miércoles, 28 de octubre de 2015

    (50) - I am here, my sweet heart. Sin  que termine el eco de la docena campanada de la iglesia de Rosales (qué guapa estuvo allí de novia mi deliciosa nieta, Catalina Ortiz de Matienzo), te me aparezco.
     - Eres como el Conde Drácula, mi querido e instantáneo ectoplasma. Tenemos que seguir metiendo caña al alto clero.
     - Menos mal que eres tú, corazón mío, el que trata el tema, y me echas un capote. En Quántix se ríen a carcajadas, pero están de vuelta de todo. Es el Reino de la Risa y ya no hay ambiciones. El  repugnante papa español Alejandro VI está allá ahora de monaguillo, y es, por fin, feliz. Veamos cómo se torció la Iglesia.
     - El precedente más lejano de su viraje hacia el po­der civil  estaría en el traslado que Constantino hizo de la capital del Imperio Romano a su nueva ciudad, Constantinopla, el año 328. Como consecuencia, su po­der sobre el Papado romano empezó a debilitarse, a lo que se añadió que, por haberle curado de la lepra, le regaló al papa San Silvestre su propio palacio, el Laterano, y terreno en la colina Vaticana para construir una iglesia. Mucho después, el año 726, el emperador León III,  siguiendo el criterio de los cristianos orientales, quiso eliminar también en Occidente el culto a las imá­genes. El papa San Gregorio II se opuso firmemente a las dispo­siciones del gobernante, y “semejante asunto” provocó una dura guerra religiosa que el pueblo se tomó muy en serio, terminando con la derrota de los bizantinos. Sin embargo este papa no tuvo todavía la in­tención clara de hacerse con el poder temporal, aunque la idea iba prosperando. La escisión real con Oriente, en apariencia sólo religiosamente, se produjo el año 731, ya que el Sínodo reunido en Roma excomulgó a todos aquellos que condenaran las imágenes. Pocos años después, el papa se vio en apuros por el asedio de los lombardos, que, aunque como cristianos le respetaban, que­rían apoderarse de Roma. El entonces pontífice Esteban II no era ningún santo, pero le sobraba coraje y habilidad diplomática. Durante el invierno del año 755, y, a pesar de su avanzada edad, atravesó los Alpes para ir en persona a pedir ayuda al rey franco Pipino III, llamado el “Breve” por su baja estatura. El coraje de Esteban admiró a la Corte. Y la convenció, no sólo para la lucha contra los invasores, sino también para que le prometieran poder político sobre Roma. Pipino derrotó a los lombardos y cumplió generosamente la palabra dada al papa, a pesar de la protesta del emperador bizantino. De la noche a la mañana, Esteban II se vio dueño, no sólo de Roma, sino de otras veinte ciudades, entre las que estaban Rávena, Ancona, Bolonia, Ferrara, Iesi y Gubio. Iban a nacer los Estados Pontificios. Y así empezó la historia de la infamia. El papa se había conver­tido en un señor feudal, envidioso y envidiado, con un trono que ya no era solamente la silla de Pedro, sino el símbolo de un po­der muy apetecible para las familias más linajudas de la península italiana.
-  Y de aquellos polvos vino lo peor de mi ajetreada vida.
- Fue otra de tus “circunstancias” adversas, dolce Sancio. Ciao.
- Ío te adoro, piccolino. Pon al papa Esteban II liándola parda.



     El texto latino del cuadro explica que un abad, en representación del rey franco Pipino, le da al papa Esteban II las provincias que le arrebató en italia a los lombardos. Así perdió definitivamente la Iglesia su inocencia, como Adán y Eva cuando probaron el fruto prohibido. No es tan extraño que yo fuera después Abad de Jamaica y, al mismo tiempo, alto funcionario real en la Casa de Contratación de Sevilla. Limpia, si es posible, mi imagen, lucero mío.

 

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