(27) - Gute Nacht (casi me atraganto), genial
literato.
-
Willcommen, guasón Abad de Jamaica.
- Te voy a
hablar en serio. Sin duda, en mi biografía has sido un Sófocles en la tragedia,
un Aristófanes en la comedia, en la epopeya un Homero y en el drama un Séspir.
Pero, aunque te amo más que a mi vida, te quiero perfecto. No bajes la guardia:
una falta de ortografía es como una mosca en la sopa.
- Me viste
titubear con la palabra “mohíno”. Lo sorprendente es que en los diccionarios
viene sin tilde, pero, en gramáticas modernas, con ella.
- Y luego
dices que yo soy impreciso en el manejo de las palabras porque no calibro los
matices; ¡hay que joderse!
- No sé,
querido Sancho, si lo tuyo va a tener remedio.
- Más vale
que cambiemos de tema. Sé que estás
deseando hablar de la película que acabas de ver, “Doce años de esclavitud”.
- Es
extraordinaria, “mi amo”. Narra la tragedia (que el propio protagonista real de
la historia contó en un libro) de un negro norteamericano libre y exitoso al
que, antes de la abolición de la esclavitud, lo raptan unos crápulas y lo
vuelven a vender en el mercado. Película larga y lenta (como requiere el tema),
pero llena de intensidad. Sin duda, la historia podía haber ocurrido tal cual
(y seguro que ocurrió) en tu ambiente sevillano, por más que cuando su destino era el trabajo
doméstico resultara algo más suave, aunque ya la brutalidad llegaría al colmo
al ser enviados los esclavos negros a Las Indias. Sin embargo, me desconcierta
la frase del notable historiador del tema José Antonio Saco, cubano mulato del
siglo XIX: “La crueldad no fue el signo distintivo de la esclavitud de los
negros en las posesiones españolas, sobre todo en ciertos países del
continente”.
- Mi
discípulo amado: aunque ya estoy más allá del bien y del mal, me ha emocionado
esa película. El poco conocido protagonista, Chiwetel Ejiotor, lo borda: no he
visto otros ojos con una tristeza tan natural. Lo que más te gustó fue la
escena en la que los negros despiden a un compañero muerto con la canción “Go
Jordan, go”, animándose a sí mismos a seguir hacia delante como ese río
bíblico. Solo por ese pasaje, la película y el actor se merecen un Óscar, y, si
la voz con que canta el bueno de Chiwetel es la suya, otro más. Tu pobre madre,
que ahora es feliz, se ha puesto a cantar también, deseándote que sigas
pedaleando hacia Ítaca, o hacia Quántix, con aquella melodía zarzuelera que te
repetía cuando eras un crío: “Borrico, corre ligero; anda y no mires patrás; lo
que importa, lo que importa es el camino que falta para llegar”.
- No puedo
continuar, dulce Sancho: me tiemblan las carnes.
-
Aufidersen. Pon una foto de la dramática escultura que tiene San Pedro Claver en Cartagena de
Indias. Necesito mitigar mi ectoplásmico sentimiento de culpa.
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