(166) - Bienvenido, Sancho; estoy más deprimido que un poeta
abandonado: ¿y si tertuliamos tú y yo solos, sin cansar al personal?
- ¡Vade retro!, medrosa mujeruca. Somos como la rosa, de exquisito
aroma y sublime belleza; nuestro sitio es el camino: tenemos sentido aunque
nadie pase o nos tengan en poco (que no es el caso, ambicioso malandrín).
¡Sursum corda!
- Okay, daddy: eres un
duro coach, pero, contigo, al fin del mundo. Como aquellos locos del Pacífico:
siempre hacia delante. En cuanto Elcano apareció por Sanlúcar, Carlos V movió
pieza en la partida de ajedrez que jugaba con Portugal: se propuso disputarles
las Molucas, para donde partió una flota (7 naos y 450 hombres) el año 1525,
bajo el mando del comendador de la orden de San Juan García Jofre de Loaysa, y
con un piloto mayor que “sabía algo” de esa ruta, Juan Sebastián Elcano. Aunque
llegaron a su destino, fue un desastre de viaje: estos dos ilustres murieron de
enfermedad en la única nave que les quedaba, poniéndose al mando otro vasco de
excepcional relieve y singular
biografía, Andrés de Urdaneta (volveremos a hablar de él). ¿Qué pasó tras el
fracaso, dottore?
- Mírate en ellos, pequeñín, y no tires nunca
la toalla. Aparece en escena Cortés, que, aunque después de lo de México, la
fortuna le dio la espalda, distinguía como nadie y al instante un objetivo
tentador. Consiguió permiso del rey para financiar otra expedición destinada a ayudar a los compañeros de Loaysa y con otros
objetivos menos generosos. Puso al frente a un primo suyo, Álvaro Saavedra
Cerón, que había participado en uno de los actos más censurables de las
andanzas de Hernán, la busca, captura y ejecución de Cristóbal de Olid (uno de
sus mejores capitanes en la conquista de México) por haber tenido veleidades de
rebelión en el territorio de Honduras. Prosiga el mancebo.
- Como era habitual, de
3 naos, se perdieron dos. Saavedra consiguió llevar algo de ayuda al resto de
la expedición de Loaysa, y, carente ya de cualquier posibilidad rentable,
intentó la machada de dar con un “tornaviaje” que empezaba a ser tan mítico
como Eldorado (acabamos de ver fracasar
en ese mismo intento a Gonzalo Gómez de Espinosa). Tras cinco meses de tortura,
las corrientes los devolvieron a las Molucas. Tomó aliento y probó suerte de
nuevo, otra vez por el camino equivocado, retornando fatalmente al punto de
salida solamente veinte hombres, entre
los que no estaba Saavedra: había muerto
en alta mar (era el año 1528). Sigamos, caro Sancio, al hilo del tornaviaje.
- Qué fácil es,
magistral académico, ser listo a posteriori. El siguiente empeño lo llevó a
cabo Hernando de Grijalva en 1537. Le había enviado Cortés por mar a Perú para
ayudar a Pizarro, pero el increíble analfabeto estaba a salvo. Por lo que, ya
puestos, a Grijalva le pareció “como de molde” darse un garbeo por el profundo
interior del Pacífico. Terminó aburrido; media vuelta y busquemos el tornaviaje:
nuevo fracaso y motín de los supervivientes, que, finalmente, lo mataron. Otros
tomaron el relevo. Hay que mantenerse siempre a flote, secre, y sin temores.
- Certo, reverendo
abate: la evolución avanza por tanteos. Ciao
El Oceáno Pacífico: qué hermoso; pero
inmenso y temible, sobre todo si vas en una cáscara de nuez. El soñador Balboa,
cuando lo descubrió, se metió hasta la cintura en la playa panameña y tomó
posesión de ¡toda su superficie!, islas y costas incluidas. Magallanes y sus cuates
sabían que la tierra era redonda, pero
no sospechaban la inmensidad de ese piélago y sufrieron lo indecible por
hambre y sed. Algunos zombis llegaron hasta Sanlúcar, completando la vuelta al
mundo. Pero, por simple que parezca, nadie conseguía dar marcha atrás con éxito
de retorno en el Pacífico, de Oeste a Este.
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