lunes, 29 de febrero de 2016

(190) - Así me gusta, socio: sin prisa pero sin pausa. Volvemos a enlazar con  Alonso de Sotomayor, el que le cortó la cresta al pirata Drake.
     - Piano, piano si va lontano, caro Sancio. Entramos en su carta nº 4. Firmada en Panamá el 6/5/1604. No hace ningún comentario de su victoria sobre el corsario inglés (lo trataría en otro documento anterior), pero sí vuelve a mencionar el problema de los mapuches que él había dejado bastante calmados; el rey quería que volviera a Chile para someter una nueva rebeldía de esos indios, los  más problemáticos de todo el continente. Y le contesta: “Visto por V. M. que los indios mataron al gobernador Martín García Óñez de Loyola (el primo de san Ignacio, que le había sustituido en Chile), yo ya propuse todos los medios que eran necesarios para dirigir esa guerra, y para que  no se acabe de perder lo poco que ha quedado de paz (gracias a él). Bien sabe V. M. con  qué amor y limpieza le he servido durante 38 años en cargos de guerra, gobierno y otros negocios graves, así en Flandes, como en embajadas particulares de V. M. en Francia, Alemania y Lorena. Y en Chile y Panamá, sin haber tenido un mes de descanso. Y consta a V. M. la poca salud que he tenido en esta tierra, que es muy enferma, habiendo llegado tres veces al punto de la muerte del continuo trabajo de asistir a la construcción de los castillos de Portobelo. Y he enterrado aquí tres hijos y a doña Lorenza de Zárate, mi suegra, que era el adorno de mi casa. Y por que no me suceda lo mismo con otros tres que me han quedado, ni a su madre, ha tres años que suplico a V. M. me dé licencia para ir a España”. Dice que ir a Chile sería la ruina  para él “y faltaría a la educación y crianza de mis hijos, que cuanto he tenido de caudal se ha consumido en servicio de V. M. Y si me sucediere la muerte, que es tan natural, y más en personas de edad, y tan quebrantada como lo está la mía, engolfado en gobierno y guerra tan trabajosa y tan distante de España, suplico de V. M. que considere cuál sería el desamparo de  mi casa y de una mujer moza y sola con tantas obligaciones, y forzada a quedar con sus hijos sepultados en la más trabajosa, afligida y miserable tierra de las Indias. En 12 años que tuve el gobierno de Chile, fue muy grande el desengaño de cuán aventurada traen la honra y el alma los que sirven a V. M. en partes tan remotas, y el poco crédito que se les da, y el mucho que tiene lo que contra ellos se escribe, y más en Chile, por los agravios que el que gobierna tiene que hacer a todo género de gente para las necesidades de la guerra. Y claman al cielo. Y acerca desto se escribieron quejas contra mí al Consejo de Indias, habiendo yo puesto de paz más de la mitad de lo que hallé en guerra”. Está claro: para todos, gobernadores incluidos, era durísima la vida en Indias. Seguiremos mañana con la carta. Ciao.
     - Pobre Alonso: se sentía como condenado a galeras. Addio, caro.



     Foto del antiguo fuerte de Portobelo, construido por Alonso de Sotomayor. El año 1502, Colón descubrió ese puerto en la costa caribeña de Panamá, y le puso a la bahía el italiano nombre de Portobelo, quizá con un sentimiento de nostalgia por las playas ligures de su Génova natal. Cuando Sotomayor fue enviado a Panamá para frenar a Drake, una vez cumplida la misión, se dedicó a fortificar Portobelo, dándole existencia como ciudad en 1597; llegó a ser un punto vital del comercio entre Indias y España. Y todo para que ahora sea más conocida la comecial calle londinense que copió su nombre.


domingo, 28 de febrero de 2016

(189) - Atención, literato. En este viaje histórico-turístico tenemos que coger otro ramal para hablar de Alonso de Ercilla. Explica el plan, pero con convicción, no sea que se nos bajen todos del barquito.
     - Falta hará, capitán. Tras este desvío, recuperaremos el afluente Sotomayor, y, finalmente, volveremos al caudaloso Sarmiento. Pero ocurre que la guerra entre  mapuches y españoles fue tan épica y constante que le impulsó a Alonso de Ercilla a cantarla en “La Araucana”, como lo acababa de hacer Camoens en “Os Lusiadas” a mayor gloria (merecida) de las grandes aventuras portuguesas. Los dos fueron testigos de lo que contaban, y los dos lo hicieron en verso, ganando en mérito artístico, pero, ay, al precio de perder el detalle y la amenidad de una crónica en prosa. ¡Qué gran vasco Ercilla! Se dice que nació en Madrid, pero es posible que lo hiciera en Bermeo, porque su madre, al quedar viuda, se trasladó desde su casa-torre de la villa vizcaína a la corte, siendo Alonso casi un bebé (otra versión absolutamente equivocada le califica de ¡Duque de Lerma!).  Su prestigioso linaje le permitió ser en 1548, con solo 15 años, paje de Felipe II, todavía príncipe, disfrutando del enriquecedor “chollo” de recorrer con él Europa enterita. Jamás olvidó su emoción al presenciar en Inglaterra (1554) la boda del joven y frío Felipe con la enamorada y talludita María Tudor (para los protestantes “Bloody Mary”), con la que tuvo que “cargar” por puras razones de estado. Estando allí también otro típico personaje increíble de Indias, Gerónimo de Alderete, Felipe le encargó la difícil tarea de someter a los mapuches (había muerto Valdivia), y Ercilla, con la osadía de sus pocos años, se apuntó entusiasmado a la aventura. Proseguid, reverendo abad de Jamaica.
     - Grasias, gentil mansebo. En la isla de Taboga, frente a Panamá, naufragaron; se salvaron tres, un anónimo, Alonso de Ercilla y Alderete, que pronto se fue al garete (lo sé, pequeñín, es un chiste fácil), porque, demenciado y enfermo, entregó su ánima al Creador. El muchachuelo Alonso llegó a Perú, intervino en siete batallas campales de la guerra del Arauco, de las que salió airoso, pero poco le faltó para morir después por una tontería. En unos festejos, iba con el gobernador de Chile, hijo del virrey Cañete, tuvo una bronca con otro acompañante, se liaron a espadazos, y el irascible mandamás los condenó a la horca. Se les perdonó en el mismísimo cadalso, pero fueron castigados a volver a España. Aunque en “La Araucana”, lógicamente, los más ensalzados son los españoles, Ercilla nos muestra con gran admiración a los míticos mapuches Lautaro y Caupolicán. Y todo lo escribió robando tiempo al descanso, entre batalla y batalla. Falleció en 1594. Bye, my dear.
     - Lo prometido es deuda: mañana, Sotomayor. Bye, sweet Sancho.



