habló Alvarado a Guayamanil rogándole que procurase que los señores de la provincia de Chillano viniesen a buena amistad con los españoles; prometió de los hacer venir, y así lo cumplió. Cuando llegaron a la presencia del capitán, los recibió bien. Supo de ellos mismos que el movedor de la liga era uno que estaba entre ellos, llamado Guandamulos, el cual era muy tirano. Con el consentimiento de todos, fue preso y muerto ajusticiado”.
     Cundió el ejemplo, y Cieza alaba sin paliativos el modélico comportamiento de Alonso de Alvarado: “Comenzaron después a venir muchos indios sin armas a servir a los nuestros. Supo Alvarado que cerca de allí había un valle muy poblado y fue a descubrirlo, procurando atraer a los naturales a la amistad de los españoles, impidiendo lo más que podía que se hiciesen robos o daños notables; por lo cual, se le pone a él en la delantera entre los capitanes a los que se alaba por haberlo hecho razonablemente con los indios”.
     Siguió conquistando Alonso de Alvarado con su habitual sensatez. Hubo un nuevo enfrentamiento: “Sabiendo los indios por sus vecinos que los cristianos, a los que formaban alianza, los trataban amigablemente, y a los que no, los guerreaban hasta destruirlos, determinaron salir de paz, y sus principales fueron a hablar con Alvarado, y los recibió como solía hacerlo con los que querían ser amigos de los cristianos: hacíalos entender a todos que, cuando acabase de descubrir todas la provincias, había de fundar un pueblo de cristianos que fuese como el Cuzco o Lima o San Miguel”.

     (Imagen)  Vuelve Cieza a hablar un poco más de las andanzas del gran ALONSO DE ALVARADO. Y ya que se deshace en elogios por su habilidad y buen trato con los indios, habrá que colaborar para ensalzarlo. Fue nombrado por el rey Caballero de la Orden de Santiago, algo de gran prestigio entonces y muy difícil de conseguir. Más tarde se degradaron las exigencias para obtenerlo: a base de dinero y demostrando (muchas veces con testigos falsos) no descender de judío o musulmán condenado por la Inquisición, ya bastaba. La imagen muestra un trozo del escrito de Carlos V en el que ordena que se le someta a prueba a Alonso antes de concederle el nombramiento. Y dice: “Mando al dicho Alonso de Alvarado que vaya a residir y esté e resida en el convento de Uclés el año de su probación aprendiendo la regla de la dicha Orden e las otras cosas que como Caballero de ella debe saber, e mando al prior del dicho convento que lo reciba y tenga en el dicho año y lo haga instruir en la dicha regla y en las asperezas, ceremonias e otras cosas que los caballeros de la dicha Orden deben saber. E que sesenta días antes que el dicho año se cumpla, me envíe relación de sus méritos e costumbres, para que, si fueren tales que deba permanecer en dicha Orden, mande recibir de él la profesión expresa que se debe hacer, o provea en ello lo que según Dios y orden deba ser proveído, de lo cual mande dar. E di esta mi carta firmada de mi mano e sellada con mi sello, de la orden dada, en Bruselas a XVII días del mes de febrero, año del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mil e quinientos e cuarenta e cinco años. YO EL REY”.



sábado, 24 de febrero de 2018

(Día 626) Hernando Pizarro va al Cuzco llevando a muchos paisanos suyos. Pizarro sale de Lima para supervisar el buen funcionamiento de las ciudades de Trujillo y San Miguel, volviendo después. Andanzas de Alonso de Alvarado por la tierra de los chachapoyas.


     (216) Sin duda, a Juan Pizarro no le agradaría tener que cederle a su hermano Hernando la máxima autoridad en el Cuzco como delegado del gobernador Pizarro, pero Cieza explica con bastante lógica por qué era necesario: “Le escribió a Juan Pizarro diciéndole la causa que le movía a removerle del cargo, rogándole que por bien lo tuviese. Pero tengo para mí que la razón principal fue el temor a que Almagro volviese para atacar a la ciudad, y que a Pizarro le pareció que su defensa estaría más segura con Hernando que con Juan, por ser de más edad y autoridad. Fueron con él Pedro de Hinojosa, Cervantes, Tapia y otros caballeros de aquellos nobles mancebos extremeños que con él salieron de España, quedando otros en la Ciudad de los Reyes, donde fueron bien tratados y favorecidos de Pizarro”.
     Cieza hace una pausa para mostrarnos a un Pizarro en plena bonanza, dedicándose a supervisar sensatamente las poblaciones cercanas, y a cuidar de que los indios sean bien tratados y adoctrinados, pero al mismo tiempo se lamenta, y nos presenta como contraste el deterioro posterior: “Pizarro determinó entonces visitar las ciudades de Trujillo y San Miguel, para ver cómo usaban sus tenientes de sus cargos, y si los naturales eran bien tratados, y si procuraban su conversión, como su majestad lo mandaba. Dejando por su teniente a Francisco de Godoy, un caballero de Cáceres, se metió en una nao. Y salió del Callao, que es el puerto, a catorce días del mes de febrero de 1536 años, y visitó aquellas ciudades oyendo algunas quejas, remediando los agravios, favoreciendo a los indios, honrando a los caciques, amonestándoles que se volviesen cristianos y haciéndoles entender la burla que era creer en dioses de piedra y de palo. Estas cosas les decía Pizarro con buenas entrañas y voluntad porque aún no era llegado el tiempo en que, por sus pecados y los de los que estaban en Perú, se perdieron estos buenos comienzos por comenzar otros en los que se guerrearon ellos mismos consumiéndose en miserables batallas, sin intervenir otra gente que hermanos contra hermanos. Pasado esto, Pizarro volvió a la Ciudad de los Reyes por tierra, donde fue bien recibido y se dio prisa en mandar hacer la iglesia”.
     Antes de irnos para el Cuzco, donde la tensión se pondrá al rojo vivo, escuchemos lo que nos cuenta Cieza sobre las andanzas por tierras de los chachapoyas de Alonso de Alvarado, aunque solo sea por lo mucho que lo aprecia. Le habían avisado a Alonso de la resistencia de un poblado de indios, y trató de convencerlos por las buenas con mensajeros (“como es obligado hacer a los cristianos”, dice Cieza) para que se pacificaran. Pero no hubo manera: “No bastaron estos dichos ni otros para que hiciesen lo que él deseaba, por lo que determinó ir a buscarlos con todo el real (su tropa). Los indios, que bien sabían de su venida, se habían juntado con sus capitanes y mandones y trataron lo que les sería más sano hacer. Determinaron hacer fingida paz a los cristianos para poderlos matar estando descuidados. Enviaron emisarios de paz con regalos y Alvarado les respondió bien, loando tan buen propósito”.

