(214) Paucara quedó con ellos en que
volvería con cuatro indios para tratar la estrategia de ataque contra los
españoles: “Alegráronse los del peñol cuando le oyeron aquello, y más aún
cuando les dijo que traía el hacha sagrada del Sol para hacer juramentos”. El
espabilado orejón observó todos los detalles de la defensa en la que se
protegían los indios y tomó nota de los puntos vulnerables: “Vio que había tres
puertas entre las rocas del peñol, las cuales cerraban de noche con peñas atadas con maromas. Habló con Juan
Pizarro y le dijo que, para que Manco Inca lo estimase, quería hacer una gran
hazaña, y le pidió que cuatro cristianos se rapasen las barbas y que se untasen
con una mixtura que les haría parecer indios, para que fuesen con él llevando
secretamente sus espadas, y que él (Juan
Pizarro) les fuese siguiendo con los demás cristianos. Juan Pizarro,
confiando en el orejón por tener a Manco Inca preso, mandó que Mancio Serra,
Pedro del Barco, Francisco de Villafuerte y Juan Flores fuesen con el indio
para ayudarle”.
Salieron, pues, los cinco ‘insensatos’ (el
orejón estaba tan loco como los cuatro españoles), mientras los indios del
peñol no podían evitar el temor de que aquel plan fuera una trampa. Tomaron sus
precauciones: “Determinaron que, ya que le habían dicho al orejón que viniese
solamente con cuatro indios, viniendo más, los matasen a todos, y si no era
así, que abriesen la primera puerta, y abriesen luego la segunda para que
pasase solo el orejón para que mostrase el hacha sagrada y se hiciesen los
juramentos”. Al entrar el orejón, le
cerraron la puerta, y temiéndose lo peor, llamó a gritos a los españoles, que
corrieron a ayudarle, al tiempo que se defendía con una porra que llevaba
oculta: “Hirió a algunos indios, pero acudieron otros muchos; lo golpearon y le
hicieron tantas heridas que cayó muerto. Los cuatro españoles pelearon
animosamente con sus espadas; ser de noche y estar en un lugar tan estrecho les
salvó la vida. Juan Pizarro y los demás llegaron en su favor, y como viniese la
claridad del día y los del peñol viesen a sus enemigos dueños de su fortaleza,
que creían inexpugnable, fueron indescriptibles los gritos y alaridos que daban
hombres y mujeres, mozos y viejos, muchachos y niños”.
Cieza cuenta de manera épica y trágica la
escena numantina que ocurrió entonces. Sus frases son literarias, pero seguro
que lo esencial de los hechos lo recogió de fuentes fidedignas: “Muchos indios,
cuando vieron relucir las espadas, tomaron la muerte voluntaria y se despeñaron
por aquellos riscos, dejando los sesos entre los picos nevados de las peñas; y
muchos niños tiernos, sin darse cuenta de la desventura, estando jugando con
las tetas de sus madres, varonilmente se despeñaron. Los españoles habían
empezado a herir y a matar sin ninguna templanza, cortando las piernas y
brazos, y no daban la vida a ninguno. Muchos de los indios, con desesperación,
tomando sus mujeres e hijos, se despeñaban con ellos. Entre estos que se
despeñaban, un indio muy principal, vertiendo abundancia de lágrimas de sus
ojos y nombrando a Huayna Cápac, tomó una cuerda muy larga con la que ató a su
mujer y dos hijos y se echó por las peñas, que era gran dolor verlos, y todos
ellos se hicieron pedazos”.
(Imagen) La escena se repitió muchas veces
en las Indias. Un español se encontraba solo y sin ninguna intención de pelear,
llegaba un tropel de indios y lo mataban, casi siempre con ensañamiento y hasta
en sacrificios rituales. La réplica era siempre fulminante y feroz, aunque
costase muchas vidas de indios eincluso de soldados españoles. Eso pasó con la
muerte de PEDRO MARTÍN DE MOGUER, pero
en este caso los indios, viéndose acorralados, se suicidaron en masa. Lo dice
Cieza: “Muchos, con desesperación, tomando sus mujeres e hijos, se despeñaban
con ellos”. Hubo previamente cuatro españoles
de insensato valor que no murieron de milagro, porque fueron
descubiertos cuando, en plan de espías, se presentaron en la fortaleza de los
incas con la barba afeitada y la cara tiznada, como si fueran indios. Uno de
ellos era PEDRO DEL BARCO, nacido en Montijo (Badajoz), de quien se quejaba el
preso Manco Inca porque lo maltrató (también había sido carcelero de Atahualpa).
Era amigo del gran Hernando de Soto y lo acompañaba cuando, con imprudente
valentía, quisieron ser los primeros en entrar en el Cuzco. En las guerras
civiles luchó al lado del rebelde Gonzalo Pizarro, pero se pasó al bando del
rey, fue apresado por Francisco de Carvajal (el ‘Demonio de los Andes’) e
inmediatamente ejecutado. Como ocurría con la mayoría de los españoles, PEDRO
DEL BARCO era una mezcla de virtudes y defectos, pero nadie le podía negar que estaba
muy sobrado de coraje.
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