lunes, 26 de febrero de 2018

(Día 627) Tras luchar duramente contra los españoles, los chachapoyas hacen la paz con Alonso de Alvarado. Le dicen que hay un cacique llamado Guandamulos que promovió su rebeldía y que es un tirano. Con su conformidad, los españoles lo apresan y lo ejecutan.


     (217) Después los indios les atacaron, pero los españoles les hicieron huir hiriendo y matando a muchos, a pesar de las dificultades: “Iba un español llamado Prado siguiendo al capitán, y un indio le tiró una piedra con tanta fuerza que, a pesar del casquete y el morrión que llevaba, acertándole en la cabeza, lo derribó del caballo con los sesos fuera. Luis Varela se vio en peligro, solo y cercado de indios. Encomendándose a Dios, se defendió milagrosamente de ellos hasta que vinieron algunos compañeros que le dieron favor, habiendo ya muerto siete indios cuando lo tenían cercado”.
     Alonso de Alvarado continuó su avance logrando con fuerza y amabilidad, según se terciara, ir pacificando a los chachapoyas, quienes después fueron, junto a los lejanos cañaris (de la zona de Quito), los más fieles aliados de los españoles. No es de extrañar que Cieza lo tuviera en gran estima. Los indios que habían salido huyendo no sabían qué determinación tomar: “El señor más principal de ellos, a quien llamaban Guayamanil, les dijo que era locura querer mantenerse en guerra con hombres que claramente eran favorecidos del Sol y decidió ir a les ganar la voluntad y estar en su gracia”. Así lo hizo y fue bien recibido por Alvarado, pero había allí otro cacique, amigo de los españoles que tenía algo que reclamar: “Guamán, que era enemigo de Guayamanil, osadamente confiado en la amistad de los españoles, le habló con gran enojo y amenaza; Alvarado se lo reprochó, afirmando que guardaría la paz a los que viniesen aunque hubiesen hecho guerra y muerto a cristianos. Pasado esto, habló Alvarado a Guayamanil rogándole que procurase que los señores de la provincia de Chillano viniesen a buena amistad con los españoles; prometió de los hacer venir, y así lo cumplió. Cuando llegaron a la presencia del capitán, los recibió bien. Supo de ellos mismos que el movedor de la liga era uno que estaba entre ellos, llamado Guandamulos, el cual era muy tirano. Con el consentimiento de todos, fue preso y muerto ajusticiado”.
     Cundió el ejemplo, y Cieza alaba sin paliativos el modélico comportamiento de Alonso de Alvarado: “Comenzaron después a venir muchos indios sin armas a servir a los nuestros. Supo Alvarado que cerca de allí había un valle muy poblado y fue a descubrirlo, procurando atraer a los naturales a la amistad de los españoles, impidiendo lo más que podía que se hiciesen robos o daños notables; por lo cual, se le pone a él en la delantera entre los capitanes a los que se alaba por haberlo hecho razonablemente con los indios”.
     Siguió conquistando Alonso de Alvarado con su habitual sensatez. Hubo un nuevo enfrentamiento: “Sabiendo los indios por sus vecinos que los cristianos, a los que formaban alianza, los trataban amigablemente, y a los que no, los guerreaban hasta destruirlos, determinaron salir de paz, y sus principales fueron a hablar con Alvarado, y los recibió como solía hacerlo con los que querían ser amigos de los cristianos: hacíalos entender a todos que, cuando acabase de descubrir todas la provincias, había de fundar un pueblo de cristianos que fuese como el Cuzco o Lima o San Miguel”.

     (Imagen)  Vuelve Cieza a hablar un poco más de las andanzas del gran ALONSO DE ALVARADO. Y ya que se deshace en elogios por su habilidad y buen trato con los indios, habrá que colaborar para ensalzarlo. Fue nombrado por el rey Caballero de la Orden de Santiago, algo de gran prestigio entonces y muy difícil de conseguir. Más tarde se degradaron las exigencias para obtenerlo: a base de dinero y demostrando (muchas veces con testigos falsos) no descender de judío o musulmán condenado por la Inquisición, ya bastaba. La imagen muestra un trozo del escrito de Carlos V en el que ordena que se le someta a prueba a Alonso antes de concederle el nombramiento. Y dice: “Mando al dicho Alonso de Alvarado que vaya a residir y esté e resida en el convento de Uclés el año de su probación aprendiendo la regla de la dicha Orden e las otras cosas que como Caballero de ella debe saber, e mando al prior del dicho convento que lo reciba y tenga en el dicho año y lo haga instruir en la dicha regla y en las asperezas, ceremonias e otras cosas que los caballeros de la dicha Orden deben saber. E que sesenta días antes que el dicho año se cumpla, me envíe relación de sus méritos e costumbres, para que, si fueren tales que deba permanecer en dicha Orden, mande recibir de él la profesión expresa que se debe hacer, o provea en ello lo que según Dios y orden deba ser proveído, de lo cual mande dar. E di esta mi carta firmada de mi mano e sellada con mi sello, de la orden dada, en Bruselas a XVII días del mes de febrero, año del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mil e quinientos e cuarenta e cinco años. YO EL REY”.



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