viernes, 30 de septiembre de 2016

(Día 404) BERNAL vuelve la vista atrás y recuerda cómo eran los indios, lo que le sirve para elogiar el gran bien que les hizo la cristianización. Hombre de fe profunda, se alegra de que muchos indios salvaran su alma; alaba a los frailes, pero no se calla el daño que hicieron los malos clérigos.

(156) –Poco queda, my sweet son: sigamos picoteando a Bernal.
     -Estamos ya, my tender daddy, en las páginas finales. El ilustre soldado-cronista, extraordinario en los dos oficios, hace unas últimas reflexiones sobre lo vivido en tan sublime aventura, y repite, con otras palabras, aspectos generales del tiempo pasado. Un brevísimo capítulo lo encabeza de esta manera: “Cómo los indios de toda la Nueva España tenían muchos sacrificios y torpedades, y se los quitamos y les impusimos en las cosas santas de buena doctrina”. Se apoya en el cálculo que hicieron “los religiosos franciscos, que fueron muy buenos religiosos, y hallaron que, solamente en México y los otros pueblos de la laguna, se sacrificaban cada año sobre 2.500 personas chicas y grandes. Y, según esta cuenta, muchas más serían en las otras provincias. Había muchas maldades de sacrificios, y lo que yo vi fue que cortaban las frentes, orejas, lenguas, labios, pechos, brazos y piernas”. Vamos a zanjar, reverendo padre, el tema de la homosexualidad, que algunos historiadores consideran una versión exagerada de los españoles. Me parece imposible que vieran lo que  no había, insistiendo machaconamente, cada vez que les echaban un sermón político-religioso a las tribus, en que tenían que acabar con los sacrificios y con esas costumbres ‘nefandas’. Además su tipo de moral era muy distinta a la cristiana. Si a esto añadimos la seguridad con que habla del asunto un hombre tan perspicaz y tan fiable como Bernal, parece absurdo no aceptarlo. ¿Cómo lo ves?
     -Claro como el día, pequeñuelo: se diría que has sido tú el que se ha pasado la vida en un confesonario escarbando en el fondo del alma humana. Te escuchamos, Bernalito: “Y demás desto, eran los más dellos sométicos, en especial los de las costas y tierra caliente, en tanta manera que andaban muchachos vestidos en hábitos de mujeres para ganar en aquel diabólico y abominable oficio. Comían carne humana como nosotros tenemos vaca en las carnicerías; metían a engordar en jaulas de madera a muchachos y muchachas, los sacrificaban y los comían. Había muchos que tenían el vicio y la torpedad de tener excesos carnales hijos con madres y hermanos con hermanas”. Pero luego, retorcido mancebo,  explica algo que rectifica la interpretación que le diste en mi biografía. A  no ser que la expresión admita un doble sentido. El puritano Bernal continúa: “Pues, de borrachos, no sé decir tantas suciedades que entre los indios pasaban. Solo una quiero aquí poner, que hallamos en la provincia de Pánuco; se embudaban por el sieso con unos canutos, y se henchían los vientres de vino del que ellos hacían, como cuando entre  nosotros se echa una medicina, torpedad jamás oída. Y tenían cuantas mujeres querían. Y quiso Nuestro Señor que pasáramos dos años poniéndoles nosotros, los verdaderos conquistadores, en buena policía de vivir y enseñándoles la santa doctrina. Nosotros lo hicimos primero, y, cuando el principio es bueno, todo el medio y el cabo es digno de loor; desque los conquistamos, todas las personas que antes iban perdidas a los infiernos, agora, como hay muchos y buenos religiosos, son bautizadas, el santo Evangelio está bien plantado en sus corazones, se confiesan cada año, y los que tienen más conocimiento de nuestra santa fe se comulgan. Les enseñamos a tener mucho acato a los religiosos y a los clérigos. Mas, después que han conocido de algunos clérigos sus codicias y desatinos, no los querrían por curas en sus pueblos, sino a franciscos y dominicos, y no aprovecha cosa que los pobres indios se quejen desto a los prelados, que no los oyen. ¡Oh, cuánto habría que decir sobre esta materia!, mas quedarse ha en el tintero (nunca faltan metepatas)”.

     Foto.- En la ciudad de esta imagen pasó Bernal los años de su larguísima jubilación: es la que se conoce como la Antigua, a 45 km de la actual capital de Guatemala. Cuando la espantosa torrentera del cráter del Volcán de Agua -lo llamaban así por la enorme cantidad que tenía embalsada en su interior- anegó una población anterior, se levantó de nuevo en este lugar, por parecer más seguro. Era el año 1541. La foto nos da una idea del ambiente urbano en que vivió Bernal hasta su fallecimiento en 1585; vemos la catedral de Santiago -la ciudad tenía el nombre de Santiago de los Caballeros-, algunos edificios reformados, como el del fondo, llamado Palacio de los Generales, y el ayuntamiento, donde Bernal fue regidor y desde cuya balconada está tomada la imagen. No podía faltar el ‘malo’ de la película: esa montaña es el Volcán de Agua. Ya  no hizo más daño, pero, en 1775, un terremoto obligó a trasladar la capitalidad a la ciudad de Guatemala. 


jueves, 29 de septiembre de 2016

(Día 403) Sigue BERNAL dando datos de sus antiguos compañeros. Hace un comentario para rebatir las dudas de quienes pudieran sospechar que se inventa cosas. Se queja de que no han sido tan recompensados como lo fueron los héroes de batallas y conquistas pasadas.

(155) –Avante a toda máquina, fogonero: más madera.
     -Da vértigo, querido almirante, la velocidad con que vamos hacia el puerto de destino; hay que alcanzarlo cuanto antes, aunque solo sea por respeto al cansancio de los pasajeros. Es una pena cribar las palabras de Bernal, pero nos vamos a limitar ahora a un picoteo de la parte final del libro, para llegar rápidamente a esas tierras que, recorridas cerca de 900 millas, digo páginas, ya casi tocamos con las manos. Veamos algunos comentarios más sobre varios de sus capitanes: “Gonzalo de Sandoval tendría 24 años cuando pasó acá.  No era hombre de letras, ni codicioso, sino solo de fama. Siempre miraba por sus soldados. Cortés decía de él que fue tan animoso capitán que se podía nombrar entre los más esforzados que hubo en el mundo. Juan Velázquez de León fue buen jinete y muy extremado varón. Murió en los puentes cuando salimos huyendo de México. Diego de Ordaz fue muy esforzado y de buenos consejos; en el habla era algo tartajoso y no pronunciaba bien algunas palabras. Alonso de Ávila fue el primer contador y era franco con sus compañeros, mas muy soberbio, amigo de mandar e no ser mandado, e algo envidioso; era tan orgulloso e bullicioso que Cortés no lo podía sufrir, e a esta causa lo envió a Castilla como procurador”. Menciona, de pasada, algo impreciso pero importante: “Este Alonso de Ávila fue tío de los caballeros que degollaron en México”. No aclara que formaron parte (pagándolo con su vida)  de la conjura  de los hijos de Cortés (que recibieron un castigo leve)  para independizar México. Bernal sigue hablando de capitanes, pero introduce de nuevo el recuerdo de su paisano Cristóbal de Olea y de las dos veces que le salvó la vida a Cortés, perdiendo la suya en su segunda proeza: “aunque estaba ya muy mal herido, acuchilló e mató a los indios que llevaban a Cortés, y él quedó allí muerto por le salvar”. Siguen sus comentarios: “Gonzalo Domínguez y un tal Lares fueron de los más esforzados soldados de Castilla, muriendo este en las batallas de Otumba, y el Domínguez en lo de Guantepec, de un caballo que lo tomó debajo. Y sería mucha prolijidad hablar de todos nuestros capitanes y fuertes soldados, siendo todos tan esforzados y de mucha cuenta, que dignos éramos de estar escritos con letras de oro”. Tampoco se olvida de lamentar el triste fin de Pánfilo de Narváez. Prosiga su merced.

     -Pues Bernal, querido secre, les aclara algo a los que desconfiaban de su crónica, aunque rebajando con sencillez su excepcional capacidad: “Algunos de los que han leído estas memorias (en borradores a mano) me han dicho que se maravillaban de cómo al cabo de tantos años no se me ha olvidado lo que cuento de los soldados. A esto respondo que  no es mucho que me acuerde ahora de sus nombres, pues éramos 550 compañeros que siempre conversábamos juntos de las batallas, de los que mataban de nosotros en tales peleas, y de cómo los llevaban a sacrificar. Por manera que comunicábamos los unos con los otros, en especial cuando salíamos de algunas muy sangrientas y echábamos de menos a los que allá quedaban muertos. Y más digo, que tal y como los tengo ahora en la mente, sabría pintar y esculpir sus cuerpos y talles y meneos y facciones. Y aun según cómo cada uno entraba en las batallas y el ánimo que mostraba. E gracias sean dadas a Dios y a su bendita Madre Nuestra Señora, que me escaparon de ser sacrificado a los ídolos e me libraron de otros muchos peligros e trances para que haga ahora esta memoria”. Luego habla de las grandes mercedes que se concedieron a los héroes de tiempos pasados, “dándoles villas  y privilegios que ahora tienen sus descendientes;  como cuando se ganó Granada, y en el tiempo del Gran Capitán en Nápoles. Y, sin saber cosa ninguna Su Majestad de  nosotros, le ganamos esta Nueva España. He traído esto a la memoria para que se ponga en una balanza cada cosa en su cantidad, y hallarán que somos dignos de ser remunerados como aquellos caballeros. Yo me hallé en muchas peligrosas batallas, y dos veces estuve asido por los indios para llevarme a sacrificar, dándome Dios esfuerzo para poder escaparme, sin contar otros grandes peligros,  trabajos, hambre,  sed e infinitas fatigas que suelen padecer los que van a hacer semejantes descubrimientos en tierras nuevas”.