   (Imagen) Sale Hernando Pizarro hacia el Cuzco (que se convertirá en un infierno) con varios hombres, entre ellos algunos de los queridos paisanos que llevó de España en 1535. El que más iba a brillar era PEDRO DE HINOJOSA (del que ya vimos algo). Fue siempre fiel a los Pizarro, hasta que, en las guerras civiles, se pasó en el último momento al bando del rey. Veo unos documentos en PARES que explican su motivación. La sublevación de Gonzalo Pizarro atravesó la última línea roja cuando ejecutó en 1546 a Blasco Núñez Vela, nada menos que el virrey mandado por Carlos V. Hinojosa huyó con todo su ejército (unos 700 hombres) a Panamá para esperar órdenes del rey. Los vecinos, a regañadientes, los admitieron. Incluso hicieron un convenio. En poco tiempo quedaron hartos de la soldadesca y enviaron una queja a la corte española. También desde Nombre de Dios, puerto panameño, le escribieron al monarca y, después de explicarle cómo murió el virrey, hicieron alusión a la presencia de Hinojosa en Panamá. La imagen es un pequeño trozo de su misiva, y dice: “En Panamá está Pedro Hinojosa por (como) general de Gonzalo Pizarro con cierta gente de guerra; puede haber siete u ocho meses que vino a esperar lo que Vuestra Majestad proveyese acerca de la gobernación de Perú y de lo sucedido después”. El rey mandó a Pedro de la Gasca para acabar con la rebeldía. Hinojosa se puso a su servicio. Gonzalo Pizarro perdió la batalla y fue ejecutado. Como homenaje y duelo por su viejo amigo, Hinojosa, aunque nadie más lo hizo, tuvo el detalle de vestirse de luto.



viernes, 23 de febrero de 2018

(Día 625) En Lima, los españoles se quejan de que Hernando Pizarro les pide que den más tributo al rey. Tizo Yupanqui, tío de Manco Inca, inicia la rebelión contra los españoles en la zona de Jauja. Hernando Pizarro sale para el Cuzco.


     (215) Como hemos visto, cuando los indios mataban a algún español al que cogían desprevenido o indefenso, la réplica era durísima. Recordemos que, en este caso concreto, todo derivó de la muerte que le dieron a Pedro Martín de Moguer al dirigirse a su encomienda, y el final del episodio no pudo ser más trágico. No se priva Cieza de aprovechar otra salida  de castigo similar para (pasándose de comprensivo) dar a entender que los españoles no deberían tomar represalias: “Entonces llegó la noticia de que los indios de Condesuyo (una de las cuatro partes del imperio inca, al oeste del Cuzco) habían muerto a un Juan Becerril. Juan Pizarro determinó partir para castigarlos, sin mirar que lo que hacían los indios era matar a sus enemigos”.
     Como Hernando Pizarro estaba en la Ciudad de los Reyes y partirá pronto hacia el Cuzco, donde,  por exceso de confianza, va a provocar una nueva escapada de Manco Inca, convendrá ver los acontecimientos desde el punto de vista de tres cronistas, Cieza, Pedro Pizarro e Inca Garcilaso de la Vega.
     Según Cieza, Hernando Pizarro les pidió a los españoles de la ciudad que fueran generosos con el emperador Carlos V porque tenían la obligación de hacerle algún presente. Muchos no estaban por la labor ni creían que fuera Hernando el más indicado para pedir eso: “Murmuraban de estos dichos diciendo que Hernando Pizarro quería ganar a costa de sus haciendas la gracia del rey, a quien bastaba pagarle los quintos, que ya eran muy grandes. Quejábanse también de que Hernando Pizarro había dicho que había de traer de España grandes mercedes para los conquistadores, y no veían sino el hábito de Santiago que él traía en el pecho, aunque no hablaban de esto en su presencia porque, para conseguir dineros, no le querían desagradar”. Francisco Pizarro comenzó a fundir el oro y la plata, y estando de acuerdo con la idea de su hermano, consiguió que todos aportaran una cantidad extra para el rey además del preceptivo quinto.
     Las piezas de la rebelión definitiva de Manco Inca van a ir encajando al hilo de lo que nos cuenta Cieza: “Llegó en este tiempo noticias de que salió de Jauja un tío de Manco Inca  llamado Tizo (Yupanqui) haciendo daño en la zona de Tamar y Bombón. Pizarro mandó a un vecino llamado Cervantes que fuese a le prender. Súpolo Tizo y apartose a los Andes a se esconder en la espesura de la montaña, enviando mensajeros a su sobrino Manco Inca para que, en cuanto pudiera salir de entre las manos de los cristianos, hiciese junta de gente para les dar guerra”.
     Fue entonces cuando Hernando Pizarro partió para el Cuzco y también iba con la intención de conseguir que los españoles que allí se encontraban entregaran la misma ‘propina’ para el emperador que les había sacado a los de la Ciudad de los Reyes. A Pizarro le encantó la idea e incluso, con el fin de que tuviese más fuerza ante los vecinos para lograr el objetivo, le confió el mando de la ciudad, ostentado hasta entonces por Juan Pizarro.

     (Imagen) Durante muchos años no habrá paz en Perú. Empieza ahora la rebelión de Manco Inca. Va a morir pronto Juan Pizarro. Luego Almagro y, enseguida, Francisco Pizarro poco después de que Hernando Pizarro saliera para España, donde será condenado a veinte años de prisión. Seguirá la guerra civil con Gonzalo Pizarro, que muere en 1548. Y no acabará  hasta que Francisco Hernández Girón sea ejecutado en 1554. (Lo habría contado muy bien Shakespeare). El primero que movió ficha contra los españoles fue Tizo Yupanqui, tío de Manco Inca, pero sus escaramuzas terminaron siendo ajusticiado al mismo tiempo que el sumo sacerdote Villahoma. Como nos cuenta Cieza, cuando Tizo empezó a molestar, Pizarro le encargó a MELCHOR DE CERVANTES que lo sometiera, pero el inca huyó a las montañas. Poco se sabe de Cervantes, otro héroe casi anónimo. Escarbando en los archivos digitales del Estado, aparecen solamente estos dos melancólicos documentos fechados en 1550: 1.- “Real Cédula al presidente y oidores de la Audiencia de Lima para que envíen a la Casa de la Contratación de Sevilla los bienes de Melchor de Cervantes, hijo de Francisco de Gante y María Alonso de Cervantes, difunto en Trujillo (Perú), según demanda de su madre, vecina de Trujillo (España)”. 2.- “Autos sobre los bienes de los siguientes difuntos: Martín Hernández, Juan Rodríguez de Montemolín,  Luis Zazo, Francisco Martín, Diego Berdejo, Francisco Gallego y Melchor de Cervantes”. Melchor murió en Arequipa (Perú), su residencia, y los otros seis en el Trujillo peruano. Francisco Pizarro era poco dado a dejar recuerdos de su nombre; solo lo hizo en memoria de su pueblo natal, de donde también era MELCHOR DE CERVANTES.



jueves, 22 de febrero de 2018

(Día 624) El inca Paucara va con cuatro españoles disfrazados de indios adonde los resistentes, pero descubren sus intenciones. Matan a Paucara y los cuatro españoles consiguen defenderse. Llega Juan Pizarro con toda su tropa. Derrota a los indios y muchos se suicidan.


