sábado, 31 de octubre de 2015

(56)- Hola, tormento mío. Ya ni las vitaminas cuánticas me valen para soportar esta implacable galería de tarados que vas presentando. Menos mal que tenemos el recurso de las carcajadas cósmicas.
     - Lo siento, dulce Sancho, pero es lo que hay. De todas formas, también aparecerán algunos personajes decentes, tanto en lo político como en lo religioso. ¿Cómo ha reaccionado el papa Alejandro VI, nuestra histórica vergüenza nacional?
     - Te insisto en que esto es el Reino de la Risa. Al llegar aquí, pasamos por un filtro cerebral que nos llena de ecuanimidad y buen humor, aunque algunos irrecuperables, como Hitler, siguen cultivando sin peligro su megalomanía en un pabellón aparte. Así que el papa Borgia reconoce ahora sus errores. Vosotros seguiréis con la cruz de que ni un solo político admita los suyos o sus chanchullos. Dante se equivocó: vuestra única esperanza de salvación está precisamente entrando aquí. Sigue con tu “coña”.
     - Pues resulta que el siguiente papa en salir a la escena, Pío III, fue una excepción a esa maldita regla. Le consagraron el año 1503: él comenzaba como pontífice, y tú como el ”mero, mero” de la recién inaugurada Casa de Contratación de Indias de Sevilla.
     - Te agradezco que no hayas dicho “capo” o “padrino”. Sigue.
     - Este ejemplar papa figura en la Historia como un hombre responsable y austero que, en cuanto le pusieron la tiara, planificó una reforma profunda del estamento eclesiástico. Pero, ironías del destino, su pontificado solamente duró 26 días. Ahí tienes una  casualidad que resulta  francamente sospechosa.
     - Ya sabes lo peligroso que era cortarles las alas a los cardenales.
     - Le sucedió Julio II (1503 – 1513). Fue, también para variar, un hombre austero y muy recto en sus criterios, aunque (¡vaya por Dios!) tuvo varios hijos ilegítimos, y, como sus predecesores, se dedicó a la promoción de la familia, De su tormentosa relación con Miguel Ángel, brotó ese milagro de las pinturas de la Capilla Sixtina. Que fuera conocido como el papa guerrero o el papa terrible, pone de manifiesto su dedicación preferente a actividades propias de un monarca o un señor feudal metido en numerosas batallas. Además, el ambiente romano seguía completamente corrompido, y el año 1510, bajo su Papado, llegó a la Ciudad Eterna alguien que “no debía haber ido”: Martín Lutero. Esa fuerza de la naturaleza, monje consecuente con su fe y atormentado casi patológicamente por unos escrúpulos religio­sos contra los que luchaba sin éxito, pilló a todos en Roma con las manos en la asquerosa masa. Y sacó sus conclusiones. Y media cristiandad abandonó el “dulce hogar”, como veremos más adelante. Ciao, caro, y conduce con cuidado.
     - Y luego me llamas guasón. Te bendigo, pequeñín: foto sixtina.



     El choque de dos caracteres dominantes produjo esta maravilla. Pero Lutero llegó a Roma y no se dejó impresionar: solo tuvo ojos para la cloaca vaticana, y la Iglesia Católica perdió media Europa.
(55) - Aquí me tienes, mi lucero del alba. ¿Ves tanta belleza en el firmamento? Pues resulta asombroso que en el punto más alejado del infinito todas las leyes físicas sean idénticas a las de aquí.
     - Simple y grandioso, astronómico ectoplasma. Veamos hoy a  Rodrigo de Borja, el papa Alejandro VI. Menudo elemento: una fuerza de la naturaleza, sobre todo para mal. Se diría que el destino le vinculó al descubrimiento del Nuevo Mundo. Fíjate qué fechas: asumió el Papado el colombino año  de 1492, y falleció en 1503, cuando se creó en Sevilla la Casa de la Contratación de las Indias y de la Mar Océana, de la que fuiste tú principal protagonista.
     - Pero di también que era un negociador muy hábil: lo mejor que hizo en la vida fue poner de acuerdo, con su autoridad papal, a España y Portugal en el reparto de los descubrimientos, evitando de esa manera una desastrosa guerra entre los dos países hermanos.
     - Así es, reverendo. Y, además, la Historia se ha empeñado en exagerar sus maldades, como si fueran pocas las que le adornaron. Por el tiempo en que iba camino de la cum­bre, un contemporáneo escribió de él: “Es un conversador fluido, escribe bien; extremadamente astuto, muy enérgico y hábil en cuestiones de negocios. Es enormemente rico, y sus relaciones con los reyes  le dan gran influencia. Ha construido un be­llo y confortable palacio para sí mismo. Los ingresos de sus cargos papales, de sus abadías en Italia y España, de sus tres obispados de Valencia, Oporto y Cartagena, son vastos”. Por otra parte, tenía, al parecer, grandes dotes de galán seductor y un aspecto impre­sionante, así como el cinismo de no ocultar sus andanzas, incluso siendo ya papa. Un testigo de la boda de Lucrecia, la hija de Alejandro, dijo que estaba en el cortejo “Doña Julia Farnesio, la concubina del papa”. El historiador Guicciardini, que le trató, alababa su capacidad administrativa, pero añadía: “Sus virtudes estaban sumergidas en defectos mucho mayores. Su for­ma de vivir era disoluta. No conocía la vergüenza ni la sinceridad, ni la fe ni la religión. Además, estaba poseído por una insaciable codicia, una ambición sin límites y una ardiente pasión por el pro­greso de sus muchos hijos”. Pero el corrompido papa, “gloria nacional” de España, tuvo una crisis moral cuando asesinaron en Roma a su hijo Juan, primer Duque de Gandía. Sintió que era castigado por sus propios pecados,  y quiso cambiar su vida y la de Iglesia entera. Haciendo toreo de salón, llegó a planificar una reforma general. Pero el borrador se quedó en borrador, la carne era débil y la cabra volvió al monte. Todo siguió igual. Pondremos una foto de nuestro ilustre paisano. Ciao.
     - Buona notte, Príncipe de Maine. Duerme, duerme, mi bien.