     En la foto, la soberbia torre de los Ercilla en Bermeo, casi metida en el mar. Alonso de Ercilla terminó La Araucana con un epílogo que hace una descripción emocionada de varias tierras del imperio de Felipe II. Lo comienza con un piropo a su tierra y a su estirpe. Se dice que la grandeza rebelde y, en cierto modo, democrática de los mapuches le recordó el carácter de los vascos. Estos son los versos: “Mira al poniente, a España y la aspereza / de la antigua Vizcaya, de do es fama / que depende y procede la nobleza / que en aquellas provincias se derrama. / Ves a Bermeo, cercado de maleza, / cabeza y primer tronco de esta rama, / y su torre de Ercilla sobre el puerto / de las montañas altas encubierto”. Y no hay error en lo de “al poniente”, porque Ercilla escribe estando en las costas de Chile, bañadas por el inmenso Pacífico.


sábado, 27 de febrero de 2016

(188) - Tenemos poco espacio, coleguita. Dispara como una ametralladora los datos de la situación en Chile al llegar Sotomayor.
     - A la orden, mi comandante. Los mapuches se habían vuelto muy peligrosos. Valdivia tenía apresado como paje a Lautaro, hijo de un cacique. Resultó un líder nato. Asimiló la cultura española; lo bautizaron, y fue un lince aprendiendo estrategia militar y el manejo de los caballos. Su alma araucana no pudo soportar ver los castigos que se aplicaban a sus paisanos. Se largó astutamente, y se unió al gran Caupolicán, siendo, ironías del destino, un feroz acusador de Valdivia cuando este calló preso de los araucanos, a quien, según se dice, lo torturaron salvajemente antes de morir, en venganza por las mutilaciones que practicó con los guerreros mapuches en plan de escarmiento por su fiereza y crueldad. Su cráneo sirvió después como recipiente de la embriagadora chicha. Caupolicán fue eliminado por los españoles en 1558; Lautaro lo había sido un año antes, pero tuvo tiempo de convertirse en un cacique independiente muy respetado y temido, sin duda cruel, pero valiosísimo para la guerra contra el invasor. Con él no habría ocurrido la humillante derrota de los suyos “frente a una mujer”: Inés Suárez, la amante de Valdivia, que consiguió  hacerles abandonar aterrorizados el cerco de la población española arrojándoles las cabezas de los caciques que tenía apresados. Su turno, reverendísimo.
     - Pues me recuerda a Enriquillo, el cacique dominicano. Vidas paralelas en todo, salvo en una cosa: este murió de viejo en la cama tras haberse dado el gustazo de obligar a los españoles a pactar sus condiciones de armisticio. Hay otra diferencia: Enriquillo era excepcional, pero su pueblo no; de forma que lo suyo fue una victoria personal, mientras que, cuando Lautaro fue ejecutado, su tribu, a base de bravura y con las tácticas militares españolas que había aprendido de su jefe, mantuvo un gran margen de independencia durante siglos. Prosiga el cronista.
     - Con vuestra venia, pater. Como gran líder, Lautaro era despótico y duro hasta con los suyos, siendo abandonado por el cacique más valioso de los mapuches. Sufrió también gran pérdida de guerreros arrasados por una epidemia. Además se habían dormido algo en los laureles. Todo lo aprovechó el sucesor de Valdivia, Francisco de Villagrá (otro de película) para sorprenderle a Lautaro, que salió a defenderse ¡con la espada de Valdivia!, y acabó machacado. Ni que decir tiene que Lautaro es pregonado en las escuelas chilenas como su gran héroe nacional. Tomaron otros la antorcha, y, precisamente para apagarla, fue enviado Alonso de Sotomayor, consiguiéndo durante un tiempo mantenerlos a raya. Hemos comentado ya que después le mandaron a Panamá y acabó con el pirata Drake. Su sustituto en Chile, Martín Óñez de Loyola (primo de san Ignacio), fue otro de la larga lista de  capitanes que  fracasaron con los mapuches, y murió a manos del cacique Pelantaro en 1598. Ciao, caro.
     - Y en 1608, se acordó una tregua con estos indomables indios, quienes, como regalo de cortesía, devolvieron los cráneos “chicheros” de Valdivia y Óñez de Loyola. No gana uno para sustos. ¿Podrás dormir?



     Este cuadro de Lautaro, de estilo épico, lo pintó hacia 1930 el chileno Pedro Subercasseaux, quien también tuvo su gran sueño, en este caso, místico (cada vida es un mundo): él y su mujer profesaron en sendos monasterios de clausura. Nos muestra glorioso al caudillo, y, a sus guerreros, domando caballos y como jugando intrigados con un cañón robado a los españoles. Prueba evidente del miedo que tenían los conquistadores a los araucanos fue la crueldad con que los castigaron para ver si se “arrugaban”: creo que solo hubo un caso de ejecución por empalamiento en la historia de Indias, y se la aplicaron a Caupolicán, el otro gran líder araucano. Pero sin duda el más grande, y el estratega más inteligente y preparado (por su aprendizaje mientras sirvió a Valdivia) fue Lautaro.


viernes, 26 de febrero de 2016

(187) - Estamos perdiendo el tiempo, pequeño mío: las tertulias son sabrosas, pero deberíamos dedicarnos al cine; tú de sensacional guionista y yo de director cuántico. Tendríamos una cantera inagotable con los fabulosos personajes de Indias. Un bombazo.
     - Aunque la mina es inmensa y de oro puro, bajemos de las nubes, soñador ectoplasma. Nosotros, a lo nuestro. Estábamos con la 2ª carta de Alonso de Sotomayor. Está convencido de que “don” Luis, su hermano mayor, se merece un  puestazo, y también “llora” por él al rey, diciendo que “está muy mal aquí, siendo persona de tales y tan buenas partes, y se me agua mucho viéndole tan sin autoridad y que haya partido de España sin que V. M. hubiera bien entendido lo que él es y cuán conveniente para cosas más graves que las que traemos entre manos”. Y abogando por sí mismo, le insiste una vez más al rey para que le permita volver a España, porque “en partes tan remotas, donde se ofrecen tantos tropezones, no me hallo capaz para acertar a servir a V. M. como siempre lo he hecho (sin embargo, luego llevó a cabo su misión primorosamente)”. La carta la envió desde el Río de la Plata. Tu turno, querido cineasta.
     - Mi piace, piccolino. Tercera carta; la escribe siete meses después (26/9/1583). Había estado retenido 5 meses en Mendoza sin poder atravesar los Andes por la nieve. Su hermano Luis, con el resto de la tropa, se reunió con él en agosto (todos hechos polvo), con la moral bajo mínimos por las protestas de sus hombres, muchos de los cuales, desanimados por los negativos consejos de los propios funcionarios de Santa Fe, querían huir hacia Potosí. Alonso le pide al rey que castigue a los cizañeros, y se deshace en alabanzas a su hermano. Le cuenta, asimismo, que en agosto escogió a dos heroicos ‘voluntarios’ para el siguiente ‘picnic’: “Desde Mendoza procuré en julio aventurar (nunca mejor dicho) dos soldados a que pasasen la cordillera con despachos míos para Chile y aviso de mi llegada, y con las noticias que tenía de (piratas) ingleses. Estos despachos pasaron y causaron grandísimo contento a todo el reino. En setiembre, después de estar esperando si la cordillera se abría, me determiné pasarla. Llegué a Santiago el día 19, y fui recibido con gran contentamiento. Plegue a Dios que acierte yo a dárselo (al rey), que hallo grandes dificultades, con los naturales (en este caso, españoles) muy consumidos por la guerra continua de tantos años (con los araucanos) y las excesivas tasas”. Ve el panorama negro porque tendrá que apretar más a la gente para poder triunfar en la lucha contra los nativos. Se cura en salud; le ha pedido ayuda a la Audiencia, “y, si socorre, sin duda esta guerra tendrá fin, e si no, acabaremos de desengañarnos y V. M. será servido encargarla al virrey de Perú”. Le explica su estrategia: “No alzar la mano hasta acabar la guerra, y hacerlo como la de Granada”. A rivederci.
     - Alonso termina entusiasta. “Crea V. M. de mí que, cuantas más dificultades veo en la guerra, más me consuela el haber venido a ella, con la confianza que tengo en Dios”. A domani, caro Sancio.



