(173) - Continuemos
tertuliando, divino vate, que todo Quántix nos sigue con entusiasmo. Dejamos a
Pedro entrando eufórico en el Estrecho de Magallanes. Evidentemente tenía un
fuerte ramalazo quijotesco.
- Con la misma caballerosidad que el
manchego, docto clérigo; pero pegadito a los datos científicos: anotó muchas
observaciones náuticas y geográficas que convirtieron el paso en una ruta
segura y sirvieron para la posteridad. Nunca perdió la moral, a pesar de que la
nave de Villalobos, aprovechando una tormenta, les abandonó y enderezó el rumbo de vuelta a Perú. Él, a lo suyo: siguió
el plan previsto y, con la habitual grandilocuencia del protocolo de la época,
tomó posesión de aquellas costas del estrecho casi tan solitarias e inhóspitas
como la tornadiza luna. Lo cuenta en
tercera persona: “Saltaron en tierra, y, arbolando Pedro Sarmiento una cruz
alta, todos con mucha devoción la adoraron, y cantóse en voz alta el Te Deum
Laudamus (hermosos e ingenuos tiempos).
Pedro Sarmiento se levantó en pie, y echando mano a su espada pidió que
le fuesen todos testigos de cómo tomaba posesión de aquella tierra para siempre
jamás en nombre de la Sacra y Católica Majestad de Don Felipe, Rey de Castilla y sus anexos; y se
hizo el testimonio por ante Escribano”.
- Stop, exquisito narrador, que en esto de
Indias, en cuanto das un golpe de azadón, asoma la cabeza un personaje fuera de
serie. Hubo un andaluz, Juan Ladrillero, que no paró de fisgar por las costas
americanas del Pacífico. En 1540 fundó el puerto colombiano de Buenaventura,
hoy importante ciudad. Como los virreyes le daban muchas vueltas a la cabeza y
Juan era un marino patanegra, lo mandaron en 1556 a explorar la zona del Estrecho
de Magallanes, donde logró entrar y hacer un trabajo primoroso de exploración, así
como de estudios geográficos y étnicos. Siguió la ruta de Oeste a Este, pero no
llegó hasta el Atlántico. Las pasaron canutas: murieron todos menos él, que
también dio su último suspiro después de llegar a tierra civilizada, pero dejó
sus anotaciones, en las que recomendaba desechar la idea de poblar aquel duro y
helado yermo. Nadie volvió a intentarlo hasta que el hartazgo de la piratería y
la terquedad de Sarmiento resucitaron el proyecto. Pero su expedición flaqueaba…
- Así fue, Sancho: casi todos querían
abandonar; los pilotos le decían que era una locura seguir en aquellas
condiciones, y se contuvo para no castigarlos, porque “lo decían con pecho de
hombres llanos”. Les hizo ver que todo el sufrimiento padecido no serviría de
nada si no seguían adelante. Y continuaron avanzando, consiguiendo salir al
Atlántico, lo que les convirtió en los primeros hombres que cruzaron el estrecho
de Oeste a Este. Su viaje no terminaba allí; les quedaba atravesar el Atlántico
y llegar a la Corte, donde “el divino
impaciente” tenía que entregar todas sus abundantes notas y prepararse para el
retorno a las tierras del gélido paso marítimo. Un ejemplo puro de heroica
constancia que terminará en el mayor de los fracasos, pero dará la talla de
este glorioso perdedor. Bye, daddy.
Siente
uno vergüenza ajena, hijos míos, viendo que los chilenos no han olvidado la
memoria de estos brillantes y sufridos españoles que enriquecieron su historia,
mientras vosotros nada sabéis de ellos, salvo que las vides tienen sarmientos y
que un ladrillero hace ladrillos. A don Pedro, le han dedicado, entre otras
cosas, un sello de correos, y a don Juan (con una ese de más), una lápida,
recordando que fue el primero que, después de llegar al Estrecho de Magallanes,
puso pie en la tierra patagona para explorarla.
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