domingo, 14 de febrero de 2016

(175) - Culebrón habemus, eminentísimo Decano de la Facultad de Historia: nos vamos a meter hasta el cuello en la gloriosa, desastrosa y grandiosa aventura de Pedro de Sarmiento. ¿Listo?
     - Todo preparado, jefe áulico. Seguiremos su propia crónica, y nos van a acusar de parciales, pero es lo que tenemos; además, en lo esencial, el testigo resulta creíble. Hay un protagonista que sale muy mal parado, porque, aun rebajando las críticas de Pedro, da una pobrísima imagen; el caso es que, no solo su catadura moral, sino también su competencia profesional resulta dudosa. Se trata de Diego Flores Valdés, nacido en Las  Morteras, un barrio de Somiedo (Asturias), hacia 1530 (más o menos, de la edad  de Sarmiento).
     - Aunque, mon petit, hemos de reconocerle grandes méritos por su larga experiencia marítima, los importantes puestos que ocupó y el simple hecho de vivir en aquellos ambientes tan borrascosos, donde estaba siempre presente la amarga sombra de la muerte. Pero en el tribunal de la historia, ha quedado manchado por sus errores y sus cobardes egoísmos (nos van a prohibir visitar Las Morteras).
     - De acuerdo: a cada uno lo suyo. Con solo veinte años, ya navegaba por las bélicas aguas del Canal de la Mancha transportando tropas y equipo a las conflictivas tierras de Flandes. Se lo piensa mejor, y va a Sevilla, donde se enrola como piloto de los viajes a Indias. Sigue ascendiendo: todavía casi mancebo (25 años), ya es un flamante capitán de nao incrustado en la expedición (arriesgada, como todas) que trasportaba por el Atlántico al gobernador de Chile y al virrey de Perú en 1555. Diez años más tarde, demostró valía y audacia en un problema terrible. Un grupo de hugonotes franceses, protegidos por soldados compatriotas suyos, cometió la insensatez de instalarse en La Florida, territorio español, y a Felipe II el insulto amenazante de los “herejes” le revolvió el estómago. Para arrancarlos de cuajo, puso toda su confianza en Pedro Menéndez de Avilés, militar expeditivo y de demostrada eficacia, que, curiosamente, contó con su paisano asturiano Diego Flores Valdés para que fuera el segundo en el mando, y acertó, porque esta vez se portó magníficamente. Llegaron a la zona y el fuerte de los hugonotes  no resistió ni la primera embestida. Por orden del rey, los degollaron a todos menos a los que eran católicos. Una y no más: ningún otro europeo se atrevió a repetir semejante provocación.
     - Y que nadie se ría del apellido Flores, pequeño bromista, porque no se trata de una cursilada: es una variante de Fruélez o Fróilez. Con esto, hemos hecho la presentación del que va a sacar de quicio a Sarmiento durante todo el viaje. Dorme bene, piccolino.
     - Tanta epopeya olvidada: somos ingratos. Quántix te espera. Ciao.


     Felipe II: a este gigante los franceses le hicieron la peor provocación, ocupar territorio en Florida y poblarlo con hugonotes. Nunca reaccionó de forma más implacable: mandó destruir el pequeño fuerte y degollar a todos los odiosos “herejes”. Pedro Menéndez de Avilés (of corse, asturiano) fue el encargado de llevar a cabo el “trabajito”, y lo hizo rápido y a la perfección. Su paisano Diego Flores Valdés (la pesadilla de Sarmiento) iba con él; esta vez actuó tan heroicamente que el rey lo nombró caballero de Santiago.

     Fotos 1 y 2: Los gringos le han dedicado una estatua a Pedro Menéndez, a pesar de la terrible historia; tal “olvido” se debe a que están orgullosos de que fundara su población más antigua, San Agustín, y la misión Nombre de Dios; con cierto pudor, no se han atrevido a precisar que, en inglés, el nombre  de la capilla sería el de Our Lady of  “the Milk”.



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