(Día 219) Luego ocurrió algo que confirma
la intención de rebeldía del sumo sacerdote Villahoma (y quizá también la de
Paullo, el hermano de Manco Inca): “Villahoma, como había concertado con Manco
Inca alzar las provincias del sur contra los cristianos que iban a Chile, de
callada y con gran disimulación alborotaba los pueblos y lugares por donde
pasaban, diciendo de los españoles muchas blasfemias (en el antiguo sentido de ‘graves injurias’) para que se pusiesen
contra ellos. Ni los que le oían tenían ánimo, ni él lo pretendía, por temor de
que eran muchos los caballos y los españoles, mas deseaba ausentarse para
juntarse con Manco Inca, teniendo por más fácil matar a los que estaban en el
Cuzco que a los que iban a Chile. Y así, pareciéndole que Almagro no podría
volver con brevedad al Cuzco, determinó de se huir. Como lo pensó, lo puso en
obra una noche llevando consigo algunos indios y mujeres. Caminó por caminos
secretos que los nuestros no conocían, recibiendo por donde pasaba grandes servicios
porque, por la dignidad pontifical del sacerdocio, le tenían gran respeto.
“Por la mañana, súpose que se había
ausentado. Almagro recibió mucho enojo por ello, mandó llamar a Paullo y
airadamente le preguntó por qué no le había avisado de la huida de Villahoma.
Paullo era muchacho y le respondió con temor que no supo nada. Almagró ordenó
que lo vigilasen en adelante para que no hiciese lo que Villahoma, encargándolo
a Marticote, un valiente soldado vizcaíno (equivalía
a ‘vasco’; era guipuzcoano)”. Un breve comentario sobre Marticote, aunque
le veremos más veces. Siempre se mantuvo fiel al bando de Almagro. En las
guerras civiles, muerto Pizarro, fue enviado como capitán al Cuzco, con el
objetivo de someterlo, por orden del hijo de Almagro, a cuyo lado murió en la
batalla de Chupas.
Siguió Almagro su ruta: “Habló con toda
gracia a los naturales de aquella tierra, esforzolos para que tuvieran amistad
con los cristianos. Partió para juntarse con Salcedo y Francisco de Chaves,
dejando escrito a Noguerol de Ulloa que se diese prisa para alcanzarlo. Llegó
al pueblo de Jujuy, donde estuvo más de dos meses aguardando a los que quedaban
atrás. Vino entre ellos don Alonso de Montemayor, caballero principal, natural
de Sevilla, a quien Almagro recibió muy bien”. Empezaron a encontrar indios en
pie de guerra: “Se juntaron muchos y juraron por el Sol alto y poderoso que
habían de morir o matar a todos los españoles. Atacaron a los yanaconas, negros
y servidores que salían del real a buscar leña y otras cosas necesarias.
Después de haber hecho algún daño, se puso Almagro con algunos de a caballo en
celada para los matar, mas ellos le mataron el caballo, y huyeron”.
(Imagen) DON ALFONSO DE MONTEMAYOR partió
hacia Perú con un criado en 1534. Era un sevillano de familia noble (merecedor
del ‘Don’) y vemos hoy que se incorpora en Chile a las tropas de Almagro, quien
se alegra mucho de su llegada. Montemayor se mantuvo fiel a Almagro y a su hijo
en situaciones verdaderamente dramáticas. Tras volver de Chile, Almagro sitió a
los pizarristas que estaban en el Cuzco, y fue Montemayor quien apresó a
Hernando Pizarro. En la inmediata batalla de Las Salinas (año 1538), luchó
también al lado de Almagro, que resultaría derrotado y ejecutado, pero a él le
perdonaron la vida. Un año después, en aquel mar de confusiones, Diego Almagro
el Mozo lo envió a Trujillo para que informase a las autoridades (que eran
almagristas) de que Cristóbal Vaca de Castro, representante del rey, había
llegado a Perú con la envenenada misión de poner fin a las guerras civiles. En
1541, al llegar Montemayor al Cuzco cumpliendo otro encargo, los almagristas sospecharon
que coqueteaba con el bando leal al rey y lo condenaron a tres años de cárcel.
Ya libre, en 1544 le envía a Gonzalo Pizarro la carta que vemos en la imagen,
justificando su lealtad e insistiendo en que ha sido víctima de difamaciones.
Gonzalo (al que solo le quedaban cuatro años de vida) no le creyó, y DON ALONSO
DE MONTEMAYOR se fue a México huyendo de un terrorífico mundo de locos en el
que ya se sentía amenazado por los dos bandos. Tuvo también el mérito de
escribir una crónica de aquellas malditas guerras civiles.
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