(31) - Bienvenido, tierno ectoplasma y gloria
nacional.
- Y que lo digas, insigne literato. Otro notabilísimo
compañero mío en la catedral fue Juan Pardo Tavera, nacido en Toro el año 1472.
Nombrado canónigo de Sevilla en 1507, allá nos llegó con simulados aires
de pardillo, aunque todos sabíamos que
era muy inteligente, ambicioso y linajudo. Nadie se atrevió a hacerle alguna
novatada: se trataba nada menos que del sobrino del mismísimo arzobispo de
Sevilla, fray Diego de Deza. Pronto comenzó a volar hacia las altas cúspides,
alcanzando tanto las cimas del poder eclesiástico como del político. Con sus
faldas clericales, estuvo al frente de la Universidad de Salamanca y de los
obispados de Ciudad Rodrigo y Burgo de Osma, así como del arzobispado de Santiago
y del no va más, el de Toledo, llegando también, ¡oh envidiada dignidad!,
a recibir el capelo cardenalicio, que, en aquella época, solamente cubría la
cabeza de unos pocos bienaventurados de la Iglesia Católica. Tuvo otro cargo
temible: el de Inquisidor General. Eso en cuanto clérigo. Pero, para que se
sepa lo adinerados que éramos los canónigos de Sevilla, bastará mencionar el
“cabreo” que cogió cuando el Rey le
consiguió el obispado de Ciudad Rodrigo (que, naturalmente, tuvo que aceptar).
Le hizo este plañidero comentario a su tío en una carta: “Su Alteza, de clérigo
rico, me ha hecho obispo pobre”. ¡Manda eggs! (ya ves que suavizo finamente mis
expresiones). En el terreno político,
fue Presidente de la importantísima Chancillería de Valladolid, e
incluso llegó a ejercer como Gobernador del Reino en 1539. Él fue quien le
aconsejó a Carlos V que acabara con los abusos de los oidores de la Audiencia
de México (pobre sobrino mío Juan Ortiz de Matienzo). Fundó el magnífico
Hospital Tavera de Toledo, donde hoy se alberga el Archivo Nacional de la
Nobleza, y que se honra con que tú hicieras ahí la última consulta de tu nunca
suficientemente alabado libro, el de mi biografía. Cuenta algo, pequeñín.
- Pues
solamente dos cosas. Que en ningún otro archivo me han tratado mejor, y que
encontré lo que buscaba: el precioso documento
del año 1669 en el que tu importante tataranieto Antonio Ortiz de Matienzo
y Bricianos Vicentelo le cedió toda la herencia a su hermano mayor, Álvaro,
ciego por heridas de guerra, del que dice que “está privado de la vista
corporal”.
- Se
expresaba bien mi generoso tataranieto: la “vista espiritual” es otra cosa. Pon
dos fotos del ilustre cardenal: una de ellas irreverente. ¡Qué valiente era
Buñuel con un Inquisidor General ya difunto!
- No te
enfades, reverendo: “A moro muerto, gran lanzada”.
El año
1609, pintó el Greco este cuadro basándose en la mascarilla mortuoria de mi
amigo el Cardenal Tavera. Le vino bien para su deformado estilo, pero ahora son
buenos amigos. Nadie se enfada aquí, en Quántix, el Reino de la Risa.
Ya no sufrimos por nada, hijo mío, pero me rechinan los dientes viendo ese tremendo y sacrílego contraste. Buñuel filmó a Catherine Deneuve en "Tristana" acercando morbosamente sus exquisitos labios a la imagen sepulcral del Inquisidor General Tavera. El retorcido aragonés sabía que jugaba con una bomba ya desactivada.
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