     Fotos: La imagen de la primera foto se basa en el dibujo de la segunda, que, probablemente, sea la representación más fiable de Bernal (al menos, lleva su firma autógrafa); se le ve en su madurez, que se prolongaría hasta los 89 años. Nadie podrá decir que sus escasas quejas eran un lloriqueo: tenía toda la razón del mundo; y hasta se quedaba corto.



martes, 27 de septiembre de 2016

(Día 402) Como va llegando al final de su magnífico e impagable libro, BERNAL nos muestra su lado más humano recordando con detalle a sus compañeros, y hasta habla de sí mismo.

(154) -Habrá que resumir, secre, porque quizá resulte un tostón.
     -Estamos de acuerdo, sabio doctor. Es de mucho valor humano la relación que hace Bernal de los  clérigos, capitanes y soldados que su prodigiosa memoria recuerda, a vuelapluma, entre los que participaron en las campañas de México. Pero estamos ya entrando en la última estación, se acaba el viaje, y, como el mismo Bernal diría, ‘sería demasiado prolijo’ copiarlo íntegro. Cita unos 350 nombres de los protagonistas de tan increíble epopeya, y de cada uno hace un comentario breve, de dónde era, algún dato anecdótico y cómo murió (casi todos habían fallecido cuando lo escribió el longevo cronista). Escaseaban los que “murieron de su muerte (de forma natural)”; recuerda a los que fallecieron “en los puentes, en poder de los indios” o fueron sacrificados. Vuelve a emocionarse recordando a su paisano y pariente, el Cristóbal de Olea que dio la vida por Cortés la segunda vez que lo salvó. Le dedica bastante espacio a “Martín López, muy buen soldado, que fue el maestro que hizo los trece bergantines, siendo gran ayuda para ganar México, donde ahora vive (otro longevo)”. Ejemplos de lo anecdótico: “Y un Juan Pérez, que mató a su mujer, a la que decían la hija de la Vaquera; murió de su  muerte. Y Pedro Escudero e Juan Cermeño, a los que ahorcó Cortés por alzarse con un navío para ir a Cuba con intención de dar avisos al gobernador Velázquez; y por querer irse con ellos, le cortó los dedos de los pies a Gonzalo de Umbría. E Pedro de Guzmán, muy buena persona, que fue luego a Perú e hubo fama de que murieron helados él y su mujer”. Habla de tres con el apellido Espinosa, “e uno dellos era natural de Espinosa de los Monteros”. Menciona a un soldado transformado en místico: “Se llamaba Sindos de Portillo, tenía muy buenos indios y estaba rico; vendió sus bienes, lo repartió a los pobres e se metió fraile franciscano; en México era público que murió santo e que hizo milagros”. Añade otros siete casos de soldados que profesaron como religiosos. Uno tan espiritual que vivió como ermitaño. Otro, Francisco de Aguilar, hizo una importante crónica de México; y hasta hubo un tal Burguillos que “después se salió de la Orden, e no fue tan buen religioso como debiera”. Luego recoge la reacción de un orgulloso: “Un esforzado e osado soldado que se llamaba Lerma se fue entre los indios como aburrido porque Cortés le afrentó sin culpa”. Tu turno, buen abad.
     -Bernal va por tandas, querido socio. De repente recuerda a varios pilotos, algunos famosos: Antón de Alaminos, Camacho de Triana, Juan Álvarez el Manquillo, Cárdenas, Sopuesta del Condado, “ya hombre anciano”, Galdín, Gonzalo de Umbría (al que Cortés le dejó los pies sin dedos) “e otros cuyos nombres no recuerdo”. Menciona a un “Cervantes el Loco, que era chocarrero y truhán; murió en poder de los indios. Había un soldado llamado Álvaro, que dicen que tuvo con indias de la tierra 30 hijos; murió entre indios en Honduras. Y Jerónimo de Aguilar, que fue nuestra lengua; murió de mal de bubas. El soldado Escobar fue bien esforzado, mas tan bullicioso y de malas maneras que murió ahorcado por forzar a una mujer, y por revoltoso”. Saca del baúl de los recuerdos otro dato que no sabíamos, y que me entristece, secre: “E pasó otro soldado anciano que trajo un su hijo, que se decía Orteguilla, paje que fue del gran  Moctezuma; los dos murieron en poder de indios”. Cita a “Guillén de Loa, que murió de un cañazo en México durante un juego de cañas. E un tal Porras, muy bermejo e gran cantor; murió en poder de indios”. Bernal se pone en último lugar, y da algunos datos personales que vamos a copiar casi textualmente (en su honor), para terminar este brevísimo resumen: “También me quiero yo poner en esta relación, puesto que vine a descubrir dos veces antes que don Hernando Cortés, y por tercera vez, con él mismo. Mi nombre es Bernal Díaz del Castillo (gloria a ti, sencillo héroe), e soy vecino e regidor de la ciudad de Santiago de Guatemala (la antigua capital), e natural de la muy noble, insigne e muy nombrada villa de Medina del Campo, hijo de Francisco Díaz del Castillo, regidor della, al que llamaban el Galán, que haya santa gloria. E doy muchas gracias a Nuestro Señor y a  Nuestra Señora, su bendita madre, que me han guardado de que sea sacrificado como en aquellos tiempos se sacrificaron a todos los más de  mis compañeros que nombrados tengo, para que agora se vea muy claramente nuestros heroicos hechos, y quiénes fueron los valerosos capitanes e fuertes soldados que ganamos esta parte del Nuevo Mundo, y  no se refiera la honra de todos a un solo capitán”. Sobra cualquier comentario. Amén.

     Foto: Esa es la portada de la primera edición que se hizo de la gran obra de Bernal. La tenía terminada hacia 1568, circuló en manuscritos, intentó publicarla, y murió en 1585 sin conseguirlo. Fíjate, pequeñín, en la fecha en que salió de la imprenta: ¡año 1632! Esta maravilla estuvo a punto de terminar en un vertedero. Quién le iba a decir a Bernal que íbamos a estar tertuliando con ella, en nuestro pequeño rincón, casi cuatrocientos años después.


(Día 401) BERNAL nos despide de CORTÉS haciéndole un entrañable retrato de cómo fue en su momentos de gloria y en su posterior decadencia.

(153) –El entrañable Bernal, secre, nos hace un retrato de Cortés.
     -Era de esperar, querido Sancho. Lo admiró sin medida, lamentó sin rencor sus defectos, sufrieron juntos lo indecible, y alcanzó con él uno de los puestos más altos de la Historia. Y, como despedida, nos lo describe: “Fue de buena estatura e bien proporcionado e membrudo, e la color de la cara tiraba a algo cenicienta, e si tuviera el rostro más largo, mejor le pareciera, e los ojos, en el mirar amorosos e por otra parte graves. Las barbas tenía algo prietas (morenas) e ralas, e el cabello de la  misma manera. Era cenceño e de poca barriga e algo estevado (zambo). Era buen jinete e diestro de todas las armas, así a pie como a caballo. E sobre todo tenía corazón e ánimo. Oí decir que, cuando mancebo, en la isla Española fue algo travieso sobre mujeres e que se acuchilló algunas veces con hombres diestros, e siempre salió con victoria. E tenía una señal de cuchillada cerca del belfo de abajo, que se la hicieron cuando andaba en aquellas cuestiones. Tanto en su persona como en pláticas e en comer e vestir, en todo daba señales de gran señor. No se le daba nada de traer sedas ni damascos, sino que vestía muy llanamente e muy limpio;  ni traía grandes cadenas de oro, salvo una cadenita con la imagen de la Virgen María con su hijo precioso en los brazos, e de la otra parte, el señor San Juan Bautista. En el dedo traía un anillo muy rico con un diamante, y en la gorra de terciopelo, una medalla. Servíase muy ricamente como gran señor, con dos maestresalas e mayordomos e muchos pajes. Comía bien e bebía una buena taza de vino aguado, y  no le daba por comer manjares delicados. Era de muy afable condición con todos sus capitanes e compañeros, especialmente con los que pasamos con él de Cuba la primera vez. Y era latino e oí decir que también bachiller en leyes, e hablaba en latín con los letrados. Era algo poeta e hacía coplas. Platicaba muy apacible y con muy buena retórica. E rezaba las horas por las mañanas e oía misa con devoción. Era devoto de la Virgen, de San Pedro e San Pablo, y de San Juan Bautista. E era limosnero. Cuando juraba, decía: ‘En mi conciencia’, e cuando se enojaba con alguno de los soldados que éramos sus amigos, le decía: ‘¡Oh, mal pese a vos!’; y cuando estaba my enojado, se le hinchaba una vena en la garganta y otra en la frente. E  no decía palabra fea o injuriosa”. Sigue, reverendo.
     -Dice Bernal que también era terco: “Y era muy porfiado, en especial en las cosas de guerra”. Lo pone especialmente de relieve recordando las veces en que, por no hacer caso del parecer de sus capitanes y soldados, se produjeron verdaderas tragedias. Pero, acto seguido, vuelve a los elogios: “Siempre le vi entrar juntamente con nosotros en las batallas, mostrándose muy esforzado”. Nuevamente lo prueba con las  numerosísimas situaciones épicas que ha recogido en su libro, subrayando la temeridad y el valor con que todos lucharon; termina la lista con varios ejemplos especiales: “Se  mostró muy varón cuando entramos en México para ayudar a Alvarado y subimos a lo alto del cu de Huichilobos. También se mostró muy esforzado en la guerra de Otumba cuando dio un golpe al capitán y alférez de Cuauhtémoc e le hizo abatir sus banderas. No quiero decir de otras muchas proezas e valentías que hizo nuestro marqués don Hernando Cortés, porque son tantas que  no acabara tan presto de las relatar”. Luego habla del ya bastante deteriorado Cortés de la campaña de Honduras: necesitaba echar la siesta, se teñía la barba, “e engordó mucho y con gran barriga”. Termina con una decadencia peor: “Después que ganamos la Nueva España, siempre tuvo trabajos e gastó muchos pesos de oro en las armadas que hizo, e no tuvo ventura en  ninguna. Ni me parece que la tiene agora su hijo don Martín, que, siendo señor de tanta renta, le haya venido el gran desmán que dicen de su persona y de sus hermanos”. El discreto Bernal no lo explica, pero está haciendo referencia a su intento de rebelarse contra el rey (cosa que su padre, ya muerto, jamás pretendió), y que no les costó la cabeza por ser hijos de quien eran. Solo dice, y con esto acaba: “Que Nuestro Señor Jesucristo lo remedie, e al marqués don Hernando Cortés le perdone Dios sus pecados”. Adiós, pues, a ese gran capitán que tan gran vacío nos deja.

