viernes, 19 de febrero de 2016

(180) - Sigue, delicado trovador, contando el culebrón de Sarmiento.
     - Buona notte, dolce Sancio. El heroico Pedro estaba pasando las de Caín en Río de Janeiro, con mucha gente enferma. El historiador Ernesto Morales (chileno, y no español, tenía que ser, dita sea) comenta acertadamente que  “desde la partida, todo se conjuró contra esta expedición; los dioses no le eran propicios (como diría Homero, que habría sido un cronista digno de narrarla)”.  Y Sarmiento continúa contándonos que, dadas las dificultades y la proximidad del mal tiempo, se decidió permanecer allí hasta noviembre. Dedicó a sus hombres a hacer dos casas montables de madera destinadas al Estrecho, sobre todo “para evitar la ociosidad, que es causa de malos pensamientos y no buenas obras”. Flores Valdés dio el visto bueno, pero cambió de idea y las transformó en arcones para trasportar sus cosas. En esa situación, lo primero que naufragó fue la honradez de muchos de los expedicionarios, que se dedicaron a un robo sistemático del equipo y bienes que iban en las naves “para las fortificaciones y poblaciones del Estrecho, todo lo cual vendieron en tierra, que aun los vecinos que lo compraban tenían vergüenza y dolor de ver la perdición”. Sarmiento puso vigilantes en las playas, pero no tenía autoridad para castigar a los ladrones, de forma que se los entregaba a un Diego Flores que “de todo se reía, procurando deshacer la jornada, representando a todos los viajeros temores e imposibilidades, y diciéndoles que morirían de trabajo y de hambre. Lo cual fue cosa que muchos se huyesen y se escondiesen por las  montañas”. Añade que muchos oficiales iban comprando cosas con la idea de volverse cuanto antes a España. Termina la faena, Sancho.
     - Gracias hijo mío. A punto de partir de nuevo, la situación no podía ser más amenazante. “Todos los navíos se pasaron de gusano y broma (pequeño molusco), que cuece la madera y jarcias; estaba la mayor parte hecha ceniza, y hasta el hierro con las manos se podía deshacer”. Lo arreglaron como pudieron, “mas luego las naos comenzaron a hacer agua por muchas partes, con mucho temor de todos”. Se abandonó una de ellas. Sarmiento avisó de que “otra nave era feble (débil) para su gran tamaño y la mar de altura gruesa, por lo que se la debía abandonar”. Pues, ni caso por parte de Valdés: ya veremos lo que pasó. Los que iban al mando habían cargado en exceso las naves con palo de Brasil (apreciado por su tinte). “¿Qué se puede colegir sino que llevaban intención de que con el primer viento sur arribarían a España (sin ninguna intención de ir al Estrecho)?. Siendo soldados, lo que tenían que hacer era llevar los navíos desembarazados para la gente y ligeros para correr y sobreaguar tormentas. Y sabido esto, Pedro Sarmiento lo blasfemó (maldijo) y reprendió públicamente”. Ciao, carissimo dottore.
     - Qué heroico perdedor: nadie como él se levantaba de la lona. Adío.



     Juguemos con las palabras, santo varón. Este tronco esbelto y rojizo es el árbol conocido como palo de Brasil. En Europa se denominaba  tradicionalmente brasil a un tinte muy apreciado, y el árbol lo proporcionaba generosamente; se lo bautizó así y terminó por dar nombre al país donde tanto abundaba: Brasil. Por su mucho peso, fue la causa de numerosos naufragios de barcos que sus avariciosos dueños habían cargado en exceso. Sarmiento lo sabía muy bien. Y también sabía los estragos que hacía en la madera de las naos un molusco agusanado llamado “broma”; en la foto se lo ve en plena tarea bajo el agua. Como esto era una “faena”, broma tomó el sentido de algo muy molesto, y, más tarde, el de burla, suave o pesada. (Ya podéis salir al recreo, hijos míos).




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