viernes, 9 de febrero de 2018

(Día 613) Un indio colombiano entusiasma a Belalcázar y a sus hombres haciéndoles creer que en su tierra está El Dorado. El gran capitán envía a Juan de Ampudia y Pedro de Añasco con el indio a comprobar su versión y no encuentran nada. Las razones por las que la Gaitana mató a Añasco.


     (203) El texto que ha quedado registrado en el archivo municipal de Quito es breve pero contundente: “El día 25 de junio de 1535 se prendieron los principales señores de estas provincias que se tenía por cierto que sabían del oro y plata que se decía en ellas había, que son Rumiñahui, Zopezopagua, Quingalumba, Razorazo y Sina. Por razón de los delitos que cometieron, se ha hecho justicia de ellos”. El protocolo administrativo nunca faltaba.
      Belalcázar iba cogiendo vuelo, pero siempre bajo la autoridad de Pizarro. No obstante, gozaba de mucha autonomía porque andaba lejos, muy al norte, consultando únicamente con sus hombres las decisiones. Sigue Cieza: “En este tiempo salió el capitán Tapia de la provincia de Chinto por mandato de Belalcázar a descubrir lo que hubiese a la parte norte. Fueron con él treinta de a caballo y treinta peones hasta llegar al río Angasmayo, de donde volvió a Quito con memoria de los pueblos que habían descubierto (cita cinco)”.
     Quizá lo que más consecuencias trajo de este viaje fue el contacto con un indio que no era de aquellas próximas tierras, sino de la lejana Cundinamarca (aunque también en territorio colombiano), porque por primera vez oyeron los españoles hablar de lo que se convirtió en el mito de El Dorado: “En Tuza, le dieron los indios batalla a Tapia, mas no fue peligrosa. En Lacatunga se tomó un indio extranjero. Preguntáronle de qué tierra era. Respondió que de una gran provincia llamada Cundinamarca”. El indio les contó su odisea hasta llegar allí. Su cacique estaba en situación desesperada por el ataque de unos indios muy belicosos, y le mandó a él con otros del poblado adonde Atahualpa para pedirle ayuda. Pero solo consiguieron promesas para el futuro porque el emperador inca estaba absorbido y necesitado de toda su gente por la lucha contra su hermano Huáscar: “Se quedaron a la espera en Cajamarca, de donde él se había escapado para ir con Rumiñahui a aquella tierra”. Todo indica que fue testigo en Cajamarca del apresamiento de Atahualpa.   
     Y luego surgió la ’maravillosa’ información: “Preguntáronle los españoles sobre la suya. Dijo tales cosas y tan afirmativamente que hacía creíble que en ella todo manaba oro, y que los ríos llevaban gran cantidad de este metal; y las cosas que este indio dijo, aunque resultaron falsas, se han extendido y hecho que por todas partes se buscara lo que llaman El Dorado, que tan caro ha costado a muchos de los nuestros”.  De inmediato ordenó Belalcázar a Pedro de Añasco que fuera con sus hombres y el indio a zona tan ‘prometedora’, y a Juan de Ampudia tras él. Esa ansia fue la que les impulsó a buscar el oro inexistente por medios expeditivos, torturando a los indios para que dijeran dónde lo había: “Mandó Belalcázar a Pedro de Añasco que fuese con cuarenta de a caballo y otros tantos peones con aquel indio. Como habían oído lo que había contado, llevaron palas y algunos azadones para coger el oro que creían que había en los ríos. Caminaron entre pueblos, atravesando montes cerrados y peligrosos, y no hallaron nada de lo que pensaban. Días después, Salió de Quito el capitán Juan de Ampudia con muchos españoles llevando poder de Belalcázar para descubrir, anduvo hasta juntarse con el capitán Añasco y tomó la gente a su cargo”.

     (Imagen) Merecerá la pena decir algo más de la brava cacica colombiana GAITANA. Su terrible odio contra Pedro de Añasco se debió a que había matado a su hijo quemándolo vivo en su propia presencia por haberse rebelado contra los españoles. La reacción de Gaitana fue promover una sublevación de los caciques de la zona que consiguieron matar a casi todos los hombres de Añasco, y a él, para su desgracia, solo lo apresaron, entregándoselo a la terrible mujer. Algunos años después, el franciscano español fray Pedro Simón, que vivía en aquella zona colombiana, describió la espantosa escena: “Gaitana mandó sacarle los ojos; horadole luego ella misma por su mano por debajo de la lengua y metiéndole por allí una soga, y dándole un grueso nudo, lo llevaba tirando della de pueblo en pueblo, y de mercado en mercado, celebrando todos la victoria, hasta que habiéndosele hinchado el rostro con monstruosidad y desencajado las quijadas por la fuerza de los tirones, viendo se iba acercando a la muerte, le comenzaron a cortar, con intervalos de tiempo, las manos y brazos, pies y piernas por sus coyunturas, y las partes pudendas, todo lo cual sufría el esforzado capitán con paciencia cristiana, ofreciendo a Dios su muerte”. Gaitana hizo frente a otras brutalidades de los españoles (no tan grandes como la suya), y su territorio siempre fue muy difícil de controlar, aunque nunca más se supo de ella. En Neiva (Colombia) está colocado el monumento de la imagen: vemos a Gaitana arrastrando a Añasco, un guerrero con máscara de águila, y toda la furia india flechando a los temibles caballos y a un centauro que representa el poder de los jinetes. El alma del pueblo indígena ni olvida ni perdona.



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