     El papa Alejandro VI. No hay más que verle para saber que era un hombre muy ambicioso y de grandes pasiones terrenales. Lo tuve de jefe supremo durante once años. ¡Vaya ejemplo para la descarriada tropa clerical!


viernes, 30 de octubre de 2015

(54) - Gabon, lastana. No eres vasco, ni castellano, ¿qué coño eres?
     - Ongi etorri, Santxotxu: modera tu lenguaje. Espero que encuentre mi sitio en el edén de Quántix, y así dejaré de ser un judío errante.
     - Ya tienes  allí reservado un lugar de honor, en el que serás aclamado por todos los meneses que vayan llegando.
     - Muero porque no muero, reverendo. Sigamos con el circo vaticano. El papa Pío II (1458-1464) no sale demasiado mal parado en esa lista de crápulas. Estuvo saturado de ideas humanistas, con un ligero espíri­tu pre-protestante que ponía en cuestión la autoridad suprema del papa. Pero no se libra de un buen borrón en su expediente: colaboró con su protector, el obispo de Novara, en un intento de asesinar al poco popular pontífice Eugenio IV, el suce­sor de Martín V. Fracasada la conjura, consiguió evitar el castigo. Para cuando llegó a papa, Pío II ya tenía unas ideas mucho más conservadoras, aunque siempre fue una persona dialogante. Dan ganas de canonizarlo por haber declarado oficialmente en 1462, echándole valor, que “la esclavitud es un gran crimen”. (Parece mentira que esa rotunda afirmación, intrínsecamente cristiana, quedara orillada durante tantos siglos). Fue incapaz, no obstante, de apartarse de la habitual conducta nepotista de los sumos pontífices. Es el único papa que ha dejado una autobiografía, en la que confiesa numerosas aventuras galantes anteriores a su consagración sacerdotal (de lo que pasara después, no dice nada). Con escepticismo clásico, escribió: “He conocido y amado a muchas mujeres, pero, en cuanto las conseguía, me cau­saban gran fastidio”. Reconoció dos hijos naturales. Hablemos ahora del papa Sixto IV (1471-1484). Había sido fraile franciscano y un inteligente catedrático. En su largo papado, tuvo una inclinación exacerbada a colmar de favo­res a sus familiares, y fama de estar implicado en crímenes polí­ticos, como el intento de asesinato de Lorenzo de Médici. Hizo cardenales a ocho parientes, con el descaro de que dos de ellos eran hijos ilegítimos suyos. Les dio permiso a los Reyes Católicos para que se estableciera en Castilla la Inquisición (ya existía en Aragón), aunque trató de controlar algunos de sus abusos. Con poca visión de futuro, y falto de toda lógica cristiana, se dedicó alegremente a financiarse mediante la venta de indulgencias. No sabía que estaba sembran­do “la semilla” de la rebelión definitiva de los protestantes. Bihar arte, aitatxu.
     - Ponme una foto de Pío II, y otra de un líder ejemplar. Agur, biotxa.


     Pío II, recién coronado papa, entra en el Vaticano, con esa ostentosa tiara de tres alturas que se utilizó desde los soberbios papas de Aviñón. Bello cuadro que deja bien claro que el poder del papa no era cosa de risa, aunque firmara como "siervo de los siervos de Dios".

     
    Este es el líder perfecto. Qué buen rey o papa habría sido. Daría la vida por su manada. Evita la pelea, pero exhibe su poder con impresionantes tamborradas pectorales. No es carnívoro, ni carnicero. No es violador: es un tierno amante cuando lo aceptan, y no se obsesiona con el Kamasutra. Tiene siempre la conciencia tranquila; por eso duerme como un bendito. Me cae muy bien ese grandullón.

 


 
(53) - Bonne nuit, mon délicieux fils. Hoy hablaremos del preludio próximo de lo que fue para la Iglesia eso que llamáis ridículamente una  ciclogénesis explosiva, pero a lo bestia. El caso es que, como excepción, vamos a ver a algún papa menos impresentable.
     - Un grand plaisir te revoir, mon doux père. Calixto III fue papa desde 1455 hasta 1458. Su padre participó con Jaime I en la conquista de Va­lencia, lo que le valió un gran ascenso social (con el tiempo, ese linaje ostentaría el rumboso título del Ducado de Gandía). Su nombre personal era Alonso de Borja y estuvo bajo la protección del “antipapa” Benedicto XIII (ése mismo: al que se alude con la frase de “mantenerse en sus trece”, y el que hizo bueno el tópico de la tozudez aragonesa). Alonso, siendo joven, y el rey aragonés Alfonso V habían apoyado a Benedicto cuando se aferraba a la Sede Pontificia, pero los vientos políticos cambiaron, y los dos se pasaron al bando del después definitivo papa Martín V, siendo decisiva su postura para que el cisma se disolviera en 1415, aunque “el maño” se fue al otro mundo, en 1423 y cumpli­dos los 96 años, convencido de que iba a ser recibido como sumo pontífice.
     - Otra “bonita” historia la del Cisma de Occidente; y siempre de por medio la implicación del Papado en asuntos de turbia ambición política (y pensar que  Sodoma y Gomorra quedaron arrasadas por esa tontería de los sodomitas…).
     - Eres un bromista, querido ectoplasma, pero pones el dedo en la úlcera. Una rivalidad entre los reyes franceses y los cardenales romanos tuvo dividida a la iglesia durante más de un siglo, hasta acabar con dos cabezas, una en Aviñón y otra en Roma. Da grima pensar que no fueron los eclesiásticos quienes terminaron con el problema, sino la poderosa autoridad del emperador Segismundo. Volviendo a Alonso de Borja, hay que señalar que su carrera  ascendió, sin pausa, hasta la cúspide: obispo, cardenal y, con 77 años, papa. No parece que fuera un hombre especialmente corrompido (eso sí, “para su tiempo”), pero su nepotismo lo estropeó todo. Llenó de privilegios a sus sobrinos Luis Juan de Borja y Rodrigo de Borja, poniendo la guinda al crearles cardenales. Este último sería años más tarde el horrendo papa (pero hábil diplomático) Alejandro VI.
     - O sea que primero se produjo la irrecuperable pérdida de la Iglesia Oriental, después se solucionó por los pelos el Cisma de Occidente, y estamos a punto de ver la gigantesca ciclogénesis esa que partió a la cristiana Europa en dos. ¿Por qué hay tanto idiota en el poder? Vale, pequeñín; duerme bien, que te veo ojeroso y macilento.
     - Hoy, una foto de la “casita papal” de Aviñón, y otra de Calixto III. À demain matin, mon tendre Sanchó.


     ¡Quérsonajes tan complejos! El papa Calixto III tuvo el acierto de anular la condena de Juana de Arco (aunque de poco le sirvió a ella), y cometió los errores del peor nepotismo, lanzando al papado a su sobrino Rodrigo de Borja, que pasaría a la historia como el nefasto Alejandro VI.




     Esa impresionante fortaleza fue la residencia de los papas de Aviñón. ¿Dónde quedó el precepto evangélico de dar al césar lo que es del césar?


