domingo, 11 de octubre de 2015

(19) - Ciao, caro figlio. Es una delicia planear a estas horas del final de un día y comienzo de otro por mi querido Valle de Mena. Silencio absoluto. Todos están en sus casas viendo la televisión, menos tú que permaneces alerta como Berdardette en Lourdes cuando llegaba la Virgen.
     - Benvenuto, dolce Sancho.
     - Sigamos hablando de don Diego Hurtado de Mendoza, mi arzobispo (y cardenal) hasta el año 1502, en que murió. Para no ser excepción a la regla de la época (tú nunca te olvidas de insistir en “las circunstancias”), tuvo dos hijos. Se trata de suavizar el hecho diciendo que nacieron antes de que fuera clérigo, pero ese argumento “no cuela”, porque los felices partos ocurrieron fuera de matrimonio y cuando, sin duda, ya tenía programada una triunfal carrera eclesiástica. No seré yo quien tire piedras a su tejado desde el mío, que es de frágil cristal.
     - Te has vuelto un clérigo sincero y prudente. Es muy curioso lo que  dice un escritor de mediados del siglo XVI: “Don Diego Hurtado de Mendoza fue un Prelado que supo bien imitar al gran Cardenal Don Pedro González de Mendoza, su tío, que le fue dechado de acciones heroicas. Su vida ejemplar, su amor afectuoso a esta Iglesia, en que tuvo como Provisores a varones insignes, el Doctor Sancho de Matienzo, Canónigo, y Don Fernando de la Torre, Deán. Su hermano le hizo fabricar un mausoleo suntuosísimo de mármol blanco, artificioso en traza y adornos”.
     - Harta razón tienes, pero mañana comentaremos todo el sentido de estas palabras. Pon la foto de la capilla más famosa de la Catedral de Sevilla, la de la Virgen de la Antigua, en la que se encuentra ese mausoleo. Duerme bien (ayer, otra errata), mi querido Príncipe de las Letras.

     - Espero impaciente tu vuelta, Ilustrísimo Abad de Jamaica.

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