     (214) Paucara quedó con ellos en que volvería con cuatro indios para tratar la estrategia de ataque contra los españoles: “Alegráronse los del peñol cuando le oyeron aquello, y más aún cuando les dijo que traía el hacha sagrada del Sol para hacer juramentos”. El espabilado orejón observó todos los detalles de la defensa en la que se protegían los indios y tomó nota de los puntos vulnerables: “Vio que había tres puertas entre las rocas del peñol, las cuales cerraban de noche con  peñas atadas con maromas. Habló con Juan Pizarro y le dijo que, para que Manco Inca lo estimase, quería hacer una gran hazaña, y le pidió que cuatro cristianos se rapasen las barbas y que se untasen con una mixtura que les haría parecer indios, para que fuesen con él llevando secretamente sus espadas, y que él (Juan Pizarro) les fuese siguiendo con los demás cristianos. Juan Pizarro, confiando en el orejón por tener a Manco Inca preso, mandó que Mancio Serra, Pedro del Barco, Francisco de Villafuerte y Juan Flores fuesen con el indio para ayudarle”.
     Salieron, pues, los cinco ‘insensatos’ (el orejón estaba tan loco como los cuatro españoles), mientras los indios del peñol no podían evitar el temor de que aquel plan fuera una trampa. Tomaron sus precauciones: “Determinaron que, ya que le habían dicho al orejón que viniese solamente con cuatro indios, viniendo más, los matasen a todos, y si no era así, que abriesen la primera puerta, y abriesen luego la segunda para que pasase solo el orejón para que mostrase el hacha sagrada y se hiciesen los juramentos”. Al entrar el orejón,  le cerraron la puerta, y temiéndose lo peor, llamó a gritos a los españoles, que corrieron a ayudarle, al tiempo que se defendía con una porra que llevaba oculta: “Hirió a algunos indios, pero acudieron otros muchos; lo golpearon y le hicieron tantas heridas que cayó muerto. Los cuatro españoles pelearon animosamente con sus espadas; ser de noche y estar en un lugar tan estrecho les salvó la vida. Juan Pizarro y los demás llegaron en su favor, y como viniese la claridad del día y los del peñol viesen a sus enemigos dueños de su fortaleza, que creían inexpugnable, fueron indescriptibles los gritos y alaridos que daban hombres y mujeres, mozos y viejos, muchachos y niños”.
     Cieza cuenta de manera épica y trágica la escena numantina que ocurrió entonces. Sus frases son literarias, pero seguro que lo esencial de los hechos lo recogió de fuentes fidedignas: “Muchos indios, cuando vieron relucir las espadas, tomaron la muerte voluntaria y se despeñaron por aquellos riscos, dejando los sesos entre los picos nevados de las peñas; y muchos niños tiernos, sin darse cuenta de la desventura, estando jugando con las tetas de sus madres, varonilmente se despeñaron. Los españoles habían empezado a herir y a matar sin ninguna templanza, cortando las piernas y brazos, y no daban la vida a ninguno. Muchos de los indios, con desesperación, tomando sus mujeres e hijos, se despeñaban con ellos. Entre estos que se despeñaban, un indio muy principal, vertiendo abundancia de lágrimas de sus ojos y nombrando a Huayna Cápac, tomó una cuerda muy larga con la que ató a su mujer y dos hijos y se echó por las peñas, que era gran dolor verlos, y todos ellos se hicieron pedazos”.

     (Imagen) La escena se repitió muchas veces en las Indias. Un español se encontraba solo y sin ninguna intención de pelear, llegaba un tropel de indios y lo mataban, casi siempre con ensañamiento y hasta en sacrificios rituales. La réplica era siempre fulminante y feroz, aunque costase muchas vidas de indios eincluso de soldados españoles. Eso pasó con la muerte de  PEDRO MARTÍN DE MOGUER, pero en este caso los indios, viéndose acorralados, se suicidaron en masa. Lo dice Cieza: “Muchos, con desesperación, tomando sus mujeres e hijos, se despeñaban con ellos”. Hubo previamente cuatro españoles  de insensato valor que no murieron de milagro, porque fueron descubiertos cuando, en plan de espías, se presentaron en la fortaleza de los incas con la barba afeitada y la cara tiznada, como si fueran indios. Uno de ellos era PEDRO DEL BARCO, nacido en Montijo (Badajoz), de quien se quejaba el preso Manco Inca porque lo maltrató (también había sido carcelero de Atahualpa). Era amigo del gran Hernando de Soto y lo acompañaba cuando, con imprudente valentía, quisieron ser los primeros en entrar en el Cuzco. En las guerras civiles luchó al lado del rebelde Gonzalo Pizarro, pero se pasó al bando del rey, fue apresado por Francisco de Carvajal (el ‘Demonio de los Andes’) e inmediatamente ejecutado. Como ocurría con la mayoría de los españoles, PEDRO DEL BARCO era una mezcla de virtudes y defectos, pero nadie le podía negar que estaba muy sobrado de coraje.



miércoles, 21 de febrero de 2018

(Día 623) Al saber Juan Pizarro que los indios habían matado a Pedro Martín de Moguer, decide ir a castigar implacablemente a los culpables. Manco Inca, para quedar bien, manda que unos orejones vayan con él. Pero Juan Pizarro se entera de que lo van a traicionar y quema vivo a uno de ellos. Para aplacarle, Manco le envía a otro orejón digno de confianza.


     (213) Algunos de los indios que acompañaron a Pedro Martín de Moguer en el viaje volvieron al Cuzco a contar lo que había pasado: “Juan Pizarro fue a hablar con Manco Inca creyendo que lo había ordenado. Lo negó, porque no lo mandó ni lo supo”. Lo cual merece una ‘paradiña’ para comparar a los dos cronistas, el ‘bueno’ y el ‘malo’. Por sistema, Cieza se convierte en defensor de los indios: da por hecho que Manco Inca no tenía nada que ver con aquella muerte. Por sistema también, Pedro Pizarro defiende a los españoles y, en particular, a los Pizarro: no tiene la menor duda de que Manco Inca ordenaba estas muertes. Es fácil simpatizar con Cieza, pero el que estaba allí era Pedro Pizarro.
     Juan Pizarro ordenó  a su hermano Gonzalo que saliera a castigar a los que mataron al español: “Se habían refugiado en un peñol grande, de rocas, que solo tenía una puerta cercada con su muralla; hicieron dentro algunas chozas donde pusieron a sus mujeres y a sus hijos. Avisó Gonzalo Pizarro a Juan Pizarro de la fuerza del peñol y de que no podía ganarlo. Salió del Cuzco con más gente y muchos orejones que le ayudasen (como se verá, no les quedó más remedio que acompañarlo), porque decía Juan Pizarro que, por ser aquel el primer cristiano al que mataban los indios, convenía hacer en ellos gran justicia para escarmentar a los demás”. Cuando llegó Juan Pizarro, encontró las mismas dificultades que su hermano Gonzalo y les pidió a los orejones que animaran a los indios a rendirse. “Los orejones, que habían venido por orden de Manco Inca (obligado, como preso, a un doble juego), deseaban que los del peñol ganaran, pero respondieron que lo harían. Y se dice que el capitán de los orejones habló con los indios del peñol esforzándolos para que no desmayaran y diciéndoles que ellos matarían a los caballos de los cristianos; y que, además, le contó a Juan Pizarro que los indios le habían pedido seis días de plazo para determinar lo que habían de hacer”.
     Pero el asunto se complicó aún más: “Un indio amigo alcanzó  a saber este trato y dio aviso a Juan Pizarro, el cual, muy enojado, mandó quemar al principal de los orejones, y mandó un mensajero al Cuzco para decir al que había quedado al mando que amenazase a Manco inca por la traición que su capitán había intentado hacer. Lo cumplió Gabriel de Rojas, y Manco Inca se excusaba de la culpa que le echaba. Estando temeroso de que lo matasen, mandó a un valiente capitán orejón llamado Paucara Inca que fuese a juntarse con los cristianos y les ayudase en todo lo que mandasen”. Por si acaso, Juan Pizarro, en cuanto lo vio le advirtió que, si resultaba un traidor, lo iba a quemar como al otro orejón. Pero no era el caso porque, tratando de proteger la vida de Manco Inca, había llegado dispuesto a ser lo más útil posible para los españoles, e incluso pagará un alto pecio. El intrépido Paucara se fue directamente a donde estaban los indios rebeldes, confiando en que lo iban a obedecer puesto que su autoridad era indiscutible. Pero su intención era traicionarlos. Para convencerlos de que estaba de su parte, echaba pestes de los españoles (motivos no le faltaban) y les dijo que Manco Inca le enviaba para ayudarles contra los cristianos.

