(19)
- Ciao, caro figlio. Es una delicia planear a estas horas del final de un día y
comienzo de otro por mi querido Valle de Mena. Silencio absoluto. Todos están
en sus casas viendo la televisión, menos tú que permaneces alerta como
Berdardette en Lourdes cuando llegaba la Virgen.
- Benvenuto, dolce Sancho.
- Sigamos hablando de don Diego Hurtado de
Mendoza, mi arzobispo (y cardenal) hasta el año 1502, en que murió. Para no ser
excepción a la regla de la época (tú nunca te olvidas de insistir en “las
circunstancias”), tuvo dos hijos. Se trata de suavizar el hecho diciendo que
nacieron antes de que fuera clérigo, pero ese argumento “no cuela”, porque los
felices partos ocurrieron fuera de matrimonio y cuando, sin duda, ya tenía
programada una triunfal carrera eclesiástica. No seré yo quien tire piedras a
su tejado desde el mío, que es de frágil cristal.
- Te has vuelto un clérigo sincero y
prudente. Es muy curioso lo que dice un
escritor de mediados del siglo XVI: “Don Diego Hurtado de Mendoza fue un
Prelado que supo bien imitar al gran Cardenal Don Pedro González de Mendoza, su
tío, que le fue dechado de acciones heroicas. Su vida ejemplar, su amor
afectuoso a esta Iglesia, en que tuvo como Provisores a varones insignes, el
Doctor Sancho de Matienzo, Canónigo, y Don Fernando de la Torre, Deán. Su
hermano le hizo fabricar un mausoleo suntuosísimo de mármol blanco, artificioso
en traza y adornos”.
- Harta razón tienes, pero mañana
comentaremos todo el sentido de estas palabras. Pon la foto de la capilla más
famosa de la Catedral de Sevilla, la de la Virgen de la Antigua, en la que se
encuentra ese mausoleo. Duerme bien (ayer, otra errata), mi querido Príncipe de
las Letras.
- Espero impaciente tu vuelta, Ilustrísimo
Abad de Jamaica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario