(212) A Manco Inca lo habían hecho volver,
pero su decisión de huir seguía intacta: “Como cada día cobraba a los cristianos
más odio y desamor (sobre todo por haberle saqueado su casa y tomado muchas de
sus mujeres) no dejaba de imaginar por dónde podía de nuevo salir para ponerse
en salvo. Y lo hizo con intención de irse a meter entre las nieves más cercanas
a la ciudad. Y habiendo salido, le avisaron a Juan Pizarro los que le
vigilaban, siendo alcanzado a una distancia de menos de dos tiros de ballesta
desde el Cuzco. Juan Pizarro, que mostró mucho enojo, mandó meterle en hierros
y que lo guardasen públicamente los cristianos. De esta manera fue apresado
Manco Inca por Juan Pizarro. Tengo también que decir que algunos indios de
buena razón (con los que Cieza habló
cuando investigaba) lo disculpan afirmando que Almagro le sacó gran suma de
oro, y que Juan Pizarro le pedía de aquel metal con tanto ahínco, que,
desesperado, quiso ausentarse. Algo debe de ser de lo uno y de lo otro, aunque
la causa principal era para hacer junta de gente para mover guerra contra los
cristianos”. Lo cual es evidente. Y Manco Inca no va a tirar la toalla.
No estará de más ver cómo cuenta lo mismo,
brevemente, el cronista Pedro Pizarro, sobretodo, porque se encontraba en el
Cuzco en esos momentos: “Ido don Diego de Almagro a Chile y el Marqués a la
Ciudad de los Reyes, Manco Inca decidió alzarse, y tratándolo con los
naturales, empezaron a matar a algunos cristianos que andaban solitarios
visitando a los indios de sus encomiendas”. Dice el cronista que Juan Pizarro
ya desconfiaba de él porque pensaba que animaba a los indios a que mataran españoles.
Al hablar de la huida de Manco Inca, considera que su apresamiento fue
totalmente necesario: “Si en esta coyuntura no se le hubiese apresado, todos
los españoles que estábamos en el Cuzco habríamos muerto, a causa de que la
mayor parte de los cristianos salían a ver los indios de sus encomiendas”.
Explica que hasta entonces no lo hicieron porque eran pocos y por los
conflictos que había entre pizarristas y almagristas; de manera que cuando
partió Almagro con sus hombres hacia Chile, volvió la calma entre los españoles
y pudieron ir a visitar las encomiendas. Pero esa misma situación fue la gran
oportunidad de Manco Inca: “Escogió la mejor coyuntura para poderse alzar,
porque Almagro estaba ya a más de doscientas leguas de distancia”.
Cieza nos da un ejemplo de la muerte de un
español precisamente cuando iba a inspeccionar su encomienda, y ocurrió estando
Manco Inca encadenado. Una vez más (¿y van cuántas?) insiste en que estas
agresiones de los indios se debían al mal comportamiento de los españoles:
“Aborrecieron a los españoles, deseaban matarlos y verlos divididos para, sin
riesgo, darles muerte. No manifestaban su pensamiento en público porque temían,
y especialmente por ver a Manco Inca en cadenas. Salió del Cuzco un vecino a
quien llamaban Pedro Martín de Moguer para ir a un pueblo de indios que le
habían dado, donde llegó con mala ventura, porque el cacique y sus indios lo
mataron una noche”.
(Imagen) Hoy aparece el nombre de PEDRO
MARTÍN DE MOGUER de manera casi anecdótica, como ejemplo de los españoles que,
cuando se alejaban en solitario del Cuzco para vigilar sus encomiendas, morían
a manos de los indios porque Manco Inca estaba fraguando su gran rebelión.
Habrá que sacar de las sombras algunos detalles de este héroe prácticamente
anónimo, como la mayoría de sus compañeros de las incesantes luchas. Siendo
casi un niño, Pedro, emborrachado por los aromas y las historias de aventuras
indianas que saturaban el puerto de su localidad, se enroló en un barco como grumete.
Tomó contacto con las tropas de Pizarro y decidió unirse a ellas. Se supone que
le resultó productivo, porque consta que fundió oro en el Cuzco. También se
habría ganado a pulso la encomienda de indios que fue su perdición. Él fue
abatido el año 1536 en el Cuzco, pero casi seguro que, en su pueblo natal,
conoció personalmente y admiró a un personaje mítico que también falleció joven,
en 1528, en Palos de la Frontera (lindante con Moguer): GONZALO DE SANDOVAL. A
nadie alabó más ni quiso más como compañero el cronista BERNAL DÍAZ DEL
CASTILLO que a este capitán de Hernán Cortés. Fue el conquistador casi
perfecto, al que todo el mundo apreciaba y respetaba. El bravo Sandoval murió
de una prosaica enfermedad cuando volvió a España con Cortés (los dos por
primera vez). Merece la pena ir a esa
Moguer llena de recuerdos colombinos y visitar el bello monasterio de La
Rábida recordando al humilde pero heroico PEDRO MARTÍN DE MOGUER y al gran
GONZALO DE SANDOVAL, cuyo cuerpo yace dentro de la iglesia.
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