(40) - Salut, mon cher biographe, mon petit
mignon, mon fils aimé, gloire de la literature, gènie inconnu, ecrivain
insuperable…
- Stop, stop, Sanchó. Ç’est sufissant. Eres un ectoplasma atípico, demasiado apasionado.
-
Es que cada visita me resulta más emocionante. Me gustó que habláramos ayer de
Taranco, y pondremos nuestro granito de arena para mantener viva la llama que
encendió nuestro querido Pepe
Bustamante. Pero tenemos que seguir ahora por otros derroteros, aunque de
ninguna manera dejaremos arrinconados a Vitulo y a sus benditamente alucinados
compañeros. Te diré también que, en cuanto me cruzo con Torquemada, se me ponen
los pelos de punta imaginando el Valle de Mena arrasado por su ingratitud. Nos
hemos despedido ya de la catedral de Sevilla, andaremos escasamente cien
metros, entraremos en los Alcázares de Sevilla agradeciéndole su conservación a
Pedro I el Cruel Islamófilo, y allí se nos irán apareciendo, en las oficinas de
la Casa de la Contratación, los gloriosos personajes que las dejaron
impregnadas de su recuerdo antes de partir para Indias y también al volver.
Dichoso y mil veces dichoso yo, que los
traté a todos, y maldito y mil veces maldito yo, que fui tan gilipollas (perdón,
pequeñín) que no se me ocurrió (pero, ¿por qué, Dios mío?) escribir lo que
habría sido la crónica más hermosa, más apasionante, más dramática, más heroica
y más miserable de toda la historia de la humanidad. La culpa fue, para
desgracia mía y de todos los hijos de Adán, de mi puta mentalidad de
funcionario.
-
Stop, Sancheski: has patinado como nunca. Eso es muy grosero.
-
Bueno, pues de mi prostituta mentalidad de funcionario (ya veo que sigues con
tus muecas). Pero, previamente, tendremos que dedicar algunas conversaciones a
explicar cómo era la mentalidad de la época. Ya hemos dicho bastante de los
clérigos, de su valía y de su calaña. Ahora va a hacer falta una visión
panorámica del comportamiento religioso y político de los tiempos en que viví.
Quizá eso sirva para que vosotros, los de hoy día, que sois tan superficiales y
prejuiciosos en vuestras apreciaciones, seáis capaces de concedernos algunas
atenuantes (si pedir eximentes es demasiado) en las actuaciones de las que
fuimos responsables. Consuélame con otra foto de los Alcázares. Au revoir, mon
petit Prince d’Orleans.
À demain, mon tendre Roi de France.
Ahí, en los Alcázares de Sevilla, está la
antigua Casa de la Contratación. Justo ahí,
por donde pasa ese turista, ¡en mangas de camisa! y quizá pensando en la
hamburguesa que va a engullir, por esos benditos arcos salía yo a recibir
ansioso a los superhombres que me habían anunciado: Colón, Cortés, Pizarro,
Magallanes, Balboa..., y, por mis pecados, no tomé ninguna nota (que el Señor
me perdone).
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