     (Imagen). A medida que crecía la extensión del dominio, el control era más difícil. A Juan y Gonzalo Pizarro (hermanos de padre y madre) les  tocó lo más difícil: permanecer con pocos españoles en el lejano Cuzco, la mítica ciudad del imperio incaico, donde quedaban muchos notables miembros de la familia de Huayna Cápac, el padre de Atahualpa. Lo peor era que el más importante, Manco Inca, aunque preso, estaba decidido a destruir por completo a los españoles. Va aumentando la tensión, y al ser asesinado por los indios el joven PEDRO MARTÍN DE MOGUER, la reacción de Juan Pizarro será terrible, como siempre ocurría cuando mataban a un español solitario e indefenso. A los indios derrotados se les perdonaba, pero en estos casos se les ejecutaba sin contemplaciones. Salieron a buscar a los culpables, acompañados por orejones mandados por Manco Inca, que se hacía el inocente. En lugar de colaborar, quisieron traicionar a los españoles, pero Juan Pizarro no estaba para bromas y quemó vivo al principal responsable. Veremos que la muerte de un solo español (asesinado traidoramente) va a provocar un episodio espantoso que recuerda la resistencia heroica de los numantinos y su trágico final. También Pedro Martín de Moguer triunfó después de muerto, pero ¡a qué precio!





martes, 20 de febrero de 2018

(Día 622) Manco Inca se escapa de nuevo. Lo vuelven a detener y Juan Pizarro lo encierra encadenado. El cronista Pedro Pizarro dice que Manco Inca había ordenado que los indos mataran a españoles que salieran del Cuzco solos, como le ocurrió a Pedro Martín de Moguer.


     (212) A Manco Inca lo habían hecho volver, pero su decisión de huir seguía intacta: “Como cada día cobraba a los cristianos más odio y desamor (sobre todo por haberle saqueado su casa y tomado muchas de sus mujeres) no dejaba de imaginar por dónde podía de nuevo salir para ponerse en salvo. Y lo hizo con intención de irse a meter entre las nieves más cercanas a la ciudad. Y habiendo salido, le avisaron a Juan Pizarro los que le vigilaban, siendo alcanzado a una distancia de menos de dos tiros de ballesta desde el Cuzco. Juan Pizarro, que mostró mucho enojo, mandó meterle en hierros y que lo guardasen públicamente los cristianos. De esta manera fue apresado Manco Inca por Juan Pizarro. Tengo también que decir que algunos indios de buena razón (con los que Cieza habló cuando investigaba) lo disculpan afirmando que Almagro le sacó gran suma de oro, y que Juan Pizarro le pedía de aquel metal con tanto ahínco, que, desesperado, quiso ausentarse. Algo debe de ser de lo uno y de lo otro, aunque la causa principal era para hacer junta de gente para mover guerra contra los cristianos”. Lo cual es evidente. Y Manco Inca no va a tirar la toalla.
     No estará de más ver cómo cuenta lo mismo, brevemente, el cronista Pedro Pizarro, sobretodo, porque se encontraba en el Cuzco en esos momentos: “Ido don Diego de Almagro a Chile y el Marqués a la Ciudad de los Reyes, Manco Inca decidió alzarse, y tratándolo con los naturales, empezaron a matar a algunos cristianos que andaban solitarios visitando a los indios de sus encomiendas”. Dice el cronista que Juan Pizarro ya desconfiaba de él porque pensaba que animaba a los indios a que mataran españoles. Al hablar de la huida de Manco Inca, considera que su apresamiento fue totalmente necesario: “Si en esta coyuntura no se le hubiese apresado, todos los españoles que estábamos en el Cuzco habríamos muerto, a causa de que la mayor parte de los cristianos salían a ver los indios de sus encomiendas”. Explica que hasta entonces no lo hicieron porque eran pocos y por los conflictos que había entre pizarristas y almagristas; de manera que cuando partió Almagro con sus hombres hacia Chile, volvió la calma entre los españoles y pudieron ir a visitar las encomiendas. Pero esa misma situación fue la gran oportunidad de Manco Inca: “Escogió la mejor coyuntura para poderse alzar, porque Almagro estaba ya a más de doscientas leguas de distancia”.
     Cieza nos da un ejemplo de la muerte de un español precisamente cuando iba a inspeccionar su encomienda, y ocurrió estando Manco Inca encadenado. Una vez más (¿y van cuántas?) insiste en que estas agresiones de los indios se debían al mal comportamiento de los españoles: “Aborrecieron a los españoles, deseaban matarlos y verlos divididos para, sin riesgo, darles muerte. No manifestaban su pensamiento en público porque temían, y especialmente por ver a Manco Inca en cadenas. Salió del Cuzco un vecino a quien llamaban Pedro Martín de Moguer para ir a un pueblo de indios que le habían dado, donde llegó con mala ventura, porque el cacique y sus indios lo mataron una noche”.

     (Imagen) Hoy aparece el nombre de PEDRO MARTÍN DE MOGUER de manera casi anecdótica, como ejemplo de los españoles que, cuando se alejaban en solitario del Cuzco para vigilar sus encomiendas, morían a manos de los indios porque Manco Inca estaba fraguando su gran rebelión. Habrá que sacar de las sombras algunos detalles de este héroe prácticamente anónimo, como la mayoría de sus compañeros de las incesantes luchas. Siendo casi un niño, Pedro, emborrachado por los aromas y las historias de aventuras indianas que saturaban el puerto de su localidad, se enroló en un barco como grumete. Tomó contacto con las tropas de Pizarro y decidió unirse a ellas. Se supone que le resultó productivo, porque consta que fundió oro en el Cuzco. También se habría ganado a pulso la encomienda de indios que fue su perdición. Él fue abatido el año 1536 en el Cuzco, pero casi seguro que, en su pueblo natal, conoció personalmente y admiró a un personaje mítico que también falleció joven, en 1528, en Palos de la Frontera (lindante con Moguer): GONZALO DE SANDOVAL. A nadie alabó más ni quiso más como compañero el cronista BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO que a este capitán de Hernán Cortés. Fue el conquistador casi perfecto, al que todo el mundo apreciaba y respetaba. El bravo Sandoval murió de una prosaica enfermedad cuando volvió a España con Cortés (los dos por primera vez). Merece la pena ir a esa  Moguer llena de recuerdos colombinos y visitar el bello monasterio de La Rábida recordando al humilde pero heroico PEDRO MARTÍN DE MOGUER y al gran GONZALO DE SANDOVAL, cuyo cuerpo yace dentro de la iglesia.



lunes, 19 de febrero de 2018

(Día 621) Sale Gonzalo Pizarro con otros capitanes para alcanzar a Manco Inca. Lo apresan y lo tratan con respeto. Juan Pizarro no le cree una excusa inventada y le deja ir a su casa, pero encarga a unos indios que lo vigilen con disimulo.


