viernes, 12 de febrero de 2016

(173) - Continuemos tertuliando, divino vate, que todo Quántix nos sigue con entusiasmo. Dejamos a Pedro entrando eufórico en el Estrecho de Magallanes. Evidentemente tenía un fuerte ramalazo quijotesco.
     - Con la misma caballerosidad que el manchego, docto clérigo; pero pegadito a los datos científicos: anotó muchas observaciones náuticas y geográficas que convirtieron el paso en una ruta segura y sirvieron para la posteridad. Nunca perdió la moral, a pesar de que la nave de Villalobos, aprovechando una tormenta, les abandonó y enderezó el  rumbo de vuelta a Perú. Él, a lo suyo: siguió el plan previsto y, con la habitual grandilocuencia del protocolo de la época, tomó posesión de aquellas costas del estrecho casi tan solitarias e inhóspitas como la  tornadiza luna. Lo cuenta en tercera persona: “Saltaron en tierra, y, arbolando Pedro Sarmiento una cruz alta, todos con mucha devoción la adoraron, y cantóse en voz alta el Te Deum Laudamus (hermosos e ingenuos tiempos).  Pedro Sarmiento se levantó en pie, y echando mano a su espada pidió que le fuesen todos testigos de cómo tomaba posesión de aquella tierra para siempre jamás en nombre de la Sacra y Católica Majestad de Don  Felipe, Rey de Castilla y sus anexos; y se hizo el testimonio por ante Escribano”.
     - Stop, exquisito narrador, que en esto de Indias, en cuanto das un golpe de azadón, asoma la cabeza un personaje fuera de serie. Hubo un andaluz, Juan Ladrillero, que no paró de fisgar por las costas americanas del Pacífico. En 1540 fundó el puerto colombiano de Buenaventura, hoy importante ciudad. Como los virreyes le daban muchas vueltas a la cabeza y Juan era un marino patanegra, lo mandaron en 1556 a explorar la zona del Estrecho de Magallanes, donde logró entrar y hacer un trabajo primoroso de exploración, así como de estudios geográficos y étnicos. Siguió la ruta de Oeste a Este, pero no llegó hasta el Atlántico. Las pasaron canutas: murieron todos menos él, que también dio su último suspiro después de llegar a tierra civilizada, pero dejó sus anotaciones, en las que recomendaba desechar la idea de poblar aquel duro y helado yermo. Nadie volvió a intentarlo hasta que el hartazgo de la piratería y la terquedad de Sarmiento resucitaron el proyecto. Pero su expedición flaqueaba…
     - Así fue, Sancho: casi todos querían abandonar; los pilotos le decían que era una locura seguir en aquellas condiciones, y se contuvo para no castigarlos, porque “lo decían con pecho de hombres llanos”. Les hizo ver que todo el sufrimiento padecido no serviría de nada si no seguían adelante. Y continuaron avanzando, consiguiendo salir al Atlántico, lo que les convirtió en los primeros hombres que cruzaron el estrecho de Oeste a Este. Su viaje no terminaba allí; les quedaba atravesar el Atlántico y  llegar a la Corte, donde “el divino impaciente” tenía que entregar todas sus abundantes notas y prepararse para el retorno a las tierras del gélido paso marítimo. Un ejemplo puro de heroica constancia que terminará en el mayor de los fracasos, pero dará la talla de este glorioso perdedor. Bye, daddy.



     Siente uno vergüenza ajena, hijos míos, viendo que los chilenos no han olvidado la memoria de estos brillantes y sufridos españoles que enriquecieron su historia, mientras vosotros nada sabéis de ellos, salvo que las vides tienen sarmientos y que un ladrillero hace ladrillos. A don Pedro, le han dedicado, entre otras cosas, un sello de correos, y a don Juan (con una ese de más), una lápida, recordando que fue el primero que, después de llegar al Estrecho de Magallanes, puso pie en la tierra patagona para explorarla.



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