jueves, 29 de octubre de 2015

(52) - Buona notte, caro e infaticábile cronista. Veamos cómo se fue metiendo tercamente la Iglesia en un tenebroso callejón sin salida. 
     - Benvenuto, bravo e ténero Sancio. Aunque parezca increíble, en los muchos siglos que duró el poder terrenal del Papado solo hubo veinte años de funcionamiento exclusivamente religioso, y bastaron para demostrar que una iglesia política es un mundo al revés. Hacia el 935, pocos años después de morir el abominable papa Sergio, se hizo con el poder de Roma Alberico, hermanastro del entonces papa Juan XI. Tuvo el enorme acierto de separar los dos poderes, reservándose solamente el civil. Fue una bendición para los romanos como gobernante, y también para el Papado al reducir sus competencias estrictamente a lo espiritual. Pero Al­berico lo volvió a estropear con un tonto error sentimental, al mejor estilo Corleone. Utilizando sus influencias, lo dejó todo bien atado para que su hijo Octaviano le sucediera como señor de Roma y, al mismo tiempo, papa. Tomó el nombre, con 18 años, de Juan XII, y fue uno de los más degenerados y crapulosos de toda la historia vaticana, con el “dignísimo” apodo de El Fornicario. De manera que la horrible comedia se puso otra vez en marcha, con una larga lista de papas capaces de crucificar de nuevo a Jesucristo.  Muchos años después, hacia 1350, se quejaba inútilmente Giovanni de Mussi: “Hace más de mil años que estos territorios fue­ron dados a los sacerdotes, y desde entonces se han librado las guerras más violentas. ¿Cómo es posible que no haya habido nunca un buen papa para remediar tales males y que se hayan hecho tantas guerras por esas efímeras posesiones? Verdade­ramente no podemos servir a Dios y a la riqueza al mismo tiempo; no podemos estar con un pie en el Cielo y otro en la Tierra”. Así que había algunos que veían claro lo que pasaba.
     - Pero, mi dulce soñador, los que están en la cúspide del poder no lo ven o no quieren verlo.  No frenan los abusos sino las protestas contra ellos, agarrados terca y pornográficamente a la poltrona, confiando en que el diluvio universal les llegue después de muertos, aunque  algunos calculan mal los tiempos y les cuesta la cabeza. ¿Te ha gustado mi little speech, my boy?
     -  Has hablado como un oráculo, porque el que lo probó lo sabe. Daremos mañana un salto hasta el año 1455; el mismo cántaro seguía yendo a la misma fuente, y no tardaría en romperse. El cielo estaba negro, brumoso, revuelto, ominoso, retumbante, y nadie comprendió que llegaba una espantosa ciclogénesis explosiva.
     - ¿O sea que es eso lo que significa? Vaya cursilada: yo creía que se trataba de alguna diarrea especialmente grave. Ciao, piccolino.
     - A domani, mío caro. Pondremos la foto de Juan XII coronando a Otón I.


     Alberico II hizo el milagro de tener separada a la Iglesia del poder durante 20 años. Y todo lo echó por tierra otra vez al hacer papa a su hijo Juan XII "el Fornicario" (la madre que me parió, pequeñín). Fue uno de los peores papas de la Historia. Pero papa, al fin y al cabo. Por eso el cuadro le representa nombrando a Otón I como primer emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. No le des más vueltas al asunto, porque nunca dejarás de ser tropa. Pero ríe, ríe sin parar y estruendosamente, como nosotros en Quántix.

(51) - Docena campanada, y aquí me tienes, implacable cronista.
      - Pues ya lo siento, sensible reverendo, porque tenemos que seguir con el museo de los horrores vaticanos. Hay una escena demencial, bastante conocida, que se produjo el año 896. El papa Esteban VI había llegado a acumular tanto odio hacia su predecesor, de nombre Formoso y ya difunto, que incoó un proceso contra él, con toda la parafernalia de un juicio puntillo­samente ajustado al procedimiento legal, hasta el extremo, absoluta­mente ridículo y siniestro, de sacar de la tumba su cadáver (donde llevaba ocho meses enterrado), vestirlo con los lujosos hábitos que lució en vida  y sentarlo en el trono que había ocu­pado. No faltó la parodia de un abogado defensor. Se le acusó de los mismos crímenes que tendrían todos los presentes en su propio currículo, callando la verdadera causa de aquel circo de payasos, la lucha entre bandos. Una vez condenado, lo desnudaron, le arrancaron los tres dedos de la tradicional bendición papal, lo entregaron al populacho y acabó siendo arrojado a las aguas de Tíber (tradicional vertedero de crímenes romanos). Pero poco después, también Esteban fue apresado y estrangulado. El espectáculo siguió de lo más emocionante: en seis años hubo  siete papas y un antipapa, “lo mejor de cada casa”, con algo de estabilidad posterior, pero al precio de tener que aguantar al papa Sergio, calificado de maligno, lascivo y feroz. El primero de los grandes historiadores papales, el cardenal Baronio, en un intento desesperado de entender por qué Dios había permitido que existiera semejante pontífice (y, sin duda, con una fe a toda prueba) dijo que “se había soltado a tal monstruo contra la Iglesia para demostrar la fuerza sobrenatural de sus cimientos, ya que ninguna otra estructura habría resistido semejante asalto desde dentro” (se le olvidó pensar en la manse­dumbre de las “ovejas”). Baronio hablaba así solamente del pasado, porque vivía también en una época podrida pero ya refinada (finales del siglo XVI), en la que el crimen era una de las bellas artes y se practicaba con elegancia y discreción.
     - Sé buen hijo y pasa pronto de mí este cáliz, porque está ya en peligro mi serenidad cuántica, y no sé si podré beberlo entero.
     - Aún te falta por ver hoy, querido Sancho,  el cuadro del juicio de Formoso. Si superas la macabra y tragicómica escena, lo que queda te resultará hasta divertido. A domani, caro e sensibile ectoplasma.


 El pintor Paul Laurens, en el siglo XIX, representó así el espeluznante y ridículo juicio que le montó su sucesor al cadáver del papa Formoso, desenterrado para la ocasión y arrojado después a ese sepulcro líquido que fue el río Tíber. Espero que mi pequeñín me siga queriendo a pesar de la historia de los clérigos.


miércoles, 28 de octubre de 2015

    (50) - I am here, my sweet heart. Sin  que termine el eco de la docena campanada de la iglesia de Rosales (qué guapa estuvo allí de novia mi deliciosa nieta, Catalina Ortiz de Matienzo), te me aparezco.
     - Eres como el Conde Drácula, mi querido e instantáneo ectoplasma. Tenemos que seguir metiendo caña al alto clero.
     - Menos mal que eres tú, corazón mío, el que trata el tema, y me echas un capote. En Quántix se ríen a carcajadas, pero están de vuelta de todo. Es el Reino de la Risa y ya no hay ambiciones. El  repugnante papa español Alejandro VI está allá ahora de monaguillo, y es, por fin, feliz. Veamos cómo se torció la Iglesia.
     - El precedente más lejano de su viraje hacia el po­der civil  estaría en el traslado que Constantino hizo de la capital del Imperio Romano a su nueva ciudad, Constantinopla, el año 328. Como consecuencia, su po­der sobre el Papado romano empezó a debilitarse, a lo que se añadió que, por haberle curado de la lepra, le regaló al papa San Silvestre su propio palacio, el Laterano, y terreno en la colina Vaticana para construir una iglesia. Mucho después, el año 726, el emperador León III,  siguiendo el criterio de los cristianos orientales, quiso eliminar también en Occidente el culto a las imá­genes. El papa San Gregorio II se opuso firmemente a las dispo­siciones del gobernante, y “semejante asunto” provocó una dura guerra religiosa que el pueblo se tomó muy en serio, terminando con la derrota de los bizantinos. Sin embargo este papa no tuvo todavía la in­tención clara de hacerse con el poder temporal, aunque la idea iba prosperando. La escisión real con Oriente, en apariencia sólo religiosamente, se produjo el año 731, ya que el Sínodo reunido en Roma excomulgó a todos aquellos que condenaran las imágenes. Pocos años después, el papa se vio en apuros por el asedio de los lombardos, que, aunque como cristianos le respetaban, que­rían apoderarse de Roma. El entonces pontífice Esteban II no era ningún santo, pero le sobraba coraje y habilidad diplomática. Durante el invierno del año 755, y, a pesar de su avanzada edad, atravesó los Alpes para ir en persona a pedir ayuda al rey franco Pipino III, llamado el “Breve” por su baja estatura. El coraje de Esteban admiró a la Corte. Y la convenció, no sólo para la lucha contra los invasores, sino también para que le prometieran poder político sobre Roma. Pipino derrotó a los lombardos y cumplió generosamente la palabra dada al papa, a pesar de la protesta del emperador bizantino. De la noche a la mañana, Esteban II se vio dueño, no sólo de Roma, sino de otras veinte ciudades, entre las que estaban Rávena, Ancona, Bolonia, Ferrara, Iesi y Gubio. Iban a nacer los Estados Pontificios. Y así empezó la historia de la infamia. El papa se había conver­tido en un señor feudal, envidioso y envidiado, con un trono que ya no era solamente la silla de Pedro, sino el símbolo de un po­der muy apetecible para las familias más linajudas de la península italiana.
-  Y de aquellos polvos vino lo peor de mi ajetreada vida.
- Fue otra de tus “circunstancias” adversas, dolce Sancio. Ciao.
- Ío te adoro, piccolino. Pon al papa Esteban II liándola parda.