     Foto: Estatua de Cortés en su pueblo natal, Medellín, que casi parece una alegoría de su ascensión hacia las cimas más sublimes desde sus raíces medievales. En la historia de los hombres, pocas vidas han sido tan intensas.


lunes, 26 de septiembre de 2016

(Día 400) CORTÉS participa en la batalla de ARGEL, perdida por las tormentas. Quiere convencer a CARLOS V de que él puede reorganizar el ataque, pero no le hace ningún caso. A esta derrota moral, se une la anulada boda de su hija. Parte de SEVILLA deprimido y enfermo, muriendo en CASTILLEJA DE LA CUESTA.

(152) –Esto es el principio del fin, muchachuelo: Bernal recapitula.
     -Quedan unas cuantas páginas sabrosas, ectoplásmico clérigo, aunque las mostrará como una vista panorámica de esta fabulosa historia, poniendo sobre la mesa el corazón para descubrirnos sus afectos y emociones. Pero hay un problema: habrá que resumir.
     -Lo entiendo, concienzudo secretario; pero  no te pases: te daré un hisopazo cada vez que abuses de la tijera. Vamos a ver qué estaba haciendo Cortés por Castilla, prácticamente desterrado de México: “Cuando Su Majestad volvió de hacer el castigo en Gante, hizo la gran armada para ir sobre Argel, y le fue a servir en ella el marqués del Valle, llevando en su compañía a su hijo, el mayorazgo (el legítimo Martín). También llevó a don Martín Cortés, el que tuvo de doña Marina (nuestra deliciosa indita), y llevó muchos escuderos y criados y caballos y gran compañía y servicio (qué cara ostentación); y se embarcó en una buena galera con Enrique Enríquez (el almirante de Castilla). Y hubo una tan recia tormenta que se perdió mucha parte de la real armada, dando también al través la galera en que iban Cortés y sus hijos, los cuales escaparon con gran riesgo de sus personas. Y como en tales peligros no hay tanto acuerdo (sensatez) como debería haber, Cortés se ató en unos paños revueltos al brazo ciertas joyas de piedras muy riquísimas que llevaba como gran señor, y con la revuelta de salir en salvo entre tanta multitud se le perdieron todas”. Le dijeron al rey sus consejeros más próximos que, ante tanta pérdida de naves y hombres, lo mejor era abandonar, renunciando al ataque, “sin que llamaran a Cortés para que diese su parecer”. Cuando lo supo Hernán, sacó pecho y le dijo al rey que “con la ayuda de Dios y la buena ventura de Su Majestad le dejara tomar Argel con los soldados que había, tal y como pudo hacer proezas con sus valientes y sufridos hombres en México”. Hubo caballeros que tuvieron en cuenta estas palabras, pero, finalmente, el rey ordenó la retirada. Fue el último sueño de gloria del grandísimo Cortés, y el preludio de su próximo final, que  nos va a dejar un poso de amargura: “Volvieron, pues, a Castilla de aquella trabajosa jornada, y, como el marqués estaba ya muy cansado, deseaba en gran manera volver a la Nueva España. Y fue a recibir a Sevilla a su  hija, porque tenía concertado casarla con don Álvaro Pérez Osorio”.
     (Llegó el momento, hijos míos: el sol se nos apaga). La que venía a Sevilla era su hija mayor,  María Cortés. “Y este casamiento se desconcertó por culpa de don Álvaro, de lo cual el marqués recibió tan gran enojo que, de calentura y cámaras, que tuvo recias, estuvo muy al cabo; y, andando con su dolencia, salió de Sevilla y se fue a Castilleja de la Cuesta para entender en su alma y ordenar su testamento. Y, después de ordenado y haber recibido los Santos Sacramentos, fue  Nuestro Señor servido llevarle desta trabajosa vida, y murió el día dos de diciembre de 1547 años (contando 62). Y llevóse su cuerpo a enterrar, con gran pompa, mucha clerecía y gran sentimiento de muchos caballeros de Sevilla, en la capilla de los duques de Medina Sidonia, y después fueron traídos sus huesos a la Nueva España, porque así lo mandó en su testamento. Y están en un sepulcro en Coyoacán, o en Texcoco, que  no lo sé bien”. Sin duda, el gran amor de Cortés fue la  Nueva España.

     Fotos.- Qué honrado y fiable cronista es Bernal; dice lo que sabe y nunca va más allá. Veamos lo que pasó con los restos de Cortés. La duda de Bernal viene de que en el testamento quedó ordenado que se le enterrara en un monasterio de Coyoacán que Cortés mandó construir. Pero no se edificó; por eso lo llevaron al monasterio de San Francisco, situado en Texcoco. Las peripecias posteriores no las pudo conocer nuestro gran cronista. Cortés había fundado el Hospital de Jesús en la capital mexicana; sus herederos trasladaron los restos a su capilla. Cuando llegó la independencia, y por miedo a profanaciones, fueron ocultados el año 1823 en una pared junto al altar mayor. Allí permanecieron hasta que en 1946 se sacaron del hueco (foto primera). Certificada la autenticidad de los restos, se volvieron a colocar en el mismo sitio y allí permanecen tras una sencilla placa (foto segunda); llama la atención que, en el escudo familiar que figura sobre el nombre de Cortés, se haya dejado sin  borrar un detalle muy doloroso para el orgullo mexicano: las cabezas encadenadas de los siete grandes caciques a los que sometió, entre ellos, Moctezuma y Cuauhtémoc. En las letrucas de abajo, parece poner: “SE REINHUMÓ EN JUNIO 954”).






domingo, 25 de septiembre de 2016

(Día 399) No solo muere ALVARADO: BERNAL cuenta el catastrófico destino de gran parte de su familia. Su viuda firmaba como Doña Beatriz, la Sin Ventura. Los dos están enterrados en la antigua Iglesia Mayor de Guatemala. Y, lo que son las cosas, BERNAL también.

(151) –Es así, jubileta: la suerte, buena o mala, puede acumularse.
     -Gran verdad, sutil ectoplasma: a veces, te reparten gozos o dolores ‘suavecito’. Pero a algunos les vuelcan de golpe un contenedor entero. Así  quedó dividida en dos partes la epopeya de Cortés: a la cegadora luz de su triunfo en México, le siguió la grisura de una larga decadencia envuelta en fracasos. ¿Y lo de Alvarado?
     -A eso vamos, melancólico poeta. Fue, probablemente, el más carismático de los capitanes de Cortés. Ya vimos que Cristóbal de Olid trató de usurparle a Cortés la conquista de Honduras, y fue degollado. Por el contrario (qué contraste), Pedro de Alvarado consiguió hacerse gobernador de Guatemala sin problemas con ‘el jefe’. Hemos visto que murió aplastado por un caballo luchando generosamente para salvar a una tropa en serios apuros. Bernal no solo nos cuenta la fatal muerte de ese eterno triunfador, sino que va a añadir las toneladas de desgracias que cayeron sobre su familia. Pedro se había casado años antes con Francisca de la Cueva, y ya le golpeó el destino: la recién casada murió en cuanto desembarcó en Veracruz. Cuando consiguió la gobernación de Guatemala, repitió boda con una hermana de la fallecida, Beatriz de la Cueva, que, al parecer, lo amó apasionadamente, llegando al borde de la locura al recibir la trágica noticia: “Se mandó que se entintasen todas las paredes de las casas con un betún que  no se pudiese quitar. Y muchos caballeros iban a consolarla para que no tomase tanta tristeza por su marido, y le decían que diese gracias a Dios, porque dello fue servido. Y ella, como buena cristiana, decía que así se las daba; y, como las mujeres son tan lastimosas por los que bien quieren, deseaba morirse y  no estar en este mundo con estos trabajos”. Con esto, Bernal se anticipa a la torcida interpretación que el cronista Gómara hizo de otro espanto inmediato: “Afirma Gómara que aquella señora dijo que ya Nuestro Señor no le podía hacer mayor mal, y por esa blasfemia vino pronto una tormenta de agua, cieno y maderos gordos que descendió de un volcán, derribó la mayor parte de las casas donde vivía aquella señora, y, estando rezando con sus doncellas (y su hija de menos de un año), las tomó todas debajo y se ahogaron. Y no ocurrió como dice el Gómara, sino que la causa fue secreto de Dios”. Bernal se salta algo descorazonador. Un día antes, la habían nombrado gobernadora de Guatemala. Aceptó, y firmó: “Doña Beatriz, la Sin Ventura”. Lo que no  nos ahorra Bernal es lo que sigue: “De sus hermanos, Jorge de Alvarado murió en 1540 en Madrid, yendo a suplicar que le gratificasen sus servicios; el Gómez de Alvarado, en Perú; el Gonzalo de Alvarado, en Oaxaca o México, que no se me acuerda; el Juan de Alvarado, en la isla de Cuba; pues sus hijos (todos naturales), el mayor, que se llamaba Pedro, fue a Castilla con su tío Juan de Alvarado el Mozo y  nunca más se supo dellos, porque se pensó que se perdieron en la mar o los cautivaron los moros; pues don Diego, el menor, como se vio perdido, volvió al Perú, y en una batalla murió. Nuestro Señor los lleve a su santa gloria, amén. Y ahora se han hecho en esta ciudad de Guatemala dos sepulcros en la iglesia mayor para traer los huesos del adelantado don Pedro de Alvarado y enterrarle en uno dellos; y el otro  para que, cuando Dios sea servido llevar desta presente vida a don Francisco de la Cueva (quedó como gobernador) y doña Leonor de Alvarado, su mujer e hija (natural) de Pedro de Alvarado, sean enterrados en él”. Termina  Bernal diciendo: “Digamos en qué paró la armada de Pedro de Alvarado. Y es que, fallecido su capitán, cada uno tiró por su cabo, y  un año después, el virrey Mendoza tomó los tres mejores navíos de los trece de Alvarado, y mandó ir a descubrir por la ruta prevista, pero tampoco tuvo fortuna”. Añadamos que también  Beatriz fue enterrada junto a su marido, y alguien más que Bernal supondría, pero  no lo pudo saber: él mismo.

