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–No bastó con quemarle los pies, mancebito: lo ejecutaron.
-La tragedia nos envuelve, tierno
ectoplasma. Esto es lo que cuenta Bernal: “El gran cacique de México,
Cuauhtémoc, y otros principales aztecas que iban con nosotros habían platicado
acerca de nos matar a todos, volverse a México y, llegados allí, juntar sus
grandes poderes y dar guerra a los que en
México quedaron. Pero se lo descubrió a Cortés un cacique llamado Juan
Velázquez (bautizado), que había sido
capitán general de Cuauhtémoc cuando nos dieron guerra en México. Cortés hizo informaciones con
caciques que estaban en ello, y confesaron que, como nos veían ir por los caminos
descuidados y descontentos, que sería bien dar en nosotros, porque más querían
morir que ir adelante, y los mexicanos llevaban armas y eran unos tres mil. El
Cuauhtémoc confesó que así era, pero que solo fue una plática. El cacique de
Tacuba dijo que creyeron mejor morir de una vez que cada día de hambre en el
camino. Y, sin haber más probanzas,
Cortés mandó ahorcar al Cuauhtémoc y al señor de Tacuba, que era su primo (ya habían sufrido juntos anteriormente la
quemadura de los pies). Y, antes de que los ahorcasen, los frailes
franciscos les fueron encomendando a Dios con la lengua doña Marina; y, cuando
le ahorcaban, dijo el Cuauhtémoc: ‘¡Oh, Malinche!, días hacía que tenía
entendido que esta muerte me habías de dar e había conocido tus falsas palabras.
Porque me matas sin justicia, Dios te lo demande’. El señor de Tacuba dijo que
él daba por bien empleada su muerte por
morir junto a Cuauhtémoc. Verdaderamente, yo tuve gran lástima de
Cuauhtémoc y de su primo, por haberles conocido tan grandes señores, y aun me hacían honra en el camino, especialmente
dándome algunos indios para traer yerba para
mi caballo”. Hubiera o no confabulación, Bernal termina con una frase
lapidaria: “Y fue esta muerte que les dieron muy injusta, e pareció mal a todos
los que íbamos”. Siguieron luego su azaroso camino: “Íbamos con gran concierto
por temor de que los mexicanos, viendo ahorcar a sus señores, se alzasen, mas
traían tanta malaventura de hambre e dolencia que no se acordaban dello”. Según
marchaban, algunos indios les aseguraron que “a siete soles” estaban los
españoles que buscaban. Pero, reverendo, el otrora inoxidable Cortés empezaba a sentir el mordisco del “perro
negro”.
-Era evidente, querido socio. El espíritu
del hasta entonces inquebrantable Cortés estaba cayendo en la melancolía:
“Cortés andaba mal dispuesto y aun muy pensativo por el trabajoso camino que
llevábamos, e por haber mandado ahorcar a Cuauhtémoc e a su primo, el señor de
Tacuba, e porque cada día había tanta hambre e adolecían españoles y morían muchos mexicanos; pensando en
ello, no reposaba de noche, y salíase
de la cama en una sala donde había ídolos, que era el aposento principal del cu
del un poblezuelo al que habíamos llegado. Y descuidóse y cayó dos estados
abajo (unos 3 metros), y se
descalabró la cabeza; se curó la descalabradura, pero no dijo nada sobre ello,
porque todo se lo pasaba y sufría”.
Tenían que seguir; llegaron a un poblado y
les dijeron que en Naco, un lugar próximo, encontrarían a los españoles; lo
que no sabían aún era que en ese lugar había
sido ejecutado el capitán Cristóbal de Olid. Y tampoco se dieron cuenta de que
“se huyeron un negro y dos indios naborías (servidores),
y se quedaron en el poblado tres españoles que
no se echaron de menos hasta tres días después, que más querían quedarse
entre enemigos que venir con tanto trabajo con nosotros”. Pasaron por una
montaña tan dificultosa “que la llamamos Sierra de los Pedernales, y allí se
nos quedaron ocho caballos muertos, y se le quebró una pierna a un deudo de
Cortés que se llamaba Palacios Rubios”.
Foto 1ª.- El horror de un viaje que no era
necesario. Fue una equivocación total de Cortés, al que vemos a caballo, con
gorra; a su lado llevan en andas a Cuauhtémoc, que, aunque derrocado, seguía
siendo un dios para sus mexicanos, e incluso los españoles fomentaban ese
respeto. Foto 2ª.- Ningún recuerdo les duele más a los mexicanos que la
ejecución de Cuauhtémoc. De haber mandado en México cuando llegaron Cortés y
sus hombres por primera vez, probablemente los habría barrido; pero también es
probable que nuevos españoles se presentaran no tardando mucho y acabaran con
él. Debajo de ese hermoso busto que le recuerda, una lápida tiene escrito:
“Cuauhtémoc. Fue el último tlatoani mexica, y su nombre significa ‘Águila que cae’. Se distinguió como héroe de la
resistencia y líder militar. El coraje, el estoicismo y la dignidad del último
emperador azteca es un ejemplo de heroísmo para todos los mexicanos”.
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