     El texto latino del cuadro explica que un abad, en representación del rey franco Pipino, le da al papa Esteban II las provincias que le arrebató en italia a los lombardos. Así perdió definitivamente la Iglesia su inocencia, como Adán y Eva cuando probaron el fruto prohibido. No es tan extraño que yo fuera después Abad de Jamaica y, al mismo tiempo, alto funcionario real en la Casa de Contratación de Sevilla. Limpia, si es posible, mi imagen, lucero mío.

 
(49) - Hoy sí que me vas a sacar los colores. No seas demasiado duro, mi dulce bien, con aquel desastroso club al que pertenecí.
     - Ya sabes que soy tu guardaespaldas. Estabas pringado porque vivías sumergido en un ambiente apestoso. La Iglesia Católica, como institución religiosa, era en aquellos tiempos un absoluto desastre, aunque contaba en sus filas con san­tos extraordinarios (no se te puede exigir que fueras un héroe). Parte del cuerpo siguió siendo místico, pero la cabeza, sobre todo, estaba putrefacta.  La lista histórica de los papas es clamorosamente reveladora. Hay pocos datos de ellos hasta el año 200, pero lo más probable es que la mayoría fueran ejemplares. Después, el primero que aparece sin canonizar es el papa Liberio (352-356). El siguiente, Anastasio II (496-498). Después Virgilio (537-555), Pelagio I (556-561), Pelagio II (579-590), Sabiniano (604-606) y Bonifacio III (607). De manera que, hasta esas fechas, podríamos decir que la Iglesia mantenía una imagen digna, aun­que ya aparecían los primeros síntomas de un contagio peligroso, el del maquiavélico poder temporal. Ver cómo sigue la lista, con un deterioro creciente, deja bien claro adónde iba encaminada inevitablemente aquella locura. Del año 619 al 625, hay cuatro papas seguidos sin canonizar. Desde el 642 al 885, con algún santo intermedio, un total de 18. Desde el año 885, aparecen sin aureola, uno detrás de otro, 42 pontífices, hasta que rompe el maleficio San León IX en 1049. Desde 1055, salvo cuatro papas beatos, son 35 los no canonizados hasta el año 1294 (lapso de más de dos siglos), en el que rompe la mala racha San Celestino, y total para morir el mismo año. El remate, hasta la época que nos interesa, siguió siendo igual de deprimente: un solo beato y 35 no cano­nizados hasta que llegó a la Sede Pontificia, en 1566, San Pío V. Para entonces, la “avería” protestante ya estaba hecha, sin que los Austrias españoles pudieran acabar con ella. Es más grave aún lo que revela la lista si se considera que cualquier papa tenía muy fácil el ascenso a los altares, con un pueblo deseoso de que así fuera, de manera que sólo lo podía impedir la evidencia pública de una vida poco ejemplar (o, en el mejor de los casos, las zancadillas de cardenales más crápulas todavía). Ciao, caro. Y alegra esa cara.
     - Explícanos mañana qué es lo que envenenó a los pontífices y salpicó a toda la grey cristiana. Sacaré ahora de donde pueda un retrato de  ese “bicho raro”, San Pío V, que quedó como una sagrada isla en medio de un ominoso océano de papas impresentables. En Quántix son tolerantes, pero muy bromistas, y tendré que aguantar la rechifla general. Ego benedico tibi.




     Ahí lo tienes: San Pío V. No hay más que verle la cara para saber que era un hombre complejo, sonriente pero de mucho carácter. Fue dominico, y también inquisidor. Tuvo dos objetivos: atraer a los protestantes y meter en cintura a los clérigos mundanos (que Dios me perdone). En el primero, fracasó estrepitosamente, pero el segundo le salió bastante bien utilizando las normas del Concilio de Trento. Démosle el mérito de ser el primero en llegar a los altares después de siglos de sequía santoral en el Vaticano.

martes, 27 de octubre de 2015

LA RAZÓN DE ESTE BLOG



     Escribí una biografía de un personaje histórico nacido en el Valle de Mena (Burgos) hacia el año 1460. Fue el resultado de tres años de investigación que dieron para 500 páginas de texto (con abundante material que dejé en reserva). El protagonista de la historia es SANCHO ORTIZ DE MATIENZO, un canónigo de la catedral de Sevilla que tuvo una gran importancia, hasta ahora poco conocida, en el apasionante entramado de los lazos iniciales de Castilla con el Nuevo Mundo, debido fundamentalmente a su privilegiado cargo de primer Tesorero de la Casa de la Contratación de Indias de Sevilla, desde su fundación en 1503  hasta que él falleció en 1521.
    
     Posteriormente abrí una cuenta en Facebook con dos objetivos: promocionar el libro, titulado SANCHO ORTIZ DE MATIENZO Y SUS CIRCUNSTANCIAS, y (porque me lo pedía el cuerpo) dar a conocer hechos, no solo de la vida de Sancho y de la época que le tocó en suerte, sino también de aquella locura histórica y deslumbrante del descubrimiento de América y la subsiguiente ocupación, puesto que él la conoció bien y trató a muchos de los héroes y villanos que la protagonizaron. Aunque el Sancho de la biografía que escribí fue un personaje absolutamente serio, la publicación en la red se convirtió en una tertulia a dúo, entre él y yo, haciendo comentarios sobre la marcha a medida que íbamos presentando lo sustancial, de manera que quedé casi abducido por un Sancho ectoplásmico y zumbón (pero, eso sí, entrañable) que se me aparecía a diario para esa labor de divulgación de hechos tan impactantes. De mutuo acuerdo, nos propusimos como disciplina procurar que el resultado fuera ameno y claro (plagado de fotografías), con santo respeto a la sintaxis, para hacerlo todo más asimilable y sabroso.
   