     Foto.- El monstruo  de esta historia tiene el nombre de Volcán de Agua, situado a corta distancia de la antigua capital de Guatemala. Paradójicamente era un volcán apagado, pero con el cráter lleno de agua; la espantosa tormenta agrietó sus paredes, despeñándose una enorme riada que arrasó la población. Fue necesario desplazarla a un lugar próximo, y lo que vemos en la foto son las ruinas de una vieja iglesia del nuevo emplazamiento, derribada por las sacudidas de uno de los terremotos tan frecuentes en la zona. Junto al viejo altar mayor hay una lápida que completa lo que Bernal, regidor de la ciudad, no pudo certificar: “En ese sitio -en las catacumbas- se dio sepultura a ilustres personajes de la conquista y fundación de Guatemala, entre ellos: Don Pedro de Alvarado y Contreras y su esposa Doña Beatriz de la Cueva; el primer Obispo Francisco Marroquín; y el soldado e historiador Bernal Díaz del Castillo”. Solo falta añadir: ‘Que Nuestro Señor los haya llevado a su santa gloria, amén’

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sábado, 24 de septiembre de 2016

(Día 398) ANTONIO DE MENDOZA: un gran virrey nombrado por CARLOS V para oscurecer a CORTÉS. En un generoso esfuerzo de compañerismo militar, el gran PEDRO DE ALVARADO muere por un desgraciado accidente.

(150) –Y México, primoroso vate, siguió sin Cortés su propia deriva.
     -Además, generoso abad, la situación administrativa cambió por completo. Las grandezas de Cortés fueron casi una empresa privada, aunque había puesto a México bajo el dominio de España. El rey sabía que necesitaba a un hombre suyo, eficiente y trabajador, para asumir el máximo poder en la  Nueva España. En cuanto lo consiguió, aprovechó la venida de Cortés para cerrarle el camino de vuelta. ¿Quién era “la joya” a la que le entregó todo  el gobierno?
     -Esta vez, querido socio, acertó plenamente Carlos V. Creó un virreinato para México, el primero de Indias, y le dio el cargo al linajudo don Antonio de Mendoza y Pacheco. Aparte sus excepcionales cualidades personales, contaba con dos añadidos muy valiosos: 1.- Asimiló todas las habilidades que vio ejercer a su padre, don Íñigo López de Mendoza, como capitán general con funciones de virrey en la recién conquistada Granada. 2.- Con ese bagaje, se le confiaron misiones diplomáticas muy importantes por toda Europa. Así que, en 1535, cuando Mendoza tenía unos 42 años, el rey  no lo dudó: este es mi hombre. Inevitablemente, iba a chocar con Cortés, pero consiguió someterlo a su autoridad, teniendo además la suerte de que luego quedara retenido en España. Ejerció de virrey en México 15 años, de donde fue trasladado con el mismo  cargo al virreinato de Perú, muriendo 10 meses después. Bernal nos va a hablar de las empresas del virrey, quien, en algunas de las cuales, también buscará intereses personales. Hay en concreto una en la que se va a asociar con Pedro de Alvarado (el rubio Toniatu), el antiguo capitán de Cortés, que tenía licencia del rey para descubrir por China y las Molucas. Casi en plan megalómano, Alvarado “puso en la mar del Sur 13 navíos de buen porte, gastando en ellos tantos millares de pesos de oro que no le bastó la riqueza que trajo de Perú (intentó en vano competir allá con Pizarro), ni su oro de las minas de Guatemala, ni los préstamos que le hicieron (es decir, apostando muy fuerte). Sabiéndolo el virrey Mendoza, le escribió para que hiciese compañía con él”. Llegados a un acuerdo, y, cuando Pedro de Alvarado se disponía “a hacerse a la vela, le vino una carta de un tal Cristóbal de Oñate que estaba por capitán de ciertos soldados en una sierra de Cochistlán, diciéndole que, en servicio de Su Majestad, vayan a socorrerles”. ¿Y luego?
     -Toma nota, competente escribano: lo que vamos a ver ahora es un asombroso ejemplo de responsabilidad. Oñate le decía “que estaban cercados en partes donde no se podían defender de muchos escuadrones de indios, que le habían muerto a muchos españoles, que temía en gran manera que le acabasen de desbaratar, y que, de salir los indios victoriosos, la Nueva España estaría en peligro. Y cuando don Pedro de Alvarado vio la carta, sin más dilación mandó apercibirse a algunos soldados y fue en posta a hacer aquel socorro. Y, cuando llegó, estaban muy afligidos los cercados, y, al verlo, aflojaron algo los indios, pero sin dejar de dar bravosa guerra”. Desgraciadamente, en esta ocasión, como le pasó a Sandoval, su sempiterna buena suerte le dio la espalda y la tragedia se abatió sobre el ‘divino’ Alvarado: “Parece ser que a uno de los soldados que defendían aquel paso se le desriscó el caballo, y vino rodando con tal furia por donde Pedro de Alvarado estaba que no tuvo tiempo de se apartar, sino que el caballo le magulló el cuerpo porque le cogió debajo. Le llevaron en andas a curar en una villa, y en el camino se pasmó, y luego se confesó y recibió los Santos Sacramentos, mas  no hizo testamento, y falleció. Dejemos de hablar de su muerte; perdónele Dios, amén”. Llámese compañerismo, pundonor, espíritu de equipo o, simplemente, disciplina militar, resulta admirable el comportamiento de este capitán que tantas veces  vio de frente el rostro de la muerte, y al que, en alguna ocasión, se le acusó de duro con los indios. Dejaremos para mañana lo que Bernal dirá sobre el destino trágico de los Alvarado. Solo falta aclarar que, al tener la  noticia de la desgracia, se encargó personalmente el virrey Mendoza de salvar a los soldados y derrotar a los indios.

     Foto 1ª: Vemos a Don Antonio de Mendoza como virrey de México, llevando una ropa casi eclesiástica. Con esa autoridad, a la que se unían la de capitán general y la de presidente de la Real Audiencia, gozó de un poder prácticamente absoluto en la Nueva España; Cortés  merecía ese honor, pero el rey creyó oportuno cortarle las alas. Foto 2ª: El retrato nos muestra a Pedro de Alvarado, cuyo aspecto rubio y galanesco sedujo a los aztecas, que le llamaban Tonatiu (el sol). Aunque apenas se aprecia en los cuadros, los dos personajes lucían la cruz de caballeros de Santiago.



viernes, 23 de septiembre de 2016

(Día 397) Los españoles celebran en México POR TODO LO ALTO las paces de CARLOS V y FRANCISCO I. Parte, a lo grande, CORTÉS hacia la Corte (y BERNAL con él) para resolver asuntos. Fue un error, el REY no le dejó volver a MÉXICO, y murió en ESPAÑA.

(149) –Y ahora, mancebito, Bernal se  hace cronista de sociedad.
     -La ocasión lo merecía, vecchio dottore. Además, nos da un respiro en medio de tanta calamidad, y veremos a la crème de la crème colonial inmersa en festejos. Arriba el telón: “En el año 1538 vino noticia a México de que nuestro cristianísimo emperador, de gloriosa memoria  (expresión que confirma lo que tardó Bernal en escribir su libro: Carlos V murió en 1558), fue recibido en Aguas Muertas (Aigues Mortes) por el  rey de Francia don Francisco (vaya pájaro), donde se hicieron las paces y se abrazaron los reyes estando presente madama Leonor, mujer del rey francés y hermana de nuestro emperador”. Se trataba de la tregua de Niza, que debería haber supuesto una calma de diez años: Francisco I, menos fiable que un trilero, la rompió a los cuatro. La celebración que hicieron en México revela la angustia que producían aquellas guerras europeas: “E por alegría de aquellas paces, el virrey don Antonio de Mendoza, el Marqués del Valle (Cortés), la Real Audiencia y ciertos caballeros conquistadores hicieron grandes fiestas, y fueron tales que como ellas no las he visto hacer en Castilla, con justas y juegos de cañas, correr de toros y grandes disfraces. La plaza mayor de México amaneció hecha un bosque, con árboles tan naturales como si allí hubieran nacido”. Se hicieron representaciones de caza y de batallas. “Y al otro día amaneció la plaza mayor hecha como la ciudad de Rodas, con sus torres, almenas y troneras, estando 100 comendadores con sus ricas encomiendas de oro y perlas, y, por capitán general dellos y gran maestro de Rodas, el marqués Cortés. Estaban a las ventanas de la gran plaza muchas señoras de conquistadores y otros vecinos, con grandes riquezas de carmesí, sedas, damascos, oro, plata y pedrería. El marqués y el virrey hicieron cada uno un solemnísimo banquete”. ¿Seguimos describiendo, reve?
     -Habrá que parar, secre. Dejemos a la imaginación de nuestros tertulianos todo aquel ostentoso derroche. Bernal se solaza recordando lo que vio, que, más o menos, fue un desfile de comida y bebida como el de los banquetes de los gotosos tragaldabas de Roma o de los tiempos feudales. O sea: el polo opuesto del hambre enloquecedora que sufrieron, por ejemplo, en Honduras. Terminadas las bacanales, Cortés, que ya había renunciado a seguir jugando como explorador, decidió partir para España. “El marqués (ya le llamará así con frecuencia) apercibió navíos y matalotaje (su riqueza era inagotable) para ir a Castilla”. En México, el virrey  no le resolvía varios asuntos económicos, y decidió tratarlo directamente con el rey. Pero, oh sorpresa: va a venir también Bernalito, después de ¡28 años de ausencia!  “Y entonces Cortés me rogó que fuese con él para demandar mejor mis pueblos de indios. Y me embarqué (Cortés partió dos meses después), y fui a Castilla en el año de 1540. Como el primero de mayo de 1539 había muerto en Toledo nuestra emperatriz, doña Isabel (esposa y gran amor de Carlos V), yo, como regidor de la villa de Coatzacoalcos, me puse grandes lutos. Y en aquel tiempo también vino a la Corte Hernando Pizarro cargado de luto, con más de 40 hombres”. Hernando, el más presuntuoso de los Pizarro, fue apresado después por sus responsabilidades en las revueltas de Perú; su carrera política terminó, pero se salvó de morir degollado en Indias como su hermano Gonzalo, y vivió muchos años. “Y luego llegó Cortés con luto, él y sus criados”. Pronto se dio cuenta Cortés de que su viaje fue una equivocación, y resultó la perfecta encerrona: quiso volverse a México y, a pesar de sus viejas influencias, no le dejaron, probablemente porque el rey seguía sin fiarse de su lealtad. “Y desde entonces, nunca más volvió a la Nueva España”. Su declive se irá acelerando, aunque todavía participará en una fracasada batalla contra los turcos al lado del rey, que apenas le tuvo en cuenta. Razón tenía Bernal cuando dijo: “Cortés en cosa ninguna tuvo ventura después de que ganamos la Nueva España”.


     Foto: ¡Que penuca, hijo mío!: se  nos está acabando el libro de Bernal. Nos ha contado su vuelta a España, y seguro que visitó su pueblo natal, Medina del Campo, del que vemos en la foto el Ayuntamiento, y, pegando a los arcos, el palacio en el que murió Isabel la Católica; la excepcional reina tuvo entre sus grandes amores patrios, aparte Granada, Arévalo (donde se crio) y Madrigal de las Altas Torres (donde nació), esta población, famosa  por su mercado en la Europa de aquel tiempo. Demos la bienvenida al gran Bernal, llamado “el Galán”, lo mismo que su padre, regidor de Medina, como él lo fue de Coatzacoalcos y de la capital de Gautemala. No ha podido existir indiano alguno que haya vuelto con la cabeza más alta y el corazón más caliente a su querido terruño.


jueves, 22 de septiembre de 2016

(Día 396) CORTÉS decide dirigir él una nueva expedición. Todo sale mal, aunque CORTÉS se muestra como un líder inquebrantable que no da la vuelta por pundonor. Descubren CALIFORNIA. La extraordinaria mujer de CORTÉS le manda dos naves, y, con argumentos de gran sensatez y afecto, consigue que abandone la desastrosa aventura.

(148) –Un gran líder, soñador poeta, no para: solo ve el objetivo.
     -Certo, dottore; prefiere la muerte al fracaso: todo o nada. Así que, no son fiables, porque, dispuestos a morir, la vida de los demás les importa poco. En esa obsesión por seguir siendo el número uno, le estamos viendo ahora a Cortés, aunque con frustración garantizada, porque su pasado triunfo en México y lo que acababa de conseguir su primo Pizarro en Perú era ya insuperable. Tras el fracaso de la última flota que envió por el Pacífico, tomó una decisión drástica: “Cortés tuvo gran pesar de lo acaecido. Y, como era hombre de corazón, que no reposaba con tales sucesos, acordó no enviar más capitanes, sino ir él en persona (este es mi chico)”. Su carisma estaba vivo, así que, “cuando se supo en la Nueva España que el marqués iba en persona, creyeron que era cosa cierta y rica, y vinieron a servirle unos 286 hombres y 34 mujeres casadas”. Equipó a lo grande tres navíos. “Cortés se embarcó  con los que estimó necesarios (al resto los dejó esperando en el puerto) para ir a la isla Santa Cruz (allí había muerto el vizcaíno Ortuño con sus hombres), donde decían que había perlas”. Llegó en abril de 1537, haciendo que la nave retornara para que hiciera el viaje la flota completa, bajo el mando de su gran amigo Andrés de Tapia. Superaron una tormenta. “Y, asegurado el tiempo, dioles otra tormenta que separó a los tres navíos; uno dellos llegó donde estaba Cortés; otro encalló en la costa de Jalisco, y muchos soldados que estaban descontentos del viaje y tantos trabajos se volvieron a la Nueva España; y el otro navío dio al través en una bahía”. Pasaba el tiempo, los que estaban con Cortés se quedaron sin alimentos, “y de hambres y dolencias se murieron veintitrés; otros muchos que estaban dolientes maldecían a Cortés y a su isla”. Pero no era hombre para aguardar una salvación milagrosa: “Fue a buscar a los perdidos con el navío que tenía, hallando el de Jalisco sin ningún soldado, y el otro cerca de unos arrecifes. Con gran trabajo, los aderezó y calafateó, volviendo a Santa Cruz con sus tres navíos y bastimento. Y comieron tanta carne los soldados que lo aguardaban que, como estaban debilitados, les dio cámaras (diarrea) y tanta dolencia que murieron la mitad de los que quedaban”. Se repite sin fin el drama de Indias: situaciones tremendas superadas por un gran líder, y  famélicos enloquecidos comiendo hasta reventar.
     -Es difícil, secre,  controlar a unos desesperados: “Y por no ver Cortés delante de sus ojos tantos males, fueron a descubrir otras tierras, y entonces toparon con California, que es una bahía”. Así que démosle el mérito de haberla descubierto, pero, por lo que se ve, con la moral por los suelos: “Y, como Cortés estaba tan trabajado y flaco, deseaba volver a la Nueva España (ah, el dulce hogar…), pero no fue, para que  no dijesen de él que había gastado muchos pesos de oro y no había topado con tierras de provecho”. Le sacaría del atolladero su mujer, Juana de Zúñiga, como eficaz y sensata compañera. Temiéndose lo peor, “envió en su busca dos navíos, y le escribió a su marido muy afectuosamente, con ruegos de que volviese a México, que mirase los hijos e hijas que tenía y dejase de porfiar más con la fortuna, y se contentase con los heroicos hechos y fama que en todas partes había de su persona (oh, qué señora dama, pequeñín: una artista curándole el orgullo herido)”. También le rogó el virrey Mendoza que regresara. “Y, desque vio las cartas, dejó allá a su gente y vino a Cuernavaca, donde estaba la marquesa, con lo cual tuvo mucho placer, y también todos los vecinos de México y el virrey, porque se decía que los caciques de la Nueva España se querían alzar viendo que  no estaba en la tierra Cortés”. La armada la dejó en California bajo el mando de Francisco de Ulloa, quien, “tras siete meses de viaje, no hizo cosa que de contar sea, y se volvió a Jalisco”. Bernal sentencia después: “Y en esto que he dicho pararon los viajes y descubrimiento que el marqués hizo, y aun le oí decir muchas veces que había gastado en las armadas sobre 300.000 pesos de oro (una fortuna: unos 1.200 kg de oro)”. Y remata la faena: “Si miramos en ello, Cortés en cosa ninguna tuvo ventura después de que ganamos la Nueva España”.

     Foto.- Brevemente: Ulloa ya constató en 1540 que California era una península; así que su expedición, contradiciendo a Bernal, “sí hizo cosa que de contar sea”. Un temprano error cartográfico propagó la idea de que era una isla, y así aparece cien años después en este mapa del siglo XVII. El nombre de California lo tomaron los españoles del libro de caballerías “Las sergas de Esplandián”, escrito por Garci Rodríguez de Montalvo y publicado en 1510.


miércoles, 21 de septiembre de 2016

(Día 395) CORTÉS VUELVE A MÉXICO. No es el mismo. Financia 2 expediciones trágicamente fracasadas, como había ocurrido ya con otra anterior.

