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- I am here, my sweet heart. Sin que
termine el eco de la docena campanada de la iglesia de Rosales (qué guapa
estuvo allí de novia mi deliciosa nieta, Catalina Ortiz de Matienzo), te me
aparezco.
-
Eres como el Conde Drácula, mi querido e instantáneo ectoplasma. Tenemos que
seguir metiendo caña al alto clero.
-
Menos mal que eres tú, corazón mío, el que trata el tema, y me echas un capote.
En Quántix se ríen a carcajadas, pero están de vuelta de todo. Es el Reino de
la Risa y ya no hay ambiciones. El
repugnante papa español Alejandro VI está allá ahora de monaguillo, y
es, por fin, feliz. Veamos cómo se torció la Iglesia.
- El
precedente más lejano de su viraje hacia el poder civil estaría en el traslado que Constantino hizo
de la capital del Imperio Romano a su nueva ciudad, Constantinopla, el año 328.
Como consecuencia, su poder sobre el Papado romano empezó a debilitarse, a lo
que se añadió que, por haberle curado de la lepra, le regaló al papa San
Silvestre su propio palacio, el Laterano, y terreno en la colina Vaticana para
construir una iglesia. Mucho después, el año 726, el emperador León III, siguiendo el criterio de los cristianos orientales,
quiso eliminar también en Occidente el culto a las imágenes. El papa San
Gregorio II se opuso firmemente a las disposiciones del gobernante, y
“semejante asunto” provocó una dura guerra religiosa que el pueblo se tomó muy
en serio, terminando con la derrota de los bizantinos. Sin embargo este papa no
tuvo todavía la intención clara de hacerse con el poder temporal, aunque la
idea iba prosperando. La escisión real con Oriente, en apariencia sólo
religiosamente, se produjo el año 731, ya que el Sínodo reunido en Roma
excomulgó a todos aquellos que condenaran las imágenes. Pocos años después, el
papa se vio en apuros por el asedio de los lombardos, que, aunque como
cristianos le respetaban, querían apoderarse de Roma. El entonces pontífice
Esteban II no era ningún santo, pero le sobraba coraje y habilidad diplomática.
Durante el invierno del año 755, y, a pesar de su avanzada edad, atravesó los
Alpes para ir en persona a pedir ayuda al rey franco Pipino III, llamado el
“Breve” por su baja estatura. El coraje de Esteban admiró a la Corte. Y la
convenció, no sólo para la lucha contra los invasores, sino también para que le
prometieran poder político sobre Roma. Pipino derrotó a los lombardos y cumplió
generosamente la palabra dada al papa, a pesar de la protesta del emperador
bizantino. De la noche a la mañana, Esteban II se vio dueño, no sólo de Roma,
sino de otras veinte ciudades, entre las que estaban Rávena, Ancona, Bolonia,
Ferrara, Iesi y Gubio. Iban a nacer los Estados Pontificios. Y así empezó la
historia de la infamia. El papa se había convertido en un señor feudal, envidioso
y envidiado, con un trono que ya no era solamente la silla de Pedro, sino el
símbolo de un poder muy apetecible para las familias más linajudas de la
península italiana.
- Y de
aquellos polvos vino lo peor de mi ajetreada vida.
- Fue otra de tus “circunstancias” adversas,
dolce Sancio. Ciao.
- Ío te adoro, piccolino. Pon al papa Esteban
II liándola parda.
El texto latino del cuadro explica que un
abad, en representación del rey franco Pipino, le da al papa Esteban II las
provincias que le arrebató en italia a los lombardos. Así perdió
definitivamente la Iglesia su inocencia, como Adán y Eva cuando probaron el
fruto prohibido. No es tan extraño que yo fuera después Abad de Jamaica y, al
mismo tiempo, alto funcionario real en la Casa de Contratación de Sevilla.
Limpia, si es posible, mi imagen, lucero mío.
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