martes, 6 de febrero de 2018

(Día 610) Llegan a Lima Alonso Enríquez de Guzmán y su hermano Luis, quedando mal vistos por aprovechados. Cieza critica a los clérigos egoístas y descuidados de la evangelización. Pizarro envía tropas a distintas zonas de conquista.


     (200) Al llegar a la Ciudad de los Reyes (Lima), Pizarro hizo generosos regalos a algunas personas. Cieza señala especialmente lo que dio a los dos linajudos hermanos Alonso Enríquez de Guzmán y Luis de Guzmán (a los que considera ‘doblados y mañosos’), de los que pronto se desengañó: “Mandó dar a don Luis dos mil pesos de plata, tan devaluada en Perú que en España valían más de cinco mil; a su hermano Alonso dio otros diez mil, consintiéndoles que subastasen ciertas joyas que traían a precios muy excesivos. Los españoles lo consideraron mal hecho, y tan mal que dio que hablar a todos, y Pizarro los tuvo por  inconstantes y de poca verdad”. Se lamenta también de que no fuera buena la atención religiosa a los indios y critica al clero que residía allí: “Los indios servían bien. Había pocos religiosos y ningún obispo, que era causa de que no se aprovechase mucho en lo principal, que era la conversión de estas gentes. Y si había algunos religiosos, también tenían codicia como los seglares, procurando de callada henchir sus bolsas. Los españoles que había allá en aquellos tiempos eran muy servidos, y traíanlos en andas o hamacas. Vino de Trujillo a la Ciudad de los Reyes Alonso de Alvarado. Fue bien recibido de Pizarro, y por tenerse gran noticia de los chachapoyas, le comisionó para hacer aquella conquista, nombrándole por su capitán”. Ya mencioné que Alonso estuvo del lado de Pizarro en su enfrentamiento con Almagro, y que gracias a la intervención del juicioso Diego de Alvarado salvó su vida cuando Rodrigo Ordóñez insistía en que le cortaran la cabeza. En otro momento, habrá que dar más datos de él porque va a tener mucho protagonismo.
     Es muy revelador de la perpetua actividad de aquellos hombres ver cómo Pizarro envía rápidamente contingentes a distintas zonas, para descubrir y controlar lo conquistado, aunque, como dice Inca Garcilaso, había también otro motivo: “Se determinó  asimismo que, por cuanto a la fama de la riqueza de aquel imperio habían acudido muchos españoles de todas partes y, en lo aún ganado, no había suficiente para los primeros conquistadores según lo que cada uno, con mucha razón, aseguraba merecer por sus méritos, se hiciesen nuevas conquistas a semejanza de la de don Diego de Almagro, para que hubiese tierras e indios para repartir y dar a todos, y también para que los españoles se ocuparan en ganarlas y no estuviesen ociosos ni maquinasen algún motín, incitados por la envidia de ver los grandes repartimientos que se les había dado a los primeros conquistadores”. Y menciona a dónde se encaminaron Alonso de Alvarado y otros: “Se proveyó que Alonso de Alvarado fuese a la provincia de los chachapoyas, los cuales, aunque estaban bajo el imperio inca, no habían querido dar la obediencia a los españoles confiados en la aspereza de sus tierras; el capitán Garcilaso de la Vega (padre de Inca), a la conquista de la provincia que los españoles, por burla, llaman la Buenaventura (al norte de Quito); y el capitán Juan Porcel, a la provincia de Bracamoros. También se ordenó que se llevasen refuerzos al capitán Sebastián de Belalcázar, que andaba en la conquista del reino de Quito”.
    
     (Imagen) Llega a Lima ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN con su hermano Luis. Aunque con muchas miserias (entre otras, la de ser un descarado gorrón), Alonso fue un tipo fuera de serie. Escribió su autobiografía, que, dada su personalidad estrambótica, no resulta del todo creíble, pero basta lo constatado para reconocerle una valía personal de primerísimo orden. Su vida fue tan estrepitosa y agitada como la del Capitán Alonso de Contreras y la de Catalina de Erauso (la Monja Alférez), con la diferencia de que Enríquez de Guzmán, aunque venido a menos en su rama familiar, estaba emparentado con lo más aristocrático de España, y trataba frecuentemente con Carlos V y Felipe II, que le tuvieron en gran aprecio, aunque les cargaran sus mañas de bufón y vividor. Hombre contradictorio, también era religioso a su manera, confiando en el valor del arrepentimiento en la última hora. En una nota confiesa que, al ser nombrado Caballero de Santiago y tener medios para vivir a la altura de la calidad de su persona, ya no necesitaba de su ingenio y su palabrería para ser aceptado en la Corte. Fue un distinguido militar en las guerras de Italia, África, Flandes y Alemania. Y pronto lo veremos en Perú protagonizando escenas impresionantes. Haré un resumen de lo que cuenta sobre sus aventuras peruanas, y con su carácter apasionado, se nos mostrará como un mordaz detractor de Hernando Pizarro y un entusiasta incondicional de Almagro, cuya muerte nos describirá de manera escalofriante.  

                             EL RETRATO ES DEL VIRREY LUIS ENRÍQUEZ DE GUZMÁN






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