(48) - Mi dulce y amado biógrafo: eres
grande, pequeñín. Te adoro.
-
Empiezo a temer que no estoy seguro, pero seguiré en el tajo.
- Cojamos
ya la alfombra mágica, eminente literato, y volemos allende Mena, allende
Castilla, allende Andalucía, allende los mares, et plus ultra, hasta las
gloriosas Indias, rebozándolo todo con las grandezas y miserias de mi propia
familia.
-
Stop, Homerito; aunque razón tienes en todo. Recuperemos el hilo de tu vida. Al
fin y al cabo, es lo que tú hiciste: salir de este pequeño rincón y saturarte
de la gloria magnética de aquella época,
viviendo, como pocos lo han conseguido, “momentos estelares de la Historia”. Te tengo una insana envidia.
Entraremos ahora en un terreno
pantanoso, nauseabundo y de enorme
desprestigio para la Iglesia. Sé que, ahora, eres tú el primero en reconocer
que fue vuestra corrompida vida clerical, mayor cuanto más alta la cabeza y la
“dignidad” eclesiástica, en apestoso amancebamiento con la realeza y su corte,
la que se ganó a pulso, con demencial y ciego empeño, la dramática escisión
histórica de los protestantes (que tampoco eran unos angelitos). La Historia
avanza a trompicones, y siempre seguirá quedando, en la trastienda, algún fondo
de reptiles.
-
Acabas de leer, hijo mío, “El
tiragomas”, la deliciosa autobiografía de Juan Manuel Ruigómez (otro ilustre
menés), que salió chamuscado de sus largas experiencias profesionales, y le
vamos a robar una frase pelín grosera, pero retrato fiel de lo que ocurre en
los altos niveles de la sociedad: “La gran empresa y la gran política son la
misma gran mierda en la que lo único que cambia son las moscas”. Aunque, en
realidad, ese estiércol se va maquillando para que sea soportable, porque, de
vez en cuando, algún vecino con malas pulgas, como Lutero, “protesta”.
- Nos
hicieron creer desde la escuela, reverendo, que los protestantes eran unos
diabólicos trastornados de espíritu destructivo, con la mala leche de Caín. Y
ellos, a su vez, adoctrinaron a sus gentes en el odio fanático a los católicos
y a la “perversa” Roma (“La Gran Ramera”). Unos y otros, como se ve, verdaderos dechados de objetividad. Empezaremos mañana con el
high parade de los papas “ejemplares”.
-
Y yo sin enterarme. Cuando León X me hizo Abad de Jamaica, en 1515, faltaban
solo dos años para que Lutero clavara a martillazos sus tesis en la iglesia de
Wittemberg. No los oí.
-
Toda tu sociedad, salvo raros clarividentes, estaba más ciega que un topo.
Veamos una foto de la basílica del Vaticano. Ciao, caro.
Ahí
está el Tíber, que tantos crímenes oculta. Ahí está esa maravilla de la iglesia
de San Pedro, financiada en gran parte con la estafa de las bulas, por la
credulidad del pueblo llano. Pero los poderosos no saben medir la capacidad de
aguante de la gente. Tenían una bomba en sus manos y Lutero encendió la mecha.
Es increíble que la historia se repita sin fin. Pobre mundo árabe.
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