(147) –Por fin vuelve Cortés a México, secre, pero para sufrir.
     -Siguió tan inquieto y emprendedor como siempre, eminente abad, pero la buena racha se acabó: “Como Cortés hacía mucho tiempo que estaba en Castilla (2 años) e ya casado, tuvo gran deseo de se volver a la Nueva España. Y llegado a México (año 1530) tuvo buen recibimiento, mas no tanto como solía (mal augurio)”. Trasladó su domicilio definitivamente a otra población en la que ya había construido un palacio: “una villa de su marquesado que se llama Cuernavaca (el asombroso Humboldt la llamó ‘la ciudad de la eterna primavera’), y se llevó a la marquesa, doña Juana de Zúñiga, haciendo allí su asiento. Como había capitulado con la serenísima emperatriz Isabel enviar armadas por la Mar del Sur a descubrir tierras, y todo a su costa, comenzó a hacer navíos en varios puertos. En esto de las armadas,  nunca tuvo ventura en cosa que pusiese la mano, sino que todo se le tornaba espinas”. De pasada, Bernal habla de otra expedición organizada anteriormente por Cortés con tristes resultados. “Envió  navíos, bien abastecidos y con 250 soldados, bajo el mando de un primo suyo, Álvaro Saavedra Cerón, hacia las Molucas”.
     -Expliquemos a nuestros queridos tertulianos, noble cronista, que, entre otras misiones, el rey le ordenó a Saavedra que le echara una mano al navegante García de Loaysa, porque parecía perdido por las Islas Salomón. No dieron con él. Saavedra intentó ¡tres  veces! volver a las costas mexicanas, pero los vientos se lo impidieron y murió en el empeño. Tendrían que pasar muchos años hasta que el gran Urdaneta encontrara, por fin, la ruta del tornaviaje (el camino de vuelta de Filipinas a México). Pongamos en el debe de Cortés este primer fracaso. Sigamos anotando desastres (cuánta pasta tenía el tío): “En mayo de 1532, bajo el mando del capitán Diego Hurtado de Mendoza, envió dos navíos desde el puerto de Acapulco a descubrir por la costa del Mar del Sur; se amotinaron más de la  mitad de los soldados y se volvieron a Jalisco con un navío, de lo cual le pesó mucho a Cortés. Y, del Diego Hurtado, nunca más se oyó hablar, ni jamás apareció”. ¿Se daría por vencido Cortés? Ni hablar: “Despachó otros dos navíos con el capitán Diego Becerra para que buscaran al Diego Hurtado, y, si no lo hallasen, que descubrieran tierras nuevas”. Como era de suponer, la expedición al mando de Becerra no encontró el menor rastro de Hurtado de Mendoza. Y, además, todo terminaría de la peor manera, como en las tragedias griegas, siendo los principales protagonistas Becerra, “un vizcaíno llamado Ortuño Jiménez, piloto mayor y gran cosmógrafo”, y Hernando de Grijalva capitaneando la segunda nave. Digamos, de pasada, que, no en esta, sino en otra expedición posterior, Grijalva no conseguía encontrar el camino de tornaviaje desde Las Molucas, su tripulación le exigió desistir, él quiso continuar la búsqueda, y lo asesinaron. Pero ahora lo que va a hacer Grijalva es separarse del otro navío aprovechando la excusa de que un temporal les había alejado, “porque el Becerra era muy soberbio y mal acondicionado, y también porque quería ganar honra por sí mismo”. Hizo algún descubrimiento geográfico y volvió sano y salvo, pero con rentabilidad cero para Cortés. Lo del otro barco fue peor: “Como Becerra iba mal quisto con la mayoría de los soldados, se concertó el Ortuño (el piloto vizcaíno) con ellos y con marineros vizcaínos, y lo mataron durante la noche; llegaron a una isla a la que llamaron Santa Cruz, y cuando saltaron en tierra, los naturales los mataron”. Quedó algún marinero en el navío y se volvieron a casita. ¿Escarmentaría Cortés?

     Foto: En medio de tanto perro rabioso, Cortés ya había acotado bien sus propios dominios familiares. Con el flamante título de Marqués del Valle de Oaxaca, procuró alejarse de la caldera hirviendo de  México, y, en la primaveral Cuernavaca, se construyó este palacio, instalando allí a su joven esposa, doña Juana de Zúñiga. Conservaron vivos cuatro hijos, y el obsesivo afán de Cortés intentando una empresa nueva cada vez que fracasaba en otra, fue la desesperación de su angustiada mujer, empeñada en convencerle de que ya había conseguido la máxima grandeza. Resulta llamativo que su estatua siga en pie a pesar de la mala imagen que se le ha cultivado en México.


martes, 20 de septiembre de 2016

(Día 394) NUÑO evita (de momento) ser juzgado marchando de campaña; la tropa ve con muy malos ojos que ejecute a un cacique. Llegan los nuevos oidores, que son tan ejemplares como pésimos los anteriores. Uno de ellos es el admirable VASCO DE QUIROGA. Apresan y juzgan a DELGADILLO Y MATIENZO. También es detenido NUÑO DE GUZMÁN; le envían a la Corte y muere preso en el castillo de Torrejón de Velasco.

(146) –Te veo radiante, pequeñín: va a llegar tu preferido.
     -Es que resulta un alivio, querido preceptor, darnos de bruces en Indias con un español extraordinariamente ejemplar y positivo.
     -Y, además, también cuenta que lo conocieron tus antepasados de Madrigal de las Altas Torres. Pero  no te precipites: tenemos que aguantar un ratito aún el mal olor de Nuño. “Como supo que lo quitaban de presidente e venían otros oidores, el Nuño de Guzmán allegó todos los soldados que pudo para que fuesen con él a la provincia de Jalisco, y los que no querían ir de grado apremiábalos para que fuesen por fuerza, o habían de dar dinero a otros soldados que fuesen en su lugar. Y llevó muchos indios mexicanos cargados y otros de guerra, y hacía grandes  molestias con su fardaje por los pueblos que pasaban. Y en Michoacán, porque el principal cacique  no le dio tanto oro como le pedía, le atormentó y le quemó los pies, y por algunas trancanillas (calumnias) que le levantaron al pobre cacique, le ahorcó, que fue una de las malas cosas que un presidente no podía hacer, y todos los que iban en su compañía lo tuvieron a crueldad. Y el  Nuño de Guzmán siempre se estuvo en aquella provincia hasta que le trajeron a México preso a dar cuenta de las sentencias que contra él dieron”. Llega tu idolatrado, baby.
     -Pues vamos a oxigenarnos, reve. “Quitada la audiencia anterior, llegó la  nueva, y vino por presidente don Sebastián Ramírez de Villaescusa, obispo de Santo Domingo, y cuatro oidores, Alonso de Maldonado, el licenciado Zaínos, el licenciado Salmerón, y el licenciado Vasco de Quiroga, de Madrigal (quitémonos la gorra, Sancho), que después fue obispo de Michoacán”. No me digas que lo  mitifico, santo padre: cómo tuvo que ser el hombre para que el amor popular le hiciera pasar a la historia (hasta hoy, ¡y siendo español!) con el apelativo de Tata Vasco. ¡Qué cambiazo!: de un extremo a otro. Tan ejemplares fueron los nuevos jefes como desastrosos los anteriores. Examinaron de inmediato la situación: “Y de todas las villas vinieron muchos vecinos y aun caciques, y dieron tantas quejas del presidente y oidores pasados que estaban espantados los que les sucedieron. El Delgadillo y Matienzo decían que todas las demandas que les ponían eran a cargo de Nuño de Guzmán, que, como presidente, lo mandaba, pero les vendieron sus bienes para pagar las sentencias que hubo contra ellos, y les echaron presos”. ¿Cómo pudieron abusar tanto tiempo?
     -Fueron las circunstancias, hijo mío. Mi sobrino llevaba 18 años inmerso en el caldo de cultivo de corrupción judicial de ambas audiencias, la de Santo Domingo y la de México (inauguró las dos). Bernal llega a afirmar (por supuesto, exagerando) que esos funcionarios tenían un poder mayor que el que poseyeron luego los virreyes. También exagera al decir que murió arruinado, pero sí es cierto que perdió gran parte de su fortuna y que  murió en España rumiando como alma en pena el estacazo que le dieron los nuevos jueces, aunque esos sufrimientos le vinieron bien para abreviar su paso por el Purgatorio, adonde llegó en 1536. El peor de todos, Nuño de Guzmán, intentó escurrirse como una anguila, pero, a pesar de sus poderosas influencias familiares, lo apresaron, le enviaron a España y murió en 1540 encerrado en el castillo de Torrejón de Velasco. Terminemos con los piropos que Bernal les echa a los recién llegados: “Ciertamente eran tan buenos jueces y rectos en hacer justicia que no entendían sino en hacer lo que Dios y Su Majestad mandaban, en que los indios conociesen que les favorecían y en que fuesen bien adoctrinados en la Santa Doctrina. Y demás desto, luego prohibieron que se herrasen esclavos, e hicieron otras cosas buenas. Pues el licenciado Quiroga, era tan bueno, que le dieron el obispado de Michoacán”. Te puedes sentir orgulloso de él, querido monaguillo: gran humanista de extensa cultura; como reunía todos los requisitos, incluso el de ser soltero, y el clamor general lo exigía, le hicieron sacerdote y obispo de una tacada. ¡Y cómo acertaron!

     Foto 1ª.- Entre las paredes del hoy arruinado castillo  de Torrejón de Velasco, a unos 30 km de Madrid,  acabó sus días apresado uno de los peores españoles que llegaron a Indias: soberbio, sádico y despótico, aunque  hay que reconocerle que fue un brillante fundador de ciudades en tierras mexicanas. Foto 2ª.- La contrapartida: Vasco de Quiroga. Acabó con los desmanes de Nuño, se empeñó en hacer realidad en Indias la Utopía de Tomás Moro (a quien vemos detrás de él como susurrándole sabios consejos), y lo consiguió en gran parte, permaneciendo su obra hasta nuestros días.



lunes, 19 de septiembre de 2016

(Día 393) Una de las mayores barbaridades de NUÑO, DELGADILLO y MATIENZO fue dar facilidades para esclavizar a los indios. El funcionamiento de la Audiencia era desastroso. El Consejo de Indias comprende también que las acusaciones contra CORTÉS son amañadas, y se dispone a acabar con todos los abusos. NUÑO huye de la quema.