     Imagínemos la escena, compañeiro. Pura lógica militar. Sotomayor reúne a la tropa. “A ver, dos voluntarios: tú y tú. Sois mancebos fuertes y valientes. Vamos a estar atascados por la nieve aquí en Mendoza varios meses y es necesario llevar unos despachos urgentes a Chile. El deber me exige aventuraros (como si arriesgara dos mulos) a que atraveséis esas montañas que tenemos enfrente. No intentéis pasar por la cima porque son más de 6.000 metros. Ni partáis sin  reconciliar previamente vuestras ánimas  con Dios mediante la confesión. Si conseguís llegar hasta Santiago de Chile, os llenaréis de gloria”. Ya: pero Alonso  no tuvo siquiera el detalle de revelar sus nombres; el eterno y triste anonimato  de los soldados rasos, todos ellos, sin embargo, sufridos y heroicos.



miércoles, 24 de febrero de 2016

(185) - Buenas noches, compañero de fatigas. Los jubilados somos unos filósofos irrecuperables. Haces bien en ver los toros desde la  barrera, y más todavía si son políticos.
    - Okay, pal: “Alegrémonos, pues, mientras seamos viejos”. Allá va, resumida, la 1ª carta enviada al rey por Alonso de Sotomayor.  Dice que partieron de Río de Janeiro y explica por qué se separó de la expedición de Flores y Sarmiento: lo hizo porque no había comida suficiente para alargar el viaje yendo por el Estrecho, a pesar de que avanzar por tierra, con la gente tan cansada y descontenta, iba a tener muchas dificultades, pero “se tiene por más conveniente para el servicio de V. M., porque, faltando las vituallas y navíos, sería perecer todos; y se ha tomado esta resolución por ser el mal menor”. Lo que sigue nos confirma la mala actuación de Diego Flores. Primero lo dice ambiguamente, sin acusar al culpable; luego le da directamente la pedrada en la cabeza al que estaba al mando de la flota (lo que demuestra que Sarmiento se quejaba con razón): “Los trabajos y temporales que la gente desta armada ha tenido, han sido muy grandes, y las necesidades de comida. Los unos, nos ha enviado Dios; otros se han podido remediar. A mi parecer, veo poca diligencia en esta armada. Plega a Dios que el suceso sea mejor que los principios y medios. Yo he venido por servir a V. M., padeciendo y contemplando y sirviendo esta jornada (no tenía competencias durante la travesía). Y diciendo a V. M. la verdad, ya desde Madrid y Sevilla temí de la jornada y del que la traía a cargo (Flores), y, viendo que V. M. lo quería (como jefe), pasé por todo”. Sería difícil entenderle hablando, por tener la boca destrozada, pero, escribiendo y sin dar nombres, dejaba las cosas bien claras. Pasados los años,  Felipe II se equivocó totalmente al escoger para dirigir  la Armada Invencible (enviada a Inglaterra) a gente linajuda pero poco profesional. Y resulta inconcebible que, sabiendo todo esto de Flores, le diera un cargo de suma responsabilidad en aquel histórico fiasco. Fue tan vergonzosa su actuación que los marineros supervivientes casi se lo querían comer crudo: se le sometió a juicio y lo condenaron por sus responsabilidades y por (razón tenía Sarmiento) su cobardía. Termina Sotomayor la carta pidiéndole al rey que le envíe a su hermano Luis como colaborador, porque “tengo tan poca práctica en las cosas de Indias, y ya vine tan contra mi voluntad a ellas, que me parece que  no acertaré a servir a V. M. aquí como deseo. Vuestra S. C. R. (Sagrada, Católica, Real) Persona guarde Nuestro Señor muchos años para amparo y aumento de la Cristiandad. Hecho en el puerto de la isla de Santa Catalina (Brasil) a 7 de enero de 1583”. Mañana, la 2ª carta. Ciao.
     - Ciertamente, el estilo de su comunicación es el de un hombre muy sensato. Addio, piccolino.



     Déjame darme un gustazo, hijo mío. El mutilado Alonso de Sotomayor, con pocos hombres, hizo trizas la poderosa flota que llevaba el pirata Drake para instalarse en Panamá. Este corsario  había causado mucho daño a la derrotada Armada Invencible en 1588, y pasó a ser adorado por los hooligans ingleses, que ya se habían onsiderado invadidos por los odiosos “papistas”. Por culpa de un tremendo temporal y de ineptos mandos como Diego Flores Valdés, la flota española terminó destrozada. Sin embargo, hubo un almirante nuestro que, según el historiador D. Howarth, “por su heroico comportamiento y habilidad marinera, fue, sin discusión, la figura de más relieve de las dos flotas”. Tal personaje era (se me abren las carnes) primo de la mujer de  mi hijo Luis, y se llamaba JUAN MARTINEZ DE RECALDE. Sepan vuesas mersedes que Bilbao le ha dedicado una de sus mejores calles, la que desemboca frente en la hermosa Plaza Moyúa.


martes, 23 de febrero de 2016

(184) - Nos viene “como de molde”, ilustre cronista, abandonar de momento al gran Pedro Sarmiento para hablar del que le acaba de dejar tirado a él: el gobernador de Chile don Alonso de Sotomayor.
     - Dignum et justum est, reverendus. A pesar de esta faena, el personaje  tuvo una biografía apasionante y lustrosa. Incluso veremos en una carta suya que su decisión de apartarse de la armada de Flores parecía tener razones de mucho peso. Alonso de Sotomayor y Valmediano (1545/1610) era de Trujillo, como tantos héroes de Indias. Precoz aventurero, con 15 años ya estaba jugándose el tipo en las guerras de Italia y Flandes bajo las órdenes de tres “gloriosos”, el Duque de Alba, don Juan de Austria y Alejandro Farnesio, que alabaron su valentía y habilidad. De esa experiencia obtuvo prestigio, grado de capitán, nombramiento de Caballero de Santiago y… unas heridas de guerra que le dejaron hecho un santocristo: quedó cojo de un arcabuzazo, y otro en la boca casi lo mató, llevándole media quijada, ocho dientes y parte de la lengua. Pero su proyecto de vida militar siguió adelante porque todo eso no le hizo perder autoridad sino aumentarla. Felipe II no tuvo dudas: vio en él al hombre ideal para que, con el cargo de Gobernador de Chile, se ocupara de someter a los indios mapuches, muy belicosos, y especialmente temibles porque montaban bien a caballo. No tuvo demasiado éxito debido a que sus escasos soldados estaban hartos de tanta dificultad. Pronto le dieron otro destino. Te gustará contarlo, juvenil ectoplasma.
     - Con muy grande plaser, pulido mansebo. Ya tenía yo ganas de ajustarle las cuentas a Francis Drake. Ese hijo de la Pérfida Albión, donde ennoblecían a los piratas, tuvo la osadía de andar incordiando por todas las costas de Indias; luego se moriría de risa participando en la derrota de le Armada invencible. Se envaneció tanto que consiguió de la Reina Virgen (¡ya, ya!) que le pusiera al frente de otra apabullante flota para asolar las mismísimas costas españolas, y sufrió un descalabro total.  Entonces, el fatuo se dijo: “Vámonos a Panamá y establezcamos allí un fuerte con la bandera de Inglaterra ondeando gloriosamente”. Y el tío se fue, pero le salió al paso un extremeño cojo, desdentado, con media mandíbula y dificultades en el habla, al que le habían ordenado machacarlo: sí, señor, ese mismo don Alonso de Sotomayor y Valmediano. El veterano mutilado de guerra cumplió a la perfección: desbarató por completo la armada de Drake, que  no superó el trauma, perdió su sentido del humor inglés y falleció allí mismito de disentería, en Panamá, en 1596. Después Sotomayor seguiría peleando, pero en Granada contra los moriscos sublevados. Deléitanos mañana con dos cartas suyas. Ciao, caro.
     - Nos dará importantes datos de la flota de Sarmiento. Buona notte.
     


     Sigamos didácticos, docto burgalés de la calle San Mamés  (de Bilbao). ¿Qué bandera pensaba poner el filibustero Drake en Panamá? ¿La Union Jack? No padre (quizá la más apropiada fuera la de la calavera con dos tibias). Su intención era izar la de Inglaterra (cruz roja sobre fondo blanco, en honor a San Jorge). En 1606 (ocho años después de la muerte de Sir Francis), Escocia aportó su cruz blanca aspada de San Andrés, naciendo así la primera Union Flag o Union Jack, bandera oficial de Gran Bretaña. Hubo que esperar hasta 1801, con la incorporación de Irlanda, para que se formara la Union Jack añadiendo la cruz aspada roja de San Patricio, representando al actual Reino Unido. Pero (ay, Dios mío) ya sabes que la moviola de la Historia puede dar marcha atrás, y parece que los nacionalistas vuelven a enredar por todas partes.


lunes, 22 de febrero de 2016

(183) - Good night, my dear. Estaba más claro que el agua: Diego Flores y sus aliados necesitaban que Sarmiento diera su brazo a torcer para poder abandonar la empresa y lavarse las manos ante el rey.
     - Sure, daddy. Pedro va más lejos al afirmar que intentaron “otro modo bien desordenado”. Dice (¿exagerando?): “Trataron Diego Flores y los suyos de matar a P. Sarmiento, mas Dios fue servido de evitarlo: fue avisado, y no por eso se alteró ni dejó su paso y su constancia, ni les dio a entender que lo sabía” ¿Qué opinas?
     - Que la inflexible honradez de Sarmiento y su seguridad en sí mismo eran “as one pain in the ass” para los mandones. Prosigue.
     - Okay, políglota. Tras nuevas zancadillas y errores de Flores (que dieron origen a que “los indios caribes –en el sentido de caníbales- de tierra firme” mataran y se comieran a varios pasajeros), salieron rumbo al Estrecho, perdiendo de inmediato otra nave. “Diego Flores iba en una fragata más velera por mejor escaparse si topásemos con los ingleses, poniendo la bandera de general en la nao Galeaza  para evitar peligros al tiempo de pelear, que fue algo muy mal juzgado de todos”. Reunió en su fragata a varios jefes (también a Sarmiento) y quiso convencerles de que la Galeaza no podría seguir porque hacía agua. Los contrarios a Pedro se alegraron pensando que se rendiría. “Pero hallaron lo contrario (¡faltaría más!)”. Y les soltó un sermón de misa mayor: “Señores, yo nunca cumplí con palabras, sino para obligarme a las obras. El Rey se fio de mí y no le puedo faltar; ningún hombre de valor y vergüenza volvería el rostro atrás. Y así, mientras yo tuviere salud y un barco, no dejaré de proseguir adelante. Y si yo viniera por mí solo (sin un imbécil de jefe) como cuando vine de Perú a explorar el Estrecho, yo hubiera ya acabado el viaje o la vida. Y así requiero que sigamos adelante y ocupemos el paso al enemigo (los piratas), que ya sabemos que está en este mar y que va al Estrecho a lo ocupar, o pasar a robar a Perú, las costas del Mar del Sur, Moluco e India, como lo hizo Drake. Y, en cuanto a la Galeaza, ya se está remediando la vía de agua”. Se salió con la suya, y el viaje continuó, pero cada vez más convertido en una triste procesión.
     - Y que lo digas, jubiloso jubileta. El gobernador de Chile, don Alonso de Sotomayor, hizo la espantada con todo su equipo de soldados. Era hombre de gran valía; pero, en este caso, maniobró de forma poco honorable. En los planes del rey, TODOS debían acompañarle a Sarmiento al Estrecho, protegiéndole en su heroico objetivo. Sotomayor no tuvo problemas para que Flores le permitiera desviarse con tres naos (llevándose, además, mucho cargamento destinado a poblar el Estrecho) por el Río de la Plata arriba, siguiendo después a pie hasta Chile. Happy dreams, my son.
     - Pero Sarmiento, a lo suyo y con la cabeza bien alta. Bye, dear Sancho.



     ¡TARANCO! Se me hace un nudo en mi ectoplásmica garganta, hijo mío. Yo lo visitaba hace más de 500 años, y allí estaba la iglesia-monasterio que construyó hacia el año 800 la avanzadilla de colonos que pusieron las bases de Castilla. Ayer estaba abarrotada, y, dentro del programa anual, dos virtuosos dieron una lección de la belleza de la música perfectamente tocada, lenta y rítmicamente como las olas de un mar tranquilo. Se te caía la baba, delicado poeta, cuando el belga Dirk Chris Vanhuyse y la italiana Simonetta Bassino interpretaron al final maravillosamente, con dos violoncellos dieciochescos de aterciopelado sonido (¿me estoy pasando?), esa exquisitez del Aria Sulla Quarta Corda de J. S. Bach. Pero se me parte el corazón porque son pocos los meneses que saben valorar la gran importancia histórica de ese patrimonio suyo. ¡LARGA VIDA A TARANCO!



domingo, 21 de febrero de 2016

(182) - Buenas noches, pequeña ameba. ¡Qué relativo es todo! Nadie había visto el mundo como Darwin: él tropezó con la evolución.
     - Hola, Sancho. Quieres que ponga la casi mística frase que soltó el inglés al tener esa experiencia. Voilà: “Qué innumerables formas bellísimas y prodigiosas han evolucionado a partir de un origen tan simple, y continúan haciéndolo”. Lo escribió yendo en el bergantín Beagle por la misma ruta de Sarmiento, el Estrecho de Magallanes, con la diferencia de que el suyo fue un viaje de feliz creatividad. Por su parte, el pobre Pedro siguió contando las miserables estrategias de Flores para abortar la expedición, y sus errores: “navegó tan rústicamente (sin parar, de  noche y cerca de la costa) que se perdió la nao Santa Marta (y siguió adelante como si tal cosa)”. Dice que se les había unido un barco de frailes franciscanos saqueado por el pirata inglés Edward Fenton. Al llegar al puerto de Don  Rodrigo, Sarmiento “le animó a Flores a perseverar en la jornada porque todo el mundo nos estaba mirando y los enemigos de la Iglesia y de V. M. se regocijarían de nuestra flaqueza y perdición”. En vano: Diego se alió con varios oficiales para convencerle a Pedro de que él también renunciara a seguir. “A lo cual P. Sarmiento dijo que, mientras hubiese una tabla en que ir, no desistiría, y que más obligación tenía Diego Flores por tener más autoridad en el viaje, y que se acordase que era caballero e hiciese como tal, que ‘un bel morire tutta la vita honora’ (qué tío)”.
     - Ahí lo tienes: ¡citando a Petrarca! Eso explica, jovencito, la heroica y sufrida vida del culto Sarmiento. Tú sabes, socio mío, que el lema de mi escudo era similar: “Bien vivir y mejor morir”.  Pero, pobre de mí, me extravié bastante, no como Pedro. Loor y gloria para este Don Quijote.
     - También tu vida fue grande, reverendo. En cuanto a Flores, continuó la labor insidiosa de utilizar a gente importante de la expedición para hacerle desistir a Pedro. Y hay algo que da pie para pensar que Sarmiento podría ser demasiado obcecado, de piñón fijo. Quizá sus contrarios tuvieran parte de razón, intuyendo que la empresa estaba condenada al fracaso. Me siembra la duda el hecho de que uno de los que mediaron a favor de Flores fue el que iba con el nombramiento de gobernador de Chile, el prestigioso Sotomayor. Oigamos a Pedro: “Le envió a don Alonso de Sotomayor como amigo que se fingía de P. Sarmiento, el cual comenzó a aconsejarle como marinero sin  serlo, y le contestó que no le tratase de tan vil y baja cosa quien fuese su amigo, que antes perdería mil vidas que consentir en tal bajeza. Y con esta respuesta se fue bien triste. Y, porque sin el parecer de P. Sarmiento no se podían tornar honestamente, trataron otro modo bien desordenado para empachar el viaje (que mañana veremos)”. Adío, caro babbo.
     - Como en las películas antiguas: “Continuará”. Y se llenará el salón, hijo mío: ten fe.



    Año 1582. En la costa brasileña de Santa Catarina, Sarmiento recogió a fray Juan de Rivadeneyra (con algún compañero) de una pequeña nave asaltada por el pirata Edward Fenton en el Río de la Plata. El frailuco iba a España con una carta de Juan de Garay anunciando (nada menos)  la fundación de B. Aires. Una nave de la flota de Fenton se separó, al mando de otro “patapalo”: John Drake, sobrino del gran Francis. Naufragó, y, en territorio uruguayo, toda la tripulación fue esclavizada por los indios “charrúas” (les han tomado el nombre los futboleros de Uruguay). Jhon y otros dos hicieron la machada de huir en piragua hasta B. Aires. Fueron apresados y enviados a Lima para que los juzgara la inquisición, lo que dice mucho del respeto protocolario de aquellos españoles. Acusados de luteranos, John Drake y John Butler  fueron ejecutados. Otro impresionante guión de película. Serían piratas, pero también heroicos personajes.


sábado, 20 de febrero de 2016

(181) - Lucha, compañeiro, y seguirás joven de espíritu: arrugado,  pero ectoplásmico como yo. Gaudeamus, igitiur, juvenes dum sumus.
     - Certo, babbo, “y todas las mañanitas volverá la aurora”. Pero nunca podré estar a la altura de Pedro Sarmiento.  Su cabreo por el exceso de carga de las naves hizo mella, y Flores ordenó que se desembarcara el palo de Brasil, pero por la noche volvieron a meterlo en la nao que más le preocupaba a nuestro héroe: la Riola. Nueva protesta de Pedro. “Y le tomó tanto odio Diego Flores que, contra lo que Vuestra Majestad mandaba  -que fuesen juntos- le hizo embarcar en otra nao. Partió esta armada de 16 naos deste Río de Janeiro, y en el primer viento que hubo se perdió un bergantín que Diego Flores, contra la voluntad de Sarmiento y el piloto Antón Pablos, había echado al agua, a pesar de que la mar era gruesa y trabajosa incluso para las naos grandes. Y después Diego Flores lo vio claro, que  no se hartaba de santiguarse, y, en habiendo tormenta, luego se metía debajo de cubierta”. Vino enseguida la tragedia. Continúe el mosén.
     - Fue patético, pequeñuelo. Así lo cuenta: “Estando en 38 grados (de latitud), la nao Riola, sin tormenta, una noche comenzó a hacer mucha agua; hizo gran farol y acudieron las naos, la acompañaron toda la noche y cada vez iba creciendo el agua. Siendo ya de día, Diego Flores hizo vela; parecía que se quería acercar a la Riola para le tomar la gente y repartirla, que bien se podía hacer; le dijeron que se iban al fondo y que les socorriese, pero, sin responderles, pasó adelante huyendo de la Riola y de un poquillo de viento oeste que comenzaba a ventar. Luego la Riola y las demás  dieron vela tras él, y todas la dejaron menos la nao Begoña, en que iba Sarmiento y el capitán Rada, y la nao almiranta de Diego Ribera, que la fueron acompañando a la popa, cerca, animándolos. Y alcanzadas las naos que iban delante, Diego Flores dio más vela y huyó más que antes por no socorrerla, y así la dejaron desamparada. Y el almirante y Pedro Sarmiento  no pudieron alcanzar las otras naos por no tener navíos veleros. Las perdieron de vista y quedaron solos. Y al otro día hallaron la expedición, y les hicieron saber saber que aquella noche había ido al fondo la nao Riola ahogándose toda la gente, que eran más de 350 personas; Dios haya misericordia de sus ánimas. Y se perdieron infinidad de pertrechos y municiones, porque era nao grande, de más de 500 toneladas. Estas lástimas sucedieron por nuestros pecados y negligencia de Diego Flores, amedrentado sin tormenta, ni consejo ni fuerza”. Patético. Y más todavía sabiendo que en aquel viaje no solo iban “conquistadores”, sino muchos colonos, bastantes de ellos con sus mujeres e hijos. Costosísimo precio el de la aventura de Indias. Pax tibi, filiolus.
     - En la expedición iban valientes y cobardes, pero todos vivieron el horror. Cia, caro reverendo.



     El gallego-bilbaíno Pedro Sarmiento de Gamboa (que se haga un panteón de hombres ilustres solo para él) recaló repetidas veces en Río de Janeiro. Aquellos aventureros se “jartaron” de proezas y de la belleza impresionante de Indias, pero, ¡mamma mía!, qué manera de sufrir. Fueron extraordinarios porque vivieron en circunstancias de altísima tensión. No lo olvides, pequeño funcionario (ni los juzgues).


viernes, 19 de febrero de 2016

(180) - Sigue, delicado trovador, contando el culebrón de Sarmiento.
     - Buona notte, dolce Sancio. El heroico Pedro estaba pasando las de Caín en Río de Janeiro, con mucha gente enferma. El historiador Ernesto Morales (chileno, y no español, tenía que ser, dita sea) comenta acertadamente que  “desde la partida, todo se conjuró contra esta expedición; los dioses no le eran propicios (como diría Homero, que habría sido un cronista digno de narrarla)”.  Y Sarmiento continúa contándonos que, dadas las dificultades y la proximidad del mal tiempo, se decidió permanecer allí hasta noviembre. Dedicó a sus hombres a hacer dos casas montables de madera destinadas al Estrecho, sobre todo “para evitar la ociosidad, que es causa de malos pensamientos y no buenas obras”. Flores Valdés dio el visto bueno, pero cambió de idea y las transformó en arcones para trasportar sus cosas. En esa situación, lo primero que naufragó fue la honradez de muchos de los expedicionarios, que se dedicaron a un robo sistemático del equipo y bienes que iban en las naves “para las fortificaciones y poblaciones del Estrecho, todo lo cual vendieron en tierra, que aun los vecinos que lo compraban tenían vergüenza y dolor de ver la perdición”. Sarmiento puso vigilantes en las playas, pero no tenía autoridad para castigar a los ladrones, de forma que se los entregaba a un Diego Flores que “de todo se reía, procurando deshacer la jornada, representando a todos los viajeros temores e imposibilidades, y diciéndoles que morirían de trabajo y de hambre. Lo cual fue cosa que muchos se huyesen y se escondiesen por las  montañas”. Añade que muchos oficiales iban comprando cosas con la idea de volverse cuanto antes a España. Termina la faena, Sancho.
     - Gracias hijo mío. A punto de partir de nuevo, la situación no podía ser más amenazante. “Todos los navíos se pasaron de gusano y broma (pequeño molusco), que cuece la madera y jarcias; estaba la mayor parte hecha ceniza, y hasta el hierro con las manos se podía deshacer”. Lo arreglaron como pudieron, “mas luego las naos comenzaron a hacer agua por muchas partes, con mucho temor de todos”. Se abandonó una de ellas. Sarmiento avisó de que “otra nave era feble (débil) para su gran tamaño y la mar de altura gruesa, por lo que se la debía abandonar”. Pues, ni caso por parte de Valdés: ya veremos lo que pasó. Los que iban al mando habían cargado en exceso las naves con palo de Brasil (apreciado por su tinte). “¿Qué se puede colegir sino que llevaban intención de que con el primer viento sur arribarían a España (sin ninguna intención de ir al Estrecho)?. Siendo soldados, lo que tenían que hacer era llevar los navíos desembarazados para la gente y ligeros para correr y sobreaguar tormentas. Y sabido esto, Pedro Sarmiento lo blasfemó (maldijo) y reprendió públicamente”. Ciao, carissimo dottore.
     - Qué heroico perdedor: nadie como él se levantaba de la lona. Adío.