     Estuvimos 463 días dale que te pego, y tuvimos un fiel y sufrido grupo de seguidores a los que hemos de dar las gracias y el mérito de nuestra constancia. Las 160 tertulias finales se convirtieron en un amplio resumen de la absolutamente magnífica crónica de BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO titulada LA VERDADERA HISTORIA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA. Con estos 160 mimbres, he preparado un libro  de unas 400 páginas que espero publicar en breve. Eso mismo es lo que intento ahora: ir dando forma a las primeras 303 tertulias que ya se publicaron en Facebook para que en este blog alcancen más difusión y se conviertan después en otros dos libros.

     Así que vamos publicando las tertulias al ritmo conveniente,  llevando como ingredientes, fuertemente sazonados, la apasionante biografía de Sancho y el grandioso espectáculo (tan admirable como horrendo) de las andanzas de los españoles por las tierras de Indias.

     Como remate de lo dicho, y siguiendo el lema de no dar puntada sin hilo, aprovecho la ocasión para mostrar la portada del libro sobre Bernal al que he hecho referencia, que, si el Señor no lo remedia, aparecerá en breve.



(48) - Mi dulce y amado biógrafo: eres grande, pequeñín. Te adoro.
     - Empiezo a temer que no estoy seguro, pero seguiré en el tajo.
     - Cojamos ya la alfombra mágica, eminente literato, y volemos allende Mena, allende Castilla, allende Andalucía, allende los mares, et plus ultra, hasta las gloriosas Indias, rebozándolo todo con las grandezas y miserias de mi propia familia.
     - Stop, Homerito; aunque razón tienes en todo. Recuperemos el hilo de tu vida. Al fin y al cabo, es lo que tú hiciste: salir de este pequeño rincón y saturarte de la gloria magnética  de aquella época, viviendo, como pocos lo han conseguido, “momentos estelares  de la Historia”. Te tengo una insana envidia. Entraremos ahora  en un terreno pantanoso, nauseabundo  y de enorme desprestigio para la Iglesia. Sé que, ahora, eres tú el primero en reconocer que fue vuestra corrompida vida clerical, mayor cuanto más alta la cabeza y la “dignidad” eclesiástica, en apestoso amancebamiento con la realeza y su corte, la que se ganó a pulso, con demencial y ciego empeño, la dramática escisión histórica de los protestantes (que tampoco eran unos angelitos). La Historia avanza a trompicones, y siempre seguirá quedando, en la trastienda, algún fondo de reptiles. 
     - Acabas de leer, hijo mío,  “El tiragomas”, la deliciosa autobiografía de Juan Manuel Ruigómez (otro ilustre menés), que salió chamuscado de sus largas experiencias profesionales, y le vamos a robar una frase pelín grosera, pero retrato fiel de lo que ocurre en los altos niveles de la sociedad: “La gran empresa y la gran política son la misma gran mierda en la que lo único que cambia son las moscas”. Aunque, en realidad, ese estiércol se va maquillando para que sea soportable, porque, de vez en cuando, algún vecino con malas pulgas, como Lutero, “protesta”.
     - Nos hicieron creer desde la escuela, reverendo, que los protestantes eran unos diabólicos trastornados de espíritu destructivo, con la mala leche de Caín. Y ellos, a su vez, adoctrinaron a sus gentes en el odio fanático a los católicos y a la “perversa” Roma (“La Gran Ramera”). Unos y otros, como se ve,  verdaderos dechados de  objetividad. Empezaremos mañana con el high  parade de los papas “ejemplares”.
     - Y yo sin enterarme. Cuando León X me hizo Abad de Jamaica, en 1515, faltaban solo dos años para que Lutero clavara a martillazos sus tesis en la iglesia de Wittemberg.  No los oí.
     - Toda tu sociedad, salvo raros clarividentes, estaba más ciega que un topo. Veamos una foto de la basílica del Vaticano. Ciao, caro.




     Ahí está el Tíber, que tantos crímenes oculta. Ahí está esa maravilla de la iglesia de San Pedro, financiada en gran parte con la estafa de las bulas, por la credulidad del pueblo llano. Pero los poderosos no saben medir la capacidad de aguante de la gente. Tenían una bomba en sus manos y Lutero encendió la mecha. Es increíble que la historia se repita sin fin. Pobre mundo árabe.


lunes, 26 de octubre de 2015

(47) - Buenas noches, melancólico vate. Háblanos del misterioso personaje que brilló en el anarquismo de la Guerra Civil.
     - Gracias, buen Sancho. Hoy, para variar, te voy a robar la página. Se trata de José García Pradas, nacido el año 1910 en Quincoces de Yuso, o sea, casi menés. Y en ese pueblo  ni siquiera le recuerda una triste calle. Espíritu rebelde y noble, anarquista que (cosa rara) abominó de la violencia, pero que, supongo, se pringaría en la contienda hasta las cejas por su liderazgo en situaciones límite, sobre todo al final de aquella estúpida carnicería. Extraordinario escritor, encargado de  la dirección del periódico de la CNT en Madrid, buen orador en aquellos mítines explosivos, y miembro de la Junta de Defensa que resistió allí heroicamente, abandonando el último el barco, sin ser su capitán. Puse su poesía en nuestro libro por dos razones. Primero porque ese texto podría haber salido, con todo derecho, de las bocas dolientes de los nativos que sufrieron en Indias los infames atropellos de algunas malas bestias que llegaron allá con los españoles.
     - Y que lo digas: como esos dos hijos de vulpeja, Pedrarias Dávila y Nuño Beltrán de Guzmán. Dinos la segunda razón.
     - Pues que ese admirable anarquista era mi tío, y me permití hacerle un merecido, aunque mínimo, homenaje. Hoy, con tu venia, querido preceptor, voy a escoger yo tres fotos: 1) Su fotografía. 2) La portada del libro que editó mi tío el año 1974, donde recoge unas memorias de la guerra escritas en 1940 (o sea, “en caliente”), pero con una jugosa introducción a sus ya 64 años. 3) Una joya histórica, un documento digno del premio Pulitzer: aparece Julián Besteiro comunicando por radio la rendición y el abandono de Madrid. Le rodean varios personajes. Mi tío, con bigote, está detrás del carismático político, y es el único que no muestra un semblante resignado, sino más bien airado. La escena se repitió, casi idéntica, en otras dos fotos, porque inmediatamente después hablaron Cipriano Mera y el coronel  Casado.
     - Me extraña que no hayas escrito su biografía.
    - Habría sido un trabajo apasionante, pero la investigación de los trepidantes años de aquel calvario sería interminable y muy difícil de contrastar.  Además, me resultaría imposible ser suficientemente objetivo tratándose de  mi tío. Él, que odiaba a Carrillo, tuvo la caballerosidad de poner en duda que fuera el responsable de Paracuellos, pero es muy difícil      que el gran José García Pradas, a pesar de su idealismo y su nobleza, no estuviera manchado por la porquería de aquella guerra. Hasta mañana, buen Sancho.
       - Te doy mi bendición, honrado literato.