     (211) Sin duda las expectativas de Manco Inca, que esperaba ingenuamente que los españoles le devolvieran la secular autoridad de los emperadores incas, se habían derrumbado por completo. Estamos ante el inicio de su rebeldía, que ahora le saldrá mal, pero por poco tiempo, ya que después su lucha va a ser muy intensa. Veremos cómo, a diferencia de lo que ocurrió en México, donde, conquistada la capital y caído el imperio, los problemas con los indios fueron escasos, la situación en el Cuzco se va a ir complicando de forma extraordinaria, en gran contraste con lo milagrosamente fácil que fue apresar en Cajamarca a  un Atahualpa rodeado de su impresionante ejército.
     La reacción de Juan Pizarro, sabiendo lo que estaba en juego, fue instantánea: “Mandó a Gonzalo Pizarro (que seguía en un plano secundario) que a toda furia, aunque la noche fuera mala, oscura y tenebrosa, fuese en seguimiento de Manco, y que saliese con Alonso de Toro, Pero Alonso Carrasco, Beltrán del Conde, Francisco de Solar, Francisco Pérez, Diego Rodríguez y Francisco Villafuerte. Partieron encima de sus caballos a todo correr, y a la media legua comenzaron a alcanzar a gente que iba con Manco Inca, quien, al oír el ruido, echó maldiciones contra los que dieron el aviso de que había escapado”.
     Andaban desorientados los españoles porque los indios les daban pistas falsas sobre por dónde huía Manco Inca. Y no  tuvieron muchas contemplaciones: “Alcanzaron a un orejón principal, de los que guardaban la persona del rey, y le amenazaron para que dijese por dónde iba Manco Inca; negó con constancia la verdad por no ser traidor a su señor. Gonzalo Pizarro, con ira, se apeó de su caballo y, con ayuda de los otros, le ataron un cordel en el genital para le atormentar, haciéndolo de tal manera que el pobre orejón daba grandes gritos diciendo que no iba por aquel camino”.
     Siguieron su nerviosa marcha tras abandonar al dolorido y fiel orejón; tres de los hombres de Gonzalo Pizarro pudieron atrapar a un Manco Inca escondido tras un mato, como los conejos: “Manco Inca había llegado a unas ciénagas, y como hacían ruido los que caminaban con él, tardó en oír el de los caballos, que ya llegaban tan cerca de las andas que, con gran miedo, salió de ellas, poniéndose detrás de unas matas de juncos. Andando uno de los caballos por el lugar donde estaba puesto, creyó que había sido descubierto, y salió diciendo que era él y que no lo matasen. Los españoles lo pusieron en las andas tratando su persona honradamente, porque ni una palabra mala ni descortés le dijeron. Y cuando volvieron, Juan Pizarro reprendió a Manco Inca su salida, diciéndole que pagaba mal a Pizarro el amor que le tenía; excusose con decir que Almagro le envió mensajeros para que se fuese a juntar con él y que, creyendo que no le iba a dar licencia, quiso irse de aquella manera. Juan Pizarro, con toda blandura y gentil comedimiento le pidió que se sosegase y se alegrase de la amistad y gracia de los españoles, diciéndole que él bien sabía que Almagro no le había enviado a tal mensajero. Manco Inca se fue a su casa, y Juan Pizarro mandó a ciertos anaconas que le tuviesen a ojo de noche y de día; lo cual podían hacer porque siempre estaban muchos viviendo donde él estaba”.

     (Imagen)  Vemos hoy a ALONSO DE TORO ir con Gonzalo Pizarro y otros capitanes en persecución del huido Manco Inca, quien, más tarde, se quejó de él diciendo que fue uno de los que le orinaron estando preso. Era también trujillano y se lo llevó  Pizarro a Perú en 1529, cuando retornó triunfante con las concesiones que le había hecho el emperador. Un hermano suyo estuvo entre los asesinados por los indios ‘amigos’ en una balsa en la que los trasladaban desde la isla de la Puná. Alonso de Toro participó en la captura de Atahualpa, se hizo rico y alcanzó rápidamente un destacado protagonismo. Nos lo vamos a encontrar pronto luchando  en el Cuzco al lado de los Pizarro contra el asedio de las tropas de Almagro, quien, estando preso más tarde y poco antes de ser ejecutado, le dijo a Alonso (su guardián): “Ahora, Toro, os veréis hartos de mis carnes”. Alonso seguirá para siempre fiel a sus paisanos en las guerras civiles, confiándole Gonzalo Pizarro un puesto clave al frente de sus tropas. Sin embargo, lo sustituyó por un militar más eficaz que él pero sin sentimientos humanos (salvo el de la ambición), Francisco de Carvajal, a quien ya hemos conocido bajo el merecido apodo de “El Demonio de los Andes”. Dice el cronista Santa Clara que Alonso se sintió muy humillado, y que “rabiaba, bramaba y gruñía, diciendo palabras muy recias y escandalosas contra Carvajal”. Con toda seguridad, habría sido ejecutado junto a Gonzalo Pizarro en la derrota de Jaquijaguana, pero tuvo antes una muerte menos honrosa: en 1546, lo mató su suegro, Diego González, en una disputa familiar.



sábado, 17 de febrero de 2018

(Día 620) Tras partir Almagro, Manco Inca prepara una sublevación general de los indios. Cieza recoge la arenga con la que enardeció a los caciques. Después Manco huyó del Cuzco. Enterado Juan Pizarro, saquea su casa.


     (210) Nos vamos a encontrar con el comienzo de grandes dificultades en la ciudad del Cuzco porque Manco Inca, decepcionado por no obtener lo que esperaba de los españoles, empezó a crear serios problemas: “Habiendo quedado como Teniente y Justicia Mayor del Cuzco Juan Pizarro, hermano del Gobernador, estaba en la ciudad Manco Inca, a quien Pizarro ayudó para que tuviera la borla (símbolo del poder imperial), y al que los naturales le estimaban y tenían en mucho como a verdadero señor suyo. Habiendo pasado algunos días desde que Almagro era partido, Manco Inca mandó llamar secretamente a muchos de los señores de las provincias de Condesuyo, Andesuyo, Collasuyo y Chinchasuyo (las cuatro partes del Tahuantinsuyo, el imperio inca), los cuales vinieron disimuladamente, y se hicieron grandes fiestas entre ellos y los orejones; y estando todos juntos, Manco Inca les habló”.
     Aunque, sin duda, Cieza elabora la arenga, parece ser que el contenido era básicamente cierto porque tuvo un informante creíble: “Alimache, que era un criado de Manco Inca, y lo es ahora de Juan Ortiz de Zárate, me contó lo que dijo, y es de buena memoria y agudo juicio”. Manco Inca recordó a sus oyentes la gloria del perdido pasado en contrate con la miseria del presente y los vicios y abusos de los españoles: “Trátannos como perros, no han dejado templo ni palacio sin robar, tienen a las hijas de mi padre y a otras señoras hermanas vuestras como mancebas, y lo hacen bestialmente. Mataron a Atahualpa sin razón; hicieron lo mismo de su capitán general Caracuchima; a  Rumiñahui y a Zopezopagua los han matado en Quito con fuego, para que las ánimas se quemen con los cuerpos y no puedan ir a ganar el cielo. No será cosa justa que tal consintamos, sino que hemos de procurar con toda determinación  morir o matar a estos enemigos tan crueles. De los que fueron con el otro tirano, Almagro, no hagáis caso, porque Paullo y Villahona llevan encargo de levantar la tierra para los matar”.
     Manco Inca encendió los ánimos: “Los que le oyeron comenzaron a llorar, respondiendo: ‘Que el sol y los dioses sean en tu favor para que nos libres del cautiverio que nos ha venido: ¡todos moriremos por servirte!’. Dichas estas palabras, Manco Inca decidió salir del Cuzco disimuladamente para ponerse en lugar seguro donde todos se juntasen. Pero algunos anaconas (indios al servicio de los españoles) que lo supieron, se lo dijeron a Juan Pizarro, y aunque no lo creyó enteramente, mandó a los anaconas más fieles que estuviesen en vela y le diesen aviso si ciertamente Manco Inca quisiese ausentarse. Pasados algunos días, no pudiendo reposar Manco Inca, salió de la ciudad en ricas andas, conforme a la dignidad real. Cuando lo supieron los veladores, ya había partido, y se lo dijeron a Juan Pizarro, que estaba jugando a los naipes. Tomó su espada y su capa y fue a la casa de Manco Inca, donde vio que era cierto lo que le habían dicho, y saqueó las grandes riquezas de oro y plata que el inca tenía, que fue robo notable, con mucho del cual se quedaron los anaconas”. No se priva Cieza de censurarlo.
    
