jueves, 22 de febrero de 2018

(Día 624) El inca Paucara va con cuatro españoles disfrazados de indios adonde los resistentes, pero descubren sus intenciones. Matan a Paucara y los cuatro españoles consiguen defenderse. Llega Juan Pizarro con toda su tropa. Derrota a los indios y muchos se suicidan.


     (214) Paucara quedó con ellos en que volvería con cuatro indios para tratar la estrategia de ataque contra los españoles: “Alegráronse los del peñol cuando le oyeron aquello, y más aún cuando les dijo que traía el hacha sagrada del Sol para hacer juramentos”. El espabilado orejón observó todos los detalles de la defensa en la que se protegían los indios y tomó nota de los puntos vulnerables: “Vio que había tres puertas entre las rocas del peñol, las cuales cerraban de noche con  peñas atadas con maromas. Habló con Juan Pizarro y le dijo que, para que Manco Inca lo estimase, quería hacer una gran hazaña, y le pidió que cuatro cristianos se rapasen las barbas y que se untasen con una mixtura que les haría parecer indios, para que fuesen con él llevando secretamente sus espadas, y que él (Juan Pizarro) les fuese siguiendo con los demás cristianos. Juan Pizarro, confiando en el orejón por tener a Manco Inca preso, mandó que Mancio Serra, Pedro del Barco, Francisco de Villafuerte y Juan Flores fuesen con el indio para ayudarle”.
     Salieron, pues, los cinco ‘insensatos’ (el orejón estaba tan loco como los cuatro españoles), mientras los indios del peñol no podían evitar el temor de que aquel plan fuera una trampa. Tomaron sus precauciones: “Determinaron que, ya que le habían dicho al orejón que viniese solamente con cuatro indios, viniendo más, los matasen a todos, y si no era así, que abriesen la primera puerta, y abriesen luego la segunda para que pasase solo el orejón para que mostrase el hacha sagrada y se hiciesen los juramentos”. Al entrar el orejón,  le cerraron la puerta, y temiéndose lo peor, llamó a gritos a los españoles, que corrieron a ayudarle, al tiempo que se defendía con una porra que llevaba oculta: “Hirió a algunos indios, pero acudieron otros muchos; lo golpearon y le hicieron tantas heridas que cayó muerto. Los cuatro españoles pelearon animosamente con sus espadas; ser de noche y estar en un lugar tan estrecho les salvó la vida. Juan Pizarro y los demás llegaron en su favor, y como viniese la claridad del día y los del peñol viesen a sus enemigos dueños de su fortaleza, que creían inexpugnable, fueron indescriptibles los gritos y alaridos que daban hombres y mujeres, mozos y viejos, muchachos y niños”.
     Cieza cuenta de manera épica y trágica la escena numantina que ocurrió entonces. Sus frases son literarias, pero seguro que lo esencial de los hechos lo recogió de fuentes fidedignas: “Muchos indios, cuando vieron relucir las espadas, tomaron la muerte voluntaria y se despeñaron por aquellos riscos, dejando los sesos entre los picos nevados de las peñas; y muchos niños tiernos, sin darse cuenta de la desventura, estando jugando con las tetas de sus madres, varonilmente se despeñaron. Los españoles habían empezado a herir y a matar sin ninguna templanza, cortando las piernas y brazos, y no daban la vida a ninguno. Muchos de los indios, con desesperación, tomando sus mujeres e hijos, se despeñaban con ellos. Entre estos que se despeñaban, un indio muy principal, vertiendo abundancia de lágrimas de sus ojos y nombrando a Huayna Cápac, tomó una cuerda muy larga con la que ató a su mujer y dos hijos y se echó por las peñas, que era gran dolor verlos, y todos ellos se hicieron pedazos”.

     (Imagen) La escena se repitió muchas veces en las Indias. Un español se encontraba solo y sin ninguna intención de pelear, llegaba un tropel de indios y lo mataban, casi siempre con ensañamiento y hasta en sacrificios rituales. La réplica era siempre fulminante y feroz, aunque costase muchas vidas de indios eincluso de soldados españoles. Eso pasó con la muerte de  PEDRO MARTÍN DE MOGUER, pero en este caso los indios, viéndose acorralados, se suicidaron en masa. Lo dice Cieza: “Muchos, con desesperación, tomando sus mujeres e hijos, se despeñaban con ellos”. Hubo previamente cuatro españoles  de insensato valor que no murieron de milagro, porque fueron descubiertos cuando, en plan de espías, se presentaron en la fortaleza de los incas con la barba afeitada y la cara tiznada, como si fueran indios. Uno de ellos era PEDRO DEL BARCO, nacido en Montijo (Badajoz), de quien se quejaba el preso Manco Inca porque lo maltrató (también había sido carcelero de Atahualpa). Era amigo del gran Hernando de Soto y lo acompañaba cuando, con imprudente valentía, quisieron ser los primeros en entrar en el Cuzco. En las guerras civiles luchó al lado del rebelde Gonzalo Pizarro, pero se pasó al bando del rey, fue apresado por Francisco de Carvajal (el ‘Demonio de los Andes’) e inmediatamente ejecutado. Como ocurría con la mayoría de los españoles, PEDRO DEL BARCO era una mezcla de virtudes y defectos, pero nadie le podía negar que estaba muy sobrado de coraje.



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