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- Aquí estoy, entrañable luchador. Te queda poco para terminar tu reparto de
octavillas por el Valle de Mena. No es nada fácil “hacer ver” a la gente la
importancia de nuestro libro.
- Hola, querido padrino. Aunque todo
falle, yo seguiré disfrutando de tus visitas. No importa demasiado que la
propaganda sea un brindis al sol. No saben lo que se pierden de su propia
historia.
- ¡Éste es mi chico! No hay prisa; la
semilla irá fructificando. Empecemos, pues, a hablar de mi vida en la catedral.
Les toca el turno a los arzobispos que tuve. Dice alguien que el primero fue
don Pedro González de Mendoza, el number one de los clérigos poderosos de todos
los tiempos (sólo estuvo a su altura el Cardenal Cisneros, muy superior a él en
el aspecto ético). De los hijos de don Pedro, decía la reina Isabel que eran
“los lindos pecados del Cardenal”. Pero, cuando yo llegué a Sevilla, en 1490,
ya no estaba allí, sino que le había sucedido en el cargo su sobrino, don Diego
Hurtado de Mendoza. Ya sabes que en aquellos tiempos el clérigo que era de
familia linajuda, de carácter ambicioso y hábil maniobrero, llegaba con
facilidad, por lo menos, a obispo. Así que yo lo tuve más difícil, porque mi
nobleza era de segunda categoría. ¡Los Mendoza! ¡Mamma mía! No hay más que ver
el palacio que construyeron a finales del siglo XV en Guadalajara, ciudad en la
que nació don Diego (pon la foto). De la categoría de la Casa del Cordón que
construyeron los Velasco en Burgos, que tampoco eran mancos. De los Mendoza
surgió posteriormente la tuerta y ensoberbecida Princesa de Éboli, Ana de
Mendoza y de la Cerda (no hagas un chiste fácil), casada con, y luego viuda del
factótum secretario de Felipe II, el portugués Ruy Gómez de Silva. Fue más
terca que una reata de mulas, llevando al límite la paciencia del Rey, hasta
que la encerró de por vida. Dicho lo cual, seguiremos mañana hablando de mi relación con don Diego Hurtado de Mendoza.
Tienes que descansar más: ayer vi dos erratas en tu escrito. Que la paz del
Señor sea siempre contigo, mi entrañable biógrafo.
- Y con tu compasivo espíritu.
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