(46)- Buenas noches, querubín; vamos a irnos un par de días por las ramas
     - Por algo será, dulce Sancho.
     - Verás, hijo mío. Amo a mis paisanos como una madre, pero es injusto que apenas me conozcan. Como suele ocurrir con frecuencia este tipo de desaires, te va a gustar que hablemos de otro heroico casi-menés también olvidado: un anarquista que escribió un terrible poema contra Hitler el año 1938, cuando todavía no se le habían visto las pezuñas ni captado su olor a azufre. Mañana contarás tú la historia de este extraordinario escritor y de por qué aparece en  nuestro libro. Este es el texto:

MALDICIÓN A ADOLFO HITLER
“Toda la sangre de España se me ha subido a la boca; con ella, todo mi pueblo sus maldiciones te arroja. / ¡Maldito, maldito seas! y que te signe la Historia como pri­mer asesino de la sonrisa de Europa. / Que los desastres te muestren sus caras ignominiosos, y el triunfo de ti se burle sin conseguir que lo cojas. / Que de tu propio bigote se ría tu propia boca; tu bigote de la facha de tu nariz respingona. / Tus ojos de tu nariz; de aquellos, tu frente propia; de tu frente, tu mechón; tú mismo, de tu persona. / Que alrededor de tu sueño baile la rueda de mofas de los fracasos que alcances cuando persigas victorias. / Que en torno de tu ambición exhiban un corro de sornas los espejos que te muestren de pintor de brocha gorda.
/ Que al contacto de tus dedos pierdan las flores su aroma, se haga carbón el pan blanco, y el agua se vuelva roja. / Que no te sonrían los niños ni puedas tener esposa, y en tus miradas presientan gavilanes las palomas. / Que la danza de la muerte te dé sarcástica ronda, y en el baile de San Vito tu red de nervios se rompa. / Que medievales negruras entenebrezcan tus horas, y en un ‘Dies irae’ te griten pesares que te carcoman. / Que en tu cerebro se truequen voraces hormigas rojas los crímenes que perpetran las células que lo forman. / Que vayas huyendo siempre de ti cuando estés a solas, y las arterias te inunde tu corazón de ponzoña. / Que los cisnes de tu esquife de Lohengrin se hagan ocas, y el mismo esquife, carreta cargada de carne de horca. / Que en el Walhalla te esperen tus víctimas hechas momias, y el grito de tu dolor tus tímpanos pétreos rompa. / Que te pregunte Wottan por el hacha que deshonras, y que su risa de dios te haga temblar de congoja. / Cuando en la fuente de un cuello, de donde la sangre brota, para la sed de tus fauces llene dos cráneos de copas. / ¡Maldito seas, maldito! desde el véspero a la aurora; de crepúsculo en crepúsculo, las maldiciones te roan. / Que te las griten los mares con el rumor de las olas; que se las digan al viento los bosques con labios de hoja. / Que te las lancen al rostro los pueblos de razas todas, y te niegue sepultura la tierra, por celo de honra. / Que te citen en tu muerte las penas más espantosas, y ardan de rabia los perros que tu cadáver se coman”.
   
     - Al poeta le tomaron por un catastrofista, pero, evidentemente se quedó corto. Gabon, mutiko.
       - Biar  arte, lastana.

domingo, 25 de octubre de 2015

(45) - You are the number one, my dear son. Estás dispuesto a todo, pero tienes que tener un plan B por si tu estrategia de venta del libro falla.
     - Moriré con las botas puestas por la gloria de tu nombre, my dear daddy, pero se me van agotando las ideas.
     - Haz. Haz algo espectacular. Te escondes en un confesonario de la parroquia de las Altices, y, por la noche, desmontas la lápida que traje de Sevilla grabada con la torre de la Giralda. La devuelves al cabo de un tiempo, cuando los meneses recuerden (¡por fin!) que existí, y se angustien por tan sensible pérdida. No tendrás problemas porque yo, que la pagué a base de buenos ducados, te doy mi permiso para que lo hagas.
     - Tu ectoplásmico espíritu nunca estará bien conectado con esta miserable realidad: si digo eso, lo más suave que me puede ocurrir es que me encierren en un frenopático. Sigamos recordando.
     - Como quieras, pequeñín. Merece la pena hablar del tremendo caso de Carlos de Seso. Lo cuenta muy bien el gran Miguel Delibes en su magnífico libro “El hereje”. Era de origen italiano, pero tuvo importantes cargos políticos en la España de Felipe II, y lideró un grupo incipiente de protestantes, que no pudo prosperar porque el santurrón rey cortó de raíz todas esas “malas hierbas”. Cuando los implicados fueron descubiertos, se puso en marcha el mecanismo arrollador  de la Inquisición. Algunos, dejando pelos en la gatera, pudieron escapar, otros recibieron castigos soportables, y, los más señalados, pagaron con la vida. El auto de fe tuvo lugar en Valladolid el año 1559,  en cuya plaza mayor no cabía un alfiler, con toda la parafernalia pública, en presencia de la aristocracia de la Corte, que estaba presidida por Felipe II, y sin faltar su trastornado hijo Carlos, de triste memoria. En un momento de fragilidad, pensando que podría salvarse, Carlos de Seso se retractó de sus “herejías”, pero al darse cuenta de que, aunque no lo quemasen vivo, le iban a matar igualmente, se armó de valor y mandó una carta manifestando su inquebrantable fe protestante. Un tal Juan Sánchez era su compañero en el tormento, y, cuando estaba medio chamuscado, se soltó de la argolla y fue dando saltos de madero en madero, sin cesar de pedir misericordia. Pero, viendo que Carlos de Seso se dejaba quemar vivo, se arrepintió de su flaqueza y volvió a arrojarse en las llamas. Tragicómico y heroico, pero no menos admirable que la fe de nuestros mártires. No estaría mal una imagen de San Lorenzo, a quien tanto quería Felipe II. Bye, Bye.
     - “Nada humano me es ajeno”, que decía el clásico. Hasta mañana, dulce Sancho.



     Todo era desmesurado en mi época: había extremados ejemplos de maldad y de santidad. A veces con gestos teatrales; no es extraño que nos admiraran las palabras de San Lorenzo a su verdugo cuando se abrasaba en la parrilla: “Parece que ya está asado; dame la vuelta y come”.

