sábado, 17 de octubre de 2015

(28) - Bona nit, el meu fill.
   - Benvingut, el meu pare. Ya veo que disfrutas con los idiomas.
   - Me encantan los nuevos usos del lenguaje. Aunque te diré que la costumbre actual de blasfemar sin ton ni son me saca de quicio. Y el no va más es que suelten un mecagüendiós  niños pequeños. Cuando les oigo, toda mi refinada estructura ectoplásmica se cortocircuita con un olor insoportable a quemado, y, durante unos instantes, desaparece mi imagen hasta que recupero correctamente, pero a trompicones, mi onda cuántica. Lo del catalán viene por el espectáculo que nos estáis dando. Si pudiéramos votar nosotros, saldría adelante una Federación Ibérica, en la que todos, incluidos los portugueses, estaríais cogiditos de las manos, como primos bien avenidos. No te extrañe que los Reyes Católicos estén pasando una etapa desagradable, aunque con serenidad ectoplásmica y cierto sentido del humor.
     - Una vez desahogado, querido e ilustre menés, sigamos con la historia de tus compañeros canónigos.
     - Pues hablemos de otros “figuras” de mi cabildo sevillano. Bernardino de Carvajal tenía, más o menos, mi edad. Fue uno de los muchos protegidos del poderosísimo cardenal Pedro González de Mendoza (nuestro viejo conocido, el de los “lindos pecados”). El “inquietante” papa español Alejandro VI lo nombró cardenal, y los Reyes Católicos le enviaron como embajador al Vaticano, tras haber sido nuncio en España. En 1511 estuvo implicado en una intriga contra el papa Julio II (el que peleó con Miguel Ángel hasta conseguir que terminara de pintar la Capilla Sixtina, y pasó a mejor vida cuatro meses después). Por no ser de fiar, le quitaron el cardenalato a Bernardino, pero lo recuperó pronto y fue nombrado obispo de Plasencia. Nos superó en avidez de honores y riqueza a la mayoría de nosotros, que ya es decir. Un siglo después, comentaría de él, con acierto, el cronista Gil González Dávila que “causa admiración que cupiesen tantas prebendas en una sola cabeza”. Menéndez Pelayo fue más contundente: “Bernardino de Carvajal murió en 1523, sin haber conseguido la tiara papal, tras de la cual anduvo toda su vida”. Así que nuestra vidas fueron paralelas en el tiempo, pero él lo aprovechó mucho mejor, y eso que yo no era manco. Todo esto me pone melancólico y avergonzado. Necesito volver a Triana para visitar la iglesia de Santa Ana, porque viví intensamente esa devoción y la trasladé tal cual a mi convento de Mena. Pon la foto que hiciste en su interior, a ver si vuelvo a sentirme limpio. Adeu, Feliset. 
     - Fins demà, estimat Sanchet.
       

No hay comentarios:

Publicar un comentario