lunes, 12 de octubre de 2015

(22) - Aquí me tienes, figliolo mio. Noche oscura y fría en el Valle de Mena. Cuando el grajo vuela bajo…
     - Stop, caro Sancho. Tienes que conseguir un lenguaje digno de ti.
     - Es una pena porque me gustaba la rima. Pero te haré caso. Sé que no eres un atajagoces.
     - Bonita palabra: merecería la resurrección.
     - Hablemos del sucesor de Don Diego Hurtado de Mendoza. También Diego de nombre: Don Diego de Deza. Fue mi último arzobispo porque duró dos años más que yo, hasta 1523. Otro personaje impresionante, que llegó a la cima por la ley del “chicolisto-noblelinaje”. Por su prestigio de  religioso sabio, lo escogieron los Reyes Católicos como preceptor del hijo en quien habían puesto todas sus esperanzas, el Príncipe Juan, del que se dijo la tontería de que había muerto por los fogosos excesos sexuales de calenturiento recién casado. Duró siglos esta absurda versión. Ciertamente, también los reyes lloran: esa gloriosa pareja, Isabel y Fernando, tuvo que sufrir mazazos muy duros del destino. El prestigioso Deza cambió más tarde de rumbo, dedicándose ahincadamente a superar  en jerarquía la cima del Everest. Fernando le ayudó en sus objetivos, agradeciéndole que lograra mantener en paz Andalucía contra los nobles levantiscos cuando murió su yerno,  Felipe el Guaperas (con perdón, mi pequeño). Deza llegó a ser Inquisidor General (inevitablemente, a su vera se sentía uno intimidado). Incluso fue nombrado Cardenal y Arzobispo de Toledo (el no va más), pero murió antes de tomar posesión. Más adelante veremos que un canónigo de Sevilla, compañero mío y sobrino suyo, llamado Juan Pardo Tavera, alcanzó las mismas cimas insuperables, algo así como el Rey del Pollo Frito.
     - Te pasas, Sancho. Pero reconozco que no puedo llamar la atención a un cuántico que, a lo largo de más de medio milenio, ha visto todo lo imaginable.
     - Eres encantador, aunque sigues con despistes al escribir. Pero siempre serás mi protegido, et ego te absolvo ab erratis tuis. Pon la foto del impresionante y fúnebre sepulcro del Príncipe Juan, que murió felizmente enamorado y quedó enterrado en la iglesia de Santo Tomás (Ávila). Lo terminó en 1512 el extraordinario escultor Fancelli, recomendado al rey Fernando (Isabel ya había fallecido) por el renacentista conde de Tendilla (sí, el mismo, el hermano de mi arzobispo Diego Hurtado de Mendoza). A domani, mio caro.

     - Ciao,  buen Sancho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario