viernes, 26 de febrero de 2016

(187) - Estamos perdiendo el tiempo, pequeño mío: las tertulias son sabrosas, pero deberíamos dedicarnos al cine; tú de sensacional guionista y yo de director cuántico. Tendríamos una cantera inagotable con los fabulosos personajes de Indias. Un bombazo.
     - Aunque la mina es inmensa y de oro puro, bajemos de las nubes, soñador ectoplasma. Nosotros, a lo nuestro. Estábamos con la 2ª carta de Alonso de Sotomayor. Está convencido de que “don” Luis, su hermano mayor, se merece un  puestazo, y también “llora” por él al rey, diciendo que “está muy mal aquí, siendo persona de tales y tan buenas partes, y se me agua mucho viéndole tan sin autoridad y que haya partido de España sin que V. M. hubiera bien entendido lo que él es y cuán conveniente para cosas más graves que las que traemos entre manos”. Y abogando por sí mismo, le insiste una vez más al rey para que le permita volver a España, porque “en partes tan remotas, donde se ofrecen tantos tropezones, no me hallo capaz para acertar a servir a V. M. como siempre lo he hecho (sin embargo, luego llevó a cabo su misión primorosamente)”. La carta la envió desde el Río de la Plata. Tu turno, querido cineasta.
     - Mi piace, piccolino. Tercera carta; la escribe siete meses después (26/9/1583). Había estado retenido 5 meses en Mendoza sin poder atravesar los Andes por la nieve. Su hermano Luis, con el resto de la tropa, se reunió con él en agosto (todos hechos polvo), con la moral bajo mínimos por las protestas de sus hombres, muchos de los cuales, desanimados por los negativos consejos de los propios funcionarios de Santa Fe, querían huir hacia Potosí. Alonso le pide al rey que castigue a los cizañeros, y se deshace en alabanzas a su hermano. Le cuenta, asimismo, que en agosto escogió a dos heroicos ‘voluntarios’ para el siguiente ‘picnic’: “Desde Mendoza procuré en julio aventurar (nunca mejor dicho) dos soldados a que pasasen la cordillera con despachos míos para Chile y aviso de mi llegada, y con las noticias que tenía de (piratas) ingleses. Estos despachos pasaron y causaron grandísimo contento a todo el reino. En setiembre, después de estar esperando si la cordillera se abría, me determiné pasarla. Llegué a Santiago el día 19, y fui recibido con gran contentamiento. Plegue a Dios que acierte yo a dárselo (al rey), que hallo grandes dificultades, con los naturales (en este caso, españoles) muy consumidos por la guerra continua de tantos años (con los araucanos) y las excesivas tasas”. Ve el panorama negro porque tendrá que apretar más a la gente para poder triunfar en la lucha contra los nativos. Se cura en salud; le ha pedido ayuda a la Audiencia, “y, si socorre, sin duda esta guerra tendrá fin, e si no, acabaremos de desengañarnos y V. M. será servido encargarla al virrey de Perú”. Le explica su estrategia: “No alzar la mano hasta acabar la guerra, y hacerlo como la de Granada”. A rivederci.
     - Alonso termina entusiasta. “Crea V. M. de mí que, cuantas más dificultades veo en la guerra, más me consuela el haber venido a ella, con la confianza que tengo en Dios”. A domani, caro Sancio.



     Imagínemos la escena, compañeiro. Pura lógica militar. Sotomayor reúne a la tropa. “A ver, dos voluntarios: tú y tú. Sois mancebos fuertes y valientes. Vamos a estar atascados por la nieve aquí en Mendoza varios meses y es necesario llevar unos despachos urgentes a Chile. El deber me exige aventuraros (como si arriesgara dos mulos) a que atraveséis esas montañas que tenemos enfrente. No intentéis pasar por la cima porque son más de 6.000 metros. Ni partáis sin  reconciliar previamente vuestras ánimas  con Dios mediante la confesión. Si conseguís llegar hasta Santiago de Chile, os llenaréis de gloria”. Ya: pero Alonso  no tuvo siquiera el detalle de revelar sus nombres; el eterno y triste anonimato  de los soldados rasos, todos ellos, sin embargo, sufridos y heroicos.



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