martes, 27 de octubre de 2015

(48) - Mi dulce y amado biógrafo: eres grande, pequeñín. Te adoro.
     - Empiezo a temer que no estoy seguro, pero seguiré en el tajo.
     - Cojamos ya la alfombra mágica, eminente literato, y volemos allende Mena, allende Castilla, allende Andalucía, allende los mares, et plus ultra, hasta las gloriosas Indias, rebozándolo todo con las grandezas y miserias de mi propia familia.
     - Stop, Homerito; aunque razón tienes en todo. Recuperemos el hilo de tu vida. Al fin y al cabo, es lo que tú hiciste: salir de este pequeño rincón y saturarte de la gloria magnética  de aquella época, viviendo, como pocos lo han conseguido, “momentos estelares  de la Historia”. Te tengo una insana envidia. Entraremos ahora  en un terreno pantanoso, nauseabundo  y de enorme desprestigio para la Iglesia. Sé que, ahora, eres tú el primero en reconocer que fue vuestra corrompida vida clerical, mayor cuanto más alta la cabeza y la “dignidad” eclesiástica, en apestoso amancebamiento con la realeza y su corte, la que se ganó a pulso, con demencial y ciego empeño, la dramática escisión histórica de los protestantes (que tampoco eran unos angelitos). La Historia avanza a trompicones, y siempre seguirá quedando, en la trastienda, algún fondo de reptiles. 
     - Acabas de leer, hijo mío,  “El tiragomas”, la deliciosa autobiografía de Juan Manuel Ruigómez (otro ilustre menés), que salió chamuscado de sus largas experiencias profesionales, y le vamos a robar una frase pelín grosera, pero retrato fiel de lo que ocurre en los altos niveles de la sociedad: “La gran empresa y la gran política son la misma gran mierda en la que lo único que cambia son las moscas”. Aunque, en realidad, ese estiércol se va maquillando para que sea soportable, porque, de vez en cuando, algún vecino con malas pulgas, como Lutero, “protesta”.
     - Nos hicieron creer desde la escuela, reverendo, que los protestantes eran unos diabólicos trastornados de espíritu destructivo, con la mala leche de Caín. Y ellos, a su vez, adoctrinaron a sus gentes en el odio fanático a los católicos y a la “perversa” Roma (“La Gran Ramera”). Unos y otros, como se ve,  verdaderos dechados de  objetividad. Empezaremos mañana con el high  parade de los papas “ejemplares”.
     - Y yo sin enterarme. Cuando León X me hizo Abad de Jamaica, en 1515, faltaban solo dos años para que Lutero clavara a martillazos sus tesis en la iglesia de Wittemberg.  No los oí.
     - Toda tu sociedad, salvo raros clarividentes, estaba más ciega que un topo. Veamos una foto de la basílica del Vaticano. Ciao, caro.




     Ahí está el Tíber, que tantos crímenes oculta. Ahí está esa maravilla de la iglesia de San Pedro, financiada en gran parte con la estafa de las bulas, por la credulidad del pueblo llano. Pero los poderosos no saben medir la capacidad de aguante de la gente. Tenían una bomba en sus manos y Lutero encendió la mecha. Es increíble que la historia se repita sin fin. Pobre mundo árabe.


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