(203) El texto que ha quedado registrado
en el archivo municipal de Quito es breve pero contundente: “El día 25 de junio
de 1535 se prendieron los principales señores de estas provincias que se tenía
por cierto que sabían del oro y plata que se decía en ellas había, que son
Rumiñahui, Zopezopagua, Quingalumba, Razorazo y Sina. Por razón de los delitos
que cometieron, se ha hecho justicia de ellos”. El protocolo administrativo
nunca faltaba.
Belalcázar
iba cogiendo vuelo, pero siempre bajo la autoridad de Pizarro. No obstante, gozaba
de mucha autonomía porque andaba lejos, muy al norte, consultando únicamente
con sus hombres las decisiones. Sigue Cieza: “En este tiempo salió el capitán
Tapia de la provincia de Chinto por mandato de Belalcázar a descubrir lo que
hubiese a la parte norte. Fueron con él treinta de a caballo y treinta peones
hasta llegar al río Angasmayo, de donde volvió a Quito con memoria de los
pueblos que habían descubierto (cita
cinco)”.
Quizá lo que más consecuencias trajo de
este viaje fue el contacto con un indio que no era de aquellas próximas
tierras, sino de la lejana Cundinamarca (aunque también en territorio
colombiano), porque por primera vez oyeron los españoles hablar de lo que se
convirtió en el mito de El Dorado: “En Tuza, le dieron los indios batalla a
Tapia, mas no fue peligrosa. En Lacatunga se tomó un indio extranjero.
Preguntáronle de qué tierra era. Respondió que de una gran provincia llamada
Cundinamarca”. El indio les contó su odisea hasta llegar allí. Su cacique
estaba en situación desesperada por el ataque de unos indios muy belicosos, y
le mandó a él con otros del poblado adonde Atahualpa para pedirle ayuda. Pero
solo consiguieron promesas para el futuro porque el emperador inca estaba
absorbido y necesitado de toda su gente por la lucha contra su hermano Huáscar:
“Se quedaron a la espera en Cajamarca, de donde él se había escapado para ir
con Rumiñahui a aquella tierra”. Todo indica que fue testigo en Cajamarca del
apresamiento de Atahualpa.
Y luego surgió la ’maravillosa’ información:
“Preguntáronle los españoles sobre la suya. Dijo tales cosas y tan
afirmativamente que hacía creíble que en ella todo manaba oro, y que los ríos
llevaban gran cantidad de este metal; y las cosas que este indio dijo, aunque
resultaron falsas, se han extendido y hecho que por todas partes se buscara lo
que llaman El Dorado, que tan caro ha costado a muchos de los nuestros”. De inmediato ordenó Belalcázar a Pedro de
Añasco que fuera con sus hombres y el indio a zona tan ‘prometedora’, y a Juan
de Ampudia tras él. Esa ansia fue la que les impulsó a buscar el oro
inexistente por medios expeditivos, torturando a los indios para que dijeran
dónde lo había: “Mandó Belalcázar a Pedro de Añasco que fuese con cuarenta de a
caballo y otros tantos peones con aquel indio. Como habían oído lo que había
contado, llevaron palas y algunos azadones para coger el oro que creían que
había en los ríos. Caminaron entre pueblos, atravesando montes cerrados y
peligrosos, y no hallaron nada de lo que pensaban. Días después, Salió de Quito
el capitán Juan de Ampudia con muchos españoles llevando poder de Belalcázar
para descubrir, anduvo hasta juntarse con el capitán Añasco y tomó la gente a
su cargo”.
(Imagen) Merecerá la pena decir algo más
de la brava cacica colombiana GAITANA. Su terrible odio contra Pedro de Añasco se
debió a que había matado a su hijo quemándolo vivo en su propia presencia por
haberse rebelado contra los españoles. La reacción de Gaitana fue promover una
sublevación de los caciques de la zona que consiguieron matar a casi todos los
hombres de Añasco, y a él, para su desgracia, solo lo apresaron, entregándoselo
a la terrible mujer. Algunos años después, el franciscano español fray Pedro
Simón, que vivía en aquella zona colombiana, describió la espantosa escena: “Gaitana
mandó sacarle los ojos; horadole luego
ella misma por su
mano por debajo de la lengua y metiéndole por allí una soga, y dándole un
grueso nudo, lo llevaba tirando della de pueblo en pueblo, y de mercado en
mercado, celebrando todos la victoria, hasta que habiéndosele hinchado el
rostro con monstruosidad y desencajado las quijadas por la fuerza de los
tirones, viendo se iba acercando a la muerte, le comenzaron a cortar, con
intervalos de tiempo, las manos y brazos, pies y piernas por sus coyunturas, y
las partes pudendas, todo lo cual sufría el esforzado capitán con paciencia
cristiana, ofreciendo a Dios su muerte”. Gaitana hizo frente a otras
brutalidades de los españoles (no tan grandes como la suya), y su territorio
siempre fue muy difícil de controlar, aunque nunca más se supo de ella. En
Neiva (Colombia) está colocado el monumento de la imagen: vemos a Gaitana
arrastrando a Añasco, un guerrero con máscara de águila, y toda la furia india
flechando a los temibles caballos y a un centauro que representa el poder de
los jinetes. El alma del pueblo indígena ni olvida ni perdona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario