(26) -Gabon, biotza.
-Ongi etorri, lastana.
- Nos hemos
reído mucho en Quántix con lo que te contó una lectora nuestra, Carmen, y lo
que le contestaste. Te dijo que le había
regalado nuestro libro a una tía suya que es monja, y también ella soltó la
carcajada cuando vio tu mail. Que es como sigue: “Hola, Carmen: Me alegro por
lo de tu tía, pero, después de que lea el libro, pueden ocurrir cuatro cosas: 1.- Que cuelgue los hábitos. 2.- Que
me localice y me arranque la cabeza. 3.- Que vea lo positivo y esté segura de
que Dios escribe derecho con líneas torcidas. 4.- Que le encante el libro. Si ves
síntomas de que va a optar por la uno y la dos, avísame con tiempo para que me
esfume. Un abrazo”. Pero, aunque has utilizado la parodia, en el fondo hay algo
que no te deja tranquilo.
- Sé que no
me vas a aconsejar nada, querido Sancho, pero describiré mi situación. Tengo
muy claro que los hechos de la historia hay que contarlos, pero me duele que
puedan producir alguna indigestión o dañar las ilusiones de personas
idealistas. Da la casualidad de que ayer salió un artículo hablando del dilema
de los periodistas cuando manejan material de alto riesgo (“lo cuento o no lo
cuento”). El autor (a quien llamaremos “El Oscuro” porque solo admite lectores
con coeficiente mental por encima de
160) tocaba este tema, y, como “casi” he
entendido lo que decía, creo que daba en la diana defendiendo la libertad del
escritor. Con nuestro libro, no me preocupa demasiado el público en general,
pero tengo una obsesión con las monjas de Mondragón. A pesar de que en el texto
las trato con mucho cariño, no me decido a enviarles un ejemplar (que, por otra
parte, merecen más que nadie), porque van a ver tu imagen (la de su fundador) y
la de la Iglesia bastante deterioradas (para los criterios actuales). Creo que
solamente se lo entregaré si ellas mismas (supongo que les llegará la onda) me
lo piden.
- Caro piccolino. Por mí no te preocupes.
Sigue tu propio criterio. Pero no te pongas mohíno. Recuperemos la alegría
andaluza: ¡Arsa, mi niño: vámono pa Triana! Paseaste a gusto por ese delicioso
barrio sevillano y le hiciste una bonita foto a la estatua desafiante de Juan
Belmonte, conocido como el Pasmo de Triana. Ponla. Quién me iba a decir que el
toreo que hacía en mi tiempo la “aristocrática caballería”, sería desbancado
después por el de la “popular infantería”. Bihar arte, potxolo.
-Agur, aitatxu.
-Agur, aitatxu.
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