     Juguemos con las palabras, santo varón. Este tronco esbelto y rojizo es el árbol conocido como palo de Brasil. En Europa se denominaba  tradicionalmente brasil a un tinte muy apreciado, y el árbol lo proporcionaba generosamente; se lo bautizó así y terminó por dar nombre al país donde tanto abundaba: Brasil. Por su mucho peso, fue la causa de numerosos naufragios de barcos que sus avariciosos dueños habían cargado en exceso. Sarmiento lo sabía muy bien. Y también sabía los estragos que hacía en la madera de las naos un molusco agusanado llamado “broma”; en la foto se lo ve en plena tarea bajo el agua. Como esto era una “faena”, broma tomó el sentido de algo muy molesto, y, más tarde, el de burla, suave o pesada. (Ya podéis salir al recreo, hijos míos).




jueves, 18 de febrero de 2016

(179) - Tu querido Sarmiento es sorprendente, sentimental mancebo. Indirectamente, le lanza una pedrada a Valdés. Resume lo mínimo.
     - Pedro es un artista, docto Sancho, diciendo mucho con pocas palabras. No lo veas como un “acusica”: ten en cuenta que está solo contra el mundo. El pasaje no tiene desperdicio; es como un flash vivo de aquella época. Dice Sarmiento (saltando de la 3ª a la 1ª persona) que, “con palabras dulces y secretamente trataba de animarle (a Valdés) mostrándole el bien que se recibiría poblando aquellas tierras (del Estrecho), y respondió tan mal que dijo que no sabía con qué título tenía el rey las Indias. Y viendo Sarmiento una brutalidad tan grande, y queriéndole convencer, cada vez se exasperaba más. Entonces le hice patentes todos los títulos divinos y humanos que V. M. tiene a las Indias, como fray Francisco de Vitoria (dominico humanista: se le considera el fundador del  derecho internacional) en sus Relaciones escribe, y otras muchas más que yo abrigué cuando hice la probanza del Perú de las behetrías antiguas (libertades que tenían los primeros pobladores) y tiranía de los incas (cuando lo ocuparon), de que envié a V. M. su historia antigua por escrito y pintura, a través de (¡atención!, todos en pie y destocados) don Francisco de Toledo, Mayordomo de vuestra Real Casa, que tanto trabajó en paz y en guerra y visitas generales durante su virreinato de Perú. Y todo esto no bastó a persuadir a Diego Flores. Pedro Sarmiento le mostró la bula y  motu proprio del papa Alejandro VI, que fue la primera concesión de las Indias a los muy altos Reyes Católicos, de gloriosa memoria, bisabuelos de V. M., y a sus sucesores. Y, diciéndole que quien contradijese aquello, contradecía la potestad del Papa y mancillaba la conciencia real, y era sospechoso en ambas cosas, calló y no concedió. De lo cual se puede colegir con cuánto amor andaba en el real servicio de V. M.”.
     - Respira un poco, abuelete: te tomo el relevo. Sarmiento solo tenía un móvil en su vida: servir al rey y a su país. Llegaron a  Río de Janeiro en marzo de 1582, y continuó el sufrimiento: “estuvieron allí hasta fin de noviembre, donde murieron muchos que ya venían enfermos, y enfermaron otros muchos más de un mal del sieso (parte final del intestino), que es peste de aquella tierra, fácil de curar entendiéndose, y, si no, pasados dos días, mata con bascas (náuseas)”. Como de costumbre, Flores no estuvo a la altura. El gobernador y los vecinos ayudaron con lo que pudieron. “Y así murieron más de 150. Y otros, viendo esto, huyeron. Pedro Sarmiento, viendo el peligro en la mano, hizo alojar a los pobladores por las casas de los vecinos de la tierra, donde fueron curados, y solo murieron cuatro”. Se ocupó de los oficiales enfermos “a los que medicinaba, y no murió sino uno de más de 50”. Be happy, my dear.
     - If possible, as you in Quántix. Muy didáctico Sarmiento. Bye, bye.



     ¡Río de Janeiro! Qué hermosa bahía. Al piadoso Pedro Sarmiento le habría encantando verlo así, bajo la sombra de  Nuestro Señor. En su trágica aventura, tuvo que recalar maltrecho varias veces en estas acogedoras aguas, entonces españolas. Se sentiría orgulloso como un romano, dueño del mundo. Su rey, Felipe II acababa de añadir a su imperio el de Portugal enterito, y permanecieron unidos ¡durante sesenta años! En 1640, la nobleza portuguesa dio un golpe de estado y puso en el trono luso al Duque de Braganza, con el nombre de Juan IV. Bye, bye: fue bonito mientras duró.


miércoles, 17 de febrero de 2016

(178) - Buenas noches, rey del Parnaso. Se te cae la boba por el maravilloso y extenso comentario que ha hecho sobre el libro de mi biografía un verdadero entendido en la materia. Pídele que te deje poner en Facebook un extracto de esa delicia, ocultando al autor.
     - Hello, daddy: estoy emocionado y agradecido hasta las lágrimas; lo haré. Me siento casi un pequeño Sarmiento, que, aunque siempre estaba con la cruz a cuestas, tuvo también enormes alegrías. Sigamos con él. Ya vimos que durante más de dos meses tuvo que hacerse cargo de todo para rehacer la casi desbaratada flota, mientras Flores Valdés  y los otros oficiales “se holgaban por que la armada se deshiciese”. El rey le escribió a Flores animándole a seguir al mando de la flota, porque “estaba falto de voluntad, pero, temiendo que iban a nombrar a otro general, aceptó por miedo lo que  le negaba (al rey) por halagos. Y esto lo hizo con tanta tibieza que todos juzgaron que nunca había deseado llevar a efecto la jornada (expedición)”. Cuando por fin  partieron (9/12/1581), la impresionante armada se componía de 16 naves y 3.000 pasajeros, entre ellos el gobernador de Chile Alonso de Sotomayor con 600 soldados (hablaremos de él). Flores tuvo la infantil mezquindad de soltar amarras sin esperar a Sarmiento,  que se vio obligado a seguirle en una barca alquilada, “y le fue  a alcanzar muy metido en la mar, y viéndole pagar al barquero, se rio”. Llegan a Cabo Verde en enero de 1582, y Pedro nos enseña algo de historia: “Hallamos a los portugueses (Felipe era su rey desde 12/09/1580) a devoción de V. M., porque el gobernador Gaspar de Andrade, como letrado y buen cristiano, los había convencido de ser V. M. su señor natural y legítimo heredero de Portugal”. Y aprovecha la circunstancia para apuntarse méritos: “Como Pedro Sarmiento lo había hecho cuando, viniendo del Estrecho, defendió esas islas de los corsarios franceses, peleando con ellos dos veces, y la una a ruego de este gobernador, y los echó de aquel contorno, aunque el obispo de allí estaba de otra intención”. El hiperactivo Pedro hizo una memoria de la situación de la isla y sus posibles mejoras. Se la envió al rey, pero Flores la interceptó para ocultar sus merecimientos, “barruntando V. M. ser malicia que recibiera cartas de Diego Flores y no de Pedro Sarmiento, como lo dio a entender. Y en el camino hacia Río de Janeiro, enfermaron muchos y murieron más de 150 (la muerte, eterna compañera en Indias). Pedro Sarmiento hizo lo que pudo, enviando a los otros navíos, de su despensa, lo necesario a los pobladores, pesándole tanto a Diego Flores que casi se lo quería impedir. Y era tanta su sequedad e incaridad que, al saber que un poblador de otro navío había muerto, dijo allí luego que ojalá se muriesen todos. Lo que fue notable escándalo a los que lo oyeron”. Ciao, viajero cósmico.
     - Celebremos, antes de que yo parta, esa  oportuna crítica con buenos puros y ríos de champán.



