domingo, 18 de octubre de 2015

(31) - Bienvenido, tierno ectoplasma y gloria nacional.
- Y que lo digas, insigne literato. Otro notabilísimo compañero mío en la catedral fue Juan Pardo Tavera, nacido en Toro el año 1472. Nombrado canónigo de Sevilla en 1507, allá nos llegó con simulados aires de  pardillo, aunque todos sabíamos que era muy inteligente, ambicioso y linajudo. Nadie se atrevió a hacerle alguna novatada: se trataba nada menos que del sobrino del mismísimo arzobispo de Sevilla, fray Diego de Deza. Pronto comenzó a volar hacia las altas cúspides, alcanzando tanto las cimas del poder eclesiástico como del político. Con sus faldas clericales, estuvo al frente de la Universidad de Salamanca y de los obispados de Ciudad Rodrigo y Burgo de Osma, así como del arzobispado  de Santiago  y del no va más, el de Toledo, llegando también, ¡oh envidiada dignidad!, a recibir el capelo cardenalicio, que, en aquella época, solamente cubría la cabeza de unos pocos bienaventurados de la Iglesia Católica. Tuvo otro cargo temible: el de Inquisidor General. Eso en cuanto clérigo. Pero, para que se sepa lo adinerados que éramos los canónigos de Sevilla, bastará mencionar el “cabreo” que cogió cuando el Rey  le consiguió el obispado de Ciudad Rodrigo (que, naturalmente, tuvo que aceptar). Le hizo este plañidero comentario a su tío en una carta: “Su Alteza, de clérigo rico, me ha hecho obispo pobre”. ¡Manda eggs! (ya ves que suavizo finamente mis expresiones). En el terreno político,  fue Presidente de la importantísima Chancillería de Valladolid, e incluso llegó a ejercer como Gobernador del Reino en 1539. Él fue quien le aconsejó a Carlos V que acabara con los abusos de los oidores de la Audiencia de México (pobre sobrino mío Juan Ortiz de Matienzo). Fundó el magnífico Hospital Tavera de Toledo, donde hoy se alberga el Archivo Nacional de la Nobleza, y que se honra con que tú hicieras ahí la última consulta de tu nunca suficientemente alabado libro, el de mi biografía. Cuenta algo, pequeñín.
     - Pues solamente dos cosas. Que en ningún otro archivo me han tratado mejor, y que encontré lo que buscaba: el precioso documento  del año 1669 en el que tu importante tataranieto Antonio Ortiz de Matienzo y Bricianos Vicentelo le cedió toda la herencia a su hermano mayor, Álvaro, ciego por heridas de guerra, del que dice que “está privado de la vista corporal”.
     - Se expresaba bien mi generoso tataranieto: la “vista espiritual” es otra cosa. Pon dos fotos del ilustre cardenal: una de ellas irreverente. ¡Qué valiente era Buñuel con un Inquisidor General ya difunto!
     - No te enfades, reverendo: “A moro muerto, gran lanzada”.

      
     El año 1609, pintó el Greco este cuadro basándose en la mascarilla mortuoria de mi amigo el Cardenal Tavera. Le vino bien para su deformado estilo, pero ahora son buenos amigos. Nadie se enfada aquí, en Quántix, el Reino de la Risa.

     Ya no sufrimos por nada, hijo mío, pero me rechinan los dientes viendo ese tremendo y sacrílego contraste. Buñuel filmó a Catherine Deneuve en "Tristana" acercando morbosamente sus exquisitos labios a la imagen sepulcral del Inquisidor General Tavera. El retorcido aragonés sabía que jugaba con una bomba ya desactivada.


     


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