(200) Al llegar a la Ciudad de los Reyes
(Lima), Pizarro hizo generosos regalos a algunas personas. Cieza señala
especialmente lo que dio a los dos linajudos hermanos Alonso Enríquez de Guzmán
y Luis de Guzmán (a los que considera ‘doblados y mañosos’), de los que pronto
se desengañó: “Mandó dar a don Luis dos mil pesos de plata, tan devaluada en
Perú que en España valían más de cinco mil; a su hermano Alonso dio otros diez
mil, consintiéndoles que subastasen ciertas joyas que traían a precios muy
excesivos. Los españoles lo consideraron mal hecho, y tan mal que dio que
hablar a todos, y Pizarro los tuvo por inconstantes
y de poca verdad”. Se lamenta también de que no fuera buena la atención
religiosa a los indios y critica al clero que residía allí: “Los indios servían
bien. Había pocos religiosos y ningún obispo, que era causa de que no se
aprovechase mucho en lo principal, que era la conversión de estas gentes. Y si
había algunos religiosos, también tenían codicia como los seglares, procurando
de callada henchir sus bolsas. Los españoles que había allá en aquellos tiempos
eran muy servidos, y traíanlos en andas o hamacas. Vino de Trujillo a la Ciudad
de los Reyes Alonso de Alvarado. Fue bien recibido de Pizarro, y por tenerse gran
noticia de los chachapoyas, le comisionó para hacer aquella conquista,
nombrándole por su capitán”. Ya mencioné que Alonso estuvo del lado de Pizarro
en su enfrentamiento con Almagro, y que gracias a la intervención del juicioso
Diego de Alvarado salvó su vida cuando Rodrigo Ordóñez insistía en que le
cortaran la cabeza. En otro momento, habrá que dar más datos de él porque va a
tener mucho protagonismo.
Es muy revelador de la perpetua actividad
de aquellos hombres ver cómo Pizarro envía rápidamente contingentes a distintas
zonas, para descubrir y controlar lo conquistado, aunque, como dice Inca
Garcilaso, había también otro motivo: “Se determinó asimismo que, por cuanto a la fama de la
riqueza de aquel imperio habían acudido muchos españoles de todas partes y, en
lo aún ganado, no había suficiente para los primeros conquistadores según lo
que cada uno, con mucha razón, aseguraba merecer por sus méritos, se hiciesen
nuevas conquistas a semejanza de la de don Diego de Almagro, para que hubiese
tierras e indios para repartir y dar a todos, y también para que los españoles
se ocuparan en ganarlas y no estuviesen ociosos ni maquinasen algún motín, incitados
por la envidia de ver los grandes repartimientos que se les había dado a los
primeros conquistadores”. Y menciona a dónde se encaminaron Alonso de Alvarado
y otros: “Se proveyó que Alonso de Alvarado fuese a la provincia de los
chachapoyas, los cuales, aunque estaban bajo el imperio inca, no habían querido
dar la obediencia a los españoles confiados en la aspereza de sus tierras; el
capitán Garcilaso de la Vega (padre de
Inca), a la conquista de la provincia que los españoles, por burla, llaman
la Buenaventura (al norte de Quito);
y el capitán Juan Porcel, a la provincia de Bracamoros. También se ordenó que
se llevasen refuerzos al capitán Sebastián de Belalcázar, que andaba en la
conquista del reino de Quito”.
(Imagen) Llega a Lima ALONSO ENRÍQUEZ DE
GUZMÁN con su hermano Luis. Aunque con muchas miserias (entre otras, la de ser
un descarado gorrón), Alonso fue un tipo fuera de serie. Escribió su
autobiografía, que, dada su personalidad estrambótica, no resulta del todo
creíble, pero basta lo constatado para reconocerle una valía personal de
primerísimo orden. Su vida fue tan estrepitosa y agitada como la del Capitán
Alonso de Contreras y la de Catalina de Erauso (la Monja Alférez), con la
diferencia de que Enríquez de Guzmán, aunque venido a menos en su rama
familiar, estaba emparentado con lo más aristocrático de España, y trataba
frecuentemente con Carlos V y Felipe II, que le tuvieron en gran aprecio, aunque
les cargaran sus mañas de bufón y vividor. Hombre contradictorio, también era
religioso a su manera, confiando en el valor del arrepentimiento en la última
hora. En una nota confiesa que, al ser nombrado Caballero de Santiago y tener
medios para vivir a la altura de la calidad de su persona, ya no necesitaba de
su ingenio y su palabrería para ser aceptado en la Corte. Fue un distinguido
militar en las guerras de Italia, África, Flandes y Alemania. Y pronto lo
veremos en Perú protagonizando escenas impresionantes. Haré un resumen de lo
que cuenta sobre sus aventuras peruanas, y con su carácter apasionado, se nos
mostrará como un mordaz detractor de Hernando Pizarro y un entusiasta incondicional
de Almagro, cuya muerte nos describirá de manera escalofriante.
EL RETRATO ES DEL VIRREY LUIS ENRÍQUEZ DE GUZMÁN
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