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- Tenemos poco espacio, coleguita. Dispara como una ametralladora los datos de
la situación en Chile al llegar Sotomayor.
- A la orden, mi comandante. Los mapuches
se habían vuelto muy peligrosos. Valdivia tenía apresado como paje a Lautaro,
hijo de un cacique. Resultó un líder nato. Asimiló la cultura española; lo
bautizaron, y fue un lince aprendiendo estrategia militar y el manejo de los
caballos. Su alma araucana no pudo soportar ver los castigos que se aplicaban a
sus paisanos. Se largó astutamente, y se unió al gran Caupolicán, siendo,
ironías del destino, un feroz acusador de Valdivia cuando este calló preso de
los araucanos, a quien, según se dice, lo torturaron salvajemente antes de
morir, en venganza por las mutilaciones que practicó con los guerreros mapuches
en plan de escarmiento por su fiereza y crueldad. Su cráneo sirvió después como
recipiente de la embriagadora chicha. Caupolicán fue eliminado por los
españoles en 1558; Lautaro lo había sido un año antes, pero tuvo tiempo de
convertirse en un cacique independiente muy respetado y temido, sin duda cruel,
pero valiosísimo para la guerra contra el invasor. Con él no habría ocurrido la
humillante derrota de los suyos “frente a una mujer”: Inés Suárez, la amante de
Valdivia, que consiguió hacerles abandonar
aterrorizados el cerco de la población española arrojándoles las cabezas de los
caciques que tenía apresados. Su turno, reverendísimo.
- Pues me recuerda a Enriquillo, el
cacique dominicano. Vidas paralelas en todo, salvo en una cosa: este murió de
viejo en la cama tras haberse dado el gustazo de obligar a los españoles a
pactar sus condiciones de armisticio. Hay otra diferencia: Enriquillo era
excepcional, pero su pueblo no; de forma que lo suyo fue una victoria personal,
mientras que, cuando Lautaro fue ejecutado, su tribu, a base de bravura y con
las tácticas militares españolas que había aprendido de su jefe, mantuvo un
gran margen de independencia durante siglos. Prosiga el cronista.
- Con vuestra venia, pater. Como gran
líder, Lautaro era despótico y duro hasta con los suyos, siendo abandonado por
el cacique más valioso de los mapuches. Sufrió también gran pérdida de
guerreros arrasados por una epidemia. Además se habían dormido algo en los
laureles. Todo lo aprovechó el sucesor de Valdivia, Francisco de Villagrá (otro
de película) para sorprenderle a Lautaro, que salió a defenderse ¡con la espada
de Valdivia!, y acabó machacado. Ni que decir tiene que Lautaro es pregonado en
las escuelas chilenas como su gran héroe nacional. Tomaron otros la antorcha, y,
precisamente para apagarla, fue enviado Alonso de Sotomayor, consiguiéndo
durante un tiempo mantenerlos a raya. Hemos comentado ya que después le
mandaron a Panamá y acabó con el pirata Drake. Su sustituto en Chile, Martín
Óñez de Loyola (primo de san Ignacio), fue otro de la larga lista de capitanes que
fracasaron con los mapuches, y murió a manos del cacique Pelantaro en
1598. Ciao, caro.
- Y en 1608, se acordó una tregua con
estos indomables indios, quienes, como regalo de cortesía, devolvieron los
cráneos “chicheros” de Valdivia y Óñez de Loyola. No gana uno para sustos.
¿Podrás dormir?
Este cuadro de Lautaro, de estilo épico,
lo pintó hacia 1930 el chileno Pedro Subercasseaux, quien también tuvo su gran
sueño, en este caso, místico (cada vida es un mundo): él y su mujer profesaron
en sendos monasterios de clausura. Nos muestra glorioso al caudillo, y, a sus
guerreros, domando caballos y como jugando intrigados con un cañón robado a los
españoles. Prueba evidente del miedo que tenían los conquistadores a los
araucanos fue la crueldad con que los castigaron para ver si se “arrugaban”:
creo que solo hubo un caso de ejecución por empalamiento en la historia de
Indias, y se la aplicaron a Caupolicán, el otro gran líder araucano. Pero sin
duda el más grande, y el estratega más inteligente y preparado (por su
aprendizaje mientras sirvió a Valdivia) fue Lautaro.
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