     (Imagen) En la Historia se dan extrañas coincidencias. El increíble Alejandro Magno tuvo como preceptor a un gran genio, Aristóteles. Dos parientes próximos, Cortés y Pizarro, conquistaron las grandes civilizaciones de América. Y los paralelismos entre sus campañas fueron muy abundantes. Moctezuma y Atahualpa cayeron de la misma manera, arrastrando consigo sus imperios. Tanto en México como en Perú, se produjo un último coletazo de resistencia acaudillado por un miembro de la realeza que lo pagó con su vida. Los héroes fueron el mexicano Cuauhtémoc y el peruano Manco Inca. No deja de ser otra casualidad que uno de los grandes cronistas de la ocupación de Perú sea Inca Garcilaso, un mestizo hijo del importante capitán español Sebastián Garcilaso de la Vega y de la princesa Isabel Chimpu, prima del rebelde Manco Inca. Y lo escribió, no con el corazón dividido, sino con dos corazones, porque amó profundamente ambas culturas, aunque se integrara plenamente en la cristiana. Vivió de niño en el Cuzco. Manco Inca estaba en esa capital sagrada del inmenso imperio cuando, harto de verse engañado por las promesas de poder que le hicieron los españoles al entronizarlo, estalló de rabia e inició la gran rebeldía contra el invasor arengando a su pueblo con las arrebatadas palabras que recoge Cieza. Pero hubo una importante diferencia con México. Cuauhtémoc fue el último obstáculo para la ocupación definitiva. Pizarro tenía ya la conquista hecha y el fuego apagado, cuando surgió un nuevo pirómano que estuvo a punto de arrasar a los españoles, MANCO INCA.



viernes, 16 de febrero de 2018

(Día 619) Alonso de Alvarado tiene que volver a Lima. Pizarro le encarga a JUAN PÉREZ DE GUEVARA que avance por la tierra amazónica. Cumple su orden y funda MOYOBAMBA.


     (209) Vamos allá con JUAN PÉREZ DE GUEVARA, un subordinado de Alonso de Alvarado que llegó muy lejos. A mediados de 1536 acompañó a su capitán a la conquista y pacificación de la región de Chachapoyas, fundando la ciudad del mismo nombre. En una segunda campaña, el año 1540, se propusieron avanzar desde la población de Chachapoyas hacia la Amazonía, que parecía muy prometedora. Alvarado tuvo que volver a Lima y Pizarro le confió a Juan Pérez de Guevara el mando de la campaña, con el principal objetivo de fundar una población, para lo que le escribió el siguiente documento (resumido):
      “El Marqués don Francisco Pizarro, Gobernador por Su Majestad en estos Reinos de la Nueva Castilla, por cuanto al servicio de Dios e de Su Majestad conviene que se vaya aumentando todo lo que se pueda poblar, e porque, con el buen tratamiento e doctrina que se les hiciere a los indios, más en breve vendrán al verdadero conocimiento de nuestra Santa Fe Católica, dispongo lo siguiente. He sido informado de que tierra adentro en el paraje de los Chachapoyas, hacia donde el sol, en el lugar que se dice Moyobamba, están ciertas tierras y provincias donde hay muchos caciques e indios ricos de oro, e otras tierras e provincias de muchas gentes que no han dado la obediencia a Su Majestad, y que hay disposición de tierra para que se pueble de cristianos. Por ser la tierra fértil y de aguas y de montes donde se tiene noticia que hay minas de oro, he acordado, en cumplimiento de lo que Su Majestad me ha mandado, que la dicha tierra de Moyobamba se pueble de cristianos, e que todo lo demás que se pueda descubrir por aquella vía, se abra y descubra para que aquellas gentes se pongan debajo del yugo e obediencia de Su Majestad, e vengan al conocimiento de Nuestra Santa Fe Católica, que este es el principal deseo que Su Majestad tiene. E porque para descubrirla e poblarla es menester una persona que vaya como mi Teniente y Capitán General de la gente que al dicho descubrimiento y población fuere, por ende, habiendo información de que vos, el Capitán JUAN PÉREZ DE GUEVARA, sois persona hábil, de confianza suficiente e de buen cuidado e diligencia y experiencia de las costumbres de los indios para su pacificación y conquista e servicio de Su Majestad, os hago el nombramiento, y confío de vos que daréis buena cuenta de lo que por mí, en nombre de Su Majestad, os fuere encomendado”.
     Juan Pérez de Guevara logró su objetivo fundando la ciudad de Moyobamba el día 25 de julio de 1540 (y ahí sigue como nueva). Fue un lugar donde la gente establecida tuvo un buen vivir por sus agradables condiciones naturales. Pero se enturbió algo el ambiente por la llegada de aventureros ávidos de encontrar el mítico El Dorado, supuestamente localizado en territorio amazónico, cuya seducción tantas vidas costó. Paradójicamente, también llegaron otros idealistas más positivos, los misioneros que utilizaron la ciudad como base de operaciones para sus heroicas campañas de evangelización de las tribus más primitivas (y peligrosas) del selvático interior.  

     (Imagen) En los archivos históricos del Estado hay miles de expedientes de Indias tramitados por descendientes de conquistadores que tenían apuros económicos. Son todos muy parecidos: se exponen las dificultades de su vivir (casi siempre exageradas) y los méritos  y servicios del difunto, pidiéndose una merced con la que pudieran mantener su nivel social. En esa documentación hay muchos datos biográficos de gran interés. Como en la presentada en 1579 por los herederos de JUAN PÉREZ DE GUEVARA, el meritorio fundador de la ciudad de MOYOBAMBA, que sigue llena de vida en la zona amazónica de Perú. No se indica dónde nació, pero ese apellido compuesto es netamente alavés. Sería por eso que representaba a la familia el licenciado Juan Arrando Lasa (dos apellidos vascos). Pérez de Guevara empezó a batallar en Perú el año 1535, y permaneció en servicio hasta que murió en 1572 donde residía, San Juan de la Frontera de Chachapoyas (actual Ayacucho). Así argumentaba el letrado: “En las alteraciones pasadas (las terribles guerras civiles) estuvo ejerciendo oficio de capitán y de persona señalada y alzando siempre bandera por su Majestad, todo a su propia costa y sustentando de armas e caballos e mantenimientos a muchos soldados servidores de Su Majestad. E conviene al derecho de mis partes hacer información sobre lo susodicho para que se les haga merced de alguna remuneración con que se puedan sustentar conforme a su calidad”. Seguro que su lealtad a la Corona tuvo buen efecto porque, al comienzo del expediente, hay un pequeño informe favorable de la Audiencia de Lima: “Dicen que quedaron en necesidad y pobreza. Los indios los heredó su hijo mayor Francisco, que murió pronto, y pasaron al hijo segundo con obligación de adoctrinarlos. Se propone al Virrey hacerles más merced por haber servido bien el dicho su padre”.



jueves, 15 de febrero de 2018

(Día 618) Gran peligro de Ruy Barba luchando contra enemigos de los chachapoyas. Alonso de Alvarado sigue logrando alianzas con los indios y sometiendo, a veces con mucho riesgo, a los rebeldes.


