lunes, 19 de septiembre de 2016

(Día 393) Una de las mayores barbaridades de NUÑO, DELGADILLO y MATIENZO fue dar facilidades para esclavizar a los indios. El funcionamiento de la Audiencia era desastroso. El Consejo de Indias comprende también que las acusaciones contra CORTÉS son amañadas, y se dispone a acabar con todos los abusos. NUÑO huye de la quema.

(145) –Entonces, caro figliolo, renació el odioso odio al hereje.
     -Y en su aspecto más miserable, tierno abad: el motivado por intereses inconfesables. Los tres poderosísimos jueces habían promovido la denuncia contra quienes descendieran de judíos o moros condenados por la Inquisición, pero fue como matar mosquitos a cañonazos: “¡Y en aquel tiempo era cosa de ver el acusar que acusaban unos a otros, y el infamar que hacían! Y  no tuvieron que salir de la Nueva España sino solo dos: un mercader de Veracruz y un escribano de México”. Después de decir Bernal que los oidores castigaban pero luego perdonaban u olvidaban, e incluso que, finalmente, hicieron bien el reparto de indios a los conquistadores, pone de relieve una de sus mayores lacras: “Lo que les echó a perder fue la demasiada licencia que dieron para herrar esclavos, porque daban licencia hasta a los muertos, y las vendían los criados de Nuño de Guzmán, de Delgadillo y de Matienzo; en lo de Pánuco (gobernación de Guzmán), herráronse tantos que casi despoblaran aquella provincia”. Añadamos la dejadez: “Y demás desto, no estaban en los estrados todos los días que eran obligados, y se andaban en banquetes y tratando de amores”. Parece ser que el sádico Nuño tenía una veta sentimental con sus amigotes, haciéndoles generosos regalos, porque, según Bernal, “era franco y de noble condición”. Delgadillo practicaba las mismas arbitrariedades. ¿Y Matienzo? ¿Lo cuentas tú, my dear?.
      -Ten piedad, hijo mío: pasa de mí  este cáliz, que, no ya el contarlo, sino el solo oírlo me mata de  vergüenza, y también de pena por  mi lamentable sobrino.
     -Te haré el quite, sentimental ectoplasma. En algún momento dirá Bernal que tu sobrino Juan era el menos indecente de los tres oidores, y el comentario que hace ahora inspira cierta compasión: “El licenciado Matienzo era viejo (rondaría los 60 años), y pusiéronle que era vicioso de beber  mucho vino, yendo muchas veces a las huertas a hacer banquetes con varios hombres alegres que bebían bien; y cuando estaban sentados, tomaba uno dellos una bota con vino y desde lejos le hacía con la misma bota huichucho, como llaman a señuelo a los gavilanes, y el viejo iba como desalado a la bota y la empinaba y  bebía della”. El caso es que, entre abusos judiciales y comportamientos poco honorables, se buscaron la ruina, porque el rey, ¡por fin!, les paró los pies (en qué estaría pensando cuando los nombró). Te doy el relevo, Sancho, que ya pasó lo peor.
     -Sea, pues, querido compañero. Le llovieron al rey tantas quejas del desmadre de los oidores, “que mandó que sin más dilaciones se quitase toda la real audiencia y los castigasen, poniendo otro presidente y otros oidores que fuesen de ciencia y conciencia y rectos en hacer justicia. Y dispuso que se fuese a Pánuco para saber cuántos miles de esclavos habían herrado, y envió Su Majestad al mismo Matienzo, que a este viejo oidor hallaron con menos cargos y mejor juez que a los demás (¡menos mal!), ordenando quebrar todos los hierros y que de allí adelante no se hiciesen más esclavos”. Nuño, Delgadillo y mi sobrino, conscientes de la ira del rey, mandaron rápidamente a España a amigos que lavaran su imagen y lo aplacaran, “pero los del Real Consejo de Indias conocieron que todo iba guiado contra Cortés por pasión, y  no quisieron hacer cosa que conviniese a Nuño de Guzmán ni a los oidores, y, además, estaba entonces Cortés en Castilla e buscaba su honra y estado”. Por su parte, y visto el panorama, Nuño se marchó de México aprovechando que tenía licencia real para ir a la conquista de Jalisco. Sabía muy bien cómo iba a acabar la nave, y, como miserable capitán, huyó antes de que se hundiera, dejando tirados, como veremos, a Delgadillo y a mi sobrino.

     Foto: Parece un dibujo naif, pero recoge muy bien lo que era mi querida Villasana de Mena a finales del siglo XV. De ahí salimos a enlazar con el mundo de Indias los dos, yo (desde Sevilla) y mi, a pesar de los pesares, querido sobrino Juan Ortiz de Matienzo, hombre de mucha valía, pero enredado en el laberinto de la corrupción sin encontrar la puerta de salida. Me derrite ver ese plano: la torre de los Velasco, la muralla de la población, mi cuadrado palacio en medio, y, frente a él, la iglesia que mandé construir, a la que adosé en seguida, el año 1516, el convento de mi corazón, el de Santa Ana, donde fue abadesa (que el Señor me perdone) esa mujer a la que tanto quise, Catalina de la Puente… Y no sigo, secre, porque se me está quemando de la emoción y el remordimiento todo el cableado ectoplásmico.


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