viernes, 16 de octubre de 2015

(27) - Gute Nacht (casi me atraganto), genial literato.
     - Willcommen, guasón Abad de Jamaica.
     - Te voy a hablar en serio. Sin duda, en mi biografía has sido un Sófocles en la tragedia, un Aristófanes en la comedia, en la epopeya un Homero y en el drama un Séspir. Pero, aunque te amo más que a mi vida, te quiero perfecto. No bajes la guardia: una falta de ortografía es como una mosca en la sopa.
     - Me viste titubear con la palabra “mohíno”. Lo sorprendente es que en los diccionarios viene sin tilde, pero, en gramáticas modernas, con ella.
     - Y luego dices que yo soy impreciso en el manejo de las palabras porque no calibro los matices; ¡hay que joderse!
     - No sé, querido Sancho, si lo tuyo va a tener remedio.
     - Más vale que  cambiemos de tema. Sé que estás deseando hablar de la película que acabas de ver, “Doce años de esclavitud”.
     - Es extraordinaria, “mi amo”. Narra la tragedia (que el propio protagonista real de la historia contó en un libro) de un negro norteamericano libre y exitoso al que, antes de la abolición de la esclavitud, lo raptan unos crápulas y lo vuelven a vender en el mercado. Película larga y lenta (como requiere el tema), pero llena de intensidad. Sin duda, la historia podía haber ocurrido tal cual (y seguro que ocurrió) en tu ambiente sevillano, por  más que cuando su destino era el trabajo doméstico resultara algo más suave, aunque ya la brutalidad llegaría al colmo al ser enviados los esclavos negros a Las Indias. Sin embargo, me desconcierta la frase del notable historiador del tema José Antonio Saco, cubano mulato del siglo XIX: “La crueldad no fue el signo distintivo de la esclavitud de los negros en las posesiones españolas, sobre todo en ciertos países del continente”.
     - Mi discípulo amado: aunque ya estoy más allá del bien y del mal, me ha emocionado esa película. El poco conocido protagonista, Chiwetel Ejiotor, lo borda: no he visto otros ojos con una tristeza tan natural. Lo que más te gustó fue la escena en la que los negros despiden a un compañero muerto con la canción “Go Jordan, go”, animándose a sí mismos a seguir hacia delante como ese río bíblico. Solo por ese pasaje, la película y el actor se merecen un Óscar, y, si la voz con que canta el bueno de Chiwetel es la suya, otro más. Tu pobre madre, que ahora es feliz, se ha puesto a cantar también, deseándote que sigas pedaleando hacia Ítaca, o hacia Quántix, con aquella melodía zarzuelera que te repetía cuando eras un crío: “Borrico, corre ligero; anda y no mires patrás; lo que importa, lo que importa es el camino que falta para llegar”.
     - No puedo continuar, dulce Sancho: me tiemblan las carnes.

     - Aufidersen. Pon una foto de la dramática escultura   que tiene San Pedro Claver en Cartagena de Indias. Necesito mitigar mi ectoplásmico sentimiento de culpa.

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