(44) - Buenas noches, Caballero de la Triste Figura. Te veo algo decaído, como cíclico; ¿no te me estarás amujerando?
     - Hola, querido y guasón Sancho. Ten cuidado con  las expresiones machistas. En cuanto me tome un café, saldré de nuevo a dar la batalla. Síguenos hablando de tus extraños tiempos.
     - Seguro que  te imaginas imposible poder hablar con alguien dentro de 500 años. Echa la vista atrás: medio milenio no es nada. El fondo del corazón humano será probablemente el mismo: todo cambia para seguir igual.  La olvidada e impresionante película, tan de  moda hace unos años, “El séptimo sello”, expresaba muy bien el terror que nos consumía. La Muerte visitaba de vez en cuando al caballero Antonio Block, solo como advertencia, y le inoculaba la obsesión por el amenazante final, siempre aplazado, mientras a su alrededor no había más que peste y guerra. Su escudero se reía de las angustias filosóficas del noble personaje, y le decía bufonescamente: “Por muchas vueltas que des, el trasero queda siempre detrás”.
     - Me parece que el café no me va a servir de nada; pero sigue, mi querido “atajagoces” (como tú decías).
     - Tampoco está mal “aguafiestas”. Hoy me pide el cuerpo meter caña a los hipócritas que, allende nuestras fronteras, hacían histriónicos aspavientos por la crueldades de la Inquisición. Nuestros “simpáticos” vecinos, los franceses, con una cínica intención política, quemaron viva el año 1431 a la Doncella de Orleáns, su hoy venerada Santa Juana de Arco.  La terrorífica “quema de brujas” fue una auténtica obsesión por toda Europa, menos en España. Y, para no seguir echando más sal en la herida, solo me permitiré recordar otro caso paradigmático: el de Miguel Servet. Los protestantes tuvieron toda la razón del mundo para estar hasta las gónadas (no pongas esa cara: a mí me suena muy fino y científico) de la prepotencia y la tiranía de la jerarquía católica. Pero ocurre a menudo que el más rebelde es el que más vocación tiene de tirano. Al “mañico” no se lo cargaron por sus ideas científicas, sino por meterse tercamente a teólogo (la verdad sea dicha, con tesis demenciales). Así de “tierna” fue la sentencia: “Te condenamos, Miguel Servet, a que te aten y te lleven al lugar de Champel, que allí te sujeten a una estaca y te quemen vivo, hasta que tu cuerpo quede reducido a cenizas y así termines tus días”. Pon la foto del caballero de Las Cruzadas  Antonio Block jugándose la vida al ajedrez con la Muerte.
     - Tú mandas, reverendo; pero no sé si podré dormir hoy.



     Aquellos tiempos que yo viví estaban sumergidos en la tragedia y atravesados por los horrores de la  muerte y un inquietante más allá. El caballero Block vuelve  a hacer tablas con el siniestro personaje, sabe que algún día le ganará la partida, pero le queda un solo consuelo: “Yo, Antonio Block, sigo vivo”.

sábado, 24 de octubre de 2015

(43) - Buona notte, mío amato discépolo.
     - Benvenuto, mío caro maestro. Hablemos de lo que tú llamas “la empanada mental” de la sociedad de tu tiempo. Pon algún ejemplo de vuestra histórica y esquizofrénica mentalidad.
     - Pues allá va. Hacia 1521 (recuerda, era el año de mi fallecimiento y todavía los meneses no me han colocado en el Panteón de los Hombres Ilustres), un sujeto de costumbres licenciosas experimentó un cambio fulminante y decidió seguir el camino más corto hacia la santidad, abandonando la habitual vida hipócrita y contradictoria que llevábamos la mayoría de nosotros. Se convirtió en un nuevo “sanfrancisco”, entregándose a un peregrinaje limosnero, austero y sufrido para ir a Jerusalén. Inició el viaje con un hermano suyo, mayor que él, llamado Pedro, típico clérigo vividor, tan abundantes entonces (si lo sabré yo), que había dejado a una hija de pocos meses en su casa. Fueron juntos, como un ángel y un diablo cómico, hasta que sus diferentes objetivos los separaron. Pedro llegó a Roma, adonde había ido a defender sus intereses materiales. El peregrino alcanzó Jerusalén, volvió, suavizó lo necesario su extremismo místico, se hizo sacerdote y arrastró con su ejemplo a un montón de seguidores. ¿De quién crees que hablo? El hermano de Pedro era ¡San Ignacio de Loyola!
     - Ciertamente, dos casos extremos dentro de una misma familia.
   - Pues, mi querido vicario en la tierra, tienes que imaginarte  aquella sociedad como una enorme familia en la que convivían las mentalidades más opuestas, los criterios más chocantes y las vidas más incompatibles, pero todo el mundo abrasado de religiosidad. ¡Qué locura! 
     - ¿Cómo era posible tanta contradicción? Parecía puro cinismo. 
     -La carne era débil, hijo mío, y tropezábamos constantemente contra todos y cada uno de los diez mandamientos. Hablo en general, porque había maravillosas excepciones: aquellas añadas dieron buenas cosechas de místicos absolutamente excepcionales. Y, sin embargo, hasta el más empecatado, hasta el más crápula estaba aterrorizado con lo que creía que le esperaba en el más allá (“Dame, Señor, una vida ensopada de placeres y pasiones, pero, al final, un minuto para arrepentirme”). Hamlet se dispone a matar a su padrastro por el asesinato de su padre y el adúltero matrimonio con su madre, pero se frena y envaina el puñal al caer en la cuenta de que le pilla rezando: no quiere que vaya derecho al Cielo. Los ricos dejábamos una fortuna dedicada a infinitas misas por nuestras almas. Yo mismo aparecía en mi retrato del retablo (te juro que con total sinceridad) rezando a los pies del Crucificado, de la Virgen y de sus santos padres: sabía que era un pecador y confiaba en el perdón divino. Pon otra vez esa foto que serena mi espíritu.
     - Tus deseos serán siempre órdenes, fervoroso clérigo.



 Con esa humildad y religiosidad figuraba yo en el retablo del convento de Villasana. No era una "pose", sino una muestra de confianza en el perdón divino con que se lavarían mis muchos pecados. Pero la angustia por el más allá nunca me abandonó, como si me jugara a cara o cruz la eternidad. ¡Qué tiempos!
!

(42) - Todo Quántix, como un  solo ectoplasma, ha terminado de oír las doce campanadas de la humilde iglesia románica de Rosales (al ladito de Medina), donde se casó  mi queridísima nieta Catalina Ortiz de Matienzo. Están las muchedumbres cuánticas eufóricas porque ha habido, por fin, un reconocimiento muy significativo para nuestro libro. Nos gusta que triunfe la humildad, pequeñín, y que subas al Parnaso tú que has yacido hasta ahora en la tumba del genio desconocido. Hasta hay una importante editorial que te está echando los tejos.  (No andes con escrúpulos: eres hombre fiel, pero como hijo mío, tienes que ser más fiel a la difusión de mi extraordinaria aportación histórica). Sin embargo, la verdadera euforia nos viene de una carta que acabas de recibir.
     - Con la que me siento muy honrado, y cuyo texto…
     - Alto, querubín: espérate un poco. Quiero recordarles a los meneses que, para recuperar ese enorme y valiosísimo pedazo de sus entrañas ancestrales (que, maldita sea, les  parece casquería), te tiraste tres años de azarosos viajes de investigación, con largos encierros monacales, como Cervantes en la cárcel y García Márquez en Aracataca, a pan y agua, al borde de la locura, y escribiendo como un demente desatado con paroxísticos dolores de parto, hasta que diste a luz esa hermosa criatura. La gloriosa carta que has recibido es la de un hombre muy grande, pero sencillo, doblemente ilustre, como escritor y como miembro de la Real Academia de la Lengua Española. No vamos a usar su santo nombre en vano, pero pon en letras mayúsculas un breve pasaje de su texto.
     - Ciertamente, buen Sancho, me emocionan sus caballerosas palabras: “QUERIDO AMIGO: …HE LEÍDO CON MUCHO GUSTO E INTERÉS SU LIBRO, Y A PARTIR DE AHORA SERÁ HONRADO COMO MERECE EN MI BIBLIOTECA…”. Eso mismo he hecho yo con su carta, y también será honrada como merece en mi biblioteca.
     - De aquí, ángel de amor, a Estocolmo, a recibir el premio Nobel de Literatura. Iré contigo, en tu viejo coche, con la foto mía que llevas pegada en el cristal (¡oh humilde criatura!), y, en el acto de entrega nos bailaremos un vals (no será más ridículo que lo de Cela). Y, sin más tardanza, empecemos ahorita mismo a celebrarlo
con ríos de champán hasta que agarremos una castaña cósmica, aunque me desintegre (llevo casi 500 años sin probar el alcohol). Pon una foto de la ventanilla de tu coche.
     - De acuerdo: tú mandas. ¿Y si tanto exceso provoca otro big bang?
     - No te preocupes: nos están supervisando los del Control Cuántico de Locuras (el COCULO). FELIX CELEBRATIO FOR EVERYBODY.


