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- Aquí me tienes, figliolo mio. Noche oscura y fría en el Valle de Mena. Cuando
el grajo vuela bajo…
- Stop, caro Sancho. Tienes que conseguir
un lenguaje digno de ti.
- Es una pena porque me gustaba la rima.
Pero te haré caso. Sé que no eres un atajagoces.
- Bonita palabra: merecería la
resurrección.
- Hablemos del sucesor de Don Diego
Hurtado de Mendoza. También Diego de nombre: Don Diego de Deza. Fue mi último
arzobispo porque duró dos años más que yo, hasta 1523. Otro personaje
impresionante, que llegó a la cima por la ley del “chicolisto-noblelinaje”. Por
su prestigio de religioso sabio, lo
escogieron los Reyes Católicos como preceptor del hijo en quien habían puesto
todas sus esperanzas, el Príncipe Juan, del que se dijo la tontería de que
había muerto por los fogosos excesos sexuales de calenturiento recién casado.
Duró siglos esta absurda versión. Ciertamente, también los reyes lloran: esa
gloriosa pareja, Isabel y Fernando, tuvo que sufrir mazazos muy duros del
destino. El prestigioso Deza cambió más tarde de rumbo, dedicándose
ahincadamente a superar en jerarquía la
cima del Everest. Fernando le ayudó en sus objetivos, agradeciéndole que
lograra mantener en paz Andalucía contra los nobles levantiscos cuando murió su
yerno, Felipe el Guaperas (con perdón,
mi pequeño). Deza llegó a ser Inquisidor General (inevitablemente, a su vera se
sentía uno intimidado). Incluso fue nombrado Cardenal y Arzobispo de Toledo (el
no va más), pero murió antes de tomar posesión. Más adelante veremos que un
canónigo de Sevilla, compañero mío y sobrino suyo, llamado Juan Pardo Tavera,
alcanzó las mismas cimas insuperables, algo así como el Rey del Pollo Frito.
- Te pasas, Sancho. Pero reconozco que no
puedo llamar la atención a un cuántico que, a lo largo de más de medio milenio,
ha visto todo lo imaginable.
- Eres encantador, aunque sigues con
despistes al escribir. Pero siempre serás mi protegido, et ego te absolvo ab
erratis tuis. Pon la foto del impresionante y fúnebre sepulcro del Príncipe
Juan, que murió felizmente enamorado y quedó enterrado en la iglesia de Santo Tomás
(Ávila). Lo terminó en 1512 el extraordinario escultor Fancelli, recomendado al
rey Fernando (Isabel ya había fallecido) por el renacentista conde de Tendilla
(sí, el mismo, el hermano de mi arzobispo Diego Hurtado de Mendoza). A domani,
mio caro.
- Ciao,
buen Sancho.
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