(55) - Aquí me tienes, mi lucero del alba.
¿Ves tanta belleza en el firmamento? Pues resulta asombroso que en el punto más
alejado del infinito todas las leyes físicas sean idénticas a las de aquí.
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Simple y grandioso, astronómico ectoplasma. Veamos hoy a Rodrigo de Borja, el papa Alejandro VI.
Menudo elemento: una fuerza de la naturaleza, sobre todo para mal. Se diría que
el destino le vinculó al descubrimiento del Nuevo Mundo. Fíjate qué fechas:
asumió el Papado el colombino año de
1492, y falleció en 1503, cuando se creó en Sevilla la Casa de la Contratación de
las Indias y de la Mar Océana, de la que fuiste tú principal protagonista.
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Pero di también que era un negociador muy hábil: lo mejor que hizo en la vida
fue poner de acuerdo, con su autoridad papal, a España y Portugal en el reparto
de los descubrimientos, evitando de esa manera una desastrosa guerra entre los
dos países hermanos.
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Así es, reverendo. Y, además, la Historia se ha empeñado en exagerar sus
maldades, como si fueran pocas las que le adornaron. Por el tiempo en que
iba camino de la cumbre, un contemporáneo escribió de él: “Es un conversador
fluido, escribe bien; extremadamente astuto, muy enérgico y hábil en cuestiones
de negocios. Es enormemente rico, y sus relaciones con los reyes le dan gran influencia. Ha construido un bello
y confortable palacio para sí mismo. Los ingresos de sus cargos papales, de sus
abadías en Italia y España, de sus tres obispados de Valencia, Oporto y
Cartagena, son vastos”. Por otra parte, tenía, al parecer, grandes dotes de
galán seductor y un aspecto impresionante, así como el cinismo de no ocultar
sus andanzas, incluso siendo ya papa. Un testigo de la boda de Lucrecia, la
hija de Alejandro, dijo que estaba en el cortejo “Doña Julia Farnesio, la
concubina del papa”. El historiador Guicciardini, que le trató, alababa su
capacidad administrativa, pero añadía: “Sus virtudes estaban sumergidas en
defectos mucho mayores. Su forma de vivir era disoluta. No conocía la
vergüenza ni la sinceridad, ni la fe ni la religión. Además, estaba poseído por
una insaciable codicia, una ambición sin límites y una ardiente pasión por el
progreso de sus muchos hijos”. Pero el corrompido papa, “gloria nacional” de
España, tuvo una crisis moral cuando asesinaron en Roma a su hijo Juan, primer
Duque de Gandía. Sintió que era castigado por sus propios pecados, y quiso cambiar su vida y la de Iglesia
entera. Haciendo toreo de salón, llegó a planificar una reforma general. Pero
el borrador se quedó en borrador, la carne era débil y la cabra volvió al
monte. Todo siguió igual. Pondremos una foto de nuestro ilustre paisano. Ciao.
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Buona notte, Príncipe de Maine. Duerme, duerme, mi bien.
El
papa Alejandro VI. No hay más que verle para saber que era un hombre muy
ambicioso y de grandes pasiones terrenales. Lo tuve de jefe supremo durante
once años. ¡Vaya ejemplo para la descarriada tropa clerical!
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