jueves, 15 de octubre de 2015

(26) -Gabon, biotza.
     -Ongi etorri, lastana.
     - Nos hemos reído mucho en Quántix con lo que te contó una lectora nuestra, Carmen, y lo que le contestaste.  Te dijo que le había regalado nuestro libro a una tía suya que es monja, y también ella soltó la carcajada cuando vio tu mail. Que es como sigue: “Hola, Carmen: Me alegro por lo de tu tía, pero, después de que lea el libro, pueden ocurrir cuatro cosas: 1.- Que cuelgue los hábitos. 2.- Que me localice y me arranque la cabeza. 3.- Que vea lo positivo y esté segura de que Dios escribe derecho con líneas torcidas. 4.- Que le encante el libro. Si ves síntomas de que va a optar por la uno y la dos, avísame con tiempo para que me esfume. Un abrazo”. Pero, aunque has utilizado la parodia, en el fondo hay algo que  no te deja tranquilo.
     - Sé que no me vas a aconsejar nada, querido Sancho, pero describiré mi situación. Tengo muy claro que los hechos de la historia hay que contarlos, pero me duele que puedan producir alguna indigestión o dañar las ilusiones de personas idealistas. Da la casualidad de que ayer salió un artículo hablando del dilema de los periodistas cuando manejan material de alto riesgo (“lo cuento o no lo cuento”). El autor (a quien llamaremos “El Oscuro” porque solo admite lectores con  coeficiente mental por encima de 160) tocaba este tema, y, como  “casi” he entendido lo que decía, creo que daba en la diana defendiendo la libertad del escritor. Con nuestro libro, no me preocupa demasiado el público en general, pero tengo una obsesión con las monjas de Mondragón. A pesar de que en el texto las trato con mucho cariño, no me decido a enviarles un ejemplar (que, por otra parte, merecen más que nadie), porque van a ver tu imagen (la de su fundador) y la de la Iglesia bastante deterioradas (para los criterios actuales). Creo que solamente se lo entregaré si ellas mismas (supongo que les llegará la onda) me lo piden.
     - Caro piccolino. Por mí no te preocupes. Sigue tu propio criterio. Pero no te pongas mohíno. Recuperemos la alegría andaluza: ¡Arsa, mi niño: vámono pa Triana! Paseaste a gusto por ese delicioso barrio sevillano y le hiciste una bonita foto a la estatua desafiante de Juan Belmonte, conocido como el Pasmo de Triana. Ponla. Quién me iba a decir que el toreo que hacía en mi tiempo la “aristocrática caballería”, sería desbancado después por el de la “popular infantería”. Bihar arte, potxolo.
       -Agur, aitatxu.
     

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