     (208) Salió esta avanzadilla, y cuando estaban descansando unos días en un poblado, los indios rebeldes se lanzaron al ataque, pero la reacción de la caballería los hizo retroceder. Fueron tras ellos y estuvieron a punto de tener una tragedia porque los indios los cercaron quemando hierba seca: “Hacía viento y el fuego estaba tan peligroso que pensaron perecer; no lo podían apagar ni salir de él; reíanse los enemigos. Ruy Barba, con otro que había por nombre Pero Ruiz, salieron con sus caballos rápidamente por una cuesta, ocurriendo que el de Pero Ruiz cayó rodando. Ruy Barba encomendose a Dios acometiendo contra todos, y tras llegar entonces los indios amigos, los apretaron tanto que les hicieron huir; apagaron el fuego y pudieron salir sin peligrar los que en él estaban”.
     El sensato Alonso de Alvarado sigue adelante procurando más convencer que vencer a los indios: “En la provincia de Langua trató  de paz con los naturales, amonestándoles que quisiesen tenerla con él. Sabiendo que les venía bien, consintieron en ello. Y habiendo asentado aquella tierra, partió hacia otra provincia, llevando muchos de sus confederados para que le ayudasen”. Nuevo tropiezo con indios bravos: “No solo no quisieron salir de paz a los españoles, sino que se burlaban de los que lo habían hecho. El capitán, no deseando derramar sangre, les envió mensajeros, para que le viniesen a ver, prometiendo no enojar a ninguno de ellos. No bastó esta diligencia, por lo que mandó a Juan Pérez de Guevara que,  con veinte españoles, partiese para dar guerra a aquellos que no querían paz, y los indios huyeron”.
     Alonso de Alvarado continuó avanzando con una repetición continua de las dos variantes, indios que aceptaban la paz y otros que atacaban pero terminaban huyendo. Cieza detalla que los indios ‘confederados’ que llevaba junto a sus jinetes eran más de tres mil. En uno de los ataques estuvo a punto de que le hirieran gravemente. “Bajaron contra los nuestros gran cantidad de indios y, de los primeros tiros, hirieron el caballo de Alvarado, y le pasaron con un dardo de palma, sin tener hierro, el arzón delantero de parte a parte, mas los que con él estaban a caballo los siguieron de tal manera que mataron a algunos de ellos, y los demás, con gran turbación, comenzaron a huir, porque pronto se acobardaban si no veían ganado el juego. Los cristianos durmieron aquella noche en el lugar más seguro, y al día siguiente se juntaron con Alonso de Alvarado”. Continuaron los incidentes de forma parecida, y Cieza lo de deja a Alvarado tal cual (luego seguirá con su peripecia) para contarnos ahora lo que estaba pasando entonces en el Cuzco. Pero me voy a permitir dejarle que espere un poco porque merece la pena dedicar un espacio a la hoja de servicios de ALONSO DE ALVARADO (aunque Cieza ya nos ha hecho una elogiosa referencia a su personalidad), e incluso, después, un amplio apartado para uno de sus subordinados, JUAN PÉREZ DE GUEVARA, al que, curiosamente y a pesar de su valía, Cieza no lo nombra al hablar de los trece que salieron con Alvarado desde Trujillo.
   
     (Imagen) Como hemos visto, ALONSO DE ALVARADO, nacido el año 1500, era de Secadura (Cantabria). Y también su apellido, aunque la rama familiar que tuvo más importancia en las Indias procedía de Badajoz, como el excepcional Pedro de Alvarado y su tropa de hermanos (tíos suyos), con los que llegó a Perú. Alonso de Alvarado figuraba en 1535 como regidor de la villa peruana de Trujillo. Allí, con permiso de Pizarro, reclutó hombres y se dirigió a la región de Chachapoyas, donde logró fundar la ciudad del mismo nombre. Los amazónicos indios del lugar fueron, junto a los quiteños cañaris, los mejores aliados de los españoles. En 1537 aparece como uno de los pizarristas que trataron de lograr (inútilmente) un acuerdo diplomático sobre los límites de las gobernaciones de Nueva Castilla y Nueva Toledo entre Pizarro y Almagro. Tras ser asesinado Pizarro, volvió a España , donde el emperador le concedió el hábito de Santiago y el título de Mariscal, lo que quiere decir que estaba ya en contra de la rebeldía de Gonzalo Pizarro. Hizo el viaje de retorno a Perú junto al virrey Pedro de la Gasca y participó en la batalla que acabó con la vida de Gonzalo. También intervino después contra el último sublevado, Francisco Hernández de Girón, resultando derrotado y gravemente herido en uno de los enfrentamientos. Pudo huir a Lima, y allí vivió sus últimos días sumido en la más profunda melancolía, sin decir apenas palabras. Muchos creyeron que se había vuelto loco. En tan triste situación,  murió el año 1556.



miércoles, 14 de febrero de 2018

(Día 617) Alonso de Alvarado va a la tierra de los chachapoyas, donde es muy bien recibido. Vuelve adonde Pizarro, a quien le parece bien que pueble en aquel lugar. Alvarado parte de nuevo y se dispone a ayudar a sus amigos contra unos indios que les hacen la guerra. Cieza alaba las virtudes de Alvarado.


     (207) Cuando llegaron a aquellas tierras, los indios les recibieron con mucha cordialidad. Alonso cuidó de que sus hombres no les hicieran daño alguno, y les explicó a los nativos lo que era la religión cristiana: “Lo oyeron con ganas, diciendo que se alegrarían de ser cristianos. Juntáronse con sus mujeres en la plaza e hicieron un baile concertado a su usanza; venían enjaezados con piezas de oro y plata, con las que hicieron un montón y se lo dieron a Alvarado; el cual, al ver cómo en ellos había tan buena voluntad, habló con sus hombres de que convenía poblar, y se alegraron de ello”. Alonso partió rápidamente para presentarse ante Pizarro, que estaba en la Ciudad de los Reyes: “El Gobernador se alegró de que pudiese poblar en aquella comarca una ciudad de cristianos y tuvo a bien que se quedase con el oro y la plata que le habían dado pues sería buena ayuda para aquella empresa”. Los poblados de los chachapoyas estaban en un territorio amazónico que va a tener en el futuro mucha importancia en relación con la búsqueda del mítico El Dorado.
     Alonso de Alvarado era uno de los personajes que más agradaron a Cieza. Fue un hombre muy valioso, y aquí le vemos ya montando el vuelo con bastante autonomía gracias al aprecio que también Pizarro le tuvo. Cieza va a seguir ahora sus andanzas y, cosa poco frecuente en él, comienza a narrarlo dedicándole unos elogios: “Este Alonso de Alvarado es natural de Burgos (no lo precisa bien: era de Secadura, provincia de Cantabria), de gentil presencia y gran autoridad; ha sido muy señalado en este reino porque se ha hallado en todos los negocios importantes, siempre en servicio del emperador, quien, pasado un tiempo, concluida la guerra de Chupas (en la que fue derrotado y ejecutado el hijo de Almagro; año 1542), le hizo merced del título de Mariscal y de un hábito de Santiago”. Seguro que Cieza apreció mucho en él que, en las guerras civiles, fuera fiel a la Corona.
     Así que de la manita de Cieza, nos vamos de campaña con su admirado capitán: “Alonso de Alvarado, teniendo grandes esperanzas de hacer buena hacienda en la provincia de los Chachapoyas,  se despidió de Pizarro y volvió a Trujillo para hacer gentes y caballos destinados a la empresa”. Con los que pudo reunir, inició la  marcha, pero surgió pronto un problema: “Llegaron a Levanto y los indios le dijeron a Alvarado que los moradores de las provincias lejanas se habían indignado  con ellos porque les habían dado favor a los españoles. Estos de Levanto le pidieron a Alvarado que los ayudase para salir contra unos de estos, pues los tenían por enemigos. Se alegró Alvarado de ello, y mandó a Ruy Barba de Coronado que fuese con algunos en auxilio de estos indios confederados (palabra poco empleada para definir a los muchos indios casi anónimos que fueron colaboradores de los españoles)”. Ruy Barba (Cabeza de Vaca) de Coronado estuvo siempre bajo el mando de Alonso de Alvarado. Juntos fueron derrotados en la batalla de Abancay por Almagro, quien  les perdonó la vida generosamente. Fue regidor en la ciudad de Lima y, cosa rara entre los conquistadores, falleció en 1589 de muerte natural y a una edad muy avanzada.