(145) –Entonces, caro figliolo, renació el odioso odio al hereje.
     -Y en su aspecto más miserable, tierno abad: el motivado por intereses inconfesables. Los tres poderosísimos jueces habían promovido la denuncia contra quienes descendieran de judíos o moros condenados por la Inquisición, pero fue como matar mosquitos a cañonazos: “¡Y en aquel tiempo era cosa de ver el acusar que acusaban unos a otros, y el infamar que hacían! Y  no tuvieron que salir de la Nueva España sino solo dos: un mercader de Veracruz y un escribano de México”. Después de decir Bernal que los oidores castigaban pero luego perdonaban u olvidaban, e incluso que, finalmente, hicieron bien el reparto de indios a los conquistadores, pone de relieve una de sus mayores lacras: “Lo que les echó a perder fue la demasiada licencia que dieron para herrar esclavos, porque daban licencia hasta a los muertos, y las vendían los criados de Nuño de Guzmán, de Delgadillo y de Matienzo; en lo de Pánuco (gobernación de Guzmán), herráronse tantos que casi despoblaran aquella provincia”. Añadamos la dejadez: “Y demás desto, no estaban en los estrados todos los días que eran obligados, y se andaban en banquetes y tratando de amores”. Parece ser que el sádico Nuño tenía una veta sentimental con sus amigotes, haciéndoles generosos regalos, porque, según Bernal, “era franco y de noble condición”. Delgadillo practicaba las mismas arbitrariedades. ¿Y Matienzo? ¿Lo cuentas tú, my dear?.
      -Ten piedad, hijo mío: pasa de mí  este cáliz, que, no ya el contarlo, sino el solo oírlo me mata de  vergüenza, y también de pena por  mi lamentable sobrino.
     -Te haré el quite, sentimental ectoplasma. En algún momento dirá Bernal que tu sobrino Juan era el menos indecente de los tres oidores, y el comentario que hace ahora inspira cierta compasión: “El licenciado Matienzo era viejo (rondaría los 60 años), y pusiéronle que era vicioso de beber  mucho vino, yendo muchas veces a las huertas a hacer banquetes con varios hombres alegres que bebían bien; y cuando estaban sentados, tomaba uno dellos una bota con vino y desde lejos le hacía con la misma bota huichucho, como llaman a señuelo a los gavilanes, y el viejo iba como desalado a la bota y la empinaba y  bebía della”. El caso es que, entre abusos judiciales y comportamientos poco honorables, se buscaron la ruina, porque el rey, ¡por fin!, les paró los pies (en qué estaría pensando cuando los nombró). Te doy el relevo, Sancho, que ya pasó lo peor.
     -Sea, pues, querido compañero. Le llovieron al rey tantas quejas del desmadre de los oidores, “que mandó que sin más dilaciones se quitase toda la real audiencia y los castigasen, poniendo otro presidente y otros oidores que fuesen de ciencia y conciencia y rectos en hacer justicia. Y dispuso que se fuese a Pánuco para saber cuántos miles de esclavos habían herrado, y envió Su Majestad al mismo Matienzo, que a este viejo oidor hallaron con menos cargos y mejor juez que a los demás (¡menos mal!), ordenando quebrar todos los hierros y que de allí adelante no se hiciesen más esclavos”. Nuño, Delgadillo y mi sobrino, conscientes de la ira del rey, mandaron rápidamente a España a amigos que lavaran su imagen y lo aplacaran, “pero los del Real Consejo de Indias conocieron que todo iba guiado contra Cortés por pasión, y  no quisieron hacer cosa que conviniese a Nuño de Guzmán ni a los oidores, y, además, estaba entonces Cortés en Castilla e buscaba su honra y estado”. Por su parte, y visto el panorama, Nuño se marchó de México aprovechando que tenía licencia real para ir a la conquista de Jalisco. Sabía muy bien cómo iba a acabar la nave, y, como miserable capitán, huyó antes de que se hundiera, dejando tirados, como veremos, a Delgadillo y a mi sobrino.

     Foto: Parece un dibujo naif, pero recoge muy bien lo que era mi querida Villasana de Mena a finales del siglo XV. De ahí salimos a enlazar con el mundo de Indias los dos, yo (desde Sevilla) y mi, a pesar de los pesares, querido sobrino Juan Ortiz de Matienzo, hombre de mucha valía, pero enredado en el laberinto de la corrupción sin encontrar la puerta de salida. Me derrite ver ese plano: la torre de los Velasco, la muralla de la población, mi cuadrado palacio en medio, y, frente a él, la iglesia que mandé construir, a la que adosé en seguida, el año 1516, el convento de mi corazón, el de Santa Ana, donde fue abadesa (que el Señor me perdone) esa mujer a la que tanto quise, Catalina de la Puente… Y no sigo, secre, porque se me está quemando de la emoción y el remordimiento todo el cableado ectoplásmico.


domingo, 18 de septiembre de 2016

(Día 392) El viperino SALAZAR se confabula con GUZMÁN y los oidores de la Audiencia para desbancar al ausente CORTÉS y abrasarle a pleitos. El honrado gobernador ESTRADA se ve desbordado por estas intrigas y muere de puro estrés. Toda la ciudad estaba revuelta. Denuncias falsas contra Cortés y sus soldados, y hasta ridícula persecución de posibles judíos.

(144) –No perdió un segundo Salazar, secre, para intrigar a fondo.
     -Resulta repugnante el factorcito, santo padre. Empezó de inmediato a trabajarse en la recién inaugurada Audiencia de México a Nuño de Guzmán, “haciéndose muy amigo suyo y de Delgadillo, que  no hacían otra cosa sino lo que él mandaba”.  Su primera maniobra (que le sacó de quicio a Bernal) fue “aconsejarles que no hiciesen el repartimiento perpetuo de indios que mandaba Su Majestad, porque, si lo hiciesen, no serían tan señores, y los conquistadores y pobladores no les tendrían tanto acato”. Y se salió con la suya. Tuvo la osadía de ir más lejos.
     -Da la sensación, ilustre literato, de que Salazar no contaba con mi sobrino Juan, porque en su siguiente trapacería tampoco lo menciona: “También trataron el factor Salazar, Nuño de Guzmán y Delgadillo que fuese el mismo factor a Castilla para pedir la gobernación de la Nueva España para Nuño de Guzmán, porque sabían que Cortés ya no tenía tanto favor con su Majestad. Pues,  embarcado el factor, dio al través la nave con una gran tormenta, y se salvó en un batel, y (la rata) volvió a México, y no tuvo efecto su ida a Castilla”. Salazar y sus compinches andaban en esos manejos a pesar de que los oidores ya habían tomado la habitual residencia por orden del rey a Alonso de Estrada, gobernador en funciones, “que la dio muy buena, y debía quedar por gobernador”. Bernal hace un balance del conjunto de la actuación de Estrada en su cargo y le elogia sin recato, salvo en cierta debilidad frente a los conflictos, como el actual con Salazar, Nuño y Delgadillo: “Y a los pocos días, falleció de enojo dello.  Dejemos  de hablar desto y diré que en lo que entendió después la audiencia fue en ser muy contrarios a las cosas del marqués. El factor Salazar y otros vecinos le pusieron muchas demandas a Cortés, y los escritos que entregaban en los estrados de la audiencia tenían muy gran desacato y palabras muy mal dichas. Y fue tal la cosa que el licenciado Altamirano (administrador de Cortés) echó mano a su puñal y le iba a dar al factor si no se abrazaran con él Nuño de Guzmán, Matienzo y Delgadillo; y toda la ciudad estaba revuelta”. Aquello era un  nido de víboras en plena histeria, y se produjo una  vergonzosa trama de acusación contra Cortés y sus soldados, derivada de que nuestro viejo conocido Narváez consiguió en España una licencia para explorar Florida, muriendo él y casi toda la expedición. Pero su viuda no lo sabía. Uno de los pocos supervivientes de la tropa de Narváez fue el protagonista, con otros dos compañeros y un esclavo negro, de un larguísimo y asombroso viaje entre los indios norteamericanos (y lo escribió): Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Pero me dice Bernal que ‘nos dejemos de cuentos viejos’ y volvamos al conturbado México: “Llegó entonces un deudo del capitán Pánfilo de Narváez que se llamaba Zavallos, enviado desde Cuba para buscarle por su mujer, María de Valenzuela, porque ya había fama de que estaba perdido o muerto. Y, secretamente, el Guzmán, el Matienzo y el Delgadillo le hablaron para que pusiera demanda contra todos los conquistadores que estuvimos juntamente con Cortés en el desbaratar al Narváez. Y dada la queja por Zavallos, prendieron a los más de los conquistadores, que pasaron de 350, y a mí también, y nos desterraron a cinco leguas de México”. Luego levantaron el destierro, pero los de la audiencia, con una agresividad feroz, consiguieron demandas para reactivar todas las ya conocidas acusaciones contra Hernán, e intentaron incoar otras nuevas, aunque en algunas pincharon en hueso: sus viejos soldados se negaron a acusar a Cortés, como se les pedía, de que se había quedado con oro que era del rey. Afortunadamente lo habían decidido en una reunión autorizada por el alcalde, porque ya “el presidente y oidores nos querían prender diciendo que sin licencia no podíamos juntarnos ni firmar cosa alguna”. Chasqueados, recurrieron a otra presión (me ruborizo, secre): “Mandaron que  saliesen de la  Nueva España todos los que venían de linaje de judíos o  moros que hubiesen sido quemados o ensambenitados por la Santa Inquisición”. Yo también abusé de ese poder, pero lo de estos tres (ay, Juan, sobrino mío) estaba completamente fuera de lugar.

     Foto: Ahí vemos el Palacio Nacional de México, que forma uno de los laterales de la gran Plaza del Zócalo. Ese soberbio edificio es una ampliación de las dependencias oficiales que construyó Cortés, dentro de las cuales hicieron y deshicieron los funcionarios de la primera Audiencia de México, Nuño de Guzmán, Diego Delgadillo y mi extraviado sobrino Juan Ortiz de Matienzo, los cuales, según Bernal, “llegaron con mayores poderes a la  Nueva España que los que tuvieron luego los virreyes”.


sábado, 17 de septiembre de 2016

(Día 391) CORTÉS se pone tan pesado con el REY que llega a cansarle: le deja claro que no será gobernador de MÉXICO. CORTÉS cubre de joyas a su prometida, JUANA DE ZÚÑIGA, y hasta al Papa le manda regalos. Consigue permiso para una nueva expedición de conquistas. Se inaugura la AUDIENCIA DE MÉXICO, donde será pieza clave el oidor JUAN ORTIZ DE MATIENZO, sobrino de SANCHO.

