(202) Cieza abandona de momento a Almagro
para hablarnos de otros sucesos simultáneos. Se refiere en primer lugar a las
andanzas de Belalcázar después de haber fundado Quito (San Francisco de Quito):
“Los españoles salieron muchas veces para someter a los caciques que andaban
alzados, combatiendo en peñoles y ganando albarradas. Se aprovecharon con tanto
desorden del ganado de ovejas que mermaron con su mal orden la gran cantidad
que había. Salió un día por mandado de Belalcázar Juan de Ampudia, natural de
Jerez, y supo en qué parte estaba Zopezopagua. Envioles indios mensajeros,
parientes suyos, amonestándole que viniese en son de paz, para que no se
acabase de perder siendo apresado por los españoles. Respondió que lo deseaba
pero que temía su crueldad porque mantenían poco la palabra que daban. Ampudia
le replicó que no le haría ningún agravio ni fuerza, pero Zopezopagua temía que
le habían de apretar por el oro de Quito, porque estaba claro que los cristianos
no determinaban ni querían otra cosa y no determinaba qué hacer. Supo Ampudia
en qué parte estaba y fueron los españoles a traerlo. Algunos dicen que por
fuerza, y otros que vino voluntariamente. Algunos capitanes incas que estaban
con los españoles le salieron de paz, de manera que trajo luego mucho ganado
para el proveimiento”.
También Rumiñahui va a acabar en manos de
los españoles: “Rumiñahui andaba barloventeando (muy expresivo: ir de un lado a otro) por huir de los cristianos.
Procuraba juntar gente, pero con su autoridad no bastó, porque todos los
nativos estaban muy cansados y trabajados de grandes fatigas; los que habían
escapado de las guerras querían vivir con tranquilidad. No faltó quien le diera
aviso a Belalcázar del lugar en que
estaba. Salieron algunos de a caballo y dieron
con la estancia que tenía, estando con él (que
había sido capitán de enormes ejércitos) poco más de treinta hombres y
mucha mujeres con cargas de su bagaje. Y como dieron de súbito contra ellos,
huyeron algunos, y el señor se escondió muy triste en una pequeña choza. El
indio que hacía de guía lo reconoció y dio aviso de ello a un cristiano llamado
Valle, y lo prendió sin que se demudase ni perdiese su gravedad”. Cieza
reconoce que era algo que había que hacer: “Con estas prisiones, cesaron los
alborotos de guerra que siempre habrían si no se le prendiera”.
Pero también denuncia lo que se hizo
después con Zopezopagua y Rumiñahui: “Belalcázar tuvo después con ellos tanta
crueldad que les dio grandes tormentos porque no le decían nada del oro que
habían sacado de Quito. Ellos tuvieron tanta constancia en el secreto que no le
dieron el alegrón (es curioso que emplee
esta palabra) que él esperaba, y sin tener otra culpa, hizo de ellos
justicia permitiendo que fuese áspera y muy inhumana”. Nuevamente salió a flote
el aspecto más temible de Belalcázar. Un dato complementario de otra crónica
dice que fue Juan de Ampudia el encargado de aplicarles la tortura. Y además,
por las actas del cabildo de Quito, se sabe que también fueron ejecutados los
caciques que estaban con los españoles y habían convencido a Zopezopagua para
que se entregara.
(Imagen) JUAN DE AMPUDIA nació en Jerez de
la Frontera. Quizá la misión de torturador y verdugo de Rumiñahui y otros
cuatro personajes incas fuera algo vocacional en él, porque se mostró cruel en
repetidas ocasiones. Como algún otro, tuvo un temible apodo, “Atila del Cauca”,
por sus desmanes en el valle colombiano del mismo nombre. Su cara positiva fue
la bravura militar y el afán fundacional. Había estado luchando en la zona de
Nicaragua, llegando a Perú en 1534 con la expedición de Pedro de Alvarado. Su
nombre aparece en las actas de la fundación de Quito, y tuvo gran protagonismo al
norte de esta ciudad y en territorio de la actual Colombia, donde participó en
las fundaciones de Cali (año 1536) y Popayán (año 1537), siempre bajo las
órdenes de Belalcázar, que tampoco era nada ‘melindroso’. Pero lo era menos
todavía el sevillano Pedro de Añasco, con quien le envió a expandir la
conquista por Colombia. Todos ellos habían sido obnubilados por el mito de El Dorado,
y fueron implacables con los indios en su obsesión por conseguir oro. Añasco
fundó Timaná. La cacica de la zona se llamaba Gaitana, y sus indios, que eran bravos,
clamaban venganza. Atacaron salvajemente y acabaron con Añasco y sus 40
españoles, sometiéndole a él a una de las más crueles muertes que registran las
crónicas. Juan de Ampudia, que había ido en su auxilio, corrió la misma triste
suerte. Era el año 1540.
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