     (Imagen) Como lo hicieron los quiteños cañaris, también los chachapoyas van a luchar al lado de los españoles (‘confederados’ los llama Cieza). Qué misterioso pueblo el de los chachapoyas, asentados en zona amazónica. Eran de piel más blanca que los incas. Lo anotó Cieza: “Vemos hoy día que las indias que han quedado de este linaje son blancas y en extremo hermosas”. A diferencia de los pueblos andinos, que enterraban a sus difuntos, ellos los depositaban en lo más alto de las montañas dentro de sarcófagos de madera con forma humana que, curiosamente, se parecen a las estatuas de la isla de Pascua. Su original cultura era milenaria, y entre sus restos, destaca la impresionante fortaleza de Kuélap, conocida también como ‘el segundo Machu Picchu’. Fueron conquistados por los incas pocos años antes de la llegada de los españoles, sometiéndolos a sus costumbres y al pago de impuestos, pero un grupo desobedeció el mandato del emperador inca y se estableció en la selva amazónica. También lo anota Cieza: “Tiénese por cierto que tierra adentro hay poblados de los descendientes del famoso capitán Ancoallo, el cual se fue con los que le quisieron seguir”. El odio de los chachapoyas a los incas y la amabilidad del sensato ALONSO DE ALVARADO lograron el milagro de una alianza perpetua.



martes, 13 de febrero de 2018

(Día 616) La llegada de Hernando Pizarro con las concesiones reales no sirvió para aclarar los límites de las gobernaciones de Pizarro y Almagro. Por orden de Pizarro, parte Alonso de Alvarado hacia la tierra de los chachapoyas.


     (206) Este simple párrafo dedicado a lo que Hernando le comunica a su hermano Francisco Pizarro toca de lleno el desgraciado origen de la tragedia de las guerras civiles de los españoles en Perú. Clama al cielo que una falta de claridad en cuanto a dónde estaba situado exactamente el límite (cosa bien fácil de señalar) de las gobernaciones de Pizarro y Almagro, sirviera de espoleta para que el rencor y la rivalidad que se venían incubando en sus corazones reventara desenfrenadamente. Ya lo comenté antes, pero conviene ver todos los matices de lo que dio origen a un conflicto único en La Indias. Hubo otros enfrentamientos entre españoles, pero ninguno de esta envergadura.
     Así como el historiador  norteamericano Charles Lummis (del que ya vimos que era un admirador incondicional de la heroicidad española en las Indias) critica sin piedad a Almagro y adora a Pizarro, creo que, en este asunto, los villanos fueron todos los hermanos Pizarro. Es indudable que Francisco Pizarro tuvo más mérito que Almagro, pero no se puede olvidar que fueron socios a partes iguales. Y también es indudable que Francisco Pizarro y su hermano Hernando le estafaron abusando de su buena fe. Recordemos que, primeramente, fue Francisco Pizarro el que en España consiguió del rey casi todos los poderes para él solo, y que ahora vuelve el maniobrero Hernando Pizarro lamentando que no haya podido evitar que le concedan a Almagro una gobernación, pero contento porque ha logrado que le amplíen a Pizarro setenta leguas de dominio añadidas a las doscientas que ya poseía.
     Las últimas palabras de Cieza tienen su miga, porque dice: “…donde, a razón, entraba el Cuzco y lo mejor de las provincias”. Supongo que ese “a razón” significa que ‘había que entender’ que en las setenta leguas de Pizarro entraban el Cuzco y lo mejor de las provincias. Pues no resultó tan claro, porque, para desgracia de todos, nunca se pusieron de acuerdo, y lo que tenía que haber sido una negociación, fue una guerra en la que solo iba a contar la verdad del vencedor. Más adelante veremos cómo el cronista Inca Garcilaso de la Vega explica magistralmente la tragicomedia de las argumentaciones de ambos bandos, que terminaron  resolviendo el asunto a la brava por no haber tenido un juez imparcial que lo decidiera. Parece ser que  la razón estaba de parte de Pizarro, pero, quedando un margen de duda, deberían haber esperado a que el Consejo de Indias zanjara la cuestión. Tanto Almagro como Pizarro tenían un ejército poderoso y mucha impaciencia, lo que provocó el enfrentamiento buscando la vía de los hechos consumados.
     Cieza, que todo lo abarca, nos vuelve atrás, al punto en que Pizarro envió desde Trujillo a Alonso de Alvarado a la tierra de los chachapoyas: “Había salido de Trujillo Alonso de Alvarado acompañado de Alonso de Chávez, Francisco de Fuentes, Juan Sánchez, Agustín Díaz, Juan Pérez Casas, Diego Díaz y otros, siendo trece en total, camino de los chachapoyas”.

     (Imagen) HERNANDO PIZARRO va a tomar pronto un protagonismo nefasto. Quizá sin la llegada de sus hermanos a Perú, PIZARRO y ALMAGRO hubiesen conservado su amistad, evitándose el horror de las guerras civiles. Ya fue una puñalada la que le dio Pizarro a su socio cuando consiguió del rey en España para él solo los máximos honores y poderes. Ahora es HERNANDO el que vuelve de la Corte lamentando no haber podido hacerle la misma jugada. Dos años después Hernando ejecutará a Almagro, y es absurdo creer que fuera sin permiso de Pizarro. Precisamente para lavar la imagen suya y la de sus hermanos ante el emperador, en 1541 Pizarro (poco antes de que lo asesinen) enviará a HERNANDO a España. El viaje será un fracaso total, porque va a pasar veinte años preso en el castillo de la Mota, especialmente por el asesinato de Almagro. Demostró desde la cárcel su espíritu peleón y soberbio enredándose en innumerables pleitos. Se le prohibió volver a las Indias, y la imagen es una clara prueba del cuidado con el que se le controló en el castillo de la Mota para que su larga mano no continuara aconsejando a su hermano Gonzalo sobre la forma de actuar en las guerras civiles. El texto es del año 1545 y dice: “Lo que yo, Martín de Ramoyn, digo a vuestra merced, señor alcaide, de parte de Su Alteza es que, porque Su Alteza es informado de que agora vienen de las Indias algunas personas que no conviene que visiten ni hablen a Hernando Pizarro ni traten con sus criados, que esté vuestra merced sobre aviso de no consentir que entre ninguna persona a visitar y hablar al dicho Hernando Pizarro hasta que Su Alteza otra cosa mande”.