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–Venga, secre, suéltanos sin anestesia otra complicación.
-De momento, padre prior, el susto fue
leve, pero indicio de algo grave: iban a topar con las ambiciones del temible
Pedrarias Dávila, tan delicado de tratar como la nitroglicerina. Andaban por la
zona de Naco otros españoles conquistando de forma brutal. “Enterado Sandoval (‘San Doval’), tuvo gran enojo. Salimos
70 hombres con él, y llegados donde estaban, los hallamos muy de reposo; de
presto prendimos al capitán y muchos dellos sin que hubiese sangre. Sandoval
les dijo con palabras algo desabridas si les parecía bien andar robando a los
vasallos de su Majestad, y si era buena
conquista y pacificación aquella. Y mandó que a unos indios que traían con
cadenas se las quitaran, dándoselos al cacique de aquel pueblo”. Buena ocasión,
dottore, para aclarar un importante matiz.
-Me parece procedente, detallista notario.
Vemos ahí un ejemplo de la maquinaria de conquista en acción; en cualquier
caso, muy dura, pero, en este, brutal.
Para poner un cierto freno humano a aquellas campañas, había unas leyes, y una
de las más sagradas era no esclavizar a los indios sometidos ‘voluntariamente’;
aunque, de hecho, se les explotaba,
pasaban a ser oficialmente tan vasallos de Su Majestad como los de Castilla.
Podemos, pues, decir que Sandoval era un caballero, porque respetaba las reglas
del juego. Y a Bernal le gustaba eso. Después de contar que apresaron a aquellos
españoles y a su capitán, Pedro de Garro, no puede evitar hacer una comparación
entre la vida de las dos tropas: “Caminamos hacia Naco con ellos, que llevaban
casi todos caballos y servicio de indios. Y, como nosotros estábamos tan
trillados (qué expresivo) y deshechos
de los caminos, y teníamos pocas indias que nos hiciesen pan, nos parecían unos
condes en el servirse, para según nuestra pobreza”. Y como Bernal, si se le
pone una historia a tiro, la cuenta, continúa; “Quiero decir por qué venían
aquel capitán y sus soldados. Pedrarias Dávila (rápidos, al burladero, que es astifino) había enviado a pacificar
las tierras de Nicaragua a un capitán que se llamaba Francisco Hernández de
Córdoba”. (No podré suspender a ninguno de nuestro queridos tertulianos, pero, si alguno, Dios no lo quiera, en el
examen final le confunde a este con el Francisco Hernández de Córdoba que
dirigió la armada del primer viaje a la costa mexicana, en la que también iba
Bernal, me partirá el corazón).
Fecha la
noble advertensia, prosigamos: “Hernández de Córdoba llegó a la
provincia de Nicaragua, la pacificó y
pobló. Y, como se vio con muchos soldados, próspero y apartado de Pedrarias,
mandó al capitán Pedro de Garro que buscase un puerto para hacer sabedor al rey
de que había pacificado aquellas provincias, pidiéndole que le hiciese merced
de ser el gobernador dellas (gran
patinazo, en el que faltó poco para que se implicara Cortés)”. Al saber
Sandoval qué pintaba Garro por allí, le dijo que “tenía por cierto que Cortés ayudaría
a que quedase Hernández de Córdoba por gobernador de Nicaragua. E, ya
concertado, nos mandó ir adonde Cortés al capitán Luis Marín con varios
soldados, y algunos de Garro, yendo todos a pie por pueblos que estaban en
guerra. Sería no acabar de presto contar las guerras que tuvimos, los ríos que
pasamos y el hambre que sufrimos”. Se iban a encontrar a un Cortés atormentado
de nuevo por el ‘perro negro’ del desaliento y la depresión: “Cuando entramos
en Trujillo, Cortés vino con lágrimas en los ojos a abrazarnos, y nos dijo: ‘¡Oh, hermanos, qué deseo tenía de
veros y saber qué tales estábades!’. Y estaba tan flaco que tuvimos pena de
verle, porque, según supimos, había estado a punto de muerte de calenturas e tristeza
que en sí tenía, y tanto que ya le habían hecho unos hábitos del señor San
Francisco para le enterrar con ellos”. No estaba Cortés para alegres rebeldías,
así que, educadamente, “después de haber leído la carta sobre lo de Hernández
de Córdoba, dijo que haría lo que pudiese por él”. Por si no bastara la
desmoralización que llevaba a cuestas, Cortés iba a recibir otra carta
demoledora…
Foto.- Vasco Núñez de Balboa, descubridor
del Pacífico, tiene este monumento en Panamá. Era un hombre carismático y
tratable, muy querido por algunos nativos: su gran amor fue la india Anayansi,
mediante cesión gustosa de su padre, un cacique local, y el entusiasmo de ella
misma. Tuvo el destino de cara hasta que tropezó con el brutal Pedrarias
Dávila, quien, por puros celos del brillo de Balboa, y sin que lo impidiera que
había concertado la boda de su hija con él, le cortó la cabeza. ¿En qué acabará
la rebeldía de Hernández de Córdoba contra Pedrarias? Bernal nos deja en
suspenso, de momento, porque tiene que hablar antes de la negra carta que le
llegó a Cortés.
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