      Esa belleza es lo que Sarmiento, al descubrirlo, denominó Volcán Nevado; en realidad era un monte. Casi tres siglos después, el almirante inglés Philip Parker King llegó por esa zona con una flota que hizo un gran trabajo cartográfico, y se hinchó a poner nombres sajones por todo el territorio, incluso llamando paso de Drake unas aguas por las que jamás navegó el ennoblecido pirata. Pero Philip conocía a los grandes marinos de la historia, y, como un gentleman, tuvo el noble gesto de bautizar el bello pico nevado como   Montaña Sarmiento. Poco después pasó por allá Darwin (ejemplo de hombre religioso torturado por las inapelables verdades científicas) y comentó que ese  monte era el más sublime espectáculo de la Tierra del Fuego. Pues, gloria a los tres, Sarmiento, Parker y Darwin.


martes, 16 de febrero de 2016

(177) - Good night, my big writer. Pobre expedición: empezó fatal.
     - Welcome, reverend. Ya antes de embarcar, Pedro tuvo que soportar bastantes mezquindades de Flores Valdés, “y todo lo disimuló por hacer pacíficamente el servicio de V. M.”. Lo grave vino pronto: “El Duque de Medinasidonia  hizo salir por fuerza esta armada (el 25/09/1581) contra la voluntad de los pilotos, de Diego Flores y de Pedro Sarmiento, el cual le dijo al duque que aquella salida era contra razón de buenos marineros, porque era víspera de conjunción de la primera luna de otoño, que, en aquel mar, suele despertar vientos peligrosos, que echan los navíos sobre las arenas gordas (probablemente la temida barra de Sanlúcar). Y no lo pudo poner en razón. Y, como poderoso, echó fuera la armada, y dende a tres días, saltó el viento furioso, y, sin poder navegar a norte ni a sur, todos comenzaron a arribar a la costa. Y mandó Diego Flores echar a la mar las áncoras. Pedro Sarmiento lo impidió e hizo adobar la popa de la nao por donde entraban grandes golpes de agua. Arribaron a Cádiz, con mucho trabajo, 18 naos. La nao Gallega fue absorbida por la mar sin escapar hombre della. Otras cuatro se perdieron en Rota y se ahogaron 800 (!) hombres que iban en ellas. Y cierto que la Galeaza se perdiera también si se hubieran echado  al mar las áncoras. Diego Flores quedó tan atronado y turbado que no supo dar mano ni orden en cosa del mundo, sino en querer que le excusaran de ir a la jornada (al viaje), como sabe V. M.”. Pedro se dedicó de inmediato a reponer todo lo perdido, pasajeros incluidos, y se queja de que algunos robaban sin ser castigados. Pone un claro ejemplo de fomento de la corrupción. Cuéntalo tú, ejemplar clérigo.
     - Touché, sarcástico jovencito. Lo que dice Sarmiento es verídico, pero nunca sabremos si se pasaba de puritano, o, al menos, de poco diplomático. Lo cuenta así: “El sargento mayor halló en la costa a un maestre con ciertas cosas robadas que se le resistió con violencia. Sabido por Diego Flores, llamó al sargento y le reprendió diciéndole que dejase hacer a los maestres, pues había de estar con ellos si quería ser aprovechado. Y, aunque hasta entonces este sargento andaba limpio, aprendió bien esta lección, pues, entrando en la armada sin un real, salió della con muy buenos talegones dellos, y se apartó de la familiaridad de Pedro Sarmiento juntándose a la cofradía de los enriquecedores de sus bolsas”. Prosiga Vosé.
     - Con vuestra venia, doctor. Pedro contra el mundo: también parece creíble que solo su cabezonería y su sentido del deber y el honor pusieron en pie de nuevo el proyecto (que el rey seguía interesado en realizar). Diego Valdés continuaba a la contra, como una rémora destructiva,  mientras crecía la impaciencia por parte de los enrolados; y así estuvieron durante más de dos meses en tierra. Qué grandeza la del gallego-bilbaíno. Mañana más.
     - Como la de tus  neuronas, eminens historiator. Sayonara, baby.





     En Punta Arenas (Chile), al borde del Estrecho de Magallanes, quedan dos recuerdos entrañables de Pedro Sarmiento de Gamboa. Ese monumento, que parece un ingenuo paso de procesión, lo representa sujetando el estandarte y señalando la orilla que van a poblar; hay una mujer, alborozada porque cree que llegan a la tierra de promisión, al lado de su marido, un aguerrido colono, y de su hijo, que cuida de unas prometedoras cabras. La otra foto es de 1954, en un desfile de los niños de la Escuela Pedro Sarmiento de Gamboa (de claro mestizaje); exhiben su pendón con el rostro de Pedro sobre una bandera española. Quántix, donde residimos los ectoplasmas, es el reino de la risa, pero no sé, pequeñín, cómo voy a hacer para que el duro Pedro deje de llorar.








lunes, 15 de febrero de 2016

(176) - Llegó la hora. Que el Señor nos coja confesados. Vas a resumir toda la crónica que hizo Sarmiento, y haces bien: te diste un palizón transcribiéndola y el documento tiene un gran valor. Adelante, pues.
     - Y además, querido preceptor, Sarmiento se lo merece más que nadie, porque a semejante fueradeserie la historia solo le ha pagado con olvido. Su larga comunicación (que no tiene desperdicio) se la mandó al rey en 1590, cuando quedó libre de su presidio en Francia. Se muestra “pelota” con el monarca (solo ante él agachaba la cabeza), y tan cristiano como furibundo antiprotestante,  agradeciéndole  “las inmensas mercedes que le ha hecho redimiéndole de la cautividad y poder de los infernales ministros del demonio, que son los heréticos de Gascuña (en realidad Felipe no hizo –y tardó años- más que pagar el rescate con los salarios que le debía)”. Le recuerda cómo le encargó ir al Estrecho de Magallanes para hacer dos poblaciones, genial idea de Sarmiento, para cortar así el paso a “los ladrones corsarios (como Drake) y predicar el santísimo Evangelio a los idólatras indios, que es lo que V. M. de principal intento pretende (peloteo), atrayéndoles a reconocimiento y vasallaje de V. M. por medios justísimos y santos (más peloteo)”. Dice que escribe ahora porque se perdió gran parte de los papeles que le mandó al rey desde Brasil, que alguien  destruyó, habiendo robado también los corsarios ingleses ciertas cartas “que yo hallé en poder del almirante de aquella tierra (nada menos que el corsario sir Walter Raleigh, al que conoció cuando le llevaron preso a Inglaterra)”. Hábilmente (o muy sinceramente), le dice al rey: “Manifiesto que en lo que aquí se dijere no se pretende detractar a ninguna persona, salvo solo dar cuenta a quien es obligación darla, lo cual  no es posible hacerse sin nombrar a personas que son los ministros de la obra”.  Le habían nombrado a Pedro gobernador del estrecho, pero quien tendría el mando supremo durante el viaje era Diego Flores Valdés. Fue, por tanto, a Sevilla para organizar toda la expedición. Primer encontronazo con Flores Valdés. Nos lo cuenta en tercera persona: (Viendo que se elegían naves frágiles) “lo procuraba evitar y dio aviso dello a V. M. Por lo cual Diego Flores tomó tanto odio a Pedro Sarmiento que lo mostraba contradiciéndole públicamente en todo, y especialmente impidiendo el pago que V. M. mandó que se hiciera a los soldados y marineros que con Sarmiento habían venido del Perú por el Estrecho”. Luego Diego se marchó de Sevilla sin dar explicaciones y Pedro tuvo que hacerse cargo de todo por orden del presidente de la Casa de Contratación, que “se quedó atónito, y dijo que, pues aquello hacía allí, tenía mal concepto de lo que haría durante el viaje”. Con su habitual sentido de la responsabilidad, preparó las cosas a conciencia, hasta “hizo las cartas de marear por su mano, y los demás útiles de navegación, trabajando cuanto pudo, de lo que V. M. mostró servirse”. Este fue el aperitivo del atracón de calamidades que le esperaba. Ciao, caro.