(143) –Hay refranes que  no fallan, baby: la avaricia rompe el saco.
     -Así fue, daddy: se le nubló la vista a Cortés, y ofendió al rey. Como diría Bernal, ‘fue un gran pelmazo’ con sus peticiones de que le hiciera gobernador de la Nueva España, aunque sin duda lo merecía. “Su Majestad le contestó a Cortés que se contentase, porque ya le había dado el marquesado de más renta. Y, de allí adelante, comenzó a decaer la gran privanza que tenía, porque, según dijeron, al cardenal y  a los demás señores del Real Consejo de Indias les pareció que  no debía ser gobernador. También se habló de que el comendador (mal enemigo) y su mujer, doña María de Mendoza, le fueron algo contrarios porque no les tenía en cuenta. Entonces fue Su Majestad a embarcarse en Barcelona para pasar a Flandes”. Hasta el puerto catalán fue Cortés tras el rey, como perrillo mendicante, con la misma cantinela, “echando siempre por intercesores a aquellos duques y marqueses, y Su Majestad le respondió al conde de Nasau que no le hablasen más del asunto de la gobernación (se acabó la monserga)”. Pero el insumergible Cortés tenía otros asuntos importantes entre manos. Se formalizó con grandes fiestas su matrimonio con Juana de Zúñiga, a la que cubrió de joyas, sintiéndose algo desairada la reina Isabel (el gran amor de Carlos V) porque las que le regaló a ella no eran de la misma calidad; sin embargo “mandó a los del Real Consejo de Indias que le ayudaran en todo”. O sea, luz verde al uso que iba a hacer Cortés de sus competencias como capitán general de la costa del Pacífico: “Y entonces capituló Cortés el envío durante dos años por la mar del Sur de dos navíos bien abastecidos, con 64 soldados y capitanes a su costa, para descubrir otras tierras”. No podía parar: fracasó en Honduras, y fracasará en esta capitulación, perdiendo dinero a borbotones. Como tocaba música embriagadora donde hiciera falta, “envió a Roma a un hidalgo que se llamaba Juan de Herrada, como embajador suyo, con un rico presente y a besar los santos pies al papa Clemente (Adriano ya había muerto)”. El Santo Padre quedó impresionado de lo que le contó Herrada sobre México, valorando mucho la labor evangélica: “Y nos mandó una bula para nos absolver a los conquistadores de culpa y pena de nuestros pecados”. Ya siento, querido Sancho, que tengas que sufrir ahora un ratito, porque ahí asoma Juan Ortiz de Matienzo.
      -¿Por qué me saldría tan ful ese sobrino al que quise como a un hijo? Y mira que era listo y trabajador… Menos mal que su única hija, Juana, fue un tesoro de mujer. Vamos allá con la comedia: “Estando Cortés en Castilla, llegó la Real Audiencia a México. Y vino por presidente Nuño de Guzmán (el sanguinario), y cuatro licenciados por oidores, que se llamaban (Juan Ortiz de) Matienzo, del que decían que era de Vizcaya o cerca de Navarra (casi acierta), y Delgadillo, granadino, y un Maldonado, de Salamanca, y el licenciado Parada. Cuando llegaron, les hicieron gran recibimiento, y se mostraron muy justificados en hacer justicia”. Bien, hijos míos: aclaremos algo. Se ve que empezaron con buenas maneras, pero todo se iría complicando, y hay que tener en cuenta que, para el rey, lo más importante era que frenaran el auge del carismático Cortés. Bernal va a ser muy crítico con ellos, pero, sin embargo, saltará a la vista que estaba contento con el reparto de indios que hicieron, porque fue más justo que el de Cortés. A quien, con su típica sinceridad, lo va a defender ahorita mismo: “Los oidores Maldonado y Parada, poco después de llegar a la ciudad, fallecieron de mal de costado; y, si allí estuviera Cortés, habiendo tantos maliciosos, también le infamaran y dijeran que él los había muerto”. Terminaré hoy diciendo que, si bien yo le conseguí a mi sobrino, Juan Ortiz de Matienzo, el puesto en la audiencia de Santo Domingo, nada tuve que ver en su llegada a México, porque entré en el Reino de la Risa siete años antes. Sus andanzas en La Española habían sido esperpénticas, pero muy útiles para encorsetar a Diego Colón; quizá eso bastó para que el rey le confiara hacer lo mismo con Cortés en la Nueva España.

     Foto.- Ya que abunda lo odioso en Nuño de Guzmán, digamos algo bueno: cumpliendo sus órdenes, Cristóbal de Oñate, en 1532, fundó Guadalajara (Nuño era oriundo de la de España), al oeste de la capital de México y cerca del Pacífico. Antes de ser la hermosa ciudad que vemos en la foto, sufrió varios traslados; ahí es donde se canta el “Jalisco, no te rajes”.


viernes, 16 de septiembre de 2016

(Día 390) El devoto CORTÉS va al monasterio de GUADALUPE, donde encuentra damas de la nobleza con las que se pavonea haciéndoles lujosos regalos. Luego el REY le acoge con tanto afecto que comete el error de hacer serios desplantes a los grandes de la Corte, y hasta se pone pesado con CARLOS V pidiéndole la gobernación de MÉXICO.

(142) –La habilidad de Cortés, mon cher ami, le va a encumbrar.
     -Y su desmedido orgullo, reverendo padre, va a empañar su triunfo. Lo vamos a ver en su salsa, seduciendo, repartiendo regalos como Papá Noel y utilizando poderosas influencias, pero sin saber frenar a tiempo. Se puso en marcha hacia la Corte, y paró “en Nuestra Señora de Guadalupe para tener novenas; y fue su ventura tal que había allí llegado la señora doña María de Mendoza, mujer del comendador don Francisco de los Cobos”. Era el superpoderoso ministro que recibió como regalo del rey la ostentosa culebrina de oro que le había enviado Cortés, y la fundió. Queda descartado que se hablara del tema. A doña María la acompañaban varias damas, “y, entre ellas, una doncella hermana suya, y, desque lo supo Cortés, hubo gran placer. Y, como era en todo muy cumplido e regocijado, y plática con agraciada expresiva no le faltaba, y, sobre todo, muy generoso y tenía riquezas que dar, comenzó a hacer grandes presentes de muchas joyas de oro a todas aquellas señoras, y, muy aventajado, a doña María de Mendoza y a su hermana”. Como Bernal sabe que Cortés conseguirá muchas mercedes del rey, pero no la gobernación de México, fantasea con lo que pudo ser y no fue: “Y tan gran servidor se mostró con ellas, que doña María de Mendoza le ofreció casamiento con la señora su hermana. Y, si Cortés no estuviera desposado (prometido) con la señora doña Juana de Zúñiga, sobrina del duque de Béjar, ciertamente habría tenido grandísimos favores del comendador, y Su Majestad le habría dado la gobernación de la Nueva España”.
     -Pon fin, secre, ‘el cortés y cortejador Cortés llegó a la Corte’, entonces en Toledo. Entre disculpas, explicaciones e influencias, más carisma personal, que crecía en las distancias cortas,  se llevó al huerto al poderoso monarca. Carlos V fue consciente de su grandeza, haciéndole el honor de impedirle que se pusiera de rodillas ante él, “y le mandó levantar, y el almirante (de Castilla) y el duque de Béjar dijeron a Su Majestad que era digno de grandes mercedes, y luego le hizo marqués del Valle (de Oaxaca), y le hizo capitán general de la Nueva España y de la Mar del Sur (el Pacífico)”. Pues bien: cayó enfermo y poco faltó para que muriera como Sandoval. “Llegó a estar tan al cabo que Su Majestad, acompañado de muchos nobles, le visitó, lo que fue muy gran favor”. Mejor que  no lo hiciera, porque, ya curado, Cortés se creyó cuasi divino. Cortés tenía sobrados motivos para sentirse orgulloso por su triunfante aterrizaje en España, pero cometió la imprudencia de actuar con fanfarronería en el coto de los aristócratas: la sangre azul no admitía mezclas. Empezó haciendo una escenificación descabellada. Asistía a una misa dominical el rey, “y estaban sentados, según su calidad y como tenían por costumbre, los duques, marqueses y condes; vino Cortés algo tarde a misa sobre cosa pensada (será fantasmón), y pasó delante de algunos de aquellos ilustrísimos señores, y se fue a sentar cerca del conde de Nasau, que estaba próximo al emperador; por lo que aquellos señores de salva (nobles) murmuraron de su gran presunción y osadía”. Pero la jactancia de Cortés no tenía límites: “Habiéndose visto tan sublimado en privado con el emperador, el duque de Béjar, el conde de Nasau y el almirante, y ya con título de marqués, comenzó a tenerse en tanta estima, que no tenía en cuenta como era de razón a quienes le habían ayudado para que Su Majestad le diese el marquesado”. Así que el insensato se atrevió a pedir más. “Se pasaba por alto al Real Consejo de Indias, al cardenal Loaysa, a Cobos y a doña María de Mendoza, creyendo que tenía muy bien entablado su juego por su amistad con el duque de Béjar, el conde de Nasau y el almirante, y comenzó a suplicar con mucha importancia a su Majestad que le hiciese merced de la gobernación de la Nueva España”. Vaya papelón, Cortesito.

     Foto: Acompañando a Cortés en su viaje, hacemos una parada en el  cacereño Monasterio de Guadalupe para que el gran capitán purifique su alma y nosotros gocemos santamente de esa maravilla que vemos en la imagen. Breve historia: Junto al río Guadalupe (en árabe ‘río del amor’), se produjo una aparición de la Virgen, la advocación cuajó con fuerza, se fundó el monasterio el año 1394 y los españoles llevaron consigo la devoción a Indias, por lo que parece ser la misma que penetró profunda  e indeleblemente en el corazón de los nativos tras otra  aparición en Tepeyac.