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-Vuelta atrás, pastorcito de Belén, para entender lo que sigue.
-Vale la pena, sabio doctor, porque Cortés
se va a encontrar una mezcla confusa de españoles, y, como siempre, para
incorporarlos a sus mesnadas en esta descabellada expedición. Recapitulemos:
Olid llega a la costa del Atlántico y topa con una gran bahía a la que, por
tener aguas muy profundas, la bautiza como Golfo de Honduras (con esa sencillez
surgen los topónimos); se subleva contra Cortés, que, intuyéndolo, manda a
Francisco de las Casas para apagar el posible incendio de ambición. Por allí
andaba otro capitán, Gonzalo Gil Dávila, explorando una zona que le había
concedido el emperador. Olid consiguió derrotar y apresar a los dos, al primero
porque era un enviado de Cortés, y, al segundo, simplemente porque le hacía
competencia. Los dos encarcelados se convierten en grandes amigos, y, en un
descuido de Olid, le acuchillan, lo detienen, le hacen juicio y le cortan la
cabeza (bye, bye). Gonzalo ya había establecido un poblado en el Golfo de
Honduras, al que llamó San Gil de la Buena Vista; no muy lejos, había hecho lo mismo Olid,
utilizando el nombre de Triunfo de la Cruz, y después, por ser un puerto poco
fiable, trasladó Francisco de las Casas el emplazamiento unas cuantas leguas al
este, también en la costa. Lo llamó Trujillo, como su pueblo natal. Así las
cosas, los dos amiguetes partieron para México a dar cuenta de todo lo
ocurrido, dejando a sus respectivas tropas con un capitán al mando. Vaya lío.
-Que se enredó más todavía, veterano plumífero, porque, como
sabemos, el impaciente Cortés montó una expedición a lo grande antes de tiempo,
y se puso en marcha para solucionar el problema Olid; se cruzó en el camino,
sin verlos, con Francisco de las Casas y Gil González Dávila, que iban
precisamente a México para contarle todo lo ocurrido. Vamos a hacer una pequeña
reseña de este último, por su interesante biografía y porque era otro protegido
del obispo Fonseca, al que, mal que os pese, hijos míos, siempre le estaré
agradecido. Don Gil comenzó su carrera como criado de mi ‘padrino’. Fue a La Española en 1511, como
funcionario. Con la ayuda de Fonseca, le nombraron general del Mar del Sur (el Pacífico),
consiguió esquivar al despótico Pedrarias,
se asoció con el piloto Andrés Niño (cuyos restos, como veremos, reposan junto
a Sandoval en el monasterio de La Rábida), y salieron de expedición. Gil
González Dávila y Andrés Niño llegaron
desde Panamá a una amplia entrada de la costa de Honduras, en el Pacífico, y el
agradecido pupilo del obispo la dejó llamada para siempre Golfo de Fonseca.
Luego se separaron, yendo Niño por las aguas costeras y siguiendo Gil, tierra
adentro, por Nicaragua. Una nueva manita
del poderosísimo Fonseca le consiguió autorización para explorar Honduras por
la costa del Atlántico. Pasó luego lo que ya hemos contado. Cuando Cortés se
enteró de que en un poblado cercano había españoles, maniobró con datos
equivocados por desconocer aún que Olid había sido ejecutado: “Y mandó a
Sandoval que fuese a ver si eran muchos los que allí estaban con Olid, para que
diésemos sobre él de noche y le prendiéramos”. El grupo de Sandoval se encontró
por el camino otra sorpresa: vieron venir a cuatro españoles; tras una primera
reacción de recelo, llegaron las explicaciones. Eran soldados de los que dejó
en su poblado Gil González Dávila, y andaban buscando desesperadamente
alimentos. Por ellos se enteraron de todo lo pasado con Olid, y de algo más;
partido Gil, los soldados se habían alzado contra su delegado en el cargo, el
capitán Armenta, y lo habían matado. “Sandoval volvió con ellos hasta donde
Cortés, a quien le dijeron los soldados que tenían en la villa un navío que
estaban calafateando para se embarcar todos los que allí vivían e irse a Cuba;
y que ahorcaron al capitán Armenta porque no
les había dejado embarcar y porque había mandado dar garrote a un
clérigo que revolvía la villa”. Perdonen vuesas mersedes el lío de hoy (le
otorgaré una bula especial al que lo tenga claro); pero por lo menos se habrá
entendido que aquello era una casa de locos.
Foto 1ª.- Ahí se ve todo: el Golfo de
Honduras, en el Atlántico; el Golfo Fonseca, en el Pacífico. Después de
explorar Gil González Dávila el lago de Nicaragua, creyó, equivocadamente, que
había encontrado otro paso entre los dos océanos. Lo asombroso es que ahora,
precisamente por ahí, está en proyecto hacer un canal, obra más que faraónica. Foto
2ª.- ¡Qué ilusión me hace, discípulo amado! Así de hermoso aparece el Golfo
Fonseca sobre la costa hondureña del Pacífico. No es solo porque yo siempre le
apreciara, sino también porque se lo merece: trabajó incansablemente al frente
de la administración de las Indias. No me importó gastarme la mitad de mi
hacienda en misas por su alma: así conseguí que, en el Purgatorio, entrara por
una puerta y saliera de inmediato por la otra.
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