sábado, 31 de octubre de 2015

(55) - Aquí me tienes, mi lucero del alba. ¿Ves tanta belleza en el firmamento? Pues resulta asombroso que en el punto más alejado del infinito todas las leyes físicas sean idénticas a las de aquí.
     - Simple y grandioso, astronómico ectoplasma. Veamos hoy a  Rodrigo de Borja, el papa Alejandro VI. Menudo elemento: una fuerza de la naturaleza, sobre todo para mal. Se diría que el destino le vinculó al descubrimiento del Nuevo Mundo. Fíjate qué fechas: asumió el Papado el colombino año  de 1492, y falleció en 1503, cuando se creó en Sevilla la Casa de la Contratación de las Indias y de la Mar Océana, de la que fuiste tú principal protagonista.
     - Pero di también que era un negociador muy hábil: lo mejor que hizo en la vida fue poner de acuerdo, con su autoridad papal, a España y Portugal en el reparto de los descubrimientos, evitando de esa manera una desastrosa guerra entre los dos países hermanos.
     - Así es, reverendo. Y, además, la Historia se ha empeñado en exagerar sus maldades, como si fueran pocas las que le adornaron. Por el tiempo en que iba camino de la cum­bre, un contemporáneo escribió de él: “Es un conversador fluido, escribe bien; extremadamente astuto, muy enérgico y hábil en cuestiones de negocios. Es enormemente rico, y sus relaciones con los reyes  le dan gran influencia. Ha construido un be­llo y confortable palacio para sí mismo. Los ingresos de sus cargos papales, de sus abadías en Italia y España, de sus tres obispados de Valencia, Oporto y Cartagena, son vastos”. Por otra parte, tenía, al parecer, grandes dotes de galán seductor y un aspecto impre­sionante, así como el cinismo de no ocultar sus andanzas, incluso siendo ya papa. Un testigo de la boda de Lucrecia, la hija de Alejandro, dijo que estaba en el cortejo “Doña Julia Farnesio, la concubina del papa”. El historiador Guicciardini, que le trató, alababa su capacidad administrativa, pero añadía: “Sus virtudes estaban sumergidas en defectos mucho mayores. Su for­ma de vivir era disoluta. No conocía la vergüenza ni la sinceridad, ni la fe ni la religión. Además, estaba poseído por una insaciable codicia, una ambición sin límites y una ardiente pasión por el pro­greso de sus muchos hijos”. Pero el corrompido papa, “gloria nacional” de España, tuvo una crisis moral cuando asesinaron en Roma a su hijo Juan, primer Duque de Gandía. Sintió que era castigado por sus propios pecados,  y quiso cambiar su vida y la de Iglesia entera. Haciendo toreo de salón, llegó a planificar una reforma general. Pero el borrador se quedó en borrador, la carne era débil y la cabra volvió al monte. Todo siguió igual. Pondremos una foto de nuestro ilustre paisano. Ciao.
     - Buona notte, Príncipe de Maine. Duerme, duerme, mi bien.


     El papa Alejandro VI. No hay más que verle para saber que era un hombre muy ambicioso y de grandes pasiones terrenales. Lo tuve de jefe supremo durante once años. ¡Vaya ejemplo para la descarriada tropa clerical!


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