     A Francis Drake le hicieron este retrato en vida. Navegó desde los 13 años. Se dedicó al tráfico de esclavos negros, y se convirtió en un héroe nacional inglés (y en Sir) porque a la reina Isabel le gustaba el trabajo sucio de violar ridículamente las treguas con España utilizando el picoteo de los ataques piratas. Ya sabemos que fueron las andanzas de Drake por el Estrecho de Magallanes las que dieron origen a la expedición de Pedro Sarmiento. Dicen que este osado pirata fue el segundo que dio la vuelta al mundo; mentira podrida: solo tuvo el honor de ser el primer inglés que lo hizo cuando ya varios españoles habían repetido el viaje (como Urdaneta). Drake tomó parte en la batalla  contra la Armada Invencible española, y ganó; pero le pusieron al frente de la inmediata réplica de revancha inglesa, y fracasó estrepitosamente en nuestras costas. Pretendió instalar después una colonia en Panamá, y terminó el empeño en un nuevo desastre que le costó la vida (año 1596).



domingo, 14 de febrero de 2016

(175) - Culebrón habemus, eminentísimo Decano de la Facultad de Historia: nos vamos a meter hasta el cuello en la gloriosa, desastrosa y grandiosa aventura de Pedro de Sarmiento. ¿Listo?
     - Todo preparado, jefe áulico. Seguiremos su propia crónica, y nos van a acusar de parciales, pero es lo que tenemos; además, en lo esencial, el testigo resulta creíble. Hay un protagonista que sale muy mal parado, porque, aun rebajando las críticas de Pedro, da una pobrísima imagen; el caso es que, no solo su catadura moral, sino también su competencia profesional resulta dudosa. Se trata de Diego Flores Valdés, nacido en Las  Morteras, un barrio de Somiedo (Asturias), hacia 1530 (más o menos, de la edad  de Sarmiento).
     - Aunque, mon petit, hemos de reconocerle grandes méritos por su larga experiencia marítima, los importantes puestos que ocupó y el simple hecho de vivir en aquellos ambientes tan borrascosos, donde estaba siempre presente la amarga sombra de la muerte. Pero en el tribunal de la historia, ha quedado manchado por sus errores y sus cobardes egoísmos (nos van a prohibir visitar Las Morteras).
     - De acuerdo: a cada uno lo suyo. Con solo veinte años, ya navegaba por las bélicas aguas del Canal de la Mancha transportando tropas y equipo a las conflictivas tierras de Flandes. Se lo piensa mejor, y va a Sevilla, donde se enrola como piloto de los viajes a Indias. Sigue ascendiendo: todavía casi mancebo (25 años), ya es un flamante capitán de nao incrustado en la expedición (arriesgada, como todas) que trasportaba por el Atlántico al gobernador de Chile y al virrey de Perú en 1555. Diez años más tarde, demostró valía y audacia en un problema terrible. Un grupo de hugonotes franceses, protegidos por soldados compatriotas suyos, cometió la insensatez de instalarse en La Florida, territorio español, y a Felipe II el insulto amenazante de los “herejes” le revolvió el estómago. Para arrancarlos de cuajo, puso toda su confianza en Pedro Menéndez de Avilés, militar expeditivo y de demostrada eficacia, que, curiosamente, contó con su paisano asturiano Diego Flores Valdés para que fuera el segundo en el mando, y acertó, porque esta vez se portó magníficamente. Llegaron a la zona y el fuerte de los hugonotes  no resistió ni la primera embestida. Por orden del rey, los degollaron a todos menos a los que eran católicos. Una y no más: ningún otro europeo se atrevió a repetir semejante provocación.
     - Y que nadie se ría del apellido Flores, pequeño bromista, porque no se trata de una cursilada: es una variante de Fruélez o Fróilez. Con esto, hemos hecho la presentación del que va a sacar de quicio a Sarmiento durante todo el viaje. Dorme bene, piccolino.
     - Tanta epopeya olvidada: somos ingratos. Quántix te espera. Ciao.


     Felipe II: a este gigante los franceses le hicieron la peor provocación, ocupar territorio en Florida y poblarlo con hugonotes. Nunca reaccionó de forma más implacable: mandó destruir el pequeño fuerte y degollar a todos los odiosos “herejes”. Pedro Menéndez de Avilés (of corse, asturiano) fue el encargado de llevar a cabo el “trabajito”, y lo hizo rápido y a la perfección. Su paisano Diego Flores Valdés (la pesadilla de Sarmiento) iba con él; esta vez actuó tan heroicamente que el rey lo nombró caballero de Santiago.

     Fotos 1 y 2: Los gringos le han dedicado una estatua a Pedro Menéndez, a pesar de la terrible historia; tal “olvido” se debe a que están orgullosos de que fundara su población más antigua, San Agustín, y la misión Nombre de Dios; con cierto pudor, no se han atrevido a precisar que, en inglés, el nombre  de la capilla sería el de Our Lady of  “the Milk”.



sábado, 13 de febrero de 2016

(174) - No te rindas jamás, sensible jubileta: mírate en el espejo de Sarmiento, que no tuvo descanso en esta vida. Tras su fantasmal salida por el solitario estrecho de Magallanes, puso rumbo a España, sin que los piratas le dejaran en paz.
     - Okay. También su sentido del humor me viene al pelo. Después de liarse a cañonazos con corsarios franceses, les hizo huir, y llegó a Cabo Verde, donde no se creían que vinieran del estrecho.  Y comenta  socarrón: “Fue todo el pueblo a vernos, y en decirnos malencarados no exageraban, porque, además de no ser muy adamados de rostro, no nos habían dejado muy afeitados (maquillados) la pólvora y el sudor de los arcabuzazos de poco antes, y veníamos más codiciosos de agua que de parecer lindos”. Llegado después  a la Corte, empezó a organizar su gran ilusión: volver y poblar sólidamente en la ribera del paso de Magallanes.
     - Alto ahí, petimetre: un momento de publicidad para otro personaje; que nadie ose cambiar de sintonía: volvemos en un minuto. Si no me desahogo hablando de un ilustre casi desconocido (vaya pago histórico que les habéis dado a aquellos campeones), el cartagenero Juan Fernández, puedo liarme a excomuniones. Gracias a él, por ejemplo, Sarmiento pudo descender por la costa chilena como un bólido. Anteriormente se navegaba hacia el sur con una desesperante parsimonia por la rémora de lo que ahora se llama la corriente de Humboldt (otro insigne), uno de esos “ríos” que circulan dentro de los mares. Juan sospechaba que, más al oeste, cesaba su influencia, y acertó, con tanto beneficio que el trayecto, que requería tres meses, se redujo a uno. Para mayor fortuna, descubrió varias islas frente a Chile, primero las que bautizó como Desafortunadas, y al ladito otras conocidas hoy como Archipiélago Juan Fernández (menos mal). A las mayores  de estas últimas las llamó “Más Afuera” y “Más a Tierra”, sin romperse mucho la cabeza, y así se conocieron hasta 1960, triste momento en el que las autoridades chilenas (sin duda con la mente nublada por la resaca de una noche de desenfreno) cometieron la frivolité de ponerles la denominación de “Alexander Selkirk” y “Robinsón Crusoe” respectivamente. El “crimen” se debe a que les parecía un buen reclamo turístico. El escocés Selkirk fue uno de de esos marinos (en su caso, pirata) que, cuando se ponían insoportables, eran abandonados en una isla desierta (“ahí te pudras”). Vivió solo en “Más a Tierra” hasta que lo recogieron tras 4 años (1709) otros corsarios,  ya medio trastornado. Daniel Defoe noveló su drama en 1719 inventándose a Robinsón Crusoe; “et voilà”: ¡viva la cultura!
     -  Solo añadir, reverendo, que corrió el rumor de que la rapidez con que viajaba Juan Fernández era brujería, y le rondó la Inquisición, pero sin consecuencias (qué brutos erais). Mañana más. Ciao, caro.



     Juan Fernández tuvo doble fortuna: no solo comprobó que la corriente Humboldt era como un río pegado a la costa en dirección norte, sino que, cuando atravesó ese cauce, se encontró con que los vientos alisios soplaban hacia el sur, dando gran velocidad a las naves. La segunda isla en tamaño es la que han llamado  Alexander Selkirk (mamma mía), aunque este pobre diablo vivió en la otra, la Robinson Crusoe (santo Dios).  Si bien Defoe se basó en esa historia, situó al náufrago de su famosa novela en una zona próxima al Orinoco (que ya es desviarse). Pero vean vuesas mersedes qué fermosura acuática.