viernes, 23 de octubre de 2015

(41) - Buenas noches, Félix López de Matienzo. Es una joyita ese calendario de bolsillo que me has dedicado. Llegará a ser objeto de culto entre los meneses, y hasta algún día (allá por el año 2100), se subastarán los ejemplares que queden a precios astronómicos en Sotheby’s.
     - Eres un motivador de primera, querido Sancho, aunque un pelín exagerado. Tú sabes que nunca te abandonaré: aunque quedemos tú y yo solos en nuestra tertulia, seguiremos hablando eternamente.
     - Y me llamas a mí exagerado… Pero te agradezco ese afecto incondicional que me tienes. Me hizo gracia tu conversación con una buena lectora. Para encajarle nuestro libro, le dijiste que escribes mejor que su ídolo, García Márquez, y te respondió que le gustaba más todavía Alejo Carpentier.
     - Es cierto. Le dije que Alejo era una de mis asignaturas pendientes, y le propuse un trato: “Yo me pongo de inmediato a leer mi arrinconado ejemplar de ‘El siglo de las luces’, y tú te quedas con la biografía de Sancho una semana a prueba, sin ningún compromiso”.
     - Y aceptó. Y tú estás cumpliendo tu parte: esa ganancia nadie te la va a quitar. Y si ella te devuelve nuestro libro, será el error de su vida (que el Señor la confunda). Pero sigamos con la “empanada mental” que teníamos en mi época. La Inquisición era muy dura, pero solo se ocupaba de cosas de la fe. Condenaba a un  homosexual únicamente en el caso de que se enfrentara al dogma católico afirmando, terco como una mula y jugando con fuego (nunca mejor dicho), que aquello no era pecado. Para ver la diferencia, vamos a poner un ejemplo de cómo trataba al “raro” la justicia civil. En una travesía hacia la costa sudamericana, capitaneada por un desastre de almirante, Jaime Rasquín, pasó algo que contó después un pasajero, llamado Alonso Gómez de Santoya, de forma “pelín cruda” (como tú dirías): “Ocurrió un caso nefando (se refiere a la sodomía) y harto estupendo (lo dice en el sentido de impresionante); que en la capitana se halló que el contramaestre della era puto, que se echaba con un muchacho, y con otro pasaba un caso horrendo (tan “horrendo” que no lo explica). Y al contramestre dieron garrote y le echaron al mar, y a los dos muchachos azotaron, y, por ser sin edad, les quemaron los rabos, cosa que dio alteración harta en ambas naos”. Quiero ver, como desgravio, la bandera del Ogullo Gay. Ciao, caro.
     - Grazie mille, Sancio, per la tua amabilitá.


    Hijo mío, cómo han cambiado los tiempos (afortunadamente) desde mi época, la de los Reyes Católicos. Al que ha puesto esa bandera en el ayuntamiento de Sevilla, lo habrían achicharrado.
(40) - Salut, mon cher biographe, mon petit mignon, mon fils aimé, gloire de la literature, gènie inconnu, ecrivain insuperable…
     - Stop, stop, Sanchó. Ç’est sufissant. Eres  un ectoplasma atípico, demasiado apasionado.
     - Es que cada visita me resulta más emocionante. Me gustó que habláramos ayer de Taranco, y pondremos nuestro granito de arena para mantener viva la llama que encendió  nuestro querido Pepe Bustamante. Pero tenemos que seguir ahora por otros derroteros, aunque de ninguna manera dejaremos arrinconados a Vitulo y a sus benditamente alucinados compañeros. Te diré también que, en cuanto me cruzo con Torquemada, se me ponen los pelos de punta imaginando el Valle de Mena arrasado por su ingratitud. Nos hemos despedido ya de la catedral de Sevilla, andaremos escasamente cien metros, entraremos en los Alcázares de Sevilla agradeciéndole su conservación a Pedro I el Cruel Islamófilo, y allí se nos irán apareciendo, en las oficinas de la Casa de la Contratación, los gloriosos personajes que las dejaron impregnadas de su recuerdo antes de partir para Indias y también al volver. Dichoso y mil veces dichoso yo,  que los traté a todos, y maldito y mil veces maldito yo, que fui tan gilipollas (perdón, pequeñín) que no se me ocurrió (pero, ¿por qué, Dios mío?) escribir lo que habría sido la crónica más hermosa, más apasionante, más dramática, más heroica y más miserable de toda la historia de la humanidad. La culpa fue, para desgracia mía y de todos los hijos de Adán, de mi puta mentalidad de funcionario.
     - Stop, Sancheski: has patinado como nunca. Eso es muy grosero.
    - Bueno, pues de mi prostituta mentalidad de funcionario (ya veo que sigues con tus muecas). Pero, previamente, tendremos que dedicar algunas conversaciones a explicar cómo era la mentalidad de la época. Ya hemos dicho bastante de los clérigos, de su valía y de su calaña. Ahora va a hacer falta una visión panorámica del comportamiento religioso y político de los tiempos en que viví. Quizá eso sirva para que vosotros, los de hoy día, que sois tan superficiales y prejuiciosos en vuestras apreciaciones, seáis capaces de concedernos algunas atenuantes (si pedir eximentes es demasiado) en las actuaciones de las que fuimos responsables. Consuélame con otra foto de los Alcázares. Au revoir, mon petit Prince d’Orleans.
      À demain, mon tendre Roi de France.


    Ahí, en los Alcázares de Sevilla, está la antigua Casa de la Contratación. Justo ahí,  por donde pasa ese turista, ¡en mangas de camisa! y quizá pensando en la hamburguesa que va a engullir, por esos benditos arcos salía yo a recibir ansioso a los superhombres que me habían anunciado: Colón, Cortés, Pizarro, Magallanes, Balboa..., y, por mis pecados, no tomé ninguna nota (que el Señor me perdone).