(217) Después los indios les atacaron,
pero los españoles les hicieron huir hiriendo y matando a muchos, a pesar de
las dificultades: “Iba un español llamado Prado siguiendo al capitán, y un
indio le tiró una piedra con tanta fuerza que, a pesar del casquete y el
morrión que llevaba, acertándole en la cabeza, lo derribó del caballo con los
sesos fuera. Luis Varela se vio en peligro, solo y cercado de indios.
Encomendándose a Dios, se defendió milagrosamente de ellos hasta que vinieron
algunos compañeros que le dieron favor, habiendo ya muerto siete indios cuando
lo tenían cercado”.
Alonso de Alvarado continuó su avance
logrando con fuerza y amabilidad, según se terciara, ir pacificando a los chachapoyas,
quienes después fueron, junto a los lejanos cañaris (de la zona de Quito), los
más fieles aliados de los españoles. No es de extrañar que Cieza lo tuviera en
gran estima. Los indios que habían salido huyendo no sabían qué determinación
tomar: “El señor más principal de ellos, a quien llamaban Guayamanil, les dijo
que era locura querer mantenerse en guerra con hombres que claramente eran
favorecidos del Sol y decidió ir a les ganar la voluntad y estar en su gracia”.
Así lo hizo y fue bien recibido por Alvarado, pero había allí otro cacique,
amigo de los españoles que tenía algo que reclamar: “Guamán, que era enemigo de
Guayamanil, osadamente confiado en la amistad de los españoles, le habló con
gran enojo y amenaza; Alvarado se lo reprochó, afirmando que guardaría la paz a
los que viniesen aunque hubiesen hecho guerra y muerto a cristianos. Pasado
esto, habló Alvarado a Guayamanil rogándole que procurase que los señores de la
provincia de Chillano viniesen a buena amistad con los españoles; prometió de
los hacer venir, y así lo cumplió. Cuando llegaron a la presencia del capitán,
los recibió bien. Supo de ellos mismos que el movedor de la liga era uno que
estaba entre ellos, llamado Guandamulos, el cual era muy tirano. Con el
consentimiento de todos, fue preso y muerto ajusticiado”.
Cundió el ejemplo, y Cieza alaba sin paliativos
el modélico comportamiento de Alonso de Alvarado: “Comenzaron después a venir
muchos indios sin armas a servir a los nuestros. Supo Alvarado que cerca de
allí había un valle muy poblado y fue a descubrirlo, procurando atraer a los
naturales a la amistad de los españoles, impidiendo lo más que podía que se
hiciesen robos o daños notables; por lo cual, se le pone a él en la delantera
entre los capitanes a los que se alaba por haberlo hecho razonablemente con los
indios”.
Siguió conquistando Alonso de Alvarado con
su habitual sensatez. Hubo un nuevo enfrentamiento: “Sabiendo los indios por
sus vecinos que los cristianos, a los que formaban alianza, los trataban
amigablemente, y a los que no, los guerreaban hasta destruirlos, determinaron
salir de paz, y sus principales fueron a hablar con Alvarado, y los recibió
como solía hacerlo con los que querían ser amigos de los cristianos: hacíalos
entender a todos que, cuando acabase de descubrir todas la provincias, había de
fundar un pueblo de cristianos que fuese como el Cuzco o Lima o San Miguel”.
(Imagen) Vuelve Cieza a hablar un poco más de las
andanzas del gran ALONSO DE ALVARADO. Y ya que se deshace en elogios por su
habilidad y buen trato con los indios, habrá que colaborar para ensalzarlo. Fue
nombrado por el rey Caballero de la Orden de Santiago, algo de gran prestigio
entonces y muy difícil de conseguir. Más tarde se degradaron las exigencias
para obtenerlo: a base de dinero y demostrando (muchas veces con testigos
falsos) no descender de judío o musulmán condenado por la Inquisición, ya
bastaba. La imagen muestra un trozo del escrito de Carlos V en el que ordena
que se le someta a prueba a Alonso antes de concederle el nombramiento. Y dice:
“Mando al dicho Alonso de Alvarado que vaya a residir y esté e resida en el
convento de Uclés el año de su probación aprendiendo la regla de la dicha Orden
e las otras cosas que como Caballero de ella debe saber, e mando al prior del
dicho convento que lo reciba y tenga en el dicho año y lo haga instruir en la
dicha regla y en las asperezas, ceremonias e otras cosas que los caballeros de
la dicha Orden deben saber. E que sesenta días antes que el dicho año se
cumpla, me envíe relación de sus méritos e costumbres, para que, si fueren
tales que deba permanecer en dicha Orden, mande recibir de él la profesión expresa
que se debe hacer, o provea en ello lo que según Dios y orden deba ser proveído,
de lo cual mande dar. E di esta mi carta firmada de mi mano e sellada con mi
sello, de la orden dada, en Bruselas a XVII días del mes de febrero, año del
nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mil e quinientos e cuarenta e